Visité el laboratorio de análisis de drogas incautadas de la Fiscalía
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Visité el laboratorio de análisis de drogas incautadas de la Fiscalía

De este lugar sale la evidencia principal con la que un fiscal puede acusar a una persona por porte y tráfico de estupefacientes.

¿Usted alguna vez ha probado cocaína? Esa fue la pregunta que me hizo William Garzón el día que lo visité: bogotano, cejas escasas, cara lampiña, 59 años, coordinador del Laboratorio de Química de la División de Criminalística del CTI de la Fiscalía. El Laboratorio tiene una función primordial: analizar las sustancias controladas por la Ley 100 de 1996 (estupefacientes, insumos y los precursores para su fabricación) a través de pruebas PIPH (Pruebas de Identificación Preliminar Homologada), que consisten en la aplicación de un protocolo internacional para la investigación de sustancias que son encontradas en escenas del crimen. Garzón es un ejemplo del viejo zorro pericial. Junta las facultades de un escáner de alta resolución con la agudeza de un campeón mundial de póquer. Se entrenó desd 1992 para que su margen de error sea el de un reloj atómico. El laboratorio es un lugar amplio, iluminado por la luz natural de las 11:00 de la mañana, y envuelto en un silencio permanente. Tiene mesones de baldosa ubicados en las márgenes del salón central, sobre los cuales hay paquetes que contienen cocaína cristalizada. En una esquina, un grupo de especialistas habla en voz baja. Una pelirroja pasa trotando como si estuviera en un gimnasio. El laboratorio comenzó a funcionar en 1992, cuando Instrucción Criminal se convirtió en la Fiscalía General de la Nación. La cita es en la oficina de William Garzón, que recuerda la escueta decoración de los laboratorios de colegio y universidad, por aquello de la asepsia minuciosa y el olor permanente a cloro. En 1990 se conformó el primer laboratorio de química forense en el país, donde trabajan químicos farmacéuticos, ingenieros, químicos puros y biólogos, la mayoría de ellos formados en la Nacional y la Universidad de Antioquia. En el laboratorio se emplea la técnica de la cromatografía, un método de separación que se basa en el principio de la "retención selectiva". La cromatografía cumple dos funciones básicas: separar los distintos componentes de una mezcla, lo que permite identificar y determinar las cantidades de dichos componentes, y medir la proporción de los componentes de la mezcla, en este caso las cantidades de material empleadas suelen ser muy pequeñas. La mano derecha de Garzón en el laboratorio es el cromatógrafo de masas (ICP MS), que determina el tipo y la cantidad de elementos químicos presentes en cada una de las muestras de droga que llegan al laboratorio para ser analizadas. Estas muestras son bolsas pequeñas que contienen cocaína, marihuana o heroína. Están organizadas en un rincón del mesón blanco, como una baraja de cartas. Garzón establece el perfil químico de cada una de las muestras (cuyo peso oscila entre tres y diez miligramos), una decodificación hasta hallar su composición química que la hace única. El cromatógrafo está justo al lado de las muestras, separado de ellas por una balanza digital que maneja Gonzalo Taborda Ocampo, que trabaja en silencio pero dirige cada cierto tiempo su mirada hacia nosotros. El cromatógrafo es un aparato de forma rectangular, similar a una pequeña impresora, con brazos mecánicos rígidos que toman pequeños tarritos de muestra y los lleva hacia un ascensor diminuto. Los resultados aparecen en una pantalla de computador. Allí están las líneas horizontales cortadas por picos repetidos o solitarios que indican la cantidad de alcaloide, benzoil oxitropano, benzoilecgonina y trujillina, elementos comunes en la elaboración de cocaína. El cromatógrafo fue adquirido hace 16 años, su precio en el mercado es de medio millón de dólares y su mantenimiento cuesta un millón de pesos mensuales. Pero en el diario quehacer del laboratorio no todo lo hacen los aparatos de punta. La semana anterior Garzón tardó dos días para sacar tres kilos de cocaína disfrazados en un paquete de llaveros Minions. Lo hizo con una espátula delgada, como la que usan los pintores cuando aplican trementina al bastidor, me dijo, y unos alicates en forma de punta. Algo similar sucede con la cocaína cristalizada, él debe extraer la cocaína que está oculta, separar las impurezas, establecer su peso y luego, sí, proceder a analizarla. Después de doce horas —el tiempo estipulado por la ley para aplicar pruebas