Las influenciadoras colombianas: poses, repetición y apariencias
Ilustración: Jimmy Palacio

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Las influenciadoras colombianas: poses, repetición y apariencias

¿Son nuestras influenciadoras un retroceso feminista o un síntoma de liberación femenina?

Artículo publicado por VICE Colombia.


Es una chica encantadora a la vista. Ante uno de sus ojos escondidos, sostiene una dona con la mano. Aprieta los labios para la foto en una mueca de sonrisa contenida, y su vestir bien puede ser simple, sin complicaciones, pero contemporáneo. Capaz que los jeans deslavados corresponden a una marca popular, que el cinturón que lo sostiene sea Gucci y que un toque sutil del dedo sobre su foto en nuestras pantallas nos indique el origen exacto del ensamble completo, en forma de etiquetas.

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Es posible también que esa conjugación de prendas sea imaginativa o que la chica apele a la fórmula segura de camiseta con jeans. En la siguiente postal digital de nuestras redes sociales, otra o la misma chica puede juguetear con un pedazo de pizza mientras sonríe radiante al obturador; o puede extender un tenedor que exhibe un pedazo de espagueti sostenido, instalado en los labios con un rostro juvenil, las gafas de sol gatunas, una gorra náutica, o alguna otra prenda emblemática dentro del clima del vestir actual… Todas vidas bonitas, con instantes dignos de ser captados y, por qué no, exhibidos.

Así se ve, día a día, el oficio de la influencia digital, a lo que se dedican las llamadas influencers, o influenciadoras.

Allí la imagen varía en el caleidoscopio de posibilidades que es por ejemplo Instagram. ‘Varía’ , pero casi siempre es similar. No es raro sentir aturdimiento con el feed, ante un buscador que arroja miles de imágenes que suelen ser una misma: la de una chica central instalada en exteriores e interiores bellos, calculadamente escogidos. Cafetines, poses en bikinis frente al espejo, bocas cerradas rodeando el pitillo de un latte frío, un cuerpo en movimiento y chicas, muchas chicas que, inequívocamente, sonríen.

¿Qué hacen estas chicas que nos seducen con sus entornos de glamour y bienestar? ¿Qué oficio es este de invadir vorazmente las redes digitales y mantenerse ahí a punta de vistas y de likes? ¿Cuáles son las sustancias que animan esta feminidad, aparentemente cimentada en la infatigable alegría?

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Las imágenes que nos rodean marcan, a punta de repetición, lo que nos parece ‘normal’ y ‘natural’. Y ninguna época como la nuestra había sido tan vigorosamente visual. Vivimos envueltos en un torbellino de visiones constantes que se reemplazan y multiplican con cada espabilar. Son estas imágenes las que nos muestran cómo luce “la mujer ideal” que cada época suele inventar.

¿Qué sucede entonces cuando la imagen de lo femenino es un vértigo que se multiplica, como nunca antes, y que resulta fácil de crear?

La mujer como imagen tiene una historia amplia. Largamente contada por la mirada masculina, podría decirse que es un logro para el feminismo el que las mujeres, por primera vez, se apropien de la creación de su propia imagen a través de la teatralidad digital. Esta es una de las características alentadoras de esta nueva realidad digital.

Según teóricas como Agnès Rocamora, los espacios de feminidad digital han funcionado como terrenos de afirmación y asertividad. También terrenos donde se reviven relaciones más complejas para la apariencia femenina. La mirada del mundo es una en la que se vigila y condiciona a la mujer. Las mujeres aprenden a verse a sí mismas así también: hacia fuera, hacia unos ojos externos.

Ahora cuando a través de imágenes como las de las influencers se refuerza la noción de que la identidad femenina recae sobre el ocio, sobre ser un objeto especular, sobre el ser imagen y gravitar alrededor de un feliz y constante aparentar: ¿son entonces las influenciadoras un retroceso feminista o un síntoma de liberación femenina? ¿Dónde trazamos la frontera entre auto-cosificación y empoderamiento asertivo?

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Influencer: el ideal femenino

Virginia Postrel define el concepto de glamour como un “sentido de añoranza en el espectador y el arte de la persuasión visual”. Aparte de lograr esto, las imágenes de las influencers están atravesadas por una electricidad peculiar: la de la complacencia aparente consigo misma, el regocijo de saberse atractiva, y la satisfacción que implica habitar una existencia acomodada, habitando escenarios que denotan goce y prosperidad.

