Crónica de un colombiano horas después del atentado en Barcelona
Todas las fotos por el autor.

FYI.

This story is over 5 years old.

Actualidad

Crónica de un colombiano horas después del atentado en Barcelona

Santiago de Narváez narra su versión de los hechos: las fiestas interrumpidas, las cadenas de mensajes, las vidas perdidas.

Morirse es tan fácil. Basta atorarse con un pedazo de maíz; o caminar por la calle y que le caiga un ladrillo; que el médico le diga que tiene cáncer y solo tres meses de vida; basta caerse de la bicicleta borracho y romperse la cabeza. Basta trabajar buena parte de la vida, gastar los ahorros en ese tiquete, viajar al otro lado del mundo, caminar por unas calles ajenas —la cámara colgada al cuello, la sonrisa del sueño cumplido— y que de pronto te arrolle un desconocido. Morir es tan fácil, tan tonto.

Publicidad

Y sin embargo se nos olvida. Y nos espanta la idea.

* * *

Estoy en mi casa y me dispongo a ir a las fiestas de Gracia, un barrio tradicional de la ciudad que está en su semana de festejo. Las calles adornadas, conciertos en las calles, cerveza a borbotones. El verano en su esencia.

Me llama un amigo que me va a acompañar y me dice: "¿vio lo que acaba de pasar? Atropellaron a una gente en Las Ramblas. Todavía no se sabe si es un ataque terrorista. Yo creo que no voy a las fiestas, me voy a quedar en casa mientras se define qué pasó". Yo lo intento convencer y él me responde tajante "acuérdese que en Paris los ataques fueron en simultáneo. Mejor me quedo y si quiere le voy avisando".

* * *

Puede ser soberbia. Pero no quiero que estos tipos –quien quiera que sean– me quiten el derecho a festejar. No me pienso encerrar en mi casa a ver las noticias desde el computador. Los cobardes son esos que se esconden detrás del volante y atropellan sin valor. Salgo a la calle camino a Gracia con tres cervezas en la mochila que son mi defensa.


Lea también:


* * *

Me entran mensajes del otro lado del charco. Hoy en día sabemos tan rápido de los otros, un océano de por medio. "Todo bien?", "Estaba cerca cuando pasó?", "Ole, vaya con cuidado, con cuidado, si ve un carro medio loco se tira al río, lo que tenga por ahí cerca ", "Te mando un abrazo enorme y bendiciones, que Dios te proteja", "Devuélvase ya, mano", "Eso por allá está muy inseguro", "Ya estuvo bueno, vuelva", "Calvo marica, véngase ya". (Qué sería de nosotros sin la gentileza de los amigos).

Publicidad

* * *

Antes eran los desastres naturales. Los huracanes, los terremotos, los tsunamis que ponían la vida en suspenso, que interrumpían la rutina. Ahora también (sigue habiendo huracanes, terremotos y volcanes) pero se ha sumado otro acontecimiento a la lista de desastres. El ataque terrorista, a falta de un nombre mejor. La furgoneta entrompada, esa Rambla vacía son un símbolo del terrorismo porque nos acuerda. Nos quita de un jalón la ilusión segura de tierra firme. ¿Qué está pasando con nuestras vidas? Que es otra forma de preguntarse ¿qué está pasando con el mundo?

* * *

Twitter, por supuesto. El segundo paso en informarse es Twitter. Uno se entera por whatsapp cuando algún preocupado pregunta que si uno está bien, y luego uno confirma la noticia por la red del pajarito. Uno se mete en ese estanque sabiendo a lo que se atiene. Twitter es hoy más veloz que cualquier redacción, Twitter es más rápido que la pluma de cualquier reportero. Y esa es su ventaja, pero también su condena. Uno se mete sabiendo que no todo es tan cierto, que a veces se exagera, que hay rabia. Uno se echa la bendición y se encomienda a la verdad.

Un GIF: hay una explosión al fondo y un viejo canoso en primer plano que grita: "no es el terrorismo islámico, no es el terrorismo islámico. Sólo fue otro loco en una furgoneta". El título del trino dice: atentado en las ramblas. Y atrás en el GIF sigue la explosión repetida y el loco canoso gritando incoherencias.

Publicidad

Lea también:


* * *

–Que no han podido coger a la persona.
–¿Ah?
–Al del atentado.
–Ah.
–Se salió del coche y se escapó. Nos habían dicho que subía para acá, solo faltaba ya, que subiera hasta acá –y la panadera se ríe y le entrega el croissant al cliente.