PIPH—, Garzón elabora su informe preliminar con el que establece si la droga analizada es cocaína o no. Dicho informe constituye la evidencia principal con la que un fiscal puede acusar a una persona por porte y tráfico de estupefacientes. A esto se le conoce como cadena de custodia. Lo explico: la Policía Antinarcóticos decomisa la droga que las mulas ––o pasantes, en el argot institucional–– planeaban sacar del país, luego la droga es enviada directamente al laboratorio en el búnker de la Fiscalía para su análisis. El tiempo es fundamental. Desde que una persona es detenida por la Policía Antinarcóticos hasta que un juez decide si la envía a la cárcel o si permite que continúe su viaje, no pueden transcurrir más de 36 horas. El análisis de Garzón y su equipo es concluyente: muchas mulas terminan su viaje o naufragan en su intento de cruzar el Atlántico cuando el informe enviado por el laboratorio finaliza con tres palabras precisas, formales, diligentes: "positivo para cocaína". De ahí en adelante, si salen las palabritas, la persona tendrá que enfrentar a la justicia. El desarrollo de la criminalística en el país y en la Fiscalía General de la Nación coincidió con la entrada en vigencia del sistema acusatorio, en 2004. En el editorial de la revista Huellas #49,de la Fiscalía, James Troy Valencia —Jefe de División Criminalística Cuerpo Técnico de Investigación— explica que la criminalística es una ciencia que se basa en el cotejo y en la comparación. Todo puede ser controvertido y mejorado. El sistema acusatorio —dice Valencia—, es un sistema adversarial en el que Fiscalía y defensa se enfrentan en igualdad de oportunidades ante un juez imparcial, quien con base en pruebas y argumentos decide si condena o absuelve. Las pruebas se presentan oralmente y con testigos ante el juez, luego son sometidas a debate y confrontación por las partes que se esfuerzan por convencerlo. La productividad de la criminalística en el país ha sido vertiginosa. Valencia dice que a principios de 2004 era del 35%, y que para noviembre de ese año fue de 85%. Para los siguientes años anunciaba que la productividad sería del 95%. Sin embargo, un informe de El Tiempo escrito por José Manuel Acevedo cita un estudio de World Justice Project que mide la eficiencia de los aparatos de justicia en el mundo: "Colombia ocupa el deshonroso puesto 61 entre 69 países en eficiencia de justicia. [Agrega que] en el mes de agosto de 2015 una encuesta de Invamer Gallup, el sector judicial colombiano es el más desprestigiado de todos, alcanzando un 79% de imagen desfavorable, diez puntos más que el Congreso y un más que los partidos políticos".

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Para que la revolución de la criminalística sea viable y sostenible se requieren recursos, insumos, mantenimientos, reposición de equipos, capacitación, bodegas de evidencia, cadenas de custodia. Estos recursos llegaron con el Plan Colombia (2000-2015). En el informe Plan Colombia, fortalezas y debilidades, escrito por Juan Carlos Valencia, este señala que entre los años 2000 y 2015, el Plan Colombia recibió 2,800 millones de dólares, que junto a la asistencia de Departamento de Defensa gringo promedió los 4,500 millones de dólares presupuestados. "En 2005, la administración de George W. Bush (2001-2008) pidió fondos adicionales al Congreso de los Estados Unidos para el Plan Colombia para adicionarle 463 millones de dólares a través del ACI y 90 millones por medio del FMF". Asimismo, con la modernización del sistema penal, el perfil químico y el ADN son suficientes para identificar una sustancia o una persona, respectivamente. Desde 2001 se trabaja con la base de datos Matrix, un software creado y desarrollado por el FBI para que los laboratorios de química en el mundo puedan compartir información, comparar datos y perfiles químicos. La ciencia y la tecnología al servicio de la justicia. Cuando escribo esto recuerdo la historia de un asesinato que me impresionó. Hace cuatro años mataron a un homosexual en Bogotá. Alguien entró a su apartamento y lo atacó con un arma blanca. Hubo un forcejeo en el que, antes de morir, la víctima mordió a su agresor. Mientras revisaban la piel del rostro, los forenses encontraron un pulpejo (fragmento) de dedo en la boca. Sin realizar solicitudes por escrito ni oficios, con solo una llamada telefónica, el odontólogo forense y el equipo de genética tomaron muestras de ADN y moldes de la mordida en material elástico. Con ese trozo dieron con el culpable, algo imposible hace veinticinco años.

