Entre tepehuajes, pinos, encinos, guajes y pochotes, y nutridas con abundante agua, buena luz y tierra fértil, unas tres mil plantas hembra de metro y medio, cargadas de cogollos y con grandes hojas despuntan en la barranca. Serafín y sus socios las han estado cultivando por más de tres meses en una tierra rentada de un pueblo de la Sierra de Guerrero; han invertido también unos 30.000 pesos mexicanos (1.500 dólares) en fertilizantes, plaguicidas, agua y mano de obra. Desmachar —lograr que las plantas macho no germinen a las hembras y arruinen los cogollos— ha sido casi una labor cotidiana.
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Ante el desplome abrupto del precio de la goma de opio de 20.000 pesos (1.000 dólares) a 3.000 pesos (150 dólares) el kilogramo a fines de 2017, Serafín y sus colegas cambiaron el cultivo de maíz bola, como se le conoce en la región a la amapola, por la marihuana.“Ya la cultivábamos año con año, de generación en generación, pero recién hemos venido a saber que se llama cannabis… y que no es lo mismo que andar marihuano”, señala mientras caminamos hacia el carro en el que llegamos saltando baches, ríos y barrancas. Luego resalta las múltiples propiedades medicinales de la planta con la certeza de que la ciencia respalda su actividad y ojalá pronto la ley: tres comisiones del Senado de México —de Justicia, Salud y Estudios Legislativos— aprobaron el dictamen de proyecto de ley para la regulación del uso de la marihuana el pasado 3 de marzo, dictamen que puede ser revisado mínimamente y que debiera convertirse en ley antes del 30 de abril según un decreto de la Suprema Corte de Justicia.La apuesta por el cultivo de marihuana de Serafín y sus socios, y hacerlo bajo un marco regulatorio legal, no se reduce solo a sustituir un cultivo por otro: pretenden crear fuentes de empleo más digno, menos sujetas a las dinámicas extorsivas del crimen organizado y del mercado neoliberal. Finalmente estas últimas lograron lo que décadas de políticas militares de erradicación forzada de cultivos jamás consiguieron: acabar con la producción de amapola como fuente de la goma de opio para heroína.El fentanilo, un opioide sintético fabricado en laboratorio con menores costes de producción y mucho más potente y dañino, empezó a entrar en 2017 desde China a Estados Unidos a través del Puerto Lázaro Cárdenas, y pronto proliferaron laboratorios en territorio mexicano bajo el control del Cartel Jalisco Nueva Generación.
La violencia
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“Nuestra fuente de empleo era [la goma]. Todo el Filo Mayor vivía de la amapola”, señala Serafín, haciendo eco de las cifras que manejaba la Unión de Comisarios de la Sierra, que en varios encuentros internacionales ha mostrado que esta planta daba trabajo directo a más de 100.000 campesinos, 10% de ellos mujeres, e incluso a jornaleros que llegaban de las regiones indígenas de la Montaña. “Pero cuando los precios se desplomaron la economía de la Sierra se terminó. Ahora hay una pobreza muy gacha”, añade.Con la falta de empleo la economía tomó un cariz macabro: incrementaron los secuestros por parte del crimen organizado, la petición de derechos de piso, la prestación de servicios “de seguridad” a las mineras canadienses que operan en la región, el trabajo de halconato (vigilancia), la tala clandestina y las extorsiones. Por tener una vaca o un taller de autos, la cuota podía ser tan elevada que la gente se vio obligada a dejarlo todo y salir de manera forzada.La expulsión masiva escaló con las disputas por el control del territorio entre grupos del crimen organizado. En noviembre de 2018, tres mil personas armadas del autodenominado Frente Unido de Policías Comunitarias del Estado de Guerrero (FUPCEG), liderado desde Tlacotepec por Onésimo Marquina Chapa, que controla la zona minera de Mezcala, entraron en el territorio bajo el influjo del Cartel del Sur, cercaron la plaza y expulsaron a más de 1.200 personas de varias comunidades; entre ellas, Filo de Caballos, Campo de Aviación y Los Morros.
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Meses después se restableció el tráfico de rutas y escuelas en la zona, pero bajo un férreo control del tránsito de personas, horario e información. El diablo anda suelto y el precio de la vida se devaluó al insulto: según varios rumores, un sicario puede cobrar hasta 3.000 pesos (150 dólares) a la semana.En marzo de 2020, en medio de la pandemia de coronavirus, los desplazamientos forzados masivos en la Sierra continuaron. Unas 800 personas de las comunidades de El Balsamar, Chautipa y Tepozonalco, fueron expulsadas de su hogar.Tricomas, trimear, terpenos son palabras que suenan a tierra prometida en boca de Serafín y de los hombres y mujeres que han venido a jornalear en la casa de secado. Llegamos a la casa tras manejar unos treinta minutos desde el campo de cultivo, por un camino rodeado de terrenos escarpados, algo de tlacolol (siembra de maíz en pendientes desniveladas) y bosques. El patio tiene una vista privilegiada al valle, agarra señal de radio y permite ubicar cualquier movimiento en las carreteras de acceso, por la vanguardia, por la retaguardia. Bajo el sol cenital, tres mujeres y varios hombres recortan, limpian y pulen los cogollos de marihuana ya secos, con unas tijeras grandes, un poco oxidadas. A esto le llaman trimear, un anglicismo importado de la boyante industria cannábica de Estados Unidos. Entre botellas de pepsi-cola y bolsas de sabritas, sus hijos juegan con cubos de agua y las plantas.
