Calimocho, espiritismo e independentismo catalán: fui Boy Scout en la Cataluña de los 90

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Calimocho, espiritismo e independentismo catalán: fui Boy Scout en la Cataluña de los 90

Olvídate de esa imagen del Boy Scout con gorra, en Cataluña las cosas eran un poco distintas.

El autor saltando encima de sus compañeros escoltas. Fotografías por la madre del autor

Esto no es el texto, esto es solamente un apunte introductorio. La aventura no empieza aquí, entendedlo como unos créditos iniciales o algo así. Como esa parte en las películas que pone "basado en hechos reales" o lo que sea. La narración no empieza con esto. Solamente quiero apuntar que el término y la idea del Boy Scout clásico no es el que más se encuentra en Cataluña, aquí lo llamamos escultismo.

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No es exactamente como lo que sale en Moonrise Kingdom, es mucho más casero. No hay tantas normas ni protocolos, no es una organización tan seria. Existen algunos centros que lo serán pero la gran mayoría son simplemente unos espacios donde los chavales van a pasar unas horas el sábado por la tarde y, a veces, se van de excursión a la montaña. Hay camisas que denotan el grado de cada miembro, hay fulares y hay insignias pero esto es lo menos importante. Si quieres puedes ir en chándal o tejanos y puede que nunca llegues a montar una tienda de campaña, incluso no hace ni falta que vayas a la montaña.

Todo empezó por una equivocación.

De chaval era un tipo bastante reservado, tenía muchos amigos en el colegio pero me gustaba separar mi vida, digamos, escolar, de mi vida real, familiar. En clase tenía mi panda de colegas pero eran colegas durante las horas lectivas. Luego, en la horas de mi vida, nunca quedaba con esos tipos y me limitaba a hacer vida familiar. Me encantaba quedarme en casa viendo películas, leyendo y organizando mis cómics.

Yo era un tipo muy feliz pero desde fuera puede que pareciera un poco extraño. Puede que mi actitud preocupara un poco a mis padres. Me refiero a todo eso de pensar que "el niño es un poco raro y no sale a jugar con sus amigos al parque" o que "no le gusta ir a casa de sus colegas a jugar con juguetes de esos de mierda". A mí eso no me interesaba, los compañeros de clase eran eso, amigos en la clase. Me caían genial pero había una línea que definía MUY BIEN dónde empezaba y dónde terminaba esta relación. Una línea horaria y espacial. Las cinco de la tarde —salida del cole— y las inmediaciones del colegio. Esos eran los límites.

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Fuera de estas fronteras, yo tenía otra vida, una vida que consideraba mi realidad —lo de las clases era como un paripé y ahí me comportaba como el típico niño gracioso y "pillo", supongo que para mantener cierta cordura durante esos años en los que la crueldad de los niños puede llegar a extremos exorbitados.

Vale, entonces teníamos a ese chaval que estaba perfectamente bien pero que hacía como cosas un poco raras, que parecía que tuviera ciertos problemas sociales. Nada serio, pero la idea estaba allí. A partir de esta percepción, mis padres decidieron "ayudarme" y apuntarme a una cosa llamada "cau" ("madriguera" en castellano).

Eso del "cau" eran unos centros donde los chavales iban para pasar un buen rato las tardes de los sábados. "Pasar un buen rato" era la parte teórica. Yo estaba de puta madre en casa ordenando mis cómics y planteándome —hasta extremos inauditos— dudas sobre cuáles eran exactamente los poderes de tal o cual superhéroe. Quería entenderlo todo. "Este superhéroe siempre vuela con la mano derecha levantada, ¿será que solamente puede volar si pone la mano de esta forma?". Este tipo de cosas. Nada raro. ¿Verdad?

Permitidme hacer un inciso. Había varios tipos de "cau", por lo que llegué a entender durante esos años. No es una teoría basada en la realidad sino más bien en cómo yo percibí todo esto de los Scouts.

Por un lado estaban los Scouts, los "joves escoltes", los que se tomaban todo esto más en serio. Estos eran los más parecidos al clásico Boy Scout, con estructuras rígidas y todo esto. Luego estaban los chavales que iban a un "esplai". Estos centros estaban vinculadas a órdenes religiosas católicas y se tomaban esto del escultismo más en serio, eran más organizados y tradicionales. Los del "cau" no teníamos vinculación religiosa. El protocolo no era demasiado importante, de hecho no lo era en absoluto.

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El autor saliendo de un túnel humano, siendo feliz

Para dar la bienvenida a los nuevos miembros del "cau" se aprovechó una salida a no sé qué pueblo para hacer una especie de fiesta, un ritual iniciático. Esta fue la única vez que me acompañaron mis padres y de allí salieron los únicos documentos gráficos que dispongo de estos años de escultismo. Mentiría si os dijera que ese día no estaba acojonado. Sí, lo estaba, pero intenté ser valiente.

