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Noisey

El grotesco mundo del pop napolitano

Esta es la historia de un género que nació en los suburbios más pobres de Italia y acabó convirtiéndose en el sonido más polémico del país.

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Es una tórrida noche de verano en el barrio español de Nápoles, formado por un laberinto de calles residenciales en el centro del casco antiguo. A pesar de estar cayendo un buen chaparrón, las aceras están llenas de gente hacinada como sardinas entre barbacoas improvisadas y cubos rebosantes de basura. Nancy, una cantante local cuyo rostro podemos ver bien retocado en Photoshop en todas las paredes de la plaza de al lado, está llegando al final de un concierto de dos horas.

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Una pista de acompañamiento inspirada en un mambo se abre paso a través de los altavoces, donde predomina el sonido de una guitarra de flamenco sintetizada. "Oh me moriría sin ti", canta con un fuerte dialecto enterrado en un muro de reverb, "eres mi primer pensamiento por la mañana, junto con el café con leche". Su voz tiembla con un vibrato operístico. "¡Brava!", grita un tipo lleno de tatuajes a mi lado y el resto del público grita también en señal de aprobación, niños, jubilados y animales de compañía, todos ellos apretujados a los pies de una iglesia en ruinas. Cuando acaba la canción estallan unos fuegos artificiales, dejando atrás una nube de humo melodramático. "¡Forza Napoli!", grita Nancy mientras se pierde entre el público, uniéndose a un arrebato casi religioso.

Este es el mundo del neomelódico, un subgénero de música pop italiana que solo se escucha en el sur del país. Es una escena muy cerrada formada por estrellas locales, que muchas veces son completas desconocidas más allá de Nápoles y Palermo, las dos capitales del género. En una primera escucha, puede sonarnos como el pop genérico que escuchamos a todo volumen en bares y establecimientos de kebab por todos los Balcanes y el Mediterráneo, kitsch y repetitivo pero sin duda pegadizo. Sin embargo, desde el punto de vista cultural se encuentra más cercano a algo como el grime; pues nace de los barrios más pobres, se canta en un dialecto regional y se promociona con gran dedicación a través de su propia infraestructura de salas, canales de televisión y emisoras de radio piratas.

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El término fue acuñado a principios de los 90 por el periodista musical italiano Federico Vacalebre en un intento de distinguir entre el pop de la clase obrera de los 'ghettos' y el folk lírico tradicional. Mientras que las canciones del clásico pop italiano mainstream presentaban una versión de postal de la ciudad –pizza, pasta y mandolinas–, los neomelodici cantaban sobre un amor doloroso, la pobreza, el divorcio y los embarazos no deseados. Una de las estrellas de este género, Ivan Alaimo, me lo presentó así: "Este estilo de música es la voz de la gente del sur; expresa la verdadera vida cotidiana de la cultura napolitana, incluyendo tanto las alegrías y la libertad como los problemas sociales, como la cárcel, el desempleo y los crímenes en general". La mejor forma de ejemplificar este realismo es con los vídeos que acompañan a las canciones, filmados en los salones, cocinas y terrazas de los bloques de pisos que abarrotan la ciudad.

El mundo de los neomelodici es accesible aunque está formado por varias capas. Como sucede con el grime británico, la capa más baja consiste en las grabaciones DIY, hechas con videocámaras y teléfonos móviles para luego publicarlas online o enviarlas a las redes de televisión local. Los números de teléfono aparecen sobre la pantalla por si alguien se anima a contratarlos. Los neomelodici que consiguen triunfar trabajan por lo general en espectáculos extravagantes, fiestas de cumpleaños, bodas y pequeños festivales. No es raro ver fotos de cantantes en los menús de restaurantes: uno, dos o tres de ellos para acompañar un plato. La gran mayoría de cantantes que consiguen triunfar son hombres, aunque las artistas femeninas como Nancy también han conseguido abrirse paso. Por encima de estas tres capas nos encontramos a las megaestrellas patriarcales tipo Drake como Tony Colombo y Gianni Celeste. Sin embargo, Valentina OK, una cantante transexual con mucho talento, consiguió romper con el conservadurismo que rodea al género y a la música Italiana en general y alcanzó un gran éxito antes de morir de cáncer de hígado en 2014.

