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Feminismo

El feminismo de Ana Botín es como las camisetas de Dior

No quiero pensar mal de usted, Ana Botín, pero ¿caben en su feminismo las camareras, las desahuciadas o las pensionistas?
Reuters/Juan Medina

Querida Ana Patricia:

Es usted feminista y celebro que así sea. Hace diez años no, pero ahora sí que lo es, como le ha dicho a Pepa Bueno y como se ha ocupado en explicar en una misiva a través de su Linkedin. Pero no puedo evitar que sus declaraciones me generen una sensación rara en el estómago, como de desasosiego, como de extrañeza.

¿Por qué no era usted feminista hace 10 años, Ana Patricia? ¿Qué es lo que ha cambiado, el feminismo o usted? ¿No será usted feminista como lo son las camisetas de Dior, solo aptas para las que pueden pagar 300 euros por un trozo de tela estampada con una frase de Chimamanda Ngozi?

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No quiero pensar mal, Ana Patricia, pero sospecho que tiene usted mucho que ver con esas camisetas en las que se podía leer "We should all be feminist". No quiero pensar mal, pero sospecho que en su feminismo no caben las camareras que denuncian precariedad, ni las trabajadoras del hogar, ni las deshauciadas ni las pensionistas ni tantas y tantas mujeres precarizadas.

Porque apela usted constantemente a lo positivo que es para la empresa (y sospecho que por ahí van los tiros de su adhesión al feminismo) que haya mujeres en los puestos de poder. Porque afirma, orgullosa, que para llegar a donde está optó por "hablar claro y trabajar más que sus jefes". Porque considera usted "que las mujeres tenemos las capacidades intrínsecas para avanzar por méritos propios".

Y claro que las tenemos, Ana Patricia, pero ¿se ha parado usted a mirar los apellidos que aparecen en su pasaporte? Hay mujeres que no pueden hablarle claro a sus jefes, se lo juro. Porque temen ser despedidas y porque saben que, si son despedidas, no tendrá galletas María que darles a sus hijos en el desayuno del día siguiente.

Hay mujeres, se lo juro, a las que ni la vida ni la cuna ni el apellido les dan la oportunidad de hablarle claro a ningún jefe en ningún banco de Nueva York. Y eso, lo siento mucho, Ana Patricia, no son méritos propios. Méritos propios habrían sido, además de hablarle claro a sus jefes, trabajar para acabar con los deshaucios que afectan (sorpresa, Ana Patricia), también a las mujeres.

Explíquele a la viuda del hombre que se suicidó en Cornellà el pasado mes de junio porque no podía pagar sus deudas con Quasar, una cartera de activos inmobiliarios que pertenece a su banco, que es usted feminista. Explíqueselo a las miles de mujeres que, en los últimos años, se han quedado en la calle por un sistema que usted alimenta con una mano mientras que con la otra escribe que las mujeres tenemos que tener más visibilidad y un trato más justo en las empresas.

Me pregunto si de verdad es un triunfo que usted se declare feminista, porque ojalá dentro de otros diez años ser mujer y reconocerse como tal sea una redundancia. Pero ojalá no nos conformemos con las migajas. Ojalá no aplaudamos con las orejas que usted o Albert Rivera o Meghan Markle decidan "hacer público" su feminismo, ojalá nos paremos a pensar en el sentido y el carácter transformador de un feminismo que defiende que las mujeres lleguemos a los puestos de poder sin plantearse que, desde los puestos de poder, se suele operar según la lógica de otro sistema que también se basa en la dinámica de opresores y oprimidos: el capitalismo.

Quizá haya que plantearse por qué usted, Ana Patricia, hace público que es feminista ahora y no hace diez años, cuando tan solo éramos cuatro locas en tetas que asaltaban iglesias para reclamar un aborto libre, seguro y gratuito. Pero hace diez años, claro, no había camisetas de Dior que decían que "todos deberíamos ser feministas". Lo que no decían era el precio. De las camisetas y de que todos lo fuéramos.