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Artivismo: el arte como promotor de la diversidad y los derechos LGBT

El artivismo no es un concepto que inventó Daniel Arzola, pero sí consiguió en él un vehículo ideal para plasmar todo lo que quería decir.
Fotografías e imágenes cortesía del artista. No soy tu chiste.

La catedral de San Juan Divino es una de las construcciones más emblemáticas de la ciudad de Nueva York. Ubicada en el barrio de Harlem, es la cuarta iglesia cristiana más grande del mundo. Más allá de su imponente estructura, lo más impresionante de San Juan Divino probablemente sea su apertura hacia la diversidad. Mientras muchos espacios similares en el mundo han cerrado sus puertas a la comunidad LGBT, la catedral históricamente le dio la bienvenida y fue una de las primeras en adoptar el matrimonio igualitario, una vez que se legalizó en el estado de Nueva York en 2011. La catedral ha sido una especie de rito de paso para miembros de la comunidad que pasan por la gran manzana desde hace años y en la noche del 22 de junio de 2017 fue el espacio ideal para que un joven artista gay venezolano en el exilio fuese homenajeado y viviese la noche más importante de su vida. Esta es una de esas historias de perseverancia en tiempos difíciles, del arte como medio de transformación y de una campaña de afiches que despertó la conciencia de miles y puso el nombre de Daniel Arzola en la boca de activistas de todo el mundo.

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Rojo Felatio.

Subterráneo de Buenos Aires.

Entrevistar a Daniel es sumergirse en el mundo del activismo LGBT y de sus principales referentes. Es un estudioso de su historia y sobre todo del papel que ha jugado el arte en la búsqueda por la igualdad de derechos. Para definir su arte suele citar una frase que pertenece a Keith Haring, uno de los principales activistas gays de los años 80 y su artista favorito. “Haring decía en su diario que él sentía que un artista debía usar las herramientas de su época y contar su realidad a través de ellas y creo que eso es lo que he tratado de hacer”, explica. En el caso de Daniel, esa realidad fueron las calles de Maracay en Venezuela, donde nació, creció y se desarrolló profesionalmente. La idiosincrasia del país fue el telón de fondo para una infancia difícil que poco a poco fue formando su personalidad. “Yo creo que hay mucha homofobia porque hay mucho machismo. De hecho, en Venezuela el machismo es perceptible desde el lenguaje. La homosexualidad es una fascinación maligna. En Venezuela si no te gusta el fútbol eres homosexual, si te pones una camisa morada eres homosexual. Si caminas de tal manera, si lees libros y no juegas béisbol eres homosexual. Si eres bonito eres homosexual. Incluso la gente que se declara no homofóbica te pide que no te agarres de la mano con tu pareja cuando hay niños. Hay mucho retraso todavía”.

Desde temprana edad consiguió en el arte una posibilidad para escapar de los prejuicios de la sociedad. “Aprendí a dibujar antes que hablar”, suele decir cuando recuerda sus inicios. Pero a medida que crecía, crecieron también los obstáculos. Los insultos dieron lugar a las agresiones físicas y estas a su vez a los encuentros violentos, como aquel que ocurrió cuando tenía 15 años y que lo marcaría para siempre. Un día, al volver de clases fue interceptado por varios chicos que lo amarraron a un poste eléctrico, le quemaron cigarros en sus genitales y amenazaron con quemarlo vivo. Si bien logró escapar con vida, no fue sin antes perder lo más importante que tenía hasta entonces. “Me destrozaron casi todos mis dibujos de los cuales me sentía muy orgulloso. Me sentía a salvo por tener la posibilidad de crear. Dibujaba desde mangas hasta dibujos realistas. Nunca me importó lo que pasaba porque lo podía transformar en arte. El arte me salvaría. Pero ahí me di cuenta de que el arte también se podía destruir con mucha facilidad, que lo que te tomaba un mes crear te lo podían destrozar en un minuto”.

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No soy tu chiste.

Moda.

A pesar de lo difícil que resultó el episodio, Daniel se había tropezado azarosamente con las bases de una idea que cobraría sentido para él mucho tiempo después: el artivismo. “El artivismo llega a mí en un momento de reflexión. Yo quería ser artista y activista y me planteo el artivismo como herramienta de transformación social. La idea es el arte como una herramienta que permita llevar un mensaje que, de ser dañado, pueda ser reemplazado y se dañe el formato más no la persona. Es decir, tú para defender los derechos LGBT en Rusia te enfrentas con la cárcel pero si pegas un afiche y corres es otra manera de hacer activismo. Es convertir al arte en una idea que nos una, que nos comunique y que no pueda ser destruida. Es crear símbolos de lucha”. El artivismo no es un concepto que inventó Daniel, pero sí consiguió en él un vehículo ideal para plasmar todo lo que quería decir.

Seis años después del ataque Daniel volvió a dibujar. En ese entonces ya Venezuela se encontraba sumergida en la crisis política que aún hoy persiste y sólo se ha acrecentado. La violencia se había convertido en el pan de cada día y, en su entorno, además de la inseguridad, se sumaban los casos de violencia de género y los crímenes de odio. El crimen contra Ángelo Prado, quien fue quemado vivo en Maracay por ser homosexual, despertó en Daniel los fantasmas de su propio ataque y fue el desencadenante final para crear su obra más emblemática.

