Estoy perfectamente consciente de que la maternidad no es un deseo que me surja en el cuerpo. No lo siento. Me toco el útero y al pensar que allí podría haber vida humana siento repulsión, angustia. Desde que decidí expresar mi voluntad en público, me he tenido que enfrentar a una serie de mujeres y hombres que me señalan que “ya me va a pasar”, que “ya lo voy a
sentir”, que “ya me voy a dar cuenta de que voy a tener ganas”. Son las mismas voces que en su lugar de ginecólogxs, médicxs y efectores de la salud, convencidas de que la maternidad es el único destino posible de las mujeres felices, se rehúsan a ligarle las trompas a chicas jóvenes o a recomendar métodos anticonceptivos que puedan causar infertilidad para siempre dejar “una opción”. Yo he escuchado las historias de cientos de mujeres, amigas y desconocidas, que narran cómo tienen que luchar con el sistema de salud para que entiendan que no tienen ganas de ser mamás. Ni ahora, ni más tarde, ni nunca