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Cultură

Magic: la droga más peligrosa que he probado en mi vida

Es una mezcla de viagra y cocaína que me hizo escuchar voces que me decían qué debía hacer. Creí que nunca iba a ser el mismo y me encerré en mi habitación tres días.

Captura de pantalla de 'La semilla del diablo'.

Serían las 8 o las 9 de la mañana de un día de julio de 2013. Fuera, a la puerta del Tribeca, era ya de día, eso seguro. La mayoría de mi gente se había marchado hacía rato a una casa para continuar la fiesta, después de disfrutar del after más mítico que ha habido en años en Madrid. Entablé conversación con un hooligan de Southampton que había perdido hacía horas su avión, su camiseta y su decencia. El tío estaba repleto de tatuajes de fútbol y símbolos neonazis, de lo poco que le pude entender me preguntó por el precio de mi sombrero. Le dije que 100 euros. Muy cabreado me dijo: "¿Y porque pagas eso por un puto sombrero?" A lo que le respondí: "Porque puedo". Se quedó un rato pensando mi respuesta. Fuera de allí me hubiera partido la cara pero todo valía en esa gruta excavada bajo tierra. Ese era nuestro pequeño búnker. Ahí estabas a salvo de las normas que imperaban arriba.

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Rezagado vi que se me acercaba un tipo raro tocándose la nuca todo el rato. Mientras chorreaba litros de sudor por todos los lados me preguntó si quería probar una droga nueva cojonuda que lo estaba petando. Estábamos en la época dorada del "ofréceme lo que quieras que te voy a decir siempre que sí, porque me la suda todo".

Comencé a escuchar voces que me decían lo que debía hacer y a girarme para hablar con ellas. Intentaba contestar a preguntas que nadie me había realizado. Miraba al sol y él me miraba a mí. Las caras no eran caras y donde no había caras, las había.

Me dijo la palabra Magic pero no presté demasiada atención. Pensé que sería como los nombres de los pirulos, que cada semana hay uno diferente en el mercado. El tipo era portugués o brasileño y tenía mucho acento. Me empezó a adoctrinar diciéndome que eso era muy fuerte que tuviese cuidado y sobre cómo debía tomarlo. No le estaba escuchando una sola palabra. No sé si decía que me lo metiera por la nariz, por la boca o por la oreja. Solo quería que se callase y me diera el puto gramo. Terminó. Lo pillé, y dejé al hooligan subido a la mesa gritando. Fui al mañaneo en nuestro cuartel general por excelencia situado en la calle Fuencarral. El centro neurálgico donde nos veíamos las caritas las mejores piezas de museo que aún querían seguir de fiesta.

Cogí mi droga nueva y la volqué sobre el cóctel de colores que había en la mesa del salón, al probarlo alguien dijo: "¿Qué coño es esto?". "Pues una cosa que acabo de pillar". "¿Cómo se llama?". "Creo que Magic o algo así". ¿Por qué tantas preguntas? ¿Qué más da? Y seguían: "¿Pero esto es por la nariz o por la boca?". "Y yo que se". "¿Lo quieres o no?". Empezaron a quejarse de que sabía raro y que no les molaba. Les dije: "Ah, o sea os ponéis sin rechistar de cualquier cosa que os venden por ahí cualquier tarado pero miráis con ojos de asco lo que yo traigo. Si queréis llamamos a Sanidad para que lo comprueben antes". Estaba bastante cabreado así que dije: "Muy bien pues me lo voy a comer yo solo delante vuestro y no os pienso dar a ninguno". Me faltó llevarme el Scattergories.

