Me quedé embarazada la primera vez que tuve relaciones sexuales
Illustration by Martiza Lugo

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Identidad

Me quedé embarazada la primera vez que tuve relaciones sexuales

Y mi primera visita al ginecólogo fue para someterme a un aborto. Tenía 19 años y amaba a Jesús.

Me quedé embarazada la primera vez que tuve relaciones sexuales Ese no era el plan, el plan era tener sexo cuando me casara, pero no estaba casada, me encontraba en la recta final de mis 18 años, vivía en una residencia universitaria y llevaba en mi interior la semilla de un chico que había conocido en la iglesia. Me convertí a la iglesia Bautista del Sur a mitad de carrera, cuando una amiga me llevó a una sesión de rezos de un día de duración en su iglesia. En seguida me metí de lleno en ello: asistía a Disciples Now (un retiro espiritual para adolescentes molones que amaban a Jesús), iba al campamento de la iglesia y realizaba viajes misioneros. Incluso memorizaba versículos de la Biblia por diversión. Pronto empecé a pasar los fines de semana llamando a la puerta de desconocidos para hablarles sobre Jesús y sobre cómo podían ir al cielo. El sexo prematrimonial con el tío que conocí en la iglesia no era una de las formas de conseguirlo.

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Aunque mis padres eran episcopalianos no practicantes, eran tan estrictos en lo relativo al sexo como los bautistas. No podía mencionarse el "sexo", ni hacer preguntas sobre él. Mi hermano y yo éramos adoptados y creo que a mis padres les gustaba vagamente la idea de que creyéramos que nunca habían practicado el sexo. Estoy segura de que lo hicieron, pero supongo que, técnicamente, no tendrían por qué haberlo hecho.

Cuando iba a sexto curso pregunté a mi madre acerca del sexo mientras comprábamos vaqueros.

Yo dije, "¿No se supone que deberíamos tener una charla sobre sexo?".

Mi madre me miró y dijo, "Tenemos televisión".

De modo que imagino que esperaba que obtuviera mi información sobre el sexo en Showtime y HBO. Y supongo que así fue.

Cuando tenía 18 años iba todo el día cachonda y Jesús no hizo nada para evitarlo. De hecho, había perdido gran parte de mi fe cristiana después de asistir a mi primera clase de historia en la universidad. Una vez que supe cómo se habían utilizado la fe cristiana y la Biblia para controlar a la gente, especialmente a la gente que no sabía leer, perdió parte de su brillo para mí. Mientras tanto, tenía fuertes impulsos físicos que no entendía. Me despertaba con convulsiones, frotándome los genitales contra la almohada o el aire. Tenía sueños eróticos. Un montón de veces mojé los pantalones y estuve a punto de tener sexo con tíos. Yo pensaba que algo no iba bien dentro de mí porque nadie me había dicho que las chicas pudieran sentir esos deseos.

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Finalmente, mi cuerpo venció a mi mente y tuve relaciones sexuales con Dan.

Dan y yo empezamos a salir durante mi último año de instituto. Él era dulce y algo bobalicón, rechoncho pero mono, y yo me sentía salvajemente atraída por él. Teníamos sesiones épicas de morreos y metidas de mano. Éramos muy afectuosos entre nosotros y siempre andábamos cogidos de la mano durante los viajes con la iglesia, de modo que algunas personas daban por hecho que ya habíamos tenido sexo. Cuando yo cursaba mi primer año de universidad, él estaba en segundo curso en otra facultad cerca de donde habíamos crecido. Nos habíamos distanciado y en realidad ya no estábamos juntos, pero cuando yo volvía a casa de visita nos veíamos de vez en cuando.

Finalmente, unas semanas antes de mi decimonoveno cumpleaños, conduje las tres horas de camino a "casa" pero sin decir nada a mis padres. Iba a ver a Dan. Y ni siquiera se lo dije a Dan, pero iba a tener por fin S-E-X-O con él.

Nos tomamos unos margaritas y charlamos un rato. Era muy extraño, porque oficialmente ya no éramos pareja y yo sabía que esta vez no iba a parar. Entonces empezamos a enrollarnos. Luego fuimos hasta el dormitorio. Y luego lo hicimos.

Dios mío, realmente estaba lista para hacerlo. No sé qué es lo que esperaba del sexo, en realidad no me había parado a pensarlo racionalmente, simplemente me sentía impulsada a tenerle dentro de mí. Era algo primitivo. Él se puso encima porque era mi primera vez y no hacía falta ponerse creativos.

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Se puso un condón y justo antes de penetrarme me susurró al oído, "Simplemente agárrate a mí".

