Un viaje de viajes con absenta
Eine Geisterhand im Zyankali. Fotos von Dominic Blewett

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Un viaje de viajes con absenta

Visité 4 bares de absenta en una noche. Quise comprobar que la absenta no provoca alucinaciones, sino claridad mental; una embriaguez que realza los sentidos.

Probé la absenta por primera vez a finales de los años noventa. Había un rumor de que un bar en la ciudad costera galesa donde vivía había importado una caja de algún lugar, la República Checa o Hungría, tal vez. Nadie sabía exactamente de dónde, pero de algún lugar que sonaba como bosques viejos y cálices.

La bebíamos en las tardes en las mesas de la ventana. Afuera, las olas grises se estrellaban contra la playa de piedritas. Adentro, las olas verdes se estrellaban contra nuestros cerebros. No teníamos idea de lo que estábamos haciendo, y el bar tampoco. Nos lo dieron sin diluir, sin la louche y le echábamos nuestros cubos de azúcar directamente. Metimos los pulgares en nuestras copas y encendimos las puntas. Nos tambaleamos, más borrachos de lo que nunca habíamos estado, sin saber que lo que estábamos bebiendo era absenta sólo en el nombre. Posiblemente era 'Hill Absenta', una de las primeras versiones bohemias importadas al Reino Unido una vez que se levantó la prohibición, pero ésta es (ahora lo sé) una bebida considerada por la Sociedad de Ajenjo como un vodka verde luminoso con 70 por ciento de alcohol. Éramos unos niños que se creían hombres.

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Esperemos que ahora ese bar venda absenta real y la sirva adecuadamente. No era su culpa. «El hada verde» había sido prohibida, para entonces, por la mayor parte del siglo; víctima de las autoridades paranoicas alimentando el miedo por los efectos de este «venenoÎ: depresión, alucinaciones, violencia, locura. Incluso ahora no ha logrado sacudirse del todo esa imagen negativa. Di absenta frente a tu caballero promedio, y aunque puede que describa el deseo por probarla, también puede mencionar el miedo de perder la cabeza y cortarse una oreja en un campo de heno.

Eso no va a pasar. Thujone, un compuesto encontrado en el ajenjo, y el ingrediente activo de la absenta, afecta al cuerpo de la misma manera que la cafeína. Si empiezas a alucinar mientras bebes absenta es porque estás bebiendo cosas realmente venenosas o porque eres un alcohólico en la última etapa. Lo que debes experimentar es claridad mental y lucidez; una especie de embriaguez que realza tus sentidos, en lugar de la clase regular, que se caga en ellos.

La absenta fue un gran fenómeno alguna vez. Originada en Suiza en 1792, se extendió rápidamente por todo el continente y en los Estados Unidos. En 1910, justo antes de la prohibición, los franceses estaban consumiendo 36 millones de litros al año. Mucho de eso fue durante 'L'Heure Verte' (la Hora Verde), que comenzaba a las 17:00 hrs de cada día, cuando los bebedores de absenta se congregaban en los cafés para dejar de ser funcionales. (Piénsalo como un 4:20 para hombres con sombrero y gabardina.) A Van Gogh le encantaba, también a Rimbaud, a Picasso y a Verlaine. Ernest Hemingway también la amaba y declaró que era «para calentar el cerebro, una alquimia de cambio de ideas». Su sabor (parecido al anís) puede irritar a algunos bebedores, ¿pero los efectos? No.

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La selección de Absenta en Druide. Fotos del autor.

Cuando regresé a vivir a Europa, esperaba reencontrarme con la bebida, esta vez adecuadamente, y esperaba que fuera algo fácil de hacer, ya que era legal allí desde hacía más de 15 años.

La historia de Alemania con la absenta no es clara. Michael Schöll del Absinth Depot de Berlín me dijo que el dueño de la tienda se encontró «una colección de caricaturas pornográficas relacionadas con absenta con fecha de 1912», que es, hasta donde sabe, «posiblemente la única prueba del consumo de absenta en Alemania [en ese tiempo]» y «eso nos lleva a creer que la absenta debe haber estado disponible para aquellos que realmente querían tenerla en sus manos». Pero la fuerte relación en las caricaturas de la absenta y la prostitución y degeneración hace que sea muy probable que los únicos lugares en los que estaba disponible era en los distritos más ásperos y peligrosos de Berlín (y tal vez de otras ciudades más grandes de Alemania). De acuerdo con el propietario, «la absenta se consideraba como una droga, no como una bebida alcohólica».

