¿Y ahora qué tipo de bebedorxs somos?

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A mí me enseñaron que el alcohol se disfrutaba “con moderación”, que podía dejar que me relajara los músculos pero debía saber cuándo parar. Sobre todo eso: debía ser capaz de intuir en la laxitud de la lengua un límite. También me indicaron, con muchísimo énfasis, que la diferencia entre esos que “tienen un problema” con esta sustancia y los que “no lo tenemos” es que no bebemos solos, ni en el trabajo, ni desayunamos vasos de vodka. Nunca he podido integrar la primera enseñanza; como en la mayoría de situaciones de mi vida, con el alcohol me cuesta parar a tiempo. Envidio a esa gente que percibe el minuto exacto en el que hay que empezar a pedir agua, porque a mí suele escapárseme. En cambio, me esforcé siempre por separar la bebida de la soledad: hasta hace un año yo nunca me emborrachaba sola, casi no tomaba vino con la cena, no quería ser de esa gente que “tiene un problema”.

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