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William Garzón nació en 1967 y su infancia se dividió entre Bogotá, Medellín y España. Entró a estudiar Química en la Universidad Nacional en 1986, cuando el narcotráfico estaba en auge y había corrompido todos los niveles de la sociedad colombiana. En aquella década crecieron desmedidamente los cultivos de coca en la zona de la Amazonía y el Oriente. Alonso Salazar explica en su libro Drogas y narcotráfico en Colombia que en los departamentos cercanos a las ciudades se procesaba la coca, produciendo focos de producción, comercialización y tráfico cerca de centros urbanos. Por otro lado, hubo un declive de las economías regionales: crisis del algodón en la Costa Caribe, receso en la industria textil antioqueña, caídas de los precios internacionales del azúcar, y sobre todo la gran migración de antioqueños y personas del Eje Cafetero hacia los Estados Unidos. Salazar agrega: "La mafia creció asociada en buena medida protegida por sectores del gobierno y de los Estados Unidos, en un juego de intereses y beneficios de la Guerra Fría. Luego sigue la guerra a muerte entre 'Los Extraditables' y el Estado por la extradición". Cuando Garzón terminó bachillerato en 1984 fue asesinado Rodrigo Lara Bonilla, ministro de Justicia de entonces, quien le había declarado la guerra al cartel de Medellín. Garzón se formó como profesional con la guerra narcoterrorista como el telón de fondo. Su tesis de grado: Evaluación de una metodología para la determinación de solventes residuales presentes en muestras de cocaína, 1992. La primera parte de mi visita finaliza con dos aclaraciones de su trabajo y una confesión: al laboratorio no llega toda la droga decomisada sino un porcentaje que se calcula con una fórmula matemática (por cada mil gramos de droga, reciben uno o dos), el resto de la droga confiscada se destruye. Existen empresas de control ambiental que tienen contrato con la Fiscalía, y que funcionan en Mosquera y cuentan con hornos industriales para la destrucción. En Bogotá no está permitido hacer destrucción de narcóticos por temas ambientales. La confesión: en las horas muertas del día, Garzón repasa un museo de curiosidades en su oficina. Allí está el busto de Hugo Chávez, lleno de cocaína, que fue decomisado a una lituana embarazada que quería viajar a Nueva York en 2013; dos bolas chinas con droga que una mujer se introdujo en la vagina; pantalones de doble fondo y una vieja y tiesa caja de bocadillos veleños con cocaína líquida. De pie, Garzón pregunta si tenemos alguna duda. Le respondo que sí. "¿Qué tipo de droga se analiza en el laboratorio?", le preguntó. Y él responde: "Principalmente cocaína, heroína y cannabis". Sin esperar a que complementara su respuesta, le lanzó el segundo interrogante: "Cuántas muestras de droga analizó el laboratorio en 2015", y Garzón se refriega los dedos y los lleva hasta el mentón, casi hasta besar los nudillos de sus manos. "Yo calculo que unas 11.000 muestras. Después de analizar cada muestra debemos contrastar los resultados dos veces o más. O sea, que no son 11.000 sino unos 40.000 análisis realizados por nuestro equipo". Sin más que preguntar, le respondo a Garzón su pregunta de bienvenida a su refugio en el búnker. Le dije que probé la cocaína por primera vez en 2008, en un apartamento de una amiga en La Macarena. Me sentí cómodo cuando lo hice, le digo, experimenté sensaciones y una recarga de energía agradables.

Después de la reunión, Garzón nos invitó a que conociéramos el área central de análisis. Un televisor en silencio pasa el noticiero del canal CityTv, que parece más un programa de casos judiciales sin importancia que un informativo. En el salón central, Garzón pregunta por una caja que contiene muestras de drogas sintéticas. Otro perito se acerca hasta él y le responde que la caja está en otro salón, luego le da una palmada en el hombro. Garzón se ausenta un momento, luego aparece con una caja color ocre que tenía inscrito el sello Mario Hernández, la deja en la mesa central del salón de pruebas. Me acerco hasta la caja y Garzón la destapa. Se trata de un dispensario de muestras de heroína rosada, anfetaminas, LSD, 2CB, metanfetaminas, barbitúricos, sedantes, fármacos, y una variedad de drogas tipo 251-NBOMe, una droga sicodélica derivada de la feniletilamina psicodélica, que fue descubierta en 2003 por el químico Ralf Heim en la Universidad Libre de Berlín. El sueño de un yonqui de Trainspotting estaba al frente mío. Recuerdo una frase de Antonio Escohotado en su Historia general de las drogas: "Lícita o ilícita, toda sustancia capaz de modificar el ánimo altera la rutina psíquica, y rutina psíquica se confunde a menudo con cordura". Garzón afirma que podríamos estar sobre 600 tipos de drogas sintéticas: mezclas, adiciones, alteraciones, complementos y adulteraciones de compuestos químicos que se distribuyen en las calles o bares de las ciudades. A partir de la segunda década de este milenio, las policías