Publicidad
Publicidad
Si los días previos a una montería son duros, los posteriores son casi peores. Pasear por el monte tras una montería sirve para hacerse una perfecta idea del impacto de la batida: rastros de sangre por todas partes, amplias zonas de monte arrasadas por el paso de las comitivas -tanto motorizadas como a pie y a cuatro patas- y, sobre todo, ingentes cantidades de basura: bolsas de plástico, latas, cartuchos y restos de papel higiénico manchado de mierda, fruto de algún imprevisto apretón entre tiro y tiro.Un negocio suculento para algunosEl problema es complejo, y va mucho más allá de las molestias ocasionadas a los paseantes. Tiene que ver con algo que importa mucho más a los humildes habitantes de estos pueblos y, en general, a todo ser humano que se precie: el dinero. "Cada participante en una montería paga una cantidad que puede ir de los 150 a los 200 euros, dependiendo del tamaño del coto", me cuenta Gabriel. Sabe de lo que habla: él mismo ha organizado infinidad de monterías en otro pueblo de la zona. Es uno de esos cazadores razonables que acceden a hablar sobre un mundo cerrado y endogámico como pocos, y que me confirma lo que ya sospecho. Si en una montería pueden participar hasta 100 cazadores, el dinero resultante sirve para hacerse una idea de hasta qué punto éstas son un negocio suculento para algunos. Pero hay más. Además del dinero que recibe el dueño del coto, contratar cada rehala cuesta unos 240 euros. Y en una montería puede haber hasta diez de ellas. "La realidad es que en una montería se mueve muchísimo dinero, gran parte del cual se obtiene bajo cuerda", explica Gabriel.Entre los asistentes a la montería hay, además de decenas de cazadores, infinidad de menores que parecen disfrutar de un espectáculo que han mamado desde la cuna.
Publicidad