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No te será fácil encontrar un disco de neomelódico en las calles principales de Milán o Turín. De hecho, fuera del sur de Italia es un género que a menudo se ridiculiza. Un veneciano me dijo una vez de este tipo de música: "Es la razón por la que el resto del mundo no se toma Italia en serio. Creen que somos todos unos depravados". Hasta cierto punto, tiene razón –es difícil evitar sentir vergüenza ajena al ver al regordete niño estrella Piccolo Lucio enviándole una carta de amor a Nutella–, aunque también hay un sentido de vergüenza y clasismo apenas disimulado ante los problemas de las clases más bajas que tratan los neomelodici.

Sin embargo, en el sur el género es un gran negocio. Aunque es un negocio tan grande como difícil de establecer, dado que la gran mayoría de ventas se llevan a cabo en el mercado negro, pero se estima que la industria mueve al menos 200 millones de euros al año. Desde 2008, la escena ha aumentado considerablemente, hasta el punto de ganarse el apodo de "mercado inmune a la crisis". En una ciudad como Nápoles, con una tasa de desempleo del 22%, este género se ve como un milagro en la vida real, una puerta hacia el éxito, y es fácil ver su atractivo cuando todo lo que necesitas para triunfar es una voz decente. Al igual que Diego Maradona inspiró a la juventud de esta ciudad en los 80 con la fantasía de que el fútbol podía ser una vía de escape del infernal trabajo en la fábrica, los neomelodici parecen ofrecer una forma fácil de escapar de la realidad de la pobreza precaria de hoy.

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Pero si excavamos bajo la superficie de los que han conseguido beneficiarse de verdad del éxito de este género único y peculiar, nos encontramos con un camino que nos lleva desde los superpoderes del país hasta lo más profundo de la polémica.

En 1994, justo cuando los neomelodici estaban ganando popularidad, Silvio Berluscino ganó sus primeras elecciones. Sin embargo, para 'Il Cavaliere', aquello fue una victoria pírrica. Además de verse obligado a renunciar tras solo nueve meses debido al choque de su coalición contra la Lega Nord neofascista, su sociedad Fininvest estaba siendo investigada por mantener supuestas relaciones con la mafia. Berlusconi parecía estar acabado y con todos estos rumores el país permanecía indiferente ante su candidatura.

El neomelódico demostró ser una pieza importante que el ambicioso estadista pudo moldear a su gusto para su propio interés político. En ese momento la música causaba sensación en las periferias urbanas, pero le faltaba el poder económico y conexiones internas para formar una escena. Un Berlusconi rodeado de apuros vio la oportunidad de capitalizar ese sentimiento de distanciamiento. Mientras que el centro-izquierda del norte despreciaba el género, él asimiló aspectos de la estética de los neomelodici en su propio desempeño político, declarando repetidamente un amor exagerado por el sur, soltando chistes en dialecto e incluso cantando algunas canciones napolitanas propias. Su personaje público, tal y como lo definió el principal periódico financiero de Italia, era el de un "político neomelódico". Dio dinero a emisoras de música locales, ganándose el favor de los locutores y DJ más influyentes de Nápoles y acto seguido empezaron a aparecer vergonzosos anuncios políticos entre las canciones. El rostro de Berlusconi estaba hecho para mezclarse de forma 'natural' con las celebrities locales como si fuera una más de ellas. Al igual que Donald Trump hizo con su llamamiento "Make America Great Again" hacia el Midwest en 2016, Berlusconi se convirtió en todo un campeón del localismo contra la agenda centralizada del gobierno de centro-izquierda. En 2001, contra todo pronóstico, volvió al poder tras arrebatar el sur a sus oponentes.