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Depósito de Absenta en Berlín.

Hoy en día, Berlín cuenta con cuatro bares de absenta, es decir, cuatro bares dedicados a la absenta. No creo que eso sea suficiente: hay 3,5 millones de personas en Berlín. Decidí visitarlos una noche para ver si yo, al no ser un degenerado, podría fomentar la construcción de más. Me llevé a mi amigo Ernests conmigo. Sí, estás leyendo bien, no es 'Ernest' (como el de Hemingway), sino 'Ernests', como el tenista letón. Ernests, que desprecia la absenta, estaba allí por la empresa y para cuidarme. Para esto último, sin embargo, fue de poca ayuda. En el primer bar, Ernests tomó absenta, y continúo bebiéndola conforme avanzaba la noche.

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Empezamos en el entorno educativo del Absinth Depot, ubicado en el Scheunenviertel, el viejo barrio rojo de Berlín. Allí se venden más de 100 tipos diferentes de absenta y hay botellas en el interior que llegan hasta el techo. Las paredes están cubiertas de un papel tapiz estampado color dorado lamé y propaganda de la época que te dice que «vas a estar bien». También hay cucharas de plata a la venta (para poner los cubos de azúcar sobre el vaso), y fuentes de agua para tu louche.

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Depósito de Absenta. Druide.

Me tomo una absenta clásica, Lemercier Amer, producida por una destilería familiar en el sureste de Francia desde 1811. La botella dice: «Una bebida deliciosamente suave, ligera y refrescante con muchos sabores de absenta típicos: anís, ajenjo, anís de estrella y regaliz. Los toques de cilantro, angélica, cardamomo y la menta son evidentes para algunos bebedores; 72 por ciento de alcohol; 30-35 mg de tujona».

Los sabores y el contenido de alcohol me son evidentes, y estoy feliz bebiendo mi líquido opalescente, sintiendo cómo mi cerebro se empieza a calentar, escuchando lo que, según Ernests, son los Flying Burrito Brothers saliendo de las bocinas. Ernests, sin embargo, está muy incómodo. Su absenta, que no tendrá nombre, y que eligió porque no le gusta el sabor del anís, sabe a menta. Se ve y sabe un poco como el Listerine, y lo está haciendo teatralmente miserable. Yo estoy entre él y la barra para ocultar de Michael su rostro retorcido, pues no lo quiero molestar, e intento redireccionar la atención de Ernests a un hombre que acaba de entrar y que parece estar hablando en un idioma que nadie entiende y que apunta a las cosas que se niega a comprar. Lo vemos hasta que se va, hasta que una bolsa desatendida en el mostrador nos llama la atención.

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Ernests especula que puede ser una bomba.

«No te preocupes», le digo, «esto no es un aeropuerto», y la próxima vez que volteamos, ya no está.

De ahí tomamos el U-Bahn hasta Druide en Prenzlauer Berg. A pesar de nuestras diferentes experiencias de sabor, ambos concordamos en que nos sentimos radiantes. Hay algo de primavera en nuestro andar y una inclinación literaria en nuestra conversación. Vemos el mundo de reojo, conscientes, nuestros cerebros riendo con sabiduría y compasión por nuestros semejantes. El tren amarillo se lleva nuestros cuerpos verdes por la ciudad a través de la oscuridad en su largo vientre de luz ruidosa, y sonreímos.

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En Druide: la manera incorrecta de hacer Absinta.

Tras brincarnos la oscura intersección, llegamos al bar. Pero, ¿qué es esto? ¡El Horror! Hay mucho ruido y las mesas están llenas de plebeyos que rebuznan. Tal vez viajan a mochilazo. Hace años que podría haber sido uno de ellos, pero ya soy viejo, me he bebido un diccionario y un ojo de vidrio, y, francamente, me dan asco.

Aquí es donde la gente viene a emborracharse, para sumergirse en la absenta, ignorantes de sus frutos vivificantes. Vemos la lista de los diez tipos de absenta más fuertes que se trafican. Es como una tabla de la liguilla de fútbol. Con un suspiro, ambos ordenamos el número 1, la primera de las diez primeras, Maldoror, una absenta francesa, con 66 por ciento de alcohol y con 35 mg de tujona.