Aquel fue un gran consejo. Rodeé sus hombros con mis brazos y me sujeté a él mientras se balanceaba hacia mi interior. Yo estaba completamente caliente. Mentalmente no podía creer que aquello estuviera pasando por fin y físicamente era un almacén de fuegos artificiales en plena explosión.

La cosa acabó bastante rápido, pero no demasiado. Permanecimos un rato ahí tumbados, procesando lo que había sucedido. Entonces quise hacerlo de nuevo, del mismo modo que deseas volver a montar en la montaña rusa por segunda vez: Vale, ahora que más o menos sé qué esperar quiero volver a hacerlo sin estar tan espantada. Le besé y empezamos de nuevo. Me subí sobre él. Para mí era como un desafiante acto feminista: ¡Estoy haciendo esto que da tanto placer! ¡El sexo es natural! ¡Estoy ejerciendo mi poder!

No me detuve a ponerle un condón, porque quería sentirle sin protección, sin nada. Por supuesto que pensaba parar y hacer que se pusiera uno, pero solo quería sentirlo durante un segundo… Y después durante otro segundo… Y después lo sentí. Se corrió dentro de mí y noté una pequeña sensación, casi justo detrás del ombligo.

Estaba embarazada.

Semanas más tarde empecé a preguntarme si estaba embarazada porque me dolían las tetas y me sentía rara, como indispuesta. Pero en seguida deseché la idea. ¿Qué soy yo, una especie de tía con superpoderes? Nadie se queda embarazada la primera vez, solo me estoy poniendo dramática. Cuando no me llegó el período, compré un test en la farmacia. Decía que estaba embarazada. Me puse roja de vergüenza y horror, pero era un test casero barato, todavía tenía la posibilidad de negación.

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Fui a una clínica, hice pis en un vasito y me sometí a una prueba real de embarazo.

Cuando la clínica me llamó con los resultados, mi compañera estaba fuera estudiando y yo me estaba echando la siesta en la habitación. Yo vivía en la residencia Scottish-Rite, la más pija del campus. Se decía que el edificio era el ejemplo más destacado de arquitectura georgiana que quedaba en el Sur. Solo puedes alojarte allí si eres descendiente de un masón y debes presentar cartas de recomendación para que te tengan siquiera en consideración. Mis cartas habían sido escritas por senadores estatales.

Me senté sobre la cama, escuchando, esperando notar el alivio que sentiría cuando dijeran que no estaba embarazada. Esperaba sentirme idiota por haber hecho una montaña de todo aquello. No es más que sexo, ¿no? Todo el mundo lo hace. Estoy segura de que no estoy embarazada, es una locura.

La mujer del teléfono dijo que el test era positivo. El tiempo se detuvo. Todo cambió. Ya no era el hipotético "¿Qué haré si tengo este enorme problema?". Ahora tenía un enorme problema. Colgué el teléfono, grité y lloré. Sabía que mis compañeras de residencia podían oírme, pero me daba igual. Ahora era real. Me sentía atrapada bajo el peso de la situación.

¿Y ahora qué?

Siempre había creído que someterse a un aborto era algo que debían decidir las mujeres, pero nunca pensé que sería una decisión que yo tendría que tomar. Siempre había sido una chica buena, una estudiante de sobresaliente, una súper cristiana. Y ahora estaba embarazada. Consideré las opciones y las no opciones.

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Me imaginé teniendo un bebé y entregándolo en adopción. Mi madre biológica se quedó embarazada cuando estaba en la universidad. Según supe después, estudiaba música. Era religiosa y dirigía el coro de la iglesia, pero tuvo relaciones sexuales con un tío de su fraternidad que en realidad no era su novio, se quedó embarazada de mí y (obviamente) me tuvo. Me dejó crecer en su interior, sin importarle el efecto que tuviera en sus padres, su vida y su educación. Me llevó dentro durante nueve meses y después me entregó a un centro de adopción. Aquello fue en 1969 y ella tenía 19 años. En 1989, yo también tenía 19 y me enfrentaba al mismo problema.

Mi madre biológica me llevó en su interior durante nueve meses y después me entregó a un centro de adopción. Aquello fue en 1969 y ella tenía 19 años. En 1989, yo también tenía 19 y me enfrentaba al mismo problema

Pero a mí no me gustaba ser adoptada. Siempre me sentía rara, pensaba que era extraño, me sentía diferente a los demás y aquello no me gustaba. Se supone que no debería decir algo así, se supone que debería estar agradecida y sentirme "elegida". A muchos hijos adoptados no les importa e incluso algunos, como mi hermano, jamás preguntan por el tema, pero sinceramente, a mí no me gustaba. Y pensaba que si alguna vez me tomaba la molestia de dar a luz a un niño, me lo quedaría.

