FYI.

This story is over 5 years old.

ESPAÑA

Moción de censura: cuando la corrupción no nos parece tan grave

La reacción de los medios y de la calle a la moción de censura a Mariano Rajoy nos hace pensar que quizás no nos importa tanto la corrupción.
Rajoy con Albert Rivera en un encuentro en La Moncloa. Javier Barbancho/Reuters

La sentencia judicial del primer capítulo de la Gürtel (vendrán más) ha generado en la política española el mismo efecto que genera en mí el cine de sobremesa un domingo: el final se ve claro desde el principio, pero hay que esperar a que la chica sea liberada por su exnovio para poder criticar con desahogo la peli entera. Aunque era evidente desde hace ya tiempo, años, que el PP se había comportado como una organización corrupta, ahora lo tenemos por escrito de mano de la Justicia. Fin de la peli.

Publicidad

A raíz de esta sentencia, al resto de partidos no les ha quedado más remedio que decidir que “hasta aquí hemos llegado”. Mañana jueves llega al Congreso una moción de censura contra Rajoy, presentada por el PSOE de Pedro Sánchez. En España, una moción de censura no es un “váyase usted”, sino un “váyase usted, que me pongo yo”. Así que el jueves, Pedro Sánchez se dirigirá al Congreso y pedirá ser investido presidente del Gobierno por el resto de grupos políticos para echar a Rajoy.

"La corrupción nos ha costado 122.038 millones de euros en 387 casos contabilizados"

Aunque se suela destacar la mala relación personal entre ambos líderes (Rajoy y Sánchez), la moción de censura no parece ser un asunto personal, como Rajoy, con el enfado comprensible por perderse la final de la Champions dejó entrever la semana pasada. De hecho, no es ni contra Rajoy. No es que Rajoy sea el tipo más sucio y corrupto del mundo, ni siquiera el culpable de la corrupción del PP, pero sí parece ser el representante máximo de un modo de entender la política que consistente en ver, callar, negar haber visto algo y, cuando no queda otra alternativa que reconocer que algo había, desentenderse de lo sucedido: “Esa cosa de la que usted me habla”.

Ese modo de hacer política, tan extendido en nuestro país, nos ha costado 122.038 millones de euros en 387 “casos aislados” de corrupción contabilizados, según un estudio publicado hace unos días. La inmensa mayoría de esos casos, con el PP de protagonista. Siendo generosos, a Rajoy podemos acusarle, al menos, de ser muy permisivo con un problema que le ha generado a España durante los últimos años una pérdida de dinero equivalente al presupuesto de todo un año en pensiones, educación, sanidad, pago de la deuda, subsidio de desempleo, cultura… Un desastre económico, vaya.

Publicidad

Ahora, las luces alumbrarán a Pedro Sánchez y la pregunta que se le hará será la de si es capaz de formar un Gobierno sólido para coger el volante del país

La cita para apartar a Rajoy del Gobierno llega antes de lo esperado. Cuando Pedro Sánchez decidió registrar la moción de censura esperaba contar con más tiempo para buscar alianzas. ¿Quieres hacer una moción, Pedro? ¿Sí? Pues venga, ponte los zapatos de claqué, que este mismo jueves sales a la pista a bailar.

Nadie duda que el propio presidente ha tenido mucho que ver en la elección de una fecha tan cercana que deja al aspirante y a quienes tienen que sumarse al aspirante para darle la patada en el culo al actual presidente, con la pierna aún sin preparar. En estas cosas Rajoy es un genio: este es uno más de los míticos cambios de ritmo de un hombre que juega a la política andando, impasible, pero que llegado el momento lanza una carrera para dejar sentados a los rivales y después, con todos fuera de juego, poder seguir andando tranquilamente.

Rajoy compareciendo en los juzgados a causa de la Trama Gürtel. Imagen vía Reuters TV

A Rajoy, que es futbolero le gustará este símil: quien haya visto algún vídeo de Johan Cruyff y sus cambios de ritmo —pasaba de estar casi parado al pleno galope de un segundo para otro— podrá entender cómo es el estilo político de nuestro todavía presidente del Gobierno cuando las cosas se ponen mal. Ahora, las luces alumbrarán a Pedro Sánchez y la pregunta que se le hará será la de si es capaz de formar un Gobierno sólido para coger el volante del país. Puede que consiga ser presidente, pero no parece sencillo que la cosa, con tan poco tiempo, pueda ser sólida.

