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El Efecto Sylvia Plath: Escritura, Creatividad y Depresión

“Interesante poetisa cuyo trágico suicido fue malinterpretado de romántico por las universitarias”, diría Woody Allen en Annie Hall sobre Sylvia Plath, quizás la poetisa más depresiva de todas.

Muchísimo se puede saber de su vida y de sus emociones si se leen sus escritos, especialmente cartas, diarios y trabajos publicados póstumamente. Su vida llegó hasta los 30 años, y la joven promesa de la literatura americana se quedaría allí, atascada. Se intentó suicidar varias veces, era depresiva, quería una lobotomía y su marido le era infiel. Algunos alegan que Sylvia Plath, al satisfacer su necesidad inquebrantable de escribir, se hundía más en la depresión. Ha sido objeto de numerales estudios psiquiátricos, y en 2001, el psicólogo James C. Kaufman, llegó al término “El Efecto Sylvia Plath” que explica la relación que existe entre la creatividad, la depresión y el suicidio.

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Luego de publicar su trabajo más conocido, The Bell Jar, Plath se encerró en la cocina de su departamento, dejando a sus pequeños hijos en la habitación, y murió envenenada de monóxido de carbono luego de haber metido la cabeza en el horno. Días antes, su amigo y psiquiatra el Dr. John Harder finalmente le recetó antidepresivos que no sirvieron de nada ya que tardan al menos 3 semanas en hacer efecto. Es justo en este punto donde el psiquiatra James C. Kauffman comienza una extensa investigación para lograr encontrar la conexión entre la melancolía y la creatividad, que hasta ahora había sido solo una percepción social. La idea de relacionar estos dos elementos se remonta a los tiempos de Aristóteles cuando escribió que filósofos, poetas y artistas eminentes tienden a ser melancólicos.

Luego de muchos filtros e investigaciones, Kauffman concluyó que las mujeres poetas tienden a padecer enfermedades mentales como bipolaridad, trastornos alimenticios, depresión, abuso de sustancias psicotrópicas, ataques de pánico, ansiedad y/o baja autoestima en comparación con mujeres dedicadas a otras ramas de la creación como escritoras de obras de teatro, artistas o actrices, y esto se evidencia más todavía si se trata de mujeres con infancias perturbadoras como es el caso, también, de Virginia Woolf.

Ahora, volviendo al trabajo del Sylvia Plath, hay que hacer hincapié en The Bell Jar, básicamente una autobiografía que pide a gritos la salvación. Su protagonista, se encuentra hundida en las profundidades de su cabeza depresiva afectada por electroshock, y lo que parece un futuro prometedor en el mundo de la literatura, se acaba más pronto que tarde. En pocas palabras, Sylvia nos habla de sí misma a través de Esther Greenwood, la joven promesa de la escritura. En Reino Unido fue publicada bajo el seudónimo de Virginia Lucas en 1963 para evitar que su familia, especialmente su madre, la leyera. Un mes después acabó con su vida, y 8 años más tarde, su esposo Ted Hughes y su madre, decidieron publicarla en Estados Unidos.

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En The Bell Jar, el alter ego de Sylvia, Esther, es una súper estudiante cuyas calificaciones sobresalientes y actitud, la convertían en el modelo perfecto de estudiante, aunque en la realidad, existía una decisión que atormentaba a Sylvia: al graduarse, casarse y dedicarse a la familia, u optar por una exitosa carrera, becas en universidades prestigiosas, premios y más. Una chica modelo de la universidad Smith, en esos tiempos, elegía la opción de casarse y vida hogareña, pero ese no fue el caso de Sylvia. Para ella, todo cambió cuando obtuvo una beca en la Universidad de Cambridge y mudándose a Inglaterra, y tiempo después, conoce a Ted Hughes, su flamante y futuro esposo. Al comienzo, como es el caso de la mayoría de las relaciones, se dedicaban poesía, intercambiaban cartas y libros, se amaban mucho y hasta tuvieron dos hijos, pero después, Hughes le fue infiel a su mujer y hasta llegó a pegarle de tal manera que le causó la pérdida de un bebé.

Ahora bien, en relación a la depresión y la creación con respecto a Sylvia Plath, desde jovencita, quería acabar con su vida. La primera vez que se hizo daño a sí misma fue circa 1950 cortándose las piernas, probando que sí tenía las fuerzas para suicidarse. Esto fue un boleto directo a la terapia de electroshock y muchísima más depresión. En 1953, sucedió su segundo intento para acabar su vida: se tomó las pastillas para dormir de su mamá. Tampoco lo logró. Después de esto, la volvieron a dañar con más electroshock y ahora insulina. Es precisamente en esta época de su vida, los que le sirvieron como eje central para los párrafos más sórdidos de su éxito The Bell Jar. En todos estos episodios, la escritura estuvo implícita como su método de desahogo y salvación.

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Si nos adelantamos y aterrizamos en los meses finales de la vida de Plath, la encontramos nuevamente en otro ciclo oscuro de su vida, el último. En junio de 1963, la poetisa condujo su carro hacia un río y luego admitió que intentó quitarse la vida. Después aproximadamente 6 meses de tristeza y estrés causados por el adulterio de su marido, sus dos bebés, la lucha contra el insomnio y su inestabilidad laboral, Sylvia Plath, a los 30 años, decidió encender el horno y meter la cabeza hasta morir.

Lo curioso de esta escritora es que, mientras más hundida en su depresión, más escribía, inclusive, muchos de sus poemas más increíbles, fueron escritos en sus peores momentos emocionales, lo que a muchos le provoca preguntarse, ¿la depresión ayuda a la creatividad, o la creatividad causa depresión? Algunos apuntan que esta escritora se sumergía en los rincones oscuros de su mente por la cantidad de horas y esfuerzo que invertía escribiendo de sus problemas. No está comprobado científicamente que esto sea así, pero ciertamente hay un grado de sensibilidad más alto en las personas que se dedican a esta rama de la escritura, que, dicho sea de paso, es uno de los pocos ambientes donde tener problemas psicológicos no es mal visto.

La vida de Plath puede ser descubierta estudiando sus poemas, tan bellos como tristes. Siempre será una joven promesa a la que le esperaba una de las más exitosas carreras de la literatura americana, que se abrió a las palabras, se entregó y se fue con ellas. Muchos dirían que Sylvia Plath era tan solo una depresiva con ganas de escribir, pero para muchos otros es el epítome de la escritura por destrucción o por catarsis, que para liberarse de sus demonios, tuvo que liberarse a ella misma.

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