No quería estar allí pero sabía que debía. El ritual consistió en darme collejas, lanzarme por los aires y hacer que jurara no sé qué delante de una bandera de Cataluña y otra de la Cruz de Sant Jorge. Acababa de entrar en un mundo nuevo. Ese día supuso la travesía hacia algo distinto. Atrás —y mirándolos con cierta tristeza— quedaban esos días de cómics e imaginación desbocada pero yo esto aún no lo sabía. Me dieron mi camisa azul de "rànger", un parche y un fular. Ya era un "joven escolta".

Otro inciso. Perdón. Hablemos de los rangos y colores. Cada centro distribuía por edades de forma distinta, no sé de qué dependía exactamente. Los nombres de las ramas también podían variar: se llamaban "castors" (para los niños) y "llúdrigues" (para las niñas) los chavales de seis a nueve años. Su color era el naranja. Los "llops" y "daines" llegaban hasta los doce años. Camisa de color amarillo. Luego estaban los "ràngers" y las "noies guies", chicos y chicas de doce a quince años. Utilizaban una camisa azul. Luego venían los "pioners" y "caravel·les" con su camisa roja y llegaban hasta los 17 años de edad. Estos ya podían ser monitores. De 17 en adelante se llamaban "ròvers" o "trucs" y utilizaban camisas verdes.

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Todo lo que podáis leer sobre el escultismo es mentira. Os venderán palabras como "educar en grupo", "respeto por la naturaleza", "formar personas para que sean sinceras, activas y comprometidas", "construir un mundo mejor", "lugar de encuentro", "acción", "responsabilidad" o "confianza". Todo esto es una auténtica mentira, cosa que tampoco significa, en absoluto, que el escultismo sea algo malo.

Supongo que hay que engañar de alguna forma, hacer creer a los padres que ese es el lugar donde sus hijos crecerán y se formarán como buenos humanos. No se puede decir que ahí es donde sus hijos verán por primera vez a sus amigos emborracharse; no se puede decir que ahí es donde verán a uno de esos mismos amigos sacarse la polla y mear encima de una tienda de campaña; esto no se puede decir. Todo esto no se dirá pese a que esto es exactamente con lo que se van a encontrar sus hijos.

Puede que los padres, en el fondo —muy en el fondo, casi como un incómodo pensamiento en forma de pequeña explosión eléctrica—, ya sepan que esto es lo que realmente sucede en estos sitios y quieran que sus hijos descubran estos rincones incómodos del ser humano.

Los sábados se sucedían sin demasiadas complicaciones. Nos limitábamos a ir a un local y realizar ciertas actividades de cuatro a siete de la tarde. A veces íbamos a parques pero por lo general todo era realmente aburrido, jugar a fútbol y realizar actividades manuales. Cuando todo esto terminaba yo me largaba corriendo hacia mi tienda de cómics habitual para catar las novedades de la semana. Realmente esas tardes eran una constante cuenta atrás mental hasta la hora de salir y reencontrarme con mi vida. No pasaba nada, solamente eran tres horas.

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La jura de bandera

El problema eran las excursiones largas de fin de semana o los campamentos de verano. En Barcelona todo funcionaba bien —la gente se comportaba correctamente, la gente estaba bajo control— pero con la perspectiva de varios días alejados de los padres, los chavales se transformaban en otra cosa. Los tipos se alegraban de huir mientras que a mí me aterraba esa idea de abandonar la ciudad. Recuerdo que en el autocar hacia una de esas primeras excursiones de varios días un compañero me dijo "joder, por fin unos días sin padres", a lo que respondí —sin ningún tipo de credibilidad— "ya ves".

Al principio, como buenos novatos, nos hacían putadas. Nada muy loco tampoco, cosas como poner champú y basura dentro de los sacos de dormir. Recuerdo como una de las primeras noches los nuevos nos fuimos a dormir y los compañeros más veteranos nos miraron y nos dijeron algo parecido a "¿tan temprano?". Joder, claro, ¿qué se suponía que teníamos que hacer por la noche? Al poco rato, acurrucados en nuestros sacos, un olor nos despertó.

Esos tipos estaban todos juntos en una litera, con una suave luz de linterna como única fuente de luz. Estaban completamente rodeados de humo. Yo tenía 10 años y esos chavales —que tenían poco más que yo— estaban fumando cigarros. ¿Por qué fumaban? ¿Por qué tenían que hacer cosas prohibidas? El hecho de fumar no me atraía en absoluto, me parecía un intento lamentable de rebeldía, algo que, sin que se dieran cuenta, les emparentaba con un mundo adulto y triste del que no quería formar parte. No podía comprenderlo, yo solo quería que pasaran los días muy rápido para poder volver a casa.