* * *

Dicen que cuando pasó en París las calles se volvieron vacías. Dicen que el silencio se quedó con la luz y así la tristeza. Dicen que nadie salía, dicen que se quedaron dentro, guardados. Dicen –dijeron– que los otros habían triunfado. Que habían ganado su guerra del temor. Dicen que a los días –las semanas– hubo campañas y gritos y consignas para retomar las calles, para volver a los bares, reconquistar las terrazas. Dicen.

* * *

Los españoles son inexpugnables. A ellos nada los detiene: o al menos ninguna furgoneta kamikaze los separará de esa cerveza y sus gaznates. Llego al barrio de Gracia, en la parte alta de la ciudad. Las terrazas están llenas, las mesas ocupadas. Ha pasado una hora desde que salieron las noticias y la gente, en este lado de Barcelona, sigue bebiendo y charlando con amigos. El tema, eso sí, es el atropello masivo.

* * *

–No no, digo: que los cojan y los metan en el fondo de una cárcel, me refiero. Pueden matarlos si quieren –dice la ciudadana preocupada.
–Ojalá, ojalá –responde el policía parado en su sitio.

* * *

Veo desde la entrada de un restaurante –hombro contra la pared– las noticias en el televisor. Muestran imágenes y los reporteros informan. Todavía no saben muy bien nada. Nadie sabe nada salvo de "instantes caóticos". Ahora viene saliendo alguien del restaurante casi vacío: me levanta las cejas: no sé si por simpatía y reproche humano contra el ataque infame o porque quiere que me quite.

Publicidad

* * *

–Mi amigo dice que estaba allá, en Plaza Cataluña, y que la policía no los deja salir, que están retenidos y que no dejan salir ni entrar a nadie.
–Hostia.

* * *

Me llama Mario. Mario es el que me alquila el cuarto en el que vivo. Mario está de viaje en Italia. Me llama y me pregunta si estoy bien. Le digo que sí. Suena preocupado. Su voz me transmite la angustia y me dice que no es por ponerme paranoico pero que trate de evitar los sitios concurridos en estos días, yo miro alrededor y veo a toda esta gente tomando cerveza en la Plaza del Sol –una de las más importantes de Gracia. Trata de evitar sitios concurridos, me dice y dice que era muy raro que no hubiera pasado ya. Que en París hubieran atacado y en Barcelona no, con toda esa proyección turística que tiene la ciudad, que es muy raro que no hubiera pasado antes. Y que a veces los cogen y sale en prensa y otras veces no, pero que ya habían intentado atentar. Y que es muy raro que hubieran tardado tanto.

* * *

No hay toque de queda. La policía les ha pedido a los ciudadanos que no salgan a las calles. Los ciudadanos, como corresponde al caso, se han pasado la sugerencia por el culo. No hay toque de queda. Todavía.

* * *

–¿Qué ha pasao?
–Nada, que han cancelao las fiestas, todas las fiestas de Gracia.
–¿Ah si?
–Si, por lo del…¿sabes lo que ha pasado?
–Si, lo de las Ramblas.
–Si, entonces parece que los tipos se han volado, se escaparon, que están en una tienda, entonces…
–¿Una tienda por acá?
–No no no, allá abajo en la Rambla.
–Ah, bueno.

Publicidad

* * *

Uno diría que los conductores que arrollaron a tantos en las Ramblas –ya van doce muertos, dice alguien por whatsapp– se tiraron la fiesta de este barrio. Uno diría que los conductores prófugos y asesinos son unos verdaderos aguafiestas. No solo porque se atribuyeron el derecho maldito de decidir sobre la vida de otro –ya van doce, dicen– sino porque se cagaron las fiestas de un barrio que venía preparándose desde hace semanas, meses. Uno diría eso. Pero los residentes del barrio se han quedado en la calle y mientras desmontan tarimas y desmontan la fiesta, los ciudadanos se toman sus cervezas y se ríen como suelen.

* * *

Han pasado tres horas desde la atropellada masiva y ahora el discurso es otro. Los mensajes que llegan, diluidos en redes, son otros. Dicen en grupos de whatsapp que hay otra furgoneta suelta, que es marca Fiat y que el número de placas es este. Piden que difundan la información. Luego otro mensaje, en el mismo grupo, responde que están evacuando el Corte Inglés de Plaza Cataluña –gran almacén de superficie– y que hay amenaza de bomba. Luego otro dice que ya agarraron la furgoneta suelta y que todo bien. Y otra responde que los sospechosos son cuatro: cuatro de ISIS y que esto es terrorismo organizado y que nadie dice nada para que no haya pánico, que esto es el colmo. Y siento que desde el mensaje de texto me gritan.

