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El mundo era mejor cuando pensábamos que Manavitox era real

Porque la mejor broma es aquella que nunca se evidencia como tal.
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Imagen vía Instagram de Manavitox y Unsplash/Montaje por VICE

Lo recordáis perfectamente, ese momento de vuestra vida en el que creíais que las cosas maravillosas podían existir. Cosas como los Reyes Magos, el ratón ese de los dientes, Jesucristo o incluso las pagas dobles. Nuestra mente infantil estaba diseñada para creer en lo imposible, para apartarnos lo máximo de la tediosa, aburrida e injusta realidad de las personas adultas que nos tocaría vivir dentro de muy pocos años. Esos años previos a la era gris fueron gloriosos: poder vivir pensando en duendes y magia, creyendo que en este mundo podían existir tales maravillas.

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Luego todo se desmoronó y descubrimos que NADA de esto existía. Limitamos estas incursiones fantásticas al campo de la literatura o el cine o los videojuegos o el hentai. De repente ya no podíamos ilusionarnos con seres fantásticos que vienen a visitarnos y nos ofrecen regalos, ahora teníamos que ponernos alegres con las rebajas o por la llegada de los viernes que nos permitían, por fin, emborracharnos sin tener que ir a trabajar al día siguiente con manchas raras en los pantalones y el cerebro completamente frito.

Esta desilusión máxima que sentimos es la misma que nos ha golpeado cuando hemos descubierto que Manavitox (también conocido como “El Espiritista”) no existe. Porque si de una cosa estamos completamente seguros es que este mundo era mucho mejor cuando pensábamos que Manavitox era real.

Por un lado, el mundo era mejor con Manavitox porque Manu era un ser completamente bondadoso. Después de sus turbulentos inicios (toda esa liada del plátano, los pistachos y Maxibon, cosa que supuso el MacGuffin perfecto para iniciar esta entrañable andanza), en los que recibió varios comentarios que le acusaban de ser un cocainómano (ese punto en el que la broma se le fue un poco de las manos), Manu, decidió meter un viraje radical al contenido de su Instagram y convertirlo en un catalizador de mensajes de paz y bondad, en una herramienta de ayuda para los internautas, un compendio sin fin de consejos espirituales. Como decía él mismo: “A partir de ahora voy a aportar algo a la gente (…), ahora voy a subir vídeos que ayuden a la gente”.

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Los mensajes de autoayuda de Manavitox estaban localizados entre ese maravilloso mundo de los vídeos conspiranoicos subidos desde cuentas sudamericanas de YouTube y de las charlas de yoga Kundalini y del despertar de la conciencia. Ya sabéis, todo eso de los reptilianos, los niños índigo, el sungazing, el Kali Yuga, la tierra hueca, los chemtrails, los Illuminati, los chakras, los viajes astrales, las técnicas de sanación y todo eso. Como una especie de Lobo Estepario pero sin ser tan esperpéntico ni vivir dentro de un jodido coche.


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En el fondo, dentro de la ficción de Manavitox, existía una persona que, con toda la sinceridad del mundo, quería ayudar a las demás personas. Un rayo de luz en este mundo repleto de destrucción y humillación constante. Es más, su bondad y su mensaje positivo hacía que incluso fuera difícil reírse de él pese a los evidentes y exagerados problemas y locuras del personaje (eso que hacía de no pestañear, la mandíbula loca esa que tenía, su forma de hablar, la puesta en escena de sus vídeos…).

Es más, nos podíamos reír de él pero al hacerlo, dentro de nuestro cerebro, nos sentíamos terriblemente mal, nos sentíamos gente de mierda, y ese era su poder. Él solo quería generar un mundo nuevo y bello y nosotros nos reíamos por ello.

Su mensaje, aunque ataviado con un enorme glaseado de locura, era tremendamente positivo, o esa era su intención. El problema ahí residía en que muchas de sus recomendaciones, pese a buscar el bien, eran, evidentemente, peligrosas y letales, y es aquí donde empezaba el estrato crítico del canal: denunciar todos esos youtubes subidos por anónimos que pregonan mensajes venenosos sin quererlo y que atrapan a personas que se encuentran en una situación de vulnerabilidad extrema. Pese a esto, Manavitox también lanzaba acertados alegatos en contra del sistema o de las relaciones humanas, cosa que siempre es de agradecer.

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Por otro lado (sí, en este primer punto me he alargado un poco, pero ahora viene el segundo motivo por el que el mundo era mucho mejor con Manavitox que sin él), Manu había creado un espacio en el que todos éramos partícipes de esta gran broma y no hacía falta evidenciar el chiste. En ese oasis podíamos disfrutar de esta magia sin tener que revelarla, pues en el momento en el que se tildara de broma, de troleo o de chiste, toda la pantomima habría perdido su gracia y habría terminado de inmediato.

Sería lo contrario del teatro del absurdo de Bertolt Brecht, en el que se evidenciaban las dinámicas de la misma obra de teatro, mostrando que todo eso era un acto interpretativo. En los chistes, normalmente pasa exactamente esto, funcionan porque se sabe que lo son, porque ocupan un espacio en el que se sobreentiende su naturaleza (por eso, si los sacas de ese espacio, es cuando empezarán a aparecer las denuncias por sonarte con una bandera Española).

Manavitox prescindió del contexto del chiste y así se creó un foro en el que todo el mundo aportaba su granito de arena a esta guasa (en forma de comentarios, en forma de vídeo de YouTube hablando sobre él, en forma de entrevistas) sin que nadie sintiera la necesidad de salirse del propio chiste y señalarlo como tal, ese era el chiste en sí mismo, llegar hasta el final sin revelarlo.

Una especie de Sagrada Familia que todos ayudábamos a edificar. Una ficción con extrema implicación de todos los agentes, llegando a un punto en el que la broma se tornó sublime, pues incluso llegó a convertirse en algo real. Yo quiero vivir en un mundo en el que no haga falta ponerle una etiqueta a todo, en el que se pueda eternizar una broma y todo se entienda sin tener que caer en la mediocridad de tener que evidenciar las cosas. Al prolongarla hasta el infinito se nos olvidó que se trataba de una payasada, extirpamos el chachondeo y nos la empezamos a creer. Y, amigos, así funciona la gran broma definitiva, cuando esta deja, precisamente, de serlo.

Sigue a Pol en @rodellaroficial.

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