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A la mañana siguiente nos despertamos en unas literas que no eran las nuestras. Los muy fumados habían cogido los edredones y nos habían movido sin que nos diéramos cuenta. Menuda broma. Nos levantaron con sus manos temblorosas y drogadas por el tabaco, una iniciativa un tanto peligrosa. Esa mañana los nuevos no comentamos absolutamente nada, nos levantamos como si TODO FUERA LO MÁS NORMAL.

A partir de aquí, la imagen que tenía de mis compañeros cambió. Ya no eran los chavales que jugaban a fútbol en ese local del Eixample barcelonés, ahora eran unos colgados que se pasaban el día intentando fumar cigarros a escondidas de los monitores, que escuchaban rock y hablaban sobre Cataluña. Escuchaban Nirvana, Guns 'n' Roses, Sopa de Cabra, Sangtraït. Todos se sabían las canciones y yo no me sabía una mierda. Yo no escuchaba nada, la música no me interesaba lo más mínimo. Los temas de esos grupos se me presentaban como sonidos muy desagradables y los grupos que cantaban en catalán me parecían muy "ridículos".

Sangtraït, por su parte, tenían su gracia. Esos me gustaron, más que Nirvana. Pensadlo bien, hubo un momento en el que, para alguien, el jevi metal cantado en catalán aplastó al grunge americano, ese estilo que cambió el rumbo de la industria musical mainstream. Precioso.

Último inciso: todo esto de la relación entre los "caus" y el catalanismo venía de la represión que hubo de todos estos centros de Boy Scouts durante la dictadura franquista. Eran considerados una organización masónico-separatista. Durante los años sesenta —y esto lo he sacado de aquí— "los agrupamientos se convierten en islas donde los chicos y chicas podían adquirir conocimientos que en la escuela estaban vetados, como por ejemplo aprender a leer y escribir en catalán, o la toma de decisiones de forma asamblearia y democrática (…). Durante los años de la transición, gente procedente del escultismo y del guía estuvieron presentes en muchas de las actividades de signo reivindicativo que con más asiduidad se iban produciendo".

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Tanto los centros religiosos como los laicos tenían un fuerte arraigo de reivindicación de la cultura catalana. Lo que durante los sesenta y setenta era una reivindicación justificada en los noventa se convirtió en una estética incómoda y superficial.

Ese primer año las cosas se quedaron así. En los cigarrillos a escondidas.

Una vuelta al sol y con esto llegó el verano de 1993; con él, otra salida. Pero esta vez una bien larga, de esas de más de una semana. En ese momento ya había aceptado por completo el lado "raro" de las personas, esa nueva cara de "lo prohibido", lo que se salía de los márgenes de lo correcto. Unos cigarrillos a escondidas en la tienda ya no me parecía una locura, incluso había echado alguna calada para hacer algún tipo de broma.

En fin, durante esas fechas de verano yo cumplía 12 años y a los monitores se les ocurrió la genial idea de, en la víspera, reunirnos a todos por la noche y darnos unas claras —lo de la cerveza con Fanta de limón— para celebrar nuestro crecimiento. A los 12 años la gente ya ha probado algo durante esas cenas de Navidad interminables —el típico tío cachondo que te ofrece un sorbito de champán o cava— pero enfrentarse cara a cara con un vaso lleno de alcohol era algo, para mí, nuevo. Debo decir que la sensación fue muy agradable, me gustó el estado en el que me dejó. De alguna forma —como esa persona acaba de follar por primera vez y sale a la calle como ya muy madura, como si ese fuera el primer día del resto de su vida— estaba empezando algo. Me estaba alejando de la inocencia y de la fantasía pero estaba descubriendo un mundo nuevo e inquietante.

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Supongo que siempre había pasado sin yo darme cuenta pero al hacerme "mayor" se me permitió ser partícipe de ciertas realidades: durante esas excursiones los monitores y los chavales eran indistinguibles. Por la noche fumaban y bebían calimocho juntos. Se liaban "canutos" y hablaban de sexo y hacían participar a los chavales en juegos incómodos.

Juegos que te llevaban a darte picos con chicas, algo inocente pero bastante intenso para un chaval de 12 años. Ahí "besé" a algunas chicas y también descubrí que incluso podía llegar a gustarles. Algo completamente nuevo para mí. Algunos profesores intentaban "juntarnos", hacer parejas y sentirse como celestinos. A mí me daba vergüenza y nunca me atreví a dar el paso, pese a saber que no podía ser rechazado. De algún modo no quería empezar con todo aquello. Con los cigarrillos y el alcohol ya había cumplido mis tasa de adultez. No hacía falta echarse una novia y tirarlo todo por la borda.

Éramos unos primos. Los chicos éramos unos completos primos. Creo que tendría 13 años por aquel entonces. Durante unos campamentos de verano los monitores nos habían propuesto una actividad de vivac. Eso era lo de dormir al raso, con una esterilla y un saco de dormir, en medio del bosque.

