niño gritando con la cabeza explotada
Ilustración Benjamin Tejero
Tecnología

El miedo al 5G es solo un ejemplo más de una larga historia de terror a la tecnología

El miedo a las ondas de radio existe desde la década de los 50 y a lo invisible desde mucho antes.

Este artículo se publicó originalmente en VICE Francia.

El lanzamiento del 5G ha sido de todo menos tranquilo. A pesar de lo que promete, como la llegada de los vehículos autónomos o la realidad virtual, la quinta generación de internet móvil es considerada por muchos como una amenaza. El 14 de julio de este año, el Reino Unido prohibió los equipos de 5G producidos por la empresa china Huawei por motivos de seguridad. Mientras, los grupos de activistas se han mostrado en desacuerdo con el coste medioambiental de esta nueva tecnología, que requiere un montón de recursos simplemente para reemplazar al 4G que ya es bastante rápido.

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Pero hay un grupo que se opone al 5G porque cree que es un peligro para la salud. La teoría de que los teléfonos móviles provocan cáncer lleva mucho tiempo entre nosotros, aunque carece prácticamente de base científica. Ahora, los teóricos de la conspiración dicen que las torres del 5G están debilitando nuestro sistema inmune y volviéndonos más vulnerables a la covid-19. Algunos incluso creen que las torres transmiten el virus directamente a los humanos y que obviamente la mejor forma de combatir la pandemia es incendiándolas.

Para empezar, es importante entender qué son las “ondas” y cómo funcionan. El ojo humano solo puede percibir una minúscula parte de la energía que cruza el universo en forma de ondas electromagnéticas y otros tipos de radiación. Esto es lo que se conoce como el espectro visible y a lo que nosotros llamamos colores.

La radiación electromagnética se clasifica según la longitud de onda que presente. Lo que percibimos como morado tiene una longitud de onda de unos 400 nanómetros (nm). La radiación por debajo de los 400 nm se conoce como “ultravioleta” y es invisible al ojo humano. Otro tipo de radiación, la radiación ionizante, también presenta longitudes de onda por debajo de 400 nm. Esta radiación transforma los átomos que toca en iones, extrayendo los electrones y rompiendo los enlaces químicos de las moléculas. En pocas palabras, es inestable y peligrosa para los seres humanos. Los materiales como el uranio emiten una radiación ionizante, que, en cantidades extremas, puede causar quemaduras e incluso la muerte.

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El miedo a las radiaciones electromagnéticas comenzó en la década de los 50. Tras la Segunda Guerra Mundial, una epidemia de la llamada “enfermedad de las ondas de radio” azotó los puestos militares del este de Europa. La gente decía que las radios y los radares provocaban fatiga, dolores de cabeza, vértigo y problemas de sueño. Hoy, esta condición se conoce como hipersensibilidad electromagnética, aunque no está reconocida como enfermedad por las autoridades sanitarias y es autodiagnosticada.

En 1979, las ondas electromagnéticas se comenzaron a asociar con el cáncer. Todo comenzó con un artículo científico en el que se indicaba que, en Colorado, las líneas de alto voltaje estaban normalmente más cerca de los hogares de niños que desarrollaban cáncer. Esta correlación se investigó en muchos estudios posteriores, pero a día de hoy, no hay ninguna prueba consistente que corrobore esta teoría.

En los años 80, cuando los microondas se popularizaron en los hogares, el miedo del público a la radiación electromagnética alcanzó su punto máximo, alimentado por los medios. Se decía que los microondas causaban cáncer y destruían los nutrientes de la comida. Aunque estudios recientes han demostrado que los microondas en buenas condiciones no presentan ningún riesgo para la salud, siguen apareciendo de vez en cuando informes falsos de que la Unión Soviética prohibió los microondas en 1976.

En cuanto a los efectos a largo plazo de las radiaciones electromagnéticas, en 2011, el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer clasificó la radiación electromagnética como un “posible agente cancerígeno”, pero con muchas reservas. Obtuvieron pruebas “limitadas” que relacionaban el uso de los teléfonos con dos tipos específicos de cáncer, el glioma y el neurinoma del acústico, y pruebas “inadecuadas” sobre los otros tipos. La OMS también considera otras sustancias comunes como los pepinillos y el café como posibles carcinógenos.

Las bases científicas de esta histeria son, como poco, cuestionables, pero eso no ha hecho que la gente deje de temer a las ondas electromagnéticas. Pero si los científicos no saben algo con seguridad, mucho menos la gente normal y corriente. La tecnofobia, o el miedo a la tecnología, podría estar arraigada en la mente humana.

Ian Hacking, filósofo canadiense, estudió el fenómeno de los “trastornos mentales temporales”, o trastornos que solo aparecen en determinados contextos y luego desaparecen. Por ejemplo, en la Europa del siglo XVI, cuando se empezaron a usar los vasos transparentes, la gente pensaba que sus cuerpos se habían convertido en cristal. Este delirio llegó a afectar incluso al rey Carlos VI de Francia, que se vestía con prendas reforzadas para proteger su frágil cuerpo. Otro grupo tecnófobo famoso fueron los luditas, unos trabajadores textiles ingleses que destruyeron los telares en el siglo XIX para protestar por la dominación de la tecnología.

Ahora, las ondas invisibles que nos conectan los unos a los otros se ven como una amenaza similar. Y como los gigantes tecnológicos utilizan cada vez más esas ondas para hacer acopio de nuestra información personal, la gente ha perdido la confianza y se tira de cabeza al abismo de las teorías conspiratorias. El 5G es simplemente el nuevo chivo expiatorio.