* * *

Definitivamente no hay fiestas. Decido entonces bajar por el Paseo de Gracia, que conecta el barrio de Gracia con la Plaza Cataluña, epicentro de los ataques y zona turística por excelencia. Quizás allá abajo, cerca al centro, la actitud de la gente sea otra, el ambiente sea otro.

Publicidad

* * *

El sol de verano se atenúa con el paso del tiempo, la tarde se va poniendo cada vez más oscura.

* * *

Bajo por el Paseo de Gracia y veo que todas las tiendas están cerradas. La gente encerrada dentro de las tiendas. Eso han logrado los asesinos de la furgoneta, ese ha sido su primer logro: la cancelación del comercio.


Lea también:


* * *

–¿Oye y está cerrado?
–Cerrado. Puedes coger la estación Fontana, allá arriba.
–Pero para Cataluña, todo eso.
–Nada, cerrado.
–Oye y para ir a Plaza Universidad.
–Espérame un momentico –dice el funcionario del Metro y sale corriendo.

* * *

Otra vez en el grupo de whatsapp: esto es una metralleta informativa. El uno dice que tenemos que ir a donar sangre. La otra responde que cómo si tenemos aviso de que no podemos salir de la casa. Y otra más dice que para qué donar sangre si nosotros los latinoamericanos venimos de la selva y traemos enfermedades, que ella ya intentó donar una vez y eso le dijeron cuando intentó. Y el uno responde que en algunos países de Suramérica a los gays tampoco los dejan donar. Y la otra responde que no le cree y esto ya se volvió una discusión geopolítica.

* * *

Hay un helicóptero sobrevolando la Plaza Cataluña. Está quieto, no se mueve. Soberano. El helicóptero vigila desde arriba.

* * *

Aumentan las horas y con ellas el nervio. ¿Tengo miedo? ¿Hay miedo en el ambiente? El miedo, esa sensación tan primitiva: ¿es un sentimiento de contagio o una trinchera personal? ¿Puede una ciudad tener miedo?

Publicidad

Por ahora no todos caminan a paso veloz. No todos tienen la cara atropellada. No todos lloran.

* * *

Paso por la casa Batlló, símbolo de la arquitectura modernista, sello de Gaudí y bastión del turismo barcelonés. Sería un lugar tan común –tan cliché– decir que un atentado permite ver los monumentos citándonos libres de fila y de gente. Sería tan bobo, tan necio. Y aun así. El museo está muy solo. De una soledad casi monstruosa. (Y ya entiendo por qué en las películas posapocalípticas de Hollywood una de las tomas repetidas es el Times Square de Nueva York abandonado. Esa soledad tiene algo de violento). Es raro que cuando la gente se ha vuelto parte del paisaje de una ciudad desaparezcan de pronto. Es como si a París le quitaran su torre.

* * *

Me doy cuenta cuando cruzo la calle, con cuidado y mirando que no vengan carros de ese lado, que si un terrorista me fuera a atropellar no necesariamente respetaría las normas de tránsito. Que bien podría venir desde el otro lado. A un terrorista le importa un bledo hacer la contravía. Un terrorista en contravía es de hecho una buena metáfora. Miro para el otro lado: no viene nadie y respiro aliviado.

* * *

Llego a la calle Gran Vía con Paseo de Gracia. Hay mucha gente reunida, más allá, mas abajo hacia la Plaza Cataluña, no hay paso. El sitio está cerrado. Yo me acerco y tomo fotos. Me acerco hasta la cinta que separa el espacio vacío, a pocos metros de donde fue el atropello. Tomo fotos. La guardia urbana, la policía, está desviando el tráfico. Tiene sus patrullas parqueadas. Y yo tomo fotos cuando de pronto se oye un ruido y levanto la mirada: una estampida de gente corriendo en todas direcciones, bang, bang, bang (¿bombas, disparos, pisadas?), el pánico también se apodera de mí, no sé para qué lado correr, pero corro, esto parece un avispero alborotado, no se sabe desde dónde viene la amenaza, la gente grita y los policías empiezan a correr hacia acá, y yo creo que alguien va a estallar en mil pedazos y no veo ninguna furgoneta cerca y eso me asusta, me asusta no verla. ¿Por qué ijueputas soy tan necio y me tuve que venir a buscar lo que no se había perdido? La forma más tonta de morir, pensé en una milifracción de segundo. La gente corre pero no veo el furgón todavía, el segundo furgón. O es una bomba. Jueputa, no pensé que así se sintiera estar en el medio de un atentado. Parece tan de mentiras. Salgo corriendo por la calle Gran Vía.

