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La luna desapareció hace 900 años y ahora los científicos creen saber por qué

La noche del 5 de mayo de 1110, “un año muy desastroso” marcado por la hambruna y el mal tiempo, la luna que solía presidir el cielo nocturno de la Inglaterra medieval desapareció.
​Castillo Caudilla, Spain. Image: vpogarcia
Castillo de Caudilla, Toledo. Imagen: vpogarcia

Hace unos 900 años, un observador del cielo de Inglaterra presenció, seguramente con gran desconcierto y terror, un eclipse total de luna. Pese a que era una noche clara y las estrellas brillaban con intensidad, la luna simplemente se esfumó.

Durante el eclipse, la luna “se apagó por completo y no se veía ni luz, ni orbe ni nada”, informaba el testigo en un manuscrito titulado Peterborough Chronicle, y añadía que la luna siguió oscurecida “casi hasta que se hizo de día, momento en que apareció de nuevo, llena y radiante”. Desde entonces, nadie ha dado con una explicación convincente para este fenómeno tan extraño.

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En un intento por esclarecer el misterio, un equipo de científicos examinó anillos de árboles, estudió testigos de hielo y revisó archivos históricos. En un estudio reciente publicado en Scientific Reports, los investigadores señalaban que, entre 1108 y 1110, un “conjunto ‘olvidado’ de erupciones volcánicas, posiblemente originadas en el monte Asama, en Japón, provocó la aparición de un “velo de polvo” por toda Europa, acontecimiento que explicaría el eclipse.



“Me siento afortunado de tener la oportunidad de trabajar con árboles y textos antiguos, así como con datos obtenidos de testigos de hielo”, señalaba en un email Sébastien Guillet, autor principal del estudio y paleoclimatólogo de la Universidad de Ginebra. “Es como viajar en el tiempo”.

No obstante, se requiere mucho tiempo y concentración para acumular registros naturales de testigos de hielo y anillos de árboles, por no hablar de la tarea de encontrar información relevante en documentos históricos de la Europa del siglo XII, la mayoría de los cuales están en latín. “A veces puedes pasarte días leyendo textos antiguos sin encontrar información relevante acerca del clima o la meteorología”, señala Guillet. “Hay que ser paciente”.

Por suerte, el trabajo del equipo, que se inició en 2016, ha culminado en una fascinante colección interdisciplinar de registros.

Tal como apuntan los autores en el estudio, los “eclipses totales de luna más oscuros” registrados desde el 1600 d.C. “guardaban relación con grandes erupciones volcánicas, y el manuscrito Peterborough Chronicle ofrece uno de los testimonios más extensos y detallados que conocemos de eclipses lunares oscuros acaecidos entre el 500 y el 1800 d. C.”, lo que los llevó a iniciar una investigación de posibles eventos volcánicos que pudieran haberlo provocado.

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“No fue difícil llegar a la conclusión de que el eclipse total de luna de mayo de 1110 estaba relacionado con la actividad volcánica”, señaló Guillet. “Es cierto que el grado de oscuridad del eclipse total de 1110 siempre ha llamado la atención de los astrónomos y que sabíamos de la existencia de este eclipse intrigante mucho antes de empezar a estudiar la erupciones de 1108-1110”.

Guillet y sus colegas buscaron indicios de actividad volcánica significativa en antiguos testigos de hielo extraídos de Groenlandia y la Antártida. Estos testigos atesoran gran cantidad de información sobre las condiciones medioambientales en el pasado, entre ellas las erupciones volcánicas, que pueden difuminar cenizas y aerosoles por todo el mundo.

El equipo de investigadores estudió los aumentos de aerosoles de sulfato en los testigos antes y durante el año 1110, lo cual sería indicativo de que las erupciones volcánicas habrían expulsado gases en la estratosfera. En comparación con otras erupciones volcánicas conocidas sucedidas en los últimos 1000 años, este evento volcánico ocupa el séptimo puesto en lo relativo a la cantidad de sulfuro que liberó en la atmósfera.

Para reforzar sus observaciones, los científicos buscaron registros en los anillos de crecimiento de los árboles de ese periodo, ya que los patrones de evolución de estas líneas varían en función de las condiciones medioambientales. Los anillos sugerían que, en 1109, en Europa occidental hubo una época de frío y lluvia inusuales, una anomalía que podría haber causado, o al menos exacerbado, el efecto generalizado de la expulsión de ceniza y polvo de un volcán a la atmósfera.

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El mal tiempo del que dan testimonio los anillos de los árboles está respaldado por documentos históricos recopilados por el equipo de Guillet. En Irlanda, la gente ayunaba y daba limosnas a Dios para que “acabaran las lluvias torrenciales y el mal tiempo del verano y el otoño”, según el manuscrito Annals of Inisfallen. La pérdida de las cosechas provocó hambrunas en Francia que “acabaron con la vida de muchas personas y empobrecieron a innumerables ricos”, relata Chronicle of Morigny.

Si bien es indudable que el origen de esas vicisitudes medioambientales y sociales es complejo, Guillet y sus compañeros creen que tanto las evidencias naturales como las históricas apuntan a un cúmulo de erupciones volcánicas de gran intensidad como uno de los factores implicados. Uno de los probables culpables sería el monte Asama, un volcán activo en la isla principal de Japón, del que se sabe que entró en erupción en 1108 gracias a las crónicas del estadista contemporáneo Fujiwara no Munetada en su diario Chūyūki.

Sin embargo, hará falta seguir investigando para conocer el origen exacto de ese velo de polvo estratosférico, ya que es probable que se deba a múltiples erupciones.

“En el estudio, señalamos que el monte Asama contribuyó a los depósitos de sulfuro hallados en Groenlandia, aunque la hipótesis está por confirmar”, dijo Guillet. “Algún día estaremos en condiciones de hacerlo o de invalidarla”.

El nuevo estudio nos sirve como recordatorio de que existe una profunda conexión entre nuestro planeta y las civilizaciones que lo pueblan. Un desastre natural en un rincón del mundo puede provocar el caos en comunidades a cientos de miles de kilómetros de distancia o incluso oscurecer la luna en una noche clara.