Publicidad

Un país que no sabe quién será su presidente el próximo fin de semana, habla del tema en la calle. La conversación la escuché esta mañana desayunando en una terraza: “Verás tú la que van a liar todos estos juntándose, tú sabes que yo a Rajoy no lo aguanto, pero esto va a ser un desastre”, decía un tipo de unos cincuenta años mientras pasaba páginas de El País. “Pero tampoco vas a dejar que siga ahí un partido que ha robado, ¿no?”, respondía el acompañante, más joven, removiendo el café con la cucharilla.

El marco es a la política lo que el agua a los peces y en España vivimos uno de esos momentos en los que el marco, el enfoque que como sociedad decidamos darle a lo que está pasando y a lo que pueda venir, marcará los próximos años

La primera vez que escuché hablar del concepto de “el marco” fue hace años. Se lo oí a una amiga que se dedicaba por aquella época a la comunicación política. Yo no entendía nada. "¿El marco?", le pregunté y ella me lo intentó explicar como a los niños, con dibujitos: sí, quien es capaz de imponer el marco —me dibujaba un cuadrado con sus dedos índices en el aire—, gana siempre la batalla política, me decía. Yo, para no parecer (más) imbécil, asentía con la cabeza mirando al lugar del aire en el que ella había dibujado el recuadro invisible. Un tiempo después fui empezando a entender en qué consistía aquello de “el marco”, esa cosa fundamental para la política.

Publicidad

El marco resultó ser “de qué se habla en los bares, en las terrazas como la de esta mañana, qué preocupa en la calle, qué idea manda”. El marco, tenía razón mi amiga, lo es todo. El marco es a la política lo que el agua a los peces y en España vivimos uno de esos momentos en los que el marco, el enfoque que como sociedad decidamos darle a lo que está pasando y a lo que pueda venir, marcará los próximos años. Ahora mismo, como en la conversación de la terraza, el marco está en disputa: ”Seguridad” Vs Expulsar a los corruptos.

El debate no es la urgencia por expulsar de puestos de poder a quienes han sido condenados por usar ese poder para robar, sino si es posible vivir sin ellos

No solo pasa en la calle. Escucho debates de televisión o radio, leo periódicos y el debate no es la urgencia por expulsar de puestos de poder a quienes han sido condenados por usar ese poder para robar, sino si es posible vivir sin ellos. ¿Pactar con los nacionalistas?, se preguntan en programas progresistas, en los que los contras a expulsar a Rajoy parecen pesar más que los pros. Hasta en el propio PSOE, el partido que podría alcanzar el Gobierno, sus caras conocidas tuercen el gesto. Alfonso Guerra avisa de que no se puede ir a ningún lado con los populistas y separatistas. Rodríguez Ibarra lo dice más claro: me importa más lo de Cataluña que lo que pueda haber robado el PP. Susana Díaz, rival interna de Sánchez, le advierte de lo mismo. A ver cómo colocan Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y quienes decidan acompañarle, un marquito con tanta gente moviendo la pared.

Publicidad

MIRA:


La sensación es que si no fuera Cataluña, la excusa y el debate serían otros. Los mercados: siempre nerviosos con estos asuntos. La prima de riesgo: tan imprevisible como siempre. El fútbol: ¿con un mundial a la vuelta de la esquina te vas a meter en este jaleo? Parece que hemos aprendido a vivir con la corrupción. Lo que nos mata nos acompaña, es un amigo conocido. No hay incertidumbre en una concesión a dedo a cambio de sobres con dinero negro.

Tenemos asumido el daño que nos hace. Como el tabaco, lo conocemos. Es ADN, parte del entorno. Si, sabiendo como sabemos que un partido político se ha comportado durante décadas como una organización criminal, si sabemos que su líder y el presidente de todos miraba para otro lado cuando no encubría, si sabiendo todo esto, el debate gira en torno a que sería arriesgado que se fueran, ¿no deberíamos replantearnos hacer de la corrupción patrimonio nacional y empezar a disfrutarla?