Publicidad

* * *

Llego con el corazón agitado a la Plaza Universidad a unas calles de distancia. Las patrullas de policía, sus sirenas puestas, arrancaron a toda velocidad por Gran Vía en dirección sur. Pudo haber sido una falsa alarma, un momento de pánico general. De confusión generalizada. Nadie sabe nada, nadie explica nada y yo solo quiero irme de acá. No hay nubes en el cielo pero la ciudad está gris carbón.

* * *

Frente a la Universidad un mendigo maldice en extraño, en idioma extraño. Parece alemán pero quién sabe. Los que están alrededor corren a darle monedas y sobras de comidas, una hamburguesa. Cómo cambia la gente en situaciones adversas, cómo vive la gente en estado de excepción. Ahora el mendigo, que sigue recitando en germánico, alza las manos al cielo y grita una palabra que parece decir España, esta colérico y alza los brazos. Parece un profeta contemporáneo.

* * *

El helicóptero sigue imperturbable allá en los cielos, ahora vigila el barrio del Raval. Yo voy en dirección al Raval. Hace poco una amiga periodista me dijo que en los últimos meses ha habido allanamientos en el barrio, que la policía intenta ser discreta pero que se sabe que han capturado a varios con armas escondidas. El rumor de un barrio en el que reside la mayor parte de inmigrantes en el centro de la ciudad.

* * *

Han pasado 40 minutos desde que bajé del barrio de Gracia y ahora hasta las canecas me parecen una amenaza.

Publicidad

* * *

–Hacia el Raval no podemos ir.
–Hay que bajar por otro lado.


Lea también:


* * *

Un tipo habla por celular: que si, tío, yo había dejado la moto y estaba en la calle Tallers con Ramblas y había pensado tomar hacia las Ramblas pero decidí irme por atrás cuando de pronto veo a toda esa gente corriendo, llenas de sangre. Y cuando yo digo, hostia y veo toda la calle llena de ambulancias y policías. Y tío, yo había dejado la moto parqueada por la mañana en las Ramblas, pero no la he podido ir a recoger. Si, ahora voy caminado a casa, si.

* * *

Llego a la casa de Camila y de Sandra, dos amigas periodistas, caleña y austriaca. Su apartamento queda en el medio del Raval, donde el helicóptero vigilia arriba, donde se escuchan fuertes las sirenas. A Sandra la acaban de llamar de un noticiero de Austria para que hable como testigo de los hechos, ella lleva viviendo 10 años en Barcelona y nunca le había tocado un atentado en la ciudad, le dice en alemán al noticiero.

Mientras tanto Camila me dice que parece que estaba atrincherado, que el conductor de la furgoneta estaba atrincherado en un restaurante de kebabs a dos cuadras de acá. Me dice que los rumores son que cuando la furgoneta se estrelló a mitad de camino, en las Ramblas, el tipo salió corriendo hacia el Raval y se encerró en el restaurante con rehenes. Pero que ya la policía los liberó, que en teoría lo cogieron. Y que hubo tiroteo.

* * *

Publicidad

Tanta información me marea.
Afuera suenan sirenas, se puede ver desde la terraza las patrullas de policías con sus luces azules subir por la montaña de Montjuic.

* * *

Es tan fácil, me dice Camila. Es tan fácil hoy: basta agarrar un carro y encontrar una multitud, pisar el acelerador. Un asesinato a sangre fría. Basta un carro para poner en desequilibrio una ciudad, un país, el mundo. La tienen tan fácil ellos.
¿Y quiénes son ellos?

* * *

En las noticas dicen que la foto recién difundida del presunto terrorista –Driss Oukabir Soprano– no corresponde con el verdadero conductor de la furgoneta. Que Driss Oukabir se presentó en una estación de policía en Ripoll (provincia de Gerona) denunciando el robo de sus documentos que al parecer fueron extraídos por los verdaderos terroristas. Entre tanto la presentadora del noticiero dice que se sospecha que el ladrón de los documentos (y el verdadero conductor de la furgoneta) es Moussa Oukabir Soprano, hermano menor de Driss Oukabir. Por ahora todo parece, todo es tentativo.
La foto de Driss Oukabir ha circulado durante casi una hora por redes sociales y las pantallas del mundo entero.