judiciales de la ciudad (Dijin y CTI) han tenido que correr a actualizarse para tratar de entender los nuevos tipos de drogas y su dinámica. —Con estas drogas no hay prueba de campo (PIPH) —confiesa Garzón resignado. —¿Cuál sería la solución? —El problema de fondo es el vacío jurídico, no hay legislación que condene ni tipificación del delito. —¿Existe una "dosis mínima" de este tipo de drogas? —No hay dosis mínima establecida, además es difícil saber quién es consumidor y quién es distribuidor. Las cifras muestran la dificultad que enfrentan Policía y Fiscalía para identificar y perseguir a las redes de productores y distribuidores de este tipo de drogas. Según El Tiempo, en la primera parte de 2016, la Policía decomisó 20.947 unidades (pastas y otras presentaciones), no hubo una sola persona condenada o investigada. Aunque las drogas sintéticas se conocen en Colombia desde los años ochenta, hasta agosto de 2015 se registraron las primeras condenas contra personas que traficaban anfetaminas y cocaína rosada. Diana Marcela Moreno y Andrés Zuleta Lopera, integrantes de una organización, fueron condenados por un juez a 36 y 72 meses de prisión, respectivamente. La organización se dedicaba al comercio de anfetaminas y drogas sintéticas en Cali, San Andrés, Ecuador, Chile, Panamá, Estados Unidos y otros países de Europa. Su modus operandi consistía en organizar fiestas en sectores turísticos. "Cuando fueron capturados les hallaron unas 1.000 dosis de anfetaminas en diferentes modalidades, pastillas, LSD, Popper", señaló El Espectador. Por el consumo de drogas sintéticas hay muertes documentadas en Colombia: la persona siente que sale del cuerpo y pierde por completo la propriocepción (sentidos o consciencia del cuerpo). Por ejemplo, quien la consume, puede asomarse al balcón de su apartamento, dar el paso y saltar al vacío. Piernas quebradas, brazos lastimados, puntos de cierres de heridas son comunes en estos consumidores. A finales de 2015, hablé con la mayor Liz Cuadros, quien dirige el Centro Internacional de Estudios Estratégicos contra el Narcotráfico (CIENA) que, desde 2010, hace parte de la Policía Antinarcóticos de Colombia, encargada de vigilar la entrada y salida de sustancias ilícitas en los puertos y aeropuertos del país. La mayor Liz reconocía que el porcentaje de mulas que captura junto a su equipo de policías uniformados y encubiertos es menor en comparación con los que se van cargados. "Las mulas son una modalidad de toda la vida —explicaba—. Todos los días cae una, de todas las nacionalidades". Finalizó nuestra conversación con una comparación sencilla, oportuna. "El narcotráfico es como el juego del gato y el ratón". Si las mulas continúan existiendo y reinventándose, es porque el negocio continúa siendo muy bueno. En el caso de las drogas sintéticas la impotencia en el laboratorio que William Garzón coordina, es algo de todos los días. Se trabaja contra algo que parece inalcanzable, como un autobús en hora pico que compite contra un carro que se desliza por la autopista como un brochazo de pintura sobre la pared blanca. No hay pruebas de campo, pero Garzón señala con orgullo que han descubierto cómo a los consumidores de drogas sintéticas les han metido gato por liebre. Los vendedores adulteran la heroína con colorantes para que adquieran una tonalidad rosa, algunos dealers tienen menos escrúpulos: hacen pasar ketamina (un analgésico veterinario) por heroína rosada. En ese momento, Garzón saca una bolsita con varias pastillas de 2CB de la caja y agarra una de estas con la yema de sus dedos, pero queda aprisionada, no se ve. Luego la toma con unas pinzas largas, como tijeras de confeccionista, la levanta y con su otra mano acerca una lupa. En el centro de la pastilla observo las siglas 2CB talladas como un grabado. Algunas muestras de 2CB que han llegado al laboratorio contienen ketamina, metilsalicilato, anfetamina, MDMA y diluyentes. "Realmente, cuando se registra presencia de 2CB es en un bajo porcentaje. Después de ingerir una pastilla, la subida puede durar una o dos horas y el viaje, entre cuatro y ocho horas", explica el portal de Échele cabeza. La caja tiene más sorpresas. Garzón saca varios recuadros de LSD, similares a papeles de colgadura adhesivos de unos veinte centímetros. Cada recuadro está subdivido a su vez en decenas de pequeños cuadrados de cuatro milímetros. Y cada uno de esos minúsculos cuadros impregnados de LSD se aplica en el lagrimal del ojo. Los efectos son inmediatos, duraderos y variados. En Bogotá es usual que cuatro amigos reúnan 40.000 pesos (el precio promedio de cada cuadro) y lo dividan en partes iguales. La exactitud es una necesidad y una obligación en este tipo de viajes comunitarios. Pienso en el mercado, me pregunto cuánto dinero está contenido en la caja con el eslogan de Mario Hernández. Hago cuentas. Cada recuadro con la imagen de un entrenador taichí color morado puede contener 150 millones de pesos. La cifra me queda dando vueltas en la cabeza.