Consideré la posibilidad de quedarme con el bebé, pero nada me impulsaba a criar un niño. Ninguna voz interior me gritaba que necesitara procrear, nada a nivel espiritual me animaba a crear una nueva vida y desde luego físicamente no lo deseaba. No tenía la sensación de que tener un bebé fuera a salvar la vida de una persona nonata, lo que pensaba es que dañaría las vidas de algunas personas ya nacidas. No quería tener un bebé.

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Entonces consideré el aborto: era la única forma de no tener el bebé y de dejar de estar embarazada. Fue la única opción que consideré seriamente.

Llamé a Dan y se lo conté. Su primera pregunta fue, "¿Estás segura de que es mío?". ¿En serio, Tío-De-La-Iglesia? ¿Es que esta situación convierte a todos los tíos en auténticos soplapollas? Le aseguré que era suyo, porque nunca me había acostado con nadie más. Tener que soportar aquello fue indignante y humillante.

Costaba 300 dólares. Él me dijo que pagaría la mitad. Por un instante me sentí como si pasara de ser una universitaria de clase media inteligente, cuidadosa y que no tenía sexo a ser la estúpida zorra que tiene que sostener a su novio por los pies y sacudirlo para conseguir pasta para el aborto. Vendí libros de texto para mi mitad del dinero. El semestre aún no había terminado, pero los vendí de todas formas.

Me sentía avergonzada, aislada y sola. Me sentía estúpida. Me odiaba a mí misma por haberme metido en aquella situación. Odiaba a mi cuerpo por hacerme aquello. Menuda traición. Me sentía castigada por Dios. Había esperado a tener sexo porque sabía que no era lo correcto y entonces lo hice UNA SOLA VEZ —de acuerdo, técnicamente fueron dos veces— y me quedé embarazada. ¿Por qué yo? Estaba muy enfadada. ¡La gente tenía relaciones sexuales sin consecuencias graves TODO EL TIEMPO!.

Semanas antes de quedarme embarazada estaba en casa de una amiga cuando vimos en las noticias una manifestación frente a una clínica abortiva. Las mujeres debían pasar entre personas que les gritaban e insultaban y abrirse paso a empujones entre personas que les bloqueaban el camino. Mi amiga dijo, "Jesús, vaya manera de que todos tus amigos se enteren de que vas a someterte a un aborto. Saliendo en las noticias". Ahora yo iba a ser una de aquellas chicas.

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Manifestación contra el aborto en Texas por Toby Marks vía Flickr

Cuando llegó el momento de someterme al procedimiento, Dan no pagó su mitad. Dijo que había intentado conseguir el dinero pero que le había sido imposible. Casi pude escuchar cómo se encogía de hombros antes de que le colgara el teléfono. Así que le pedí prestado el dinero a una amiga.

La clínica era estéril pero cordial. Daba la misma sensación que la consulta normal de un médico, pero recubierta de colores tostados y marrones en lugar del típico blanco. En recepción me atendió una mujer de unos veinte años que llevaba el pelo de varios colores. Pagué en efectivo y ella me dedicó una ligera sonrisa que decía algo así como "Ya lo sé, lo siento", cosa que agradecí.

Existe la extendida creencia de que abortar es fácil, pero no lo es. Incluso aunque sabía que era la mejor decisión posible para mí, siguió siendo emocionalmente muy duro. ¿Qué pasa si me estoy equivocando? Esto no tiene marcha atrás y jamás he tenido que tomar una decisión así.

Físicamente, el procedimiento comienza como un chequeo ginecológico normal, pero yo nunca había ido al ginecólogo, así que incluso aquello era nuevo e incómodo para mí. Me pusieron una bata de papel abierta por detrás, me pidieron que me subiera a la mesa de exploración, me pusieron los pies sobre unos estribos y me abrieron con un espéculo. El médico se movía con rapidez, había practicado muchos abortos antes del mío. No era agradable ni desagradable, se comportó con profesionalidad y apenas estableció contacto visual conmigo. Había una sensación generalizada de "ninguno de nosotros quiere hacer esto, pero intentaremos hacerlo lo mejor posible".

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Me recliné hacia atrás y supongo que me introdujeron un tubo. No podía ver lo que hacían pero tampoco quería verlo. El médico anunció que iba a encender la máquina. Emitía un zumbido muy fuerte en una sala que por lo demás era bastante silenciosa. Yo me quedé ahí tumbada, dejando que absorbiera una vida fuera de mí. Estaba mareada. Me daba la sensación de que podía sentirlo, aunque no haya ningún nervio en el interior de mi útero, pero con el sonido y sabiendo lo que estaba haciendo la máquina, podía imaginarlo mentalmente y sentirlo.