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Mal, ma, mal.barman

Antes de poder darle una bofetada, el sumerge el terrón de azúcar en mi bebida y le prende fuego. Es cierto que la llama azul vacilante es bonita, pero por dentro lloro. A toda prisa (que no es manera de beber la absenta), nos tomamos nuestros líquidos violados, con un ojo puesto en la salida. Antes de irnos, la naturaleza llama. Conforme me muevo a través del bullicio sombrío, una voz grita por encima del resto, «¡Me encanta la puta ciencia! ¡No me hagan hablar de ella!» En los baños me estremece el aullido a todo pulmón, lujurioso, de algún estudiante apunto de venirse o de alguien a segundos de liberar un chorro de su alma vaciada en vómito. Huimos. Yahvé, ¡sálvanos de esta prole!

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En Lauschangriff, un viaje en tranvía (en el que uno se siente como una nutria hecha de orugas) de P'Berg a Friedrichschain, nos hundimos en las exuberantes sillas y pedimos absenta en un bar que parece no tenerla. El cráneo rosado del barman sube por una escalera para llegar a una botella polvorienta de la estantería superior. Nos sirve una gran porción. Eso es todo. Pedimos agua y nos da un vaso enorme a cada uno. Confundidos, vertemos la absenta en el agua y disfrutamos de nuestras pintas de nube.

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Fuentes de agua en el Depósito de Absenta.

¿Qué es? absenta de Sachsen con 77.7 por ciento de alcohol. Horrible. Las paredes son de color rojo, carmesí, de hecho. Por ello, creo, las pinturas de ojos con pestañas gigantes y de narices son de un amarillo brillante. Le pregunto al bartender si este es el bar de absenta, Lauschangriff. «No», dice, «es la misma dirección, pero está a lado, y ahorita está cerrado».

Ni modo. La bebida no tiene boca y por lo tanto no nos puede comer, ni puede comerse a sí misma. Debemos actuar sobre ella como lo haríamos con cualquier otra bebida que nos espera. Hey Hey, My My de Neil Young resuena en nuestros cráneos: «Once you're gone, you ain't never coming back». Ambos tenemos dificultad para hablar. No es que no haya mucho que decir. Por el contrario, los pensamientos están cayendo a la lengua, pero se pegan allí, como si el órgano estuviera creciendo, hinchada en una especie de muerte de avispa anafiláctica. Seseamos.

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El escenario de Absenta en Lauschangriff.

Uno de nosotros dice: «La pasta de dientes podría propagarse en la avispa para aliviar el dolor».

Por supuesto que sí. Hay algo de verdad en eso. También es cierto que «hay vida en el fondo de los botones», que «la armónica es un buen instrumento para la absenta», y, que, por desgracia, «hay glándulas que no se pueden preocupar por todo». Pero ninguno de estos hechos hace que la vida sea más fácil, y mientras nos carcajeamos en nuestros asientos y balbuceamos hacia el olvido, empieza a sonar Rage Against the Machine. Suena más furiosa que las alas de hadas construyendo sus telarañas en nuestro interior y se acerca la hora de irnos. Hora de irnos a otro bar, en la línea marrón truncada de la U5. Aunque nuestras mentes ahora están inestables, nuestros pies están firmes, y admiramos los azulejos conforme pasan en la estación, y sentimos aprecio por las máquinas del ser humano que los mueven y a todo lo que se esfuerzan por hacer en el nombre de lo que es bueno y correcto.

Una niña está de pie junto a nosotros. Su rostro está en calma por un momento, luego lo retuerce hacia arriba como si fuera a estornudar y de pronto vómito líquido con pimiento rojo salpica en el suelo. Huimos de la salpicadura y del hedor a otro vagón, pero aquí también hay vómito en el suelo, viscoso y amarillento. A medida que el tren llega a nuestra estación, Ernests pone la mano para abrir la puerta, la quita inmediatamente. Un poco de vómito de porridge invade el mango.

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En Zyankali.

En Zyankali, un «bar de cianuro» en Kreuzberg, un mago en una bata de laboratorio, con el pelo largo y el bigote encerado y retorcido estilo Dalí, toma mi orden. En el menú burbujeante de color amarillo brillante hay cócteles de absenta (con nombres como 'Amenaza a la sobriedad'), Habsburg (la absenta más fuerte del mundo), y una selección de shots psicodélicos que contienen agua, cannabis, licor de mandrágora, o pan. También hay dos tipos de absenta casera, una añejada en un barril de jerez. El bar es brillante, adornado con máscaras de gas. Miro a mi alrededor, Ernests se ha ido. Me tomó una creación de Marilyn Manson, Mansinthe, una adecuada Satanic con 66,6 por ciento de alcohol, y veo la fuente de agua tirar lentamente gotas en su propio cáliz. Las sombras se proyectan en la pared, y escucho jazz frenético.