Garzón mueve mucho la boca, resulta difícil fotografiar su rostro serio. Sonríe mucho. A carcajadas con un timbre chillón. Está casado hace veinte años, tiene tres hijos y una perra de raza fila brasilera a quien bautizó Rufus. Todas las tardes se ducha durante media hora para quitarse los residuos de droga impregnados en su cuerpo y ropa. Luego sale a casa. Es un ritual y un código de seguridad. Después de guardar la cajita con las muestras de drogas sintéticas, Garzón me indica que lo acompañe a un costado de la sala de pruebas, donde están las neveras de análisis. "Usted vino para ver esto" dijo. "Esto es lo que usted no ve en Alerta Aeropuerto". Él se refiere a las pruebas Tanred y Scott, estandarizadas y aplicadas por la DEA y el FBI desde los años ochenta, y en el laboratorio desde 2001. Son exámenes sencillos, accesibles, menos costosos y muy confiables. Él agarra algunas muestras de droga decomisada hasta la nevera, acerca una silla alta de acero, y dice que mire las muestras, que escoja alguna para comenzar la demostración. Escogí la bolsita más grande, de un blanco deslucido, parecido al empaque de un antiséptico bucal. Garzón tomó unos miligramos de cocaína. Se acomodó frente a la nevera de análisis y colocó en el tubo de ensayo una minúscula cantidad de droga (dos milígramos, me dijo después), añadió dos gotas de agua y tres de reactivo de ácido octanito. Agitó el tubo de ensayo. La cocaína adquirió una tonalidad lechosa amarilla, similar a una natilla. Es una prueba positiva para alcaloide. Después de la primera muestra, Garzón continuó con su exposición de pruebas químicas. A la marihuana le añadió ácido clorhídrico y de color verde cambió a azul oscuro, otras veces se torna violeta.

Estamos en el "salón de lavanderas". Un lugar dividido por una pared que forma dos corredores pequeños. En una esquina del corredor hay una lavadora grande, vieja, blanca. "Aquí extraemos la droga que viene incautada en ropa y telas de algodón", dice Garzón, con una sonrisa mal calculada. "Cuando la lavadora va a escurrir precipitamos el agua, recogemos la droga y dejamos escurriendo la ropa". El proceso para adherir cocaína a camisas, maletas o chaquetas es sencillo. Se disuelve la droga (que viene en polvo) en varios litros de agua en un recipiente lo suficientemente grande para sumergir la prenda y evitar que el agua con cocaína se derrame. La prenda no se escurre, luego se cuelga, y así la droga queda adherida en el material de la ropa. Cuando las camisas están secas quedan tiesas, durísimas, como una lámina de cartón. Así llegan al laboratorio, sus propietarios, cientos de extranjeros y colombianos, fueron mulas incautas que hoy pagan su condena en el patio tres de la cárcel La Modelo. Antes de comprar la lavadora, Garzón extraía manualmente la droga adherida en las prendas, como lo hacen las lavanderas rurales, que le dan garrotazos a la ropa sobre una piedra para que la suciedad salga. La lavadora ha sido una de las adquisiciones más valiosas del laboratorio, pues los casos de cocaína adherida en ropa o maletas son uno de los más comunes que se resuelven en el laboratorio. Otro tipo de casos son los ingeridos. Personas que van cargadas con cincuenta o cien capsulas de cocaína en su estómago. En estos casos, no hay ningún aparato o estratagema útil para absorber o disimular la hediondez de la mierda revuelta con cocaína diluida. El laboratorio huele a pestilencia, casos como estos llegan todas las semanas. Ahora, Garzón simula echar en la lavadora dos prendas decomisadas, señala la manguera y un balde transparente donde recoge el agua, en el fondo de este queda la droga extraída, y la empaca para llevarla a los análisis de costumbre. —Esto es tecnología criolla, ¿para qué gastar dinero en aparatos si esta es la mejor manera de extraer la droga adherida?