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Cultură

¿Existen de verdad los esclavos sexuales permanentes?

Hay a quien le gusta llevar las relaciones de dominación del BDSM a un nivel completamente diferente y bastante más perturbador.
Imagen de Rachel Robinson

David me jodió la noche con su historia. Eran conocidos de conocidos, pero la historia era la que era, quizá lejana pero espantosamente real: un matrimonio holandés que buscaba un esclavo para hacer lo que quisieran con él; que fue dando voces por Barcelona hasta que finalmente un tipo se ofreció; firmaron un contrato a saber con qué cláusulas y el tío entregó su pasaporte y su libertad al matrimonio y desapareció del mapa. David no sabía más, ni qué tipo de relación establecieron, ni si vivían los tres juntos, en plan bien, o le pusieron al esclavo un sótano en el que pasaba los días encadenado con perpetuo atuendo de cuero. Las dudas eran muchas pero una, evidente: ¿cómo de extendido está este rollo? Es decir, ¿paseamos los domingos por las Ramblas entre amos y esclavos de paisano?, ¿cuántos sótanos con cadenas hay en Barcelona alojando a alguien permanentemente?

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Luego me enteré de que dentro de las múltiples disciplinas y placeres que conforman el BDSM existe lo que se conoce como 24/7 o Total Power Exchange, que suena a aparato de gimnasia anunciado en televisión de madrugada, pero que viene a ser la forma de meter en un saco de prácticas habituales en los juegos de dominación el caso extremo del matrimonio holandés y el otro señor.

La dominación continuada. Dejando de lado la reflexión sobre lo mucho que relaja a las mentes bienpensantes embadurnar de categoría una historia rara de cojones y convertirla en normal solo por el hecho de etiquetarla, que es lo verdaderamente inquietante, el caso es que la esclavitud prolongada consentida existe fuera de las historietas de Christian Grey. O sea que no era descabellado intentar hablar de ello con alguna ama o amo, incluso alguna esclava o esclavo, de modo que me puse a buscar. Dí con personas que me facilitaron el contacto de un club de BDSM y me dijeron que seguro que sabrían de alguien y me pondrían en situación. Siempre con secretismo, sin dar ninguna dirección.

Así acabé hablando con Javier, al que no le importa que escriba su nombre real, quien me citó un día entre semana a las diez en su local del Ensanche de Barcelona. No voy a negar que todo aquello me provocaba una cierta inquietud, me veía atado y colgado como un chorizo de cantimpalo contra mi voluntad mientras me pellizcaban los pezones con pinzas de tender; pero al final había que recordar las siglas SSC, sano, seguro y consensuado, que son el lema que rige el BDSM en todo momento.

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Cuando ese juego se extiende en el tiempo, y se desdibuja la frontera entre realidad y ficción, la cosa se puede complicar.

Al bajar las escaleras al sótano que era propiamente el local, me recibieron Javier y su pareja, Dómina Kass, entre fotografías de personas desnudas y sometidas a perversidades diversas, con música electrónica oscura y artilugios de tortura esperando para su uso en una futura sesión nocturna. Dómina, alta y rubia; Javier, delgado, con barba y apoyándose en un bastón, aquejado aquella mañana de un fuerte dolor en la rodilla; ambos entre los cuarenta y los cincuenta años. Con ganas de explicarme lo que yo quiera escuchar. En realidad ellos no mantienen hoy por hoy ninguna relación 24/7 y Javier afirma que de hecho no es fácil encontrar a alguien que la mantenga en su sentido más estricto por su extrema dificultad. Tanto como esclavo como amo.

Imagen Jake Lewis

Insiste en que la relación de dominación y sumisión requiere que se lleve de forma muy sana y que por lo tanto la persona sometida esté totalmente equilibrada, que la dominación suponga un cierto reto para el dominante, que humillar a alguien débil no es bonito, y que de las heridas infligidas, físicas o emocionales, la persona se pueda recuperar en un breve lapso de tiempo. Porque en definitiva se trata de un juego. Cuando ese juego se extiende en el tiempo, y se desdibuja la frontera entre realidad y ficción, la cosa se puede complicar. Javier habla de la relación convertida "en un guantánamo" y cita a Kurt, un referente en el BDSM local, que decía que precisamente por esto el 24/7 solo podía ser sadomasoquista, es decir, centrado en el dolor físico y no tanto en la relación de dominio y sumisión.

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La conclusión es que la historia que me contó David era, por lo menos en España -a años luz aún de la tranquilidad con la que se vive el BDSM en países como Holanda-, más un mito que una realidad, un caso extremo, único, como el de los dos alemanes, Armin Meiwes y Bernd Brandes, que quedaron una tarde para que uno se comiera al otro a la parrilla y poco hecho.

