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crimen

Denuncié la corrupción de la policía de Mallorca y me hicieron la vida imposible

Aún no me puedo creer todo por lo que me están haciendo pasar, pero lo volvería a hacer. Volvería a denunciar.
Alba Carreres
tal y como se lo contó a Alba Carreres
policia de mallorca
Foto cortesía de la protagonista

Me llamo Sonia. Soy mujer, soy policía, denunciante de corrupción, lesbiana, catalana, de izquierdas y feminista. Soy una humilde trabajadora que se ha dedicado toda su vida a sacarse una plaza fija y a cumplir con su deber.

Entré en el cuerpo de policía hace 14 años. Formé parte de una promoción de 89 hombres, yo era la única mujer. Cabe decir que por parte de mis compañeros nunca sufrí ningún tipo de acoso, pero algunos de mis superiores sí me discriminaban por ser mujer. Recuerdo los comentarios de un alto mando que se refería a mí como “la rubia de las tetas gordas”. Ahora ha acabado imputado y en prisión.

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Cuando ingresé en el cuerpo, en el año 2005, me ofrecieron una plaza en la oficina de denuncias, pero yo ya tenía claro que lo mío era patrullar. Estuve 13 años patrullando de noche en la unidad de Seguridad Ciudadana de Palma de Mallorca. Durante mis dos primeros años como policía me estuve aclimatando, no percibía nada fuera de lo común a mi alrededor. No fue hasta que entré en la Unidad Motorizada Pesada que empezaron a pasarme cosas extrañas. Un día, en la playa del Arenal, una mujer nigeriana se arrodilló ante mí, me dio dinero y me pidió que no le pegara. No entendí nada, pero cuando caí en la cuenta no me lo podía creer.


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Nadie se puede imaginar cómo de increíble es que gente que toma contigo el café, compañeros con los que pasas tanto tu jornada laboral como tu tiempo libre, estén ahora imputados por delitos tan graves como son los de tráfico de drogas, trata de blancas, pertenencia a banda criminal, espionaje, coacciones, amenazas u ocultación de pruebas.

A lo largo de mis años como policía, he visto situaciones cuando menos extrañas que me indujeron a pensar que algo no marchaba bien. Lo que me hizo abrir los ojos fue un extraño correo electrónico que recibió uno de mis compañeros. En él aparecían todas las preguntas de un examen para opositar a una plaza de oficial de policía y sorprendentemente coincidían con las que salieron el día del examen. Hasta entonces solo había rumores de que nuestros jefes recibían grandes lotes de Navidad provenientes de los magnates del ocio nocturno de las Baleares, pero no acababa de entender qué tipo relación podían tener ambos incidentes.

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También me resultó llamativo que la policía local tuviera que hacer tantas intervenciones de estupefacientes porque normalmente hay otros cuerpos involucrados en el tema. A nosotros siempre nos enviaban a este tipo de operaciones. Pero ¿qué iba a hacer? ¿Un informe diciendo que todo aquello me parecía raro y luego entregárselo a mi jefe?

Cuando se empezó a investigar la trama de corrupción del caso Cursach, vi que todo eso estaba relacionado. Me di cuenta de que era algo muy grande lo que estaba sucediendo. Bartolomé Cursach, magnate del ocio nocturno, llevaba años presuntamente beneficiándose de la protección policial y política. Ahora se le imputan un total de dieciséis delitos. Según ha trascendido, parece que a cambio Cursach compensaba con fiestas, prostitutas, orgías, champán y cocaína a policías y políticos que favorecían sus negocios. Yo conocía a muchos de los que estuvieron implicados en la trama.

En el momento que se abrieron diligencias, vi claramente que tenía mucha información que aportar. Tenía que hablar y contar lo que sabía para que hubiera justicia. Estuve dos noches en vela apuntando todo lo que creía que les pudiera servir en la investigación. Me consideraron testigo protegido del caso, pero de alguna forma supieron que yo era una de las que iban a denunciar.

A partir de entonces todo se enturbió y me vi sometida a un altísimo nivel de acoso: me pincharon las ruedas del coche, me robaron la moto, me dejaron mensajes anónimos con amenazas de muerte, me seguían por la calle, me reventaron la cerradura de acceso a la puerta de mi casa, marcaron mi telefonillo con espray negro e incluso tienen grabaciones mías de hace tres años que han usado para amenazarme. Es algo que sinceramente me ha dado mucho miedo. Ahora estoy de excedencia, ya que la presión que he recibido estas últimas semanas ha sido desmesurada.

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Para velar por mi seguridad tuvo que intervenir una brigada de Madrid para poner cámaras en el perímetro de mi casa. El mismo dispositivo que les ponen a las víctimas y a los testigos protegidos en casos de terrorismo.

No declares en comisaría

Hace unos días, hablé abiertamente por Twitter del acoso a prostitutas por parte del cuerpo policial y miles de personas compartieron mi denuncia. He visto cosas denigrantes, como por ejemplo a miembros del cuerpo policial tirar a una prostituta a un contenedor de basura. No me podía quedar callada y ver cómo todo seguía igual. El Sindicato Profesional de Policías Municipales de España ha presentado una denuncia en mi contra para que se investiguen las acusaciones que hice. Denunciar al cuerpo sale caro.

Aún no me puedo creer todo por lo que me están haciendo pasar, pero lo volvería a hacer. Volvería a denunciar. La gente tiene que saber la verdad. Está cansada de que le cuenten milongas y de que le digan que solo hay algunas manzanas podridas. Hay muchos policías que son unos sinvergüenzas.

Confío en que haya policías que son enormes profesionales, pero la policía como institución debería abrir la puerta y dejar que corra el aire. Como estructura es opaca y una cloaca que no se acaba de limpiar, y además no hay ningún compromiso político para que la situación cambie. Mi única intención es que todo salga a la luz, que se acabe sabiendo. Que la gente que ha hecho mal pague por ello. Como profesional, como policía y como mujer, debo estar a la altura de lo que la ciudadanía espera.

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