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A medida que fue entrando más dinero en la industria de la música napolitana, también aumentó la participación de la Camorra (aka la mafia). Durante los 90, numerosos clanes empezaron a hacernegocios como representantes de relaciones públicas, managers y sellosdiscográficos. Más adelante llegaron incluso a crear canales de televisión piratas, incluyendo canales 24 horas para promocionar a sus artistas. En una ciudad donde los servicios públicos son ridículamente ineficientes, la justificación de esta oscura infraestructura nunca se ha puesto del todo en duda. ¿Por qué no deberían los jóvenes con talento pedir ayuda a la Camorra cuando no hay ninguna otra organización que los apoye?

Algunos neomelodici han llegado a ensalzar explícitamente el glamour de la mafia. "Mio Amico Camorrista" de Lisa Castaldi es un ejemplo especialmente sincero: "Mi amigo el mafioso", canta, "pone su vida y libertad en peligro / Pero para la gente de las calles, no hay ninguna otra ley". La canción de Nello Liberti "O Capo Clan" es una apología que muestra un orgullo similar por la mafia: "El capo es un tipo serio, no es verdad que sea malvado / Si ha cometido algún delito ha sido por necesidad y siguiendo la voluntad de Dios". En 2015, Umberto Accurso –uno de esos capos que ahora mismo está cumpliendo una sentencia de diez años de prisión– supuestamente escribió una canción para expresar el dolor que se siente al estar separado de los tuyos. Fue interpretada en la televisión local por Anthony, uno de los neomelodici más populares de Nápoles.

En las últimas décadas, decenas de cantantes, managers, productores, letristas y publicistas han sido detenidos por mantener supuestas relaciones con la Camorra. Aunque algunos acaban en prisión, la gran mayoría son puestos en libertad sin cargos y los que no colaboran con la mafia pueden ser acosados o incluso asesinados por actuar sin pedir permiso a los correspondientes capos. No nos sorprende pues, dada la reputación violenta de estas bandas, que muchos de los artistas independientes originales estén dando la espalda al género. Hablé por teléfono con Vito, un antiguo neomelódico que abandonó Nápoles a finales del 2000 para huir de "la cultura de la especulación" y de toda relación íntima con el crimen organizado, "la malavita", tal y como lo define él. "Ya no me gusta ese mundo", me dijo, "ese aspecto de las cosas se está metiendo en medio de la música. Ahora vivo en Alemania donde toco canciones italianas tradicionales, sin dialecto, y a la gente le encanta. Pero echo de menos mi ciudad y espero poder volver algún día y ver que las cosas han cambiado".

Otros músicos napolitanos han intentado negar rotundamente la validez de la etiqueta. Gigi d'Alessio, una de las estrellas más populares de la ciudad, dijo hace poco en una entrevista: "Los neomelodici no existen. No son más que cantantes italianos que tienen la suerte de haber nacido en Nápoles". Es una declaración que intenta contrarrestar la imagen del sur como una fosa séptica de crímenes y degradación cultural pero, desde un punto de vista más cínico, es también un intento de distanciar su marca personal de una etiqueta que a menudo se utiliza de forma peyorativa. No hay duda de que con ello está ignorando la experiencia real de los suburbios de la Italia del sur y de la sociedad específica que encapsula esta música. Al parecer, los napolitanos no son solo víctimas de los prejuicios del norte, sino a menudo también de los suyos propios.

Al igual que cualquier forma de arte ligeramente relacionado con la identidad, pone en peligro la autoconfianza y agenda política de estas comunidades. No es del todo correcto que veamos a los neomelodici como víctimas pasivas, algunos de ellos sacan un buen dinero y su público parece más que satisfecho. Pero lo que la historia de estos artistas nos demuestra es lo fina que puede ser la línea entre la 'cultura auténtica' y el control social. Cuando hay tantas fuerzas de poder intentando sacar tajada de este orgullo regional, es difícil ver dónde acaba la expresión artística y dónde empieza la explotación. Es una ambigüedad que a la larga tiende a ser útil para aquellos que están en el poder, y mientras que Berlusconi y la mafia son dos ejemplos especialmente grotescos, su avaricia es solo uno de los rostros de una verdad incómoda que se extiende mucho más allá de la burbuja insular del pop italiano.

Traducido por Rosa Gregori.