Tamara de Anda - helado - heladería rosada
Identidad

El feto deathmetalero

Esto creíamos del aborto en los noventa y dosmiles tempranos en México.

“¡Ay, guácala!”, gritó una niña al contemplar a los bebés desmembrados. Más que miedo o tristeza, el pinche video antiaborto nos había producido asco. Esa mañana en el recreo los chicharrones de harina ahogados en salsa Valentina no nos supieron tan chido.

Era 1995 y yo iba a una secundaria pública que presumía ser la mejor de la Ciudad de México. Chale, pues cómo estarían las demás, si su idea de “educación sexual” era proyectarnos The Silent Scream, un video gringo bien chafa de 1984 que era propaganda antiderechos y decía un montón de mentiras sobre el aborto. (Búsquenlo en YouTube, es como para ponerlo en la peda y burlarse). Eso no era todo: en la clase de Español nos obligaron a leer Juventud en éxtasis, un panfleto ultraconservador de Carlos Cuauhtémoc Sánchez que habla de cómo las mujeres que cogen no valen nada y se mueren de sífilis no sin antes abortar porque los métodos anticonceptivos no sirven y además el VIH se pega a través de la saliva y OH EL DOCTOR QUE ME CURÓ EL CHANCRO ES MI PADRE, QUÉ ES ESTA ROSA BLANCA.

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Mi generación creció con la amenaza de que el sexo a huevo derivaba en enfermedades culerísimas y llenas de ronchas (curiosamente aquí al profesorado se le olvidaba que Alexander Fleming había descubierto la penicilina en un pan mohoso y omitían por completo hablar de tratamientos para combatir las infecciones venéreas), y/o en embarazos no deseados que, a su vez, terminaban a huevo en el milagro de la maternidad o en una portada de brutal death protagonizada por el feto metalero.

Ah, por qué esta mierda no acabó en la secundaria. Entré a una prepa de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y las cosas no mejoraron mucho que digamos. La maestra de Biología decía mamadas como “Pues dicen que el sida no se contagia por saliva… pero yo por si las dudas no me acerco a esa gente”. Y si alguien decía que era gay, lo llevaban a la dirección.

Mi generación creció con la amenaza de que el sexo a huevo derivaba en embarazos no deseados que, a su vez, terminaban en el milagro de la maternidad o en una portada de brutal death protagonizada por el feto metalero.

En lo social, los chairos alfa que habían crecido en familias liberales y estudiado en activas y Montessoris disfrutaban sin problemas de su sexualidad, mientras que los desafortunados que veníamos de escuela pública, aparte del complejo de clase y de que no nos sabíamos vestir porque nos habían obligado a usar uniforme hasta ese momento, veníamos adoctrinados para tenerle pánico a coger. Íbamos a morir vírgenes, bai, fue un gusto.

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El primer año tuve un novio con quien nunca quise “ir más allá” (jajaja), porque me daba pánico ese umbral místico-esotérico que era mi vagina. Racionalmente sabía que el condón tenía efectividad del 98%. Pero ahí estaba la pinche vocecita de Carlos Cuauhtémoc Sánchez diciéndome que mi valor en el mundo estaba determinado por lo intacto de mi himen, y que si me embarazaba no había más alternativa que tener al bebé y convertirte en esa morra que llega con la criatura a la clase de Etimologías Grecolatinas y luego va con todo y producto a la función de las tres de la tarde de Matrix.

Corté en buenos términos con aquel muchacho y, meses después, me lo encontré vendiendo dulces en los pasillos de la prepa. Me confió que él y su actual pareja tenían que reunir 15 mil pesos (unos 1570 USD por el tipo de cambio de la época) porque ella necesitaba abortar. También me platicó que, afortunadamente, ella conocía a los de una fundación que “ayudaba” a chicas en su situación. Ahora que lo pienso, no hay manera de que una cajita de misoprostol haya costado más que una computadora Pentium III a 500 mhz con 256 mb de RAM y un disco duro GIGANTESCO de 16 gigabytes. Ese altruismo estaba muy espurio. Bueno, por lo menos ahí me enteré de que se podía abortar sin ganchos oxidados o caerse por las escaleras, que las chicas a mi alrededor lo hacían de forma relativamente segura y que, si conseguía una cantidad colosal de dinero, todo estaría bien.