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No soy tu chiste.

No Soy Tu Chiste es una serie de 50 piezas gráficas que buscan no sólo sensibilizar al espectador sobre la causa LGBT sino combatir el discurso y el lenguaje homofóbico imperante en la sociedad. Cada pieza viene con una frase integrada, una respuesta contundente que pretende romper con los estereotipos tóxicos. “Todas las frases de No Soy Tu Chiste las dije. Cada frase de ahí es una que tuve que aprender por mí mismo para defenderme de ese entorno ignorante. Cuando me dicen ‘es que ser gay está de moda’. Les respondo que no, que mi sexualidad no es una moda, tu ignorancia parece serlo. ‘Es que no es normal, ¿por qué tienen que besarse? ¿Por qué no son gays dentro de cuatro paredes?’. Y les digo el cariño no es exhibicionismo. O no es obligatorio ser heterosexual. O cuando me dicen ‘yo respeto a los gays pero que no se besen delante de mí o que no se casen’. Si tú dices que me respetas pero no puedo tener los mismos derechos entonces no me respetas”.

Daniel Arzola por Ernst Coppejans.

La voz que abrió el camino.

Ready for it.

A los pocos días de compartirla en redes sociales, No Soy Tu Chiste se volvió viral. “Yo creo que comencé a entender el impacto de las piezas cuando empezó a escribirme gente de ciudades que yo no sabía que existían. Me acuerdo una historia de un chico de Eslovenia que me dijo que mi trabajo le había ayudado muchísimo. Me ha pasado con gente de muchas partes del mundo. Lugares que me toca buscarlos en Google. Empezaron a usar el trabajo en Rusia, en India, en Uganda en marchas a favor de los derechos LGBT. En ese momento pensé que estaba realmente pasando algo. Algo estaba sucediendo pero aún no lo podía tocar”. Al poco tiempo la campaña comenzó a ser reseñada por medios locales e internacionales e incluso celebridades como Madonna y Katy Perry se declararon fans de su trabajo, aumentando considerablemente su exposición. En sus primeros 6 meses, No Soy Tu Chiste había alcanzado a más de un millón de personas en más de 30 países. Daniel había logrado trascender fronteras.

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Además de su fama (o más bien a causa de ella), Daniel también se ganó un gran detractor: el gobierno venezolano. En cada universidad y festival al que era invitado a hablar de su obra en el exterior, Daniel consiguió el foro ideal para hablar también de la crisis venezolana y los problemas que aquejaban a su país. “Mi voz se iba haciendo cada vez más política y desde mi espacio trataba de hablar de cómo el chavismo se iba transformando cada vez más en una dictadura. Empecé a exponer al gobierno y a la homofobia de Estado que hay. Cómo Nicolás Maduro y los funcionarios del gobierno usaban la homosexualidad como una ofensa. Y entonces ahí comencé a recibir amenazas por parte de los seguidores del gobierno. Algunas por Twitter, otras por teléfono. ‘Nadie va a extrañar a un maricón’ me decían. En esos días la organización holandesa Radio Nederland Wereldomroep (RNW) me invitó al Ámsterdam Pride y no volví nunca más. En quince días reuní todo el dinero que pude para poder sobrevivir afuera”. De Holanda partió para Buenos Aires (donde hizo una maestría en derechos humanos) y de ahí a Chile, país en el que reside en la actualidad. Desde que salió de Venezuela, su carrera ha continuado en ascenso. En 2017 tuvo el honor de decorar con un mural suyo la estación de subte Carlos Jauregui en Buenos Aires, primera estación del mundo en llevar el nombre de un activista LGBT. Adicionalmente tuvo exposiciones en lugares como Francia y San Francisco, además de realizar una gira por universidades estadounidenses para hablar de las bondades del artivismo como práctica.

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¿Y qué fue lo que sucedió entonces aquella noche de junio en la emblemática catedral de San Juan Divino? Ese día se presentaron los Logo Trailblazer Honors, uno de los principales galardones al activismo LGBT en el ámbito mundial. Además de los homenajeados como Cyndi Lauper y los creadores de Will and Grace, el lugar reunió a varios de los más reconocidos activistas por la igualdad, provenientes de numerosas disciplinas como el cine, la música y la danza. Y ahí, sentado entre los famosos, estaba Daniel, un joven de 28 años proveniente de un barrio pobre de Maracay que jamás en su vida había siquiera soñado un desenlace como este. “Cuando tienes un conflicto, creo que hay un grado vital donde uno trata de resistir y esperar su momento. Y cuando sea tu momento, si aprovechas la oportunidad, quizás puedas dar el golpe de vuelta. Y mi trabajo es eso, mi obra es la respuesta de vuelta. Lo que vivo ahora son cosas que mi trabajo me regresó de alguna manera justa, mágica, casi kármica”.

Daniel Arzola por Ernst Coppejans.

Puedes seguir a Daniel Arzola en Instagram.

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