Los monitores hicieron grupos y a un colega y a mí nos tocó con dos chicas; una de nuestra edad y otra un poco mayor. Preparamos las mochilas con todo lo necesario: ropa, mantas, comida, todo eso. Luego las chicas nos dijeron de ir al pueblo a "pillar unas cervezas".

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Joder, ¿por qué querían beber? Una cosa era beber con los monitores y celebrar cumpleaños y mierdas pero otra muy distinta era comprar unas latas nosotros y bebérnoslas a solas, ¿qué sentido tenía? Fuimos al colmado del pueblo y las tías pillaron un pack de seis cervezas, eran unas Estrella Damm de esas blancas y doradas, no rojas como las de ahora. Las seis latas me parecían una cantidad desmesurada, veía totalmente imposible poder terminarnos eso entre cuatro chavales.

A mí y a mi colega no nos apetecía nada beber y nos miramos con cierta resignación. Las tías, además, desprendían una simpatía poco habitual. Estaban como muy excitadas, muy alegres. Teníamos clarísimo que les gustábamos y eso nos daba miedo. Mientras paseábamos por el pueblo las tías hacían un juego extraño: contaban en voz alta una situación hipotética en la que los pueblerinos estaban locos y salían a la calle con sus sierras de pueblerinos e intentaban degollarnos, Nosotros participábamos en la ficción aportando imágenes macabras y ellas —muy conscientes de lo que hacían— se acurrucaban hacia nosotros, como si, pese a que era más altas que nosotros, pudiésemos protegerlas.

Como si las cosas no fueran lo suficientemente complicadas —no nos apetecía ni beber ni hacer nada con esas tías, no porque no nos gustaran, simplemente porque sentíamos que no era lo que tocaba, no era de nuestro interés—, de camino al bosque para encontrar un buen sitio donde acampar, una de ellas sacó el tema de hacer espiritismo esa misma noche. Ei un momento, ¿de qué trataba todo eso? ¿Cervezas, chicas, espíritus? Esas tías tenían algo muy claro, un plan trazado. Éramos unos títeres de ciertos estrógenos ajenos.

Mi colega y yo asentimos, fingiendo interés, y nos zambullimos hacia las profundidades del bosque mientras la noche caía sobre nosotros. No teníamos ni puta idea de qué podía pasar esa noche. Escondíamos el miedo y el nerviosismo a base de bromas pero no era suficiente.

Por suerte algo pasó. Mientras las piedras crujían bajo nuestras chirucas y nuestros corazones se compungían, unas pequeñas gotas empezaron a alcanzar nuestros rostros pueriles. Empezaba a llover. Las nubes negras no tardaron en cubrir todo el cielo y las pequeñas gotas chispeantes se convirtieron en una lluvia torrencial. Estábamos salvados. Salvados por Dios, Dios o algo. Pero algo nos salvó esa noche. Por culpa de la lluvia tuvimos que volver al campamento base, a dormir con todos los otros. Dejamos las latas de cerveza y los espíritus en el bosque y volvimos corriendo al campamento.

Una vez allí nos trasladaron a una escuela municipal del pueblo donde dormimos todos en una gran habitación repleta de literas. Por la noche hicimos espiritismo pero por suerte no tuvimos que beber cervezas ni besar a mujeres. Dentro de esa casa solamente había espíritus creados por nuestra mente, ahí fuera, en la oscuridad del bosque, podría haber habido algo mucho peor.

Ese fue mi último año en el "cau". En septiembre empecé primero de B.U.P. y me negué a seguir con esta historia de las excursiones. Al dejarlo me sentí como un traidor, esa gente que había conocido desaparecería totalmente de mi vida para siempre. Supongo que no quería que toda esa mierda —todo eso de Catalunya, el rock, el calimocho, el espiritismo y las mujeres— me afectara pero de algún modo, contra toda mi voluntad, todo eso se aferró a mí. Sin que pudiera evitarlo empezó a formar parte de mí y a convertirme en lo que soy. Cada uno de esos días, sin falta, cada detalle —por pequeño que fuera; un canuto, una frase, una sensación, una canción— me guió hasta la persona que soy ahora. Antes, era un ser inocente, era oro. Pero este estado dura muy poco tiempo, puede que para bien, no lo sé.

De pequeño me preocupaban otro tipo de cosas, estaba totalmente alejado de la parte cruda de la vida, del humo, de la carne y del ruido. No aprendí una mierda sobre nudos, señas o supervivencia pero descubrí esa parte de uno mismo que a veces se asoma en tu mente y te propone cosas extrañas y peligrosas. Y que eso es, en definitiva, parte de uno mismo. No me refiero al mal o a lo prohibido, es más bien que entreví lo que, en un años, sería el día a día del resto de mi existencia.