A los dieciocho años se fue de Perú, volvió a los veintiuno. Uno de sus videos la muestra acompañada de mujeres en un entorno urbano en el que canta la consigna de “A mí me cuidan mis amigas, no la policía” al mismo tiempo que critica la defensa a una patria en la que no caben los reclamos de las mujeres y el racismo es imperante. Ahí lleva el pelo recogido en trenzas, primero, después suelto como la lengua y el cuerpo rebelde. “Y dicen que son un Estado laico pero hacen justicia con biblia en mano”, continúa la canción, que después habla del transporte y retrata el baile y los besos disidentes con rostros que también miran a la cámara y sonríen.
Cuando Yanna volvió a Perú vio con más claridad que llevar el cabello natural (afro) significa estar expuesta a la violencia racista a diario. La conciencia de una necesidad urgente por descolonizar y despatriarcalizar su contexto inmediato y, en general, el mundo, la llevaron primero a la militancia activa desde sus redes y después a la música, otra forma de contestación. Contra el racismo y la lgtbfobia surge su trabajo como modelo, tatuadora o influencer: la búsqueda tiene tanto que ver con enunciar las violencias como con encontrar formas de restauración digna sin culpa y sin miedos. “Si sano yo, sanamos muchas”, ha dicho, y los cuestionamientos van profundizando su discurso y volviéndolo más incómodo para ella misma y para lxs otrxs.
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Actualmente está produciendo su primer EP, con influencias de hip hop, trap, dancehall, reggae, música afroperuana y funk brasilero. Se trata pues, de una fusión que combina su conexión con energías ancestrales que la llevan a pensar con y desde el amor y la sensibilidad: los afectos y la ternura puestos a flor de piel, dispuestos para ocupar las discusiones y los espacios.
Yanna es una de las cincuenta líderes en disidencia sexual y de género cuya vida celebramos en nuestra quinta edición, ORGULLO.