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Marilyn afirmó haber escrito su canción The Golden Age of Grotesque en 12 horas con una botella de la materia verde. Oigo esas letras ahora mientras me tomo su jugo: «So my bon mots, hit-boy Tommy Irons, rowdy rowdies, honey-fingered Goodbye Dolls, Hellzapoppin. Open your third nostril…»

Hago eso, respiro profundo, con los ojos cerrados, y escucho una voz diferente, no la que canta: «Te contaré sobre las diminutas fajas de las prostitutas alemanas».

«Eso me gustaría», digo, y abro los ojos. Ernests ha vuelto, está sentado frente a mí en una camilla de cuero negro, con la cabeza sonriente enmarcada por las luminosas paredes falsas amarillas a prueba de choques. Se inclina hacia adelante como si fuera a contar un secreto: «Ve a Marilyn Manson con referencia a las posibilidades de la auto-felación con o sin extracción de costilla». Mi cabeza se desploma hacia adelante, no, no para intentarlo, sino porque estoy estupendamente ebrio. Soy un hombre solitario efervescente, y tu bandeja de palomitas de maíz con sal seca mi mente. Miro hacia arriba. Ernests no está por ningún lado. Doy un paseo por el lugar, con las manos entrelazadas detrás de la espalda como un caballeroso detective.

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Zynkali.

Las paredes están decoradas con carteles de astronomía, química, la tabla periódica, junto con diseños anatómicos y consejos médicos—incluyendo uno sobre cómo tratar un dolor de cabeza—. Una pared en una habitación lateral está completamente cubierta de púrpura, plantas de tomate colgantes y, mientras la miro, aparece una mano fantasmal de su centro y me entrega la bebida que debería haber estado llevando conmigo. En un gabinete iluminado en las escaleras están los estantes llenos de diminutos cráneos. Cráneos de aves tal vez. Y me pregunto si las aves tienen dolores de cabeza de la misma manera que nosotros, y si es así, ¿cómo se los tratan?, ¿recurren a algún fruto?, ¿para eso serán los gusanos?, y, ¿cómo llegaron éstas aquí? ¿dónde están sus cuerpos? ¿Se muelen en las bebidas? ¿Se quitan sus propias costillas para una felación? ¿Son como nosotros? ¿Como Marilyn?

Bebo una de las absentas caseras después de acabarme mi Mansinthe, pero con nadie con quien hablar y un bar más para visitar, decido continuar y tomar mi carnaval solitario al otro lado de la ciudad.

Finalmente, en Lauschangriff pido un Capricieuse, un acompañante aromático con 72 por ciento de alcohol –una vieja receta. Es una de las 17 absentas en el menú, que también incluye cócteles como el Bloody Absinthe Brain. Aunque estoy lleno de los efectos vivificantes de mi tujona, estoy cansado. No de la forma flexible que un habitante de la piel recibe después de beber cerveza o whisky o vino, sino de la forma sutil, alta, y de hormigueo que un cuerpo puede sentir –con su mente aún libre, pero fuera de alcance –después de un festival de atracón de drogas. Dejo que sus vapores me superen. Contra la pared hay una espada larga, de metal curvado, que resulta ser una silla. No me siento en ella. Me siento en otra cosa. El interior de la barra es de color rojo y oscuro, como con un tipo de felpa correosa; como estar dentro de una trompa de Falopio sin todos los pelitos. Un hombre camina junto a mí y trata de chocar mi mano, intento chocarla, pero apenas toco su palma. No le importa. Un perro negro bebe de un cuenco en la esquina.

En una mesa, dos hombres con abrigos largos discuten problemas de ajedrez, con las cabezas inclinadas sobre una tabla de madera pequeña. Y junto a la ventana, junto a un hombre delgado, barbudo, tipo dread-bunned, haciendo un cigarrillo, otro se sienta en silencio para comer una bandeja de sushi. Veo cómo mueve su boca, hasta la última pieza. Pone la tempura de camarón entre los dientes, cierra sus labios, y sigo la cola que se mueve de lado a lado conforme la mastica. Entonces echa la cabeza hacia atrás, como un lobo, y desaparece.