Dómina recuerda a Javier que a su manera ellos también tuvieron un 24/7 hace tiempo aunque, claro, de un modo mucho menos espectacular. Le llamaban el "monigote" y era un tipo de Vic que, en la medida que sus quehaceres rutinarios se lo permitían, estaba a su servicio para cualquier deseo o capricho retorcido que se les ocurriera. Recuerda Dómina una vez que se le antojó putearle de un modo bastante sofisticado. "Quiero que te vistas bien y vengas a mi casa". El tío se pone el traje, se traga los setenta kilómetros de distancia y una vez en Barcelona su ama le ordena que suba las escaleras a rastras y le da una bolsa de basura para que la tire. Nada más. Ya te puedes ir. Más tarde se explicaron lo que habían sentido, porque para que las cosas vayan fluidas hay que tener mucha confianza y contarse las cosas en momentos de suspensión del rol. El vicense le dijo que se tiró todo el día empalmado.

A Javier se le ocurre entonces que quizá un amigo suyo también me puede ayudar; de nuevo, no es un caso de 24/7 ortodoxo, pero sí que hay una relación prolongada en el tiempo. Coge el teléfono y llama a Jordi, pseudónimo, por si anda por el barrio y se puede escapar un momentito. Ningún problema. A los diez minutos se presenta un hombre que ronda los sesenta años, rostro y boca gruesos, pelo cano peinado hacia atrás y bigote, camisa abierta. Por el aspecto podría haberse dedicado al cine o a dibujar cómics en los años setenta, pero no sé nada de él; sólo que tiene una esclava a la que los fines de semana se folla a voluntad. Se arrellana en el sofá y se enciende un puro. Me cuenta que el tema de la esclavitud, del 24/7, entre gente sensata se da solo en períodos cortos, que si dura más el esclavo manda a la mierda al amo. Me cuenta la historia de una pareja que esporádicamente mantenían una relación de dominación y sumisión, cuando podían; un año pudieron dejar al hijo con los abuelos para irse de vacaciones ellos dos solitos y explotar sus fantasías guarras las 24 horas. Al segundo día la mujer estaba ya hasta los ovarios de collares, cueros, escupitajos y humillaciones y le dijo al marido que ya había suficiente, que lo que le apetecía en vacaciones era despatarrarse al sol.

Ni siquiera a los esclavos de Roma se les puteaba sistemáticamente.

Jordi me explica su caso: es hetero y tiene una pareja switch (dominante o esclava según con quien) a la que domina en los agujeros de rutina, cuando los hijos de ella se van con el ex cada quince días. Es una esclavitud de fin de semana. Un ponerle los pies encima y obligarla a dormir en el suelo, él, y un tratarle de usted y llamarle amo, ella. Pero como ya llevan unos años con el asunto, hoy entran y salen de los roles con fluidez, con naturalidad. Ahora un "sí, mi amo", ahora un "cariño, acércame el bolso", y si van al cine o a cenar fuera dejan las ataduras en casa sin problema. "Ni siquiera a los esclavos de Roma se les puteaba sistemáticamente", apunta. Las sesiones de dominación propiamente dicha rara vez duran más de dos horas, pero según expresión literal de Jordi "lo que pasa con estos juegos… en fin, ríete tú de la viagra".

Hablamos de los contratos firmados, de que están siempre escritos a mano y algunos incluso con sangre y de que en realidad forman parte más del precalentamiento, del ritual y del ponerse morcillón, que de un requisito que provea legalidad. Ante la ley cualquier contrato de este tipo es papel mojado, afirma, y al fin y al cabo lo que tiene que imperar en estas relaciones de esclavitud es siempre el consenso y el buen rollo. Él ha firmado algunos pero, insiste, más por el cachondeo que por necesidad en la sumisión.

Jordi es gato viejo y entre calada y calada y encenderse el puro otra vez me dice que lleva cuarenta años con el tema éste. "En aquella época te jugabas el bigote para contactar con gente". Había clubes pero eran dos y bastante asquerosetes en comparación con las comodidades de hoy en día; él recuerda ir por la calle, por los bares, con ojo clínico para identificar con quién podía entenderse. Un simple gesto, una caída sumisa de ojos. Para encontrar esclava "ibas por la vida con la escopeta de dos cañones bajo el brazo". Eran tiempos difíciles para el BDSM en la España nacionalcatólica. Y en realidad, reflexiona, no había nada más 24/7 que los matrimonios tradicionales, en los que la mujer era siempre la esclava; la ama de casa que de ama no tiene nada, siempre en casa, siempre dispuesta para el marido, con el plato encima de la mesa. "Si la mujer se iba de casa, la Guardia Civil te la traía de nuevo". Por ley. El paraíso de las fantasías de dominación y sumisión. La única diferencia, claro, es la fundamental: el consenso, la conciencia de estar jugando a un juego y que la sumisión no es producto ineludible del machismo estructural. Ríete tú del tío que se fue a Holanda.