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El director de 'La Isla Mínima' vuelve con una peli de Guardia Civil y corrupción

El director recupera uno de los grandes casos de corrupción de la democracia: el protagonizado por Luis Roldán, el que era jefe de la Guardia Civil en 1993.

Imágenes promocionales de la película

Alberto Rodríguez ha cerrado con El hombre de las mil caras un tríptico sobre la historia de España reciente. Y lo más curioso es que las tres películas que lo componen tienen la corrupción (moral, política y económica) como telón de fondo. Primero llegó Grupo 7 , ambientada en una Sevilla pre-Expo 92 con unos bajos fondos más concurridos que unos grandes almacenes y todo el cambio urbanístico y social de la ciudad como excusa. Había policías y yonquis —es una película de género— pero sobre todo había mucho olor a podrido. Un olor que saltaba de la pantalla gracias a la mano firme de este gran narrador.

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Con La isla mínima apuntó hacia la Transición. Más bien, hacia las heridas abiertas por la dictadura. Eso que se llamaron las dos España, vistas desde una ciénaga muy profunda situada al sur. Los dos policías que investigaban un crimen eran el reflejo de la situación social del país en la época, pero también de la forma en la que el poder (la autoridad mal entendida) acaba por corromper a todos los niveles.

Dos películas que, además de llegar a bastante público, de conseguir esa conexión que se le resiste al cine español, consolidaron a un director que ya había apuntado de sobra su talento con After —película a reivindicar siempre— y con aquellas 7 vírgenes, una puesta al día de nuestro mítico cine quinqui. Un poco más de historia.

La tercera película de esta serie (quizá aun abierta) pasa del policíaco al thriller político. Se estrena el día 23, tras competir en San Sebastián, y en realidad es la radiografía con imágenes en movimiento del alumbramiento de la corrupción política en nuestro país. Claro que antes ya hubo ladrones, gente que se movía entre las cloacas del poder y se beneficiaba, pero con el 'caso Roldán' todo saltó por los aires.

La corrupción se hizo mediática, apareció en la portada de los periódicos y, por fin, se pudieron ver las caras a todos aquellos que llevaban 20 años surfeando sobre las olas del poder sin que les salpicara ni una sola gota de agua.

Como nota al pie de página: Luis Roldán fue director general de la Guardia Civil. Durante los años que estuvo al frente de la Benemérita pilló muchísima pasta de los fondos reservados (dinero que el Estado utilizaba para fines a veces no muy claros), se hizo con multitud de propiedades inmobiliarias y mintió sobre su formación académica. En 1994, cuando le pillaron, Roldán huyó a París y a su sigiloso paso se cargó a un Ministro e hizo tambalear a todo un Gobierno (el de Felipe González), que no se recuperó mucho de este golpe. En la huida —y posterior entrega— tuvo un papel determinante Francisco Paesa, un espía que el Estado ya había utilizado en la lucha contra ETA. Fin de la nota.

Ahora, Alberto Rodríguez ha retomado la historia oficial —los cachitos que se han podido reconstruir, porque hay lagunas— para narrar cómo salió del país Roldán, cómo volvió loco a los servicios secretos de medio mundo y a cazarecompensas (pusieron precio a su cabeza) y cómo tiró de la manta en una mítica entrevista en El Mundo, justo antes de que Paesa lo entregara al nuevo ministro de Justicia, su paisano Juan Alberto Belloch.

El persona que representa al espía Francisco Paesa

El hombre de las mil caras 'tira de la manta', como hizo Roldán, es decir, ilumina esos lugares donde el Estado (y los hombres mal llamados 'de Estado') desarrollan sus tejemanejes. Pero también es una película de ritmo frenético —qué cantidad de planos ensamblados en cada secuencia—, y una relectura de los hechos repleta de cargas de precisión que explotan sin que uno se de cuenta.

Alberto Rodríguez podía haber optado por la vía de la docu-ficción, pero el acierto es haber desarrollado un thriller que no da tregua —es como leer al LeCarre más inspirado—, que le vuelve a colocar en el camino de los premios gordos del año. A él y a los tres protagonistas. Si Eduard Fernández (como el espía Paesa) y José Coronado (como su compinche Jesús Camoes) ya se presumía que cumplirían con sus papeles, la gran sorpresa es Carlos Santos (hasta ahora era conocido por la tele), que compone un Luis Roldán que parece un hombre de hielo que vemos cómo se va deshaciendo hasta acabar convertido en aquella caricatura de sí mismo. Tal y cómo aparecía en las fotos de las orgías low-cost que protagonizaba en antros bastante innobles. El reflejo más claro de cómo eran (¿quizá son?) las cloacas del Estado.