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Cultură

Entrevistamos a una loca de los fascículos

El maravilloso mundo de los fascículos: entre la muerte y la adicción.

Felipe Alonso lleva cuarenta años regentando el kiosco de la Plaça del Setge de 1714, en el barrio del Poble Sec de Barcelona. Cuando empezó, los fascículos ya estaban en marcha. Incluso en auge. Cuenta que uno "que se llamaba algo así como Historia del Mar", llegó a vender hasta el número 220. Pero el negocio ya no es lo mismo. En septiembre nos volvemos locos por empezar de cero nuevos proyectos y colecciones y aficiones, pero nunca pasan del segundo número. ¿No?

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"Venderse se vende de todo", dice Alonso debajo de una edición especial coleccionista de Star Wars que vende los míticos cascos a escala. Precisamente esa, que empieza con el de Boba Fett, será de las que más venda, "que hay mucho friki de la saga". Pero a ver quién es el guapo que se chupa 180 números de fascículo. Echad cuentas. Dos añitos -52 semanas al año- y si ponemos que cada fascículo cueste 4 euros… la broma de los cascos, o el pintar por números, o la maqueta de tren que nunca te quedará como en el anuncio te ha salido por unos 720 euros y unos cuantos disgustos.

El quiosquero de toda la vida quiere consolarse pensando en el resto de cosas que vende, pero cuando echa un vistazo a su alrededor, hay periódicos y revistas. Así que explica que vende banderas -senyeras con estelada y sin ella, para todos los públicos, que la pela es la pela-, chicles, tabaco y lo que pueda colar. Lo que este nihilista por deformación profesional no sabe, es que hemos encontrado un reducto donde el fascículo sigue siendo el rey.

Ana María Blanco es una adicta al fascículo en fase de negación. "No sé qué te habrá contado mi hija -que ha sido el contacto de esta entrevista-, pero es muy exagerada". Juzgad vosotros mismos a una señora que acumula unas 20 colecciones diferentes.

VICE: ¿Qué colección estás haciendo ahora?

Ana María: Ninguna, de verdad. Bueno, estoy yendo a buscar la que hace mi hija –otra de ellas–, que se llama Pastelería Creativa. Si veo alguna que me gusta, la sigo. La última que hice era de ganchillo, pero también he hecho alguna de cocina, una de manualidades, una enciclopedia de El Mundo

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¿Y las haces todas hasta el final?

Hombre, yo voy a tiro fijo. Si me gusta una, la sigo hasta el final. Nada de comprar el primero y no el segundo. Eso solo lo hago cuando en el primero dan algo muy chulo. Por ejemplo, me compré el primero de patchwork; lo odio, pero en la primera edición daban una bobina y unas agujas muy chulas.

¿Nunca las has dejado antes de tiempo?

No, nunca. Solo la del ganchillo porque me sobrepasó. Cuando llevaba 140 números -más de dos años y medio y de 500 euros- y había terminado una colcha dijeron: ¡hala, ahora vamos a empezar una nueva! No la he acabado.

¿Cuándo sabes que termina?

Todas las colecciones de fascículos son así, duran un par de años. Nunca te cuentan cuántos van a hacer ni cuándo va a terminar pero tú lo vas sospechando, es parte del juego. Un día te dicen que es el último y te emocionas. "Ostia, no me lo puedo creer", y respiras.

¿Sientes alivio cuando terminas una colección?

Es que además son caras, si haces cuentas. 5 euros a la semana no es caro, pero si cuentas que tardas dos años y pico, con la tontería son 260 euros al año. Si te dura más te has dejado 600 euros.

Los fascículos hoy en día, ¿regalan más cosas que antes?

Sí, la que hace ahora mi hija -la de la pastelería creativa- cada semana te regala una cosa. Te da bastantes ideas, que está bien, y además te regala cosas; así que no te sabe mal porque a la vez vas teniendo objetos que no te hacen falta. Fíjate, no tendrías tanta mariconada si no fuera por los fascículos. Con la de mi hija hemos llegado al número 100 esta semana. No tiene visos de acabarse ni soñando y ya llevamos 500 euros, pero tenemos de todo para hacer cupcakes y magdalenas.

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De las que has hecho hasta ahora, ¿cuál es la que más te ha gustado?

Me gustó mucho una que hice de manualidades hace muchos años. Cuando se terminaba, en el último número te regalaban las tapas y lo llevabas a encuadernar. Eran otros tiempos. Ahora casi todos te regalan cosas porque si no, no venden. Ésta última que hice de ganchillo te daba la lanita, la aguja… y a mí se me va la olla.

Ahora la gente ya no se compromete con el fascículo, ¿no han dejadode traerte alguna vez la colección que hacías?

No. De las que yo hago no. A mí Planeta de Agostini nunca me ha dejado a medias, son gente seria. En las papelerías llega un momento dado en el que si no avisas de que estás siguiendo una colección, no te la traen. Tienen los primeros porque son los del reclamillo. Una vez tuvieron una de abanicos y cuando veía alguno que me gustaba, decía "ay, dámelo". Pero eran carísimos, casi diez euros, un robo.

Tú has vivido en Estados Unidos, ¿comprabas fascículos allí?

Yo vivía en Houston, la ciudad más importante de Estados Unidos. Y nada de colecciones, allí eso no se estila. Era un asco. La vida es muy diferente, todos van a la suya y no tener coche es no ser persona. Así que kioscos no hay, ves revistas o libros como mucho en los grandes centros comerciales. Y no ves nunca a nadie que haga colecciones.

Tu casa tiene que estar llena de las colecciones, ¿qué haces cuando las terminas?

Con lo que cuesta hacerlas, las guardas y luego las sacas para fardar. Cuando me muera ya me las tirarán y dirán: "qué pesada era".

¿Cuál es la próxima que quieres hacer, tienes alguna fichada?

Yo quiero dejarlo ya, pero a veces sale una como la de la pastelería que hacemos y caes. He llegado a hacer más de una colección a la vez, pero no me gusta porque no te centras. Ahora le digo a mi hija que deje de hacer galletas, que es pecaminoso y engorda, pero ni caso.