En Colombia, por ejemplo, las que se invierten en este oficio rescatan y replican algunos de los lemas visuales del radar global: comidas dignas de ser fotografiadas, prendas de diseñador y objetos de deseo actual; tampoco faltan las postales de fulgor en bikini.

Sus imágenes arrojan miles de corazones en señal de aprobación y simpatía. Largas son las cadenas de comentarios que enaltecen sus postales. Son hijas inevitables del tiempo en el que viven.

Unas, por ejemplo, exhiben cuerpos torneados y firmes que se anteponen a fondos playeros y que acompañan con lemas alegrones, sencillos. Obedeciendo a esta era, le apuntan a través de esos pies de foto básicos a la unicidad, a la mejoría, a la superación personal.

Otras acuden a consignas de autoestima, argumentando que aceptan sus falacias físicas y que no hay nada de malo en ellas aún cuando, problemáticamente, exhiben cuerpos que se ciñen con precisión a los ideales de belleza actual. Cuerpos que parecen calcas de eso que la actualidad nos dibuja hoy como “la mujer ideal”.

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Las ambivalencias de ser mujer en la actualidad se encuentran en muchos de sus símbolos.

¿Qué ideales hacen dignos de añorar las influencers? ¿De qué manera son influencia para las nuevas generaciones, sobre todo en tiempos en que las posibilidades de la mujer —si bien falta mucho trecho por conquistar— nunca habían sido tan amplias y libres?

En una época en donde los discursos feministas de esta ola cada vez están cogiendo más fuerza en el mundo, no deja de ser problemático que algunas de estas chicas, cuyos físicos y actitudes se basan en formas que son complacientes a nivel masivo, se apropien de estos discursos y de todo manifiesto que sea coyuntural para atraer la atención.

Ya sea el empoderamiento femenino, el cambio climático o alguna coyuntura política, ahí están las influencers montándose en posturas viscerales, convenientes, históricamente desinformadas, todas potenciales de recibir aplausos virtuales, más aprobación, más popularidad.

Pero contrario a los discursos de los que se apropian, muchas de ellas refuerzan la mirada masculina como parte fundamental de su identidad, como cuando algunas de ellas publicitan champús anticaída, argumentando su consumo por el disgusto que siente su marido al ver hebras de pelo en la almohada. O cuando a través de videos cortos y a modo de humor, varias de ellas explican que a veces las mujeres nos despertamos simple y llanamente con “ganas de pelear”, anulando así toda emotividad femenina.

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Algunas incluso nos sugieren que, ante la eventualidad de ser cuestionadas por el número de parejas sexuales en nuestras vidas, escojan falsificar una cantidad para fabricar la respuesta de una “dama ideal”.

Machismo del más puro.

El mecanismo de influenciar para alborotar comportamientos, gustos, hábitos, compras y directrices es todo menos novedad: la historia del espectáculo y del vestir está llena de ejemplos. Uno de ellos es It, la película protagonizada por Clara Bow en 1927, en donde retrata a ese tipo de chica que otras desean emular. En cambio, en el film noventero de Woody Allen, Celebrity, la reflexión gira en torno a aquellas personas que elevamos como dignas de ser celebradas por los ideales que personifican. De eso se trata, en muchos sentidos, el concepto de celebridad.

Y las influencers son el nuevo envase de ese concepto. Ese séquito juvenil y mayoritario que nos refuerza el imaginario de que el oficio de influenciar consiste en posar constantemente para una audiencia que, con su aprobación, exacerba su sentido de celebridad. Son las que te invitan a los eventos de las marcas de moda, las que son retratadas y replicadas en redes, las del maquillaje…

Las que se multiplican. Las que aglomeran ya miles de likes. Representan un modo de vivir a la que empiezan a aspirar las más chicas. Vivir de posar.

¿Qué es influenciar y cómo se mide? ¿Corazones, seguidores, comentarios aduladores, estadísticas? ¿Logro, talento, educación? ¿Mensajes que permitan nuevos aires y evolución? Estamos en los predios de la jerga de nuestra hipermodernidad: algoritmos y marketing digital. Índices de nuestra temporalidad.

Sin embargo, hay que reconocer que poder crear la propia imagen no es algo insignificante dentro de una tradición en que las mujeres se veían desde la mirada masculina. He allí un atributo de indiscutible libertad. Tampoco podemos ignorar que el activismo feminista, el real, se enciende hoy también en este terreno digital. Pero el exceso de apariencia en las influencers también habla de las complejidades que su ideal representa hoy en ser mujer.

Ah, la feminidad, ese predio siempre pululado por contrariedad.