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El mañaneo avanzaba y yo ahí seguía enfrascado con esa nueva sustancia. Era ella o yo. Pero sobre esa mesa solo iba a quedar uno. Me metí el gramo entero. Hacía una tarde muy soleada y algunos propusieron ir al cumpleaños de una amiga en La Latina. La idea de ir a tomar unas cañas en una terraza me parecía una soberana estupidez, pero accedí por no ser el rarito. Estábamos todos allí en amor y compañía. En medio de ese gentío, bajo unas espesas gafas de sol, me quería morir. No porque ese fuera un domingo cualquiera, no, me quería morir literalmente. Me estaban sucediendo cosas que jamás había sentido. Y lo peor es que no era por cansancio físico sino porque mi cabeza no funcionaba como debía. Comencé a escuchar voces que me decían lo que debía hacer y a girarme para hablar con ellas. Intentaba contestar a preguntas que nadie me había realizado. Miraba al sol y él me miraba a mi. Las caras no eran caras y donde no había caras, las había. No era la típica paranoia producto de el haberte pasado tres pueblos o de no haber dormido en días. No, esto era diferente. No sabia muy bien por qué, pero era diferente.

Simulé una llamada y me fui dando un paseo entre gente desconocida que me decía cosas hasta la casa cercana de un amigo que se encontraba durmiendo. Me dejó una habitación que estaba libre y me tumbé en la cama a mirar el techo. Normalmente me lo habría empezado a comer con cuchillo y tenedor como tantas y tantas veces pero esa vez el cúmulo de sensaciones eran demasiado extrañas para mi. Todo era confuso. No conseguía encontrar puntos de apoyo donde guiarme. No reconocía nada, no me reconocía. Así que escribí como pude a una amiga que sabía seguiría de fiesta para que viniera. Esta chica tiene dos dedos de frente, seguro que me ayuda, pensé. Cuando llegó, se asustó al verme. Lo notaba en sus ojos. Se encontró a un tipo que estaba abriendo las ventanas convulsivamente de toda la casa porque decía que tenía mucho calor mientras bebía a morro leche de un brick. La buena samaritana me invitó a llevarme corriendo a un hospital, le dije que no hacía falta, que estaba bien, que solo quería verla un rato. Nada más. Al cabo de una hora me acompañó abajo, cogí un taxi dirección a mi casa. Seguro que allí se me pasaría rápido.

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Una vez en mi cama, puse el teléfono en silencio y me acosté un ratito. Creo que conseguí dormir algo. Cuando me desperté vi muchísimas llamadas y mensajes indicándome que todos estaban en la Goa. Pasé de una medio normalidad a que de repente mi cuerpo acelerara su motor de tal manera que sentí como se colapsó. Algo se rompió ahí dentro.

Mi compañero de piso me encontró tirado en el suelo del salón boca arriba jadeando. Lógicamente se asustó. Me preguntó que sentía. No podía describirlo bien. Pero ninguna de esas sensaciones eran parecidas a otras que había tenido cuando consumía. Me preguntó si quería ir a un hospital. Le dije que yo esos sitios no los pisaba, que eran para gente de la tercera edad, que esto lo remontaba, que seguramente si me traía algo de comer se me pasaría. Desapareció y ahí me quedé tumbado mirando otra vez al blanco techo intentando deducir qué cojones me pasaba. Opté por la opción clásica de controlar mi respiración y de no pensar en nada más. Pero cuando sonaba el móvil todo ese estado zen se iba a la mierda.

El zen yéndose a la mierda. Imagen vía.

Hice el esfuerzo de comer pero tirado en el suelo, no quería moverme, estaba frío y eso me regulaba bastante la temperatura corporal. Pasaban las horas y no iba hacía delante pero tampoco hacia detrás. Seguía igual. En ningún momento me asusté porque es lo peor que puedes hacer en estos casos. Pero hacía mucho calor en julio y eso no le iba bien a mi sistema de refrigeración. Mi computadora estaba frita pero no quería llamar a un técnico.

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Había partido en la tele, no se ni quién jugaba, todo me daba igual, solo quería volver a sentir cosas normales. Vino gente a casa y decidí ir a mi habitación. Intenté dormir pero era imposible. Lo que más me costaba era poder respirar con cierta normalidad. No era el típico jadeo ahogado culpa de haberte pasado con el speed o la coca. Esto era más continuado y casi imposible de revertir. Como no podía controlarlo, fui a ver el partido como si fuera alguien normal. Me fui acojonando según notaba que no podía seguir las conversaciones porque ni si quiera podía diferenciar entre las que estaban siendo reales o las que estaba creando mi propia cabeza. Y de fondo escuchar el partido era lo más parecido a una pesadilla.