Aquello tardó unos cinco o diez minutos. Cuando el médico retiró todos los aparatos y dijo que ya había terminado, dejé que la realidad me inundara.

Había mantenido mis emociones a raya para poder soportar el procedimiento, pero ahora me golpearon como un tsunami. Acababa de abortar un bebé. Quizá se suponía que debería haberlo tenido. ¿Qué pasaba si tenía alma? ¿Qué pasaba si nunca más podía tener hijos? ¿Qué pasaba si aquel niño era especial y se suponía que tenía que haber nacido? Mi pasado con Jesús me atormentaba. ¿Había cometido un pecado imperdonable? ¿Acababa de cometer un asesinato? ¿Qué habría pasado si mi madre biológica me hubiera hecho lo mismo a mí?

Me desmayé, abrumada por las emociones.

Una enfermera me ayudó a levantarme, me entregó una pila de gruesas compresas y me dijo que debía esperar hemorragias y calambres durante las siguientes 24 horas. Me condujeron a una sala de espera poco iluminada con unas doce tumbonas y un televisor. Las otras dos mujeres que había visto en la sala de espera ya estaban descansando allí. Esperé en aquel lugar hasta que mi amiga vino a buscarme y entonces fui a mi habitación de la residencia y me quedé dormida.

Pasé los siguientes días durmiendo casi todo el rato y después volví a mi vida normal. Pero ahora tenía un secreto. A los 19 años no supe lidiar bien con aquello. Me sentía culpable, triste y deprimida. Pasé los meses siguientes tratando de disimular: bebía mucho y me metía éxtasis y ácido. Empecé a follar un montón, ya me daba igual. Ya no había nada especial en mi sexualidad o mi cuerpo, nada que esperar. Había tenido sexo y se me había castigado por ello, así que lo mismo daba que siguiera haciéndolo. Era como si estuviera cabreada con el sexo, como si necesitara tener sexo de venganza para poder volver al sexo. Me odiaba a mí misma por haber dejado que aquello ocurriera y estuve castigándome por ello durante años.

Conforme pasaba el tiempo de vez en cuando me paraba a pensar cuántos años tendría mi hijo. Cuando tenía 23 conseguí un trabajo como profesora de séptimo curso y empecé a hacer monólogos cómicos. En ese momento mi hijo habría tenido tres años. Cuando tenía 27 años fui presentadora de un programa en la MTV. Mi hijo habría estado en primero de primaria. Mi madre murió cuando el niño habría tenido 15 años. Dejé de contar cuando habría cumplido los 20.

Someterme a un aborto fue algo muy importante que me pasó una gran factura emocional. Todo ha salido a la luz mediante terapia: he tratado mi culpa y mi vergüenza, he aceptado totalmente lo que hice y he aprendido a vivir con ello. También he llegado a ver que las conservadoras ideas cristianas en torno al sexo no son más que mierda patriarcal para controlar a las mujeres. De ahí procedía mi culpa: me educaron para creer que el sexo era algo que yo no debía hacer con mi cuerpo, pero el sexo sin duda es algo que las muchachas de 18 años deben hacer con sus cuerpos maravillosamente jóvenes. Y si no me hubieran educado para tener esas ideas tan extrañas acerca del sexo, quizá no habría mantenido tanto secreto en torno a él y no me habría quedado embarazada.

También dicen que el nacimiento es un milagro y que todos los niños son especiales, pero eso es una especie de pensamiento mágico. ¿Cuánta gente absolutamente maravillosa conoces? Yo conozco a un montón de capullos. Y estoy segura de que si hubiera tenido aquel niño, ahora mismo sería un adulto bastante jodido. También estoy segura de que no tener un bebé no significa estar robándole esa persona al mundo. Yo soy bastante guay, pero si me hubieran abortado os prometo que no sentiríais un vacío en el mundo. Todos estaríais estupendamente.

No fue fácil, pero si tuviera que hacerlo de nuevo, abortaría cada una de las veces. Aquello fue lo correcto y estoy agradecida de que aquella opción de someterme a un aborto seguro estuviera disponible. Tener un hijo es una decisión que debe meditarse concienzudamente. Yo era una chica de 18 años cachonda y ligeramente borracha que se subió a lo alto de una polla en un momento de pasión. Esa no es forma de traer una persona a la vida. Y tampoco es un error por el que debas pagar el resto de tu vida.