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Tamara-de-Anda- manos pañoleta aborto death metal

Luego por fin perdí mi “virginidad” (como si fuera “algo”) y, con el inicio de mi vida sexual falocéntrica, vinieron los primeros sustos. Una tarde de 2003 se rompió el condón y a mi novio le dio la pálida. Le conté a mi mamá por teléfono y se puso a gritar como si se hubiera muerto Chayanne (no es cierto, mi mamá es bien snob: fue como si se hubiera muerto Sean Connery). Y ojo acá, porque lo que les voy a contar está cabrón: en aquel entonces aún no se aprobaba el uso y la venta de la píldora anticonceptiva de emergencia en México. Fue hasta el 21 de enero de 2004 que se publicó en el Diario Oficial de la Federación la modificación a la NOM-005-SSA2-1993 de los servicios de planificación familiar que ya la incluyó. Así que yo me tuve que tragar como si fueran tic-tacs un chingo de pastillas anticonceptivas de las normalitas, que fue lo que me indicaron en Mexfam —una de las primeras fundaciones en promover la planeación familiar y los derechos sexuales y reproductivos en México—, y pasar horas abrazada del escusado porque nunca había vomitado pinches tantísima bilis amarillo fosforescente en mi vida.

El 2 de agosto de 2004 escribí lo siguiente en mi blog. Lo voy a copiar tal cual:


Falsa alarma, ¡fiu!

No estoy embarazada, ¡eeeh! 'Ora sí me había espantado. Los detalles técnicos son engorrosos y aburridos pa' explicar (que si el día, que si las pastillas vaciladoras que estoy tomando, que si la pendejada tardíamente detectada como tal). Ya estaba yo hasta investigando las posibilidades de automedicarme para abortar (oooh, pues sí, si siempre me tengo que automedicar cuando tengo bronquitis o dolor de barriga, porque los matasanos del seguro y de la UNAM son infrahumanos y más ignorantes que un bloque de cemento, ¿por qué iban a saber más unos transgresores de la ley que yo, eh?) Ah, pero de todos modos el metotrexato y el misoprostol no son pichis aspirinas que te venda cualquier botarga del Dr. Simi, o sea que de una forma u otra me hubiera salido bien caro.

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Considerando el dinerote que me ahorré, estoy pensando en comprarme algún gadget inútil pero que me llene de alegría. Quisiera una cámara digital que reproduzca mp3. Tal cosa existe, pero nomás he visto una de la marca "Mustek", y yo he dicho: en aparatos electrónicos, basta de comprar marcas todas pinches desconocidas. ¿Sugerencias?


O sea, clávense en mis deseos tecnológicos: ni siquiera soñábamos con los smartphones; los iPods eran unos tabiques de ruedita y las cámaras digitales un objeto para ricos. Imagínense cómo estaba el Internet de rústico y pixeleado. Aun así, yo había logrado guglear la existencia y uso del misoprostol. También había visto que lo vendían en el Superama y pensaba pedirlo junto con un kilo de brócoli y una caja de All Bran. Estoy súperorgullosa de la Plaqueta del pasado; hoy viajaría en el tiempo y le regalaría esa cámara Mustek de 2.1 megapixeles y reproductor de mp3 para que se hiciera youtubera famosa y la Plaqueta del presente ya no tuviera que trabajar.

Tamara de Anda - oficina

Luego, en 2007, el aborto se despenalizó en la Ciudad de México. En mi primera chamba me encargaron una nota titulada “¿Cómo explicarles a tus hijos qué es el aborto?”. Yo elegí la siguiente comparación: “Es como si pidieras una pizza pero a la mera hora te arrepientes, llamas en los primeros doce minutos y aún estás a tiempo de cancelar la orden”. Mis jefes me gritaron como si se hubieran muerto Chayanne y Sean Connery al mismo tiempo y casi me corren a la verga por “tomar a la ligera un tema tan polémico”.

Ay, güeyes, qué hueva. Pero quién soy yo para juzgarles, si me educó la Secretaría de Educación Pública con fake news ochenteras y propaganda religiosa novelada. Trece años después de la despenalización en CDMX, yo creo que ya estamos listos para la metáfora de la comida a domicilio, ¿no? Y para alterar aquel pinche video de The Silent Scream y ponerles casquitos de ingeniero a todos esos “fetos” desmembrados. Veinticinco años después de mi lamentable educación secundaria, quiero creer —no, más bien estoy segura— de que las morritas de secundaria ya no están gritando “¡Ay, guácala!” ante la imagen un muñeco mutilado, sino “¡Se va a caer!” en la jeta del patriarcado. Y que por más mentiras que les cuenten, ya son capaces de ver el aborto como lo que siempre ha sido: un tema estrictamente de salud que no debería estar atravesado por la moral. Ya, saquen la pizza de misoprostol.

A Tamara la encuentras en Instagram como @plaqueta. Puedes leer más textos de la edición Cuerpo: narrativas personales en este link.