Me fui de allí. Me obligué a cerrar los ojos y dormir. Tardé muchas horas, pero en algún momento lo debí de conseguir. Al día siguiente no me atrevía ni siquiera a salir de mi habitación. Me era imposible escuchar ruidos. No podía ni quería encender el móvil o el ordenador. Sólo quería estar conmigo mismo, solo y chequear en que estado se encontraba mi mente y mi cuerpo. Me encerré durante días en mi habitación, de vez en cuando salía a comer algo si tenía ganas. Dormí todo lo que pude. Las demás horas estaba intentando encontrar puntos de normalidad. Una normalidad que comencé a sentir en mi cabeza el día que me di mi tercer baño de agua hirviendo en la bañera cuando se me ocurrió rescatar mi libro favorito. Allí, con mi cabeza apoyada en la toalla, sentado dentro del agua empecé a leer. Primero en bajito y luego en alto como si se lo estuviera recitando a gente. Esas frases empezaron a sonarle familiares a mi mente. Utilicé los gratos recuerdos que las lecturas que esas páginas me habían dado y lo conecté con recuerdos de mi vida. Tuve que rellenar varias veces el agua porque se quedaba fría. No sé calcular las horas que pasé allí dentro. Sólo se que como si fueran las letras verdes de Matrix cuando caen esas palabras empezaron a caer dentro de mi cabeza tornando todo de un orden que desde hacía mucho tiempo nada de lo que estaba pasándome tenía.

Salí del agua, ya era tarde. Cené, esta vez con bastantes ganas, y me acosté pronto. Cuando abrí los ojos, todo tenía otro color, llevaba sin hablar con nadie días. Aún con miedo me obligué a volver a la vida. Primero paseando por el parque de mi barrio, luego yendo a una tienda pequeña, compré algo, no recuerdo el qué pero eso me obligó a tener que hablar con alguien. Luego entré en un supermercado plagado de gente, no me apetecía nada pero lo hice. A los días, cuando me vi realmente con fuerzas. Cogí el metro y salí por la misma puerta del Sol. Me sentía extraño, como desnudo, muy raro, comencé a controlar cada vez más mi temperatura corporal, a gestionar los sonidos. Eché a andar sin una dirección determinada. Anduve y anduve hasta que oscureció.

Mi cuerpo estaba bastante decente. Físicamente me sentía bastante mejor. Pero mi cabeza debía encontrar más referentes. Empecé por mandar un mensaje a mi grupo de amigos que no quisieron preguntar ni llamarme durante ese tiempo para no agobiarme. Leer sus palabras me hizo bien. Llamé a mi madre, su voz me sonó mejor que nunca, me emocioné escuchando sus frases coñazo. Ese día eran música para mis oídos. Me faltó darle las gracias por la bronca que me estaba echando por no se qué. Colgué, seguí andando por las calles llenas de gente que ya no me miraba ni me decía cosas indescifrables. Volvía a ser yo. Y por fin me atreví a investigar en internet qué mierda me había tomado. Cuando lo leí fui consciente de la gravedad que había tenido todo. Había sido una enorme estupidez acrecentada por mi negativa a visitar un hospital. La sustancia en sí, está catalogada como una de las drogas más peligrosas, y es de carácter mortal. Se trata de una mezcla de cocaína con viagra.

Mi mente se había ido de casa muy enfadada. Dando un portazo. No la escuché. Me debió de estar avisando durante mucho tiempo pero yo no le hacía ni puñetero caso. Menos mal que se lo pensó mejor y decidió volver. Quizás se aburría y pensó que dónde iba a estar mejor que dentro del cuerpo de este cabrón. Fueron sus pequeñas vacaciones de verano. Ese verano de julio del 2013 donde terminó y renació mi adorada juventud.