El trimen
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El jornal de 150 pesos (7,5 dólares) que Serafín y sus dos socios campesinos les pagan a estas familias por la tarea es mayor que casi cualquier otro en estos tiempos de escasez. Al menos les genera algo de dinero que gastan en la escuela de sus hijos, en zapatos, en ropa y en comida.Con su cosecha a punto de caramelo, y todavía en la clandestinidad, Serafín y sus socios temen perder todo el trabajo de cultivo y trimen si los militares llegan a erradicar o decomisar los cogollos. Por eso hablan por el radio, están ojo avizor. Serafín cuenta que “si encuentran las plantas, las cortan, las queman, las acaban y toda la inversión se pierde. Aunque a veces agarran la onda. Como Ejército los mandan erradicar todos los plantíos, pero ellos saben que es nuestra única fuente de vivir aquí… se compadecen. Saben que la Sierra vive de esto”.La idea es pues cultivar con criterios de calidad e incluso ofrecer un producto “orgánico”, libre de pesticidas. Solo con un cannabis fino, piensa Serafín, podrán competir en el mercado mexicano regulado. Él y sus socios creen que con la legalización ya no habrá más erradicaciones forzadas a manos de militares y que el crimen organizado perderá parte de su poder. Esto, claro, en caso de que la regulación se haga contemplando ciertos criterios afines a los productores campesinos y las realidades regionales.“Pienso que el Gobierno va a venir a revisar cuántas matas sembraste… y en vez de que tú lo vendas al narcotráfico, ya lo vas a vender a un mercado que esté regulado”, comenta Serafín , mientras limpia un poquito el terreno y agarra entusiasta varias plantas, algunas bien cargaditas de tricomas y otras algo encocadas. “Si el Estado controlara la producción, podría controlar los precios y no pasaría como con los precios de la amapola, que cayeron tan bajo”.
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Mercados y climas
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¿Qué les hace pensar que con la regularización sí se pagará un precio justo por la marihuana cuando esta sea legal?, ¿que la regularización terminará con la violencia?“Pues mire, que se logre la pacificación con esto, ¿pues quién va a querer andar metiéndose en problemas? Si la marihuana es legal, tú te vas a dedicar a trabajar porque sabes que esta va a ser tu economía”, me contesta convencido Serafín, sin entrar de lleno en las dificultades de lograr un precio justo.“La regulación de cannabis y de amapola no es el fin, y no va a ser la vara mágica… pero es que no hay una sola cosa que vaya a arreglar todos los problemas en México”, dice Zara Snapp, cofundadora del Instituto Ría y promotora de la campaña #RegulacionPorLaPaz, quien ha examinado las experiencias de regularización de cannabis medicinal o recreativo en otros lugares del continente.“Lo que queremos es ir avanzando en una dirección donde se respeten los derechos, donde no haya tanta impunidad, donde existan la verdad, la justicia, y la construcción de paz. Entre las propuestas para la regulación está el que se cree un fondo donde ciertas ganancias de este mercado vayan, a través de los impuestos, a mecanismos que ya existen, como por ejemplo la Comisión Nacional de Búsqueda”. Este es un organismo estatal mandatado en la búsqueda de personas víctimas de desaparición forzada, pero cuyos presupuestos actuales, considerando las miles de fosas que agujerean el país, es irrisorio.En mercados legales, como el café, el mango o el aguacate, las dinámicas, con menos sangre aparente, también se tornan extorsivas.
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El sueño dorado del cultivo de cannabis en la Sierra como alternativa al derrumbe de los precios de la amapola y la violencia extorsiva también se enfrenta con barreras estrictamente agrícolas. Según mencionan algunos agrónomos de la Universidad Autónoma de Chapingo que prefieren guardar el anonimato, los climas propicios para el cultivo de “la bola” son templado-frío, mientras que para la marihuana son templado-caliente. La producción de cannabis no podría sustituir los cientos de hectáreas de cultivo de amapola que había en Filo Mayor a más de 1.000 metros de altura.En la barranca y en la casa de secado, con algunas cosas que van leyendo, Serafín y sus compañeros mejoran el cultivo de la planta, decididos a que su suerte cambie con la nueva legislación. “Primero es arar y lograr una buena tierra, germinar la planta, desmacharla, sembrarla, abonar, fumigar, llevarla a un almacén de secado…. luego trimearla”, cuenta Serafín.Las plantas ya cosechadas y bocabajo se mecen con la brisa de la tarde que va entrando. “Antes las vendíamos enteras, con hojas. La flor se maltrataba, se tiraba, se amontonaba, y ya la marihuana se volvía negra, con hongos. También la secábamos al sol, la maltratábamos, la pisoteábamos o la prensábamos. Los tricomas, los terpenos y la clorofila se perdían”.“En las mañanas frías, cuando cae el sereno, las plantas se humedecían. En tres días tirábamos tres meses de trabajo. Pero ahora seleccionamos flor por flor y las limpiamos. Una vez que seca, la limpiamos de nuevo, después trimeamos y la ponemos a secar en un bote de cristal que vamos abriendo cada día. Si usted fumara, usted preferiría fumarse una colita de este cogollo que estar fumando una marihuana prensada sin color u oxidada… Ahora la planta vale más”.
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