* * *

Interrumpen las transmisiones porque ahora va salir el presidente de la Generalitat de Cataluña y la alcaldesa de Barcelona en rueda de prensa. El presidente, Carles Puigdemont, rechaza los atentados enérgicamente y convoca a una concentración para mañana viernes a las doce del día en Plaza Cataluña, una concentración y un minuto de silencio por los muertos del atentado: "Entre todos doblegaremos a quienes intentan enfrentar civilizaciones con el uso de la violencia", dice el político catalán en catalán.

Publicidad

Ahora habla Ada Colau, alcaldesa de la ciudad. "Está súper afectada", dice Sandra frente al computador. La alcaldesa contiene las lágrimas y dice que esta es una ciudad de paz, diálogo y democracia y que lo seguirá siendo, por encima de la barbarie. Y me parece que esa fragilidad –esa sensibilidad, dijéramos– es el verdadero triunfo de la rueda de prensa. Y me acuerda a las palabras de ese caballero desgarbado que decía que esta era una ciudad de extranjeros y una patria de valientes. Los políticos recomiendan la calma de los ciudadanos.

* * *

Sandra nos dice que quiere salir a la calle –son cerca de las diez de la noche–, quiere cubrir para un medio austriaco y entrevistar a los posibles testigos.
Salir a la calle otra vez, el peligro.

* * *

Vamos con Camila y Sandra a comernos un kebab en la Rambla del Raval. El sitio está vacío. En la televisión siguen pasando noticias: las mismas imágenes de ambulancias con sus sirenas y la Rambla vacía. En unos minutos sale Mariano Rajoy a dar declaraciones. El que atiende el local dice que cuando fue el atentado toda la gente vino para este lado (la Rambla separa El Barrio Gótico del Raval). Y dice que ya se veía venir: que después de los atentados de París y Manchester y Berlín y Niza, lo más obvio era que atentaran Barcelona. Dice mientras nos envuelve los kebabs en papel aluminio. Hace ocho años que vive en la ciudad y es de Bangladesh. Repudia los ataques, es malo para el turismo, malo para la ciudad. Cuando salimos del restaurante, kebab en mano, Camila dice que no le preguntamos al tipo si era musulmán o qué.

Publicidad

* * *

Calle de En Robadores, esta es la tradicional calle de las putas. La Rambla queda a cien metros. La Rambla está acordonada. Solo llegar a la calle (vacía) se ven a las tristes putas sentadas sobre el andén, los codos sobre las piernas, la cabeza entre las manos. Aburridas. El desempleo es eso: una persona con la cabeza caída y la mirada al infinito. Solo hay un local abierto. El resto de bares, de clubes, están cerrados.


Lea también:


* * *

–Como hoy no le tenemos miedo a la vida –dice Camila –vamos a ver a los gigantes.
Los gigantes son esas figuras de carnaval que sacan en todas las fiestas de la ciudad y que ahora están guardados detrás de una vitrina.
–¿Tú crees que a esos gigantes les cambia la cara?
–Claro, unas personas tan grandes tienen que tener vida. Si yo soy tan chiquita y tengo vida, ellos también tienen que tener. Claro que lloran.

* * *

Calle La Virreina, atrás del mercado de la Boquería: por acá, dicen los informes de noticias, pasó el que manejaba la furgoneta, asesino, escapando de la policía.
Son las 12 de la noche de un jueves de verano y en las calles del Raval parece que fueran las 5 de la mañana en un barrio residencial de las afueras.

* * *

Sandra se acerca a un recepcionista de hotel que mira la calle escondido detrás de la puerta. Ella le quiere hacer unas preguntas. Él la escucha y le responde que no puede dar declaraciones, la policía ha prohibido. Vemos a Sandra desde lejos: empieza a llorar, se despide del recepcionista de abrazo y vuelve a nosotros y nos cuenta: "él estaba de turno cuando pasó todo en la tarde, lo vio todo y yo le vi una lágrima salírsele mientras me decía que no podía hablar", dice Sandra casi en llanto.
Estamos en un silencio obligado.

* * *

Las calles alrededor de la Rambla están acordonadas. Llegan, cada tanto, gentes con maletas. Los que se hospedan en hoteles de la zona pueden pasar. Para el resto el paso está restringido. Hay mochileros argentinos, reporteros extranjeros, familias enteras que tratan de franquear la zona prohibida.

* * *

Llegamos con Camila y con Sandra a la Plaza Universidad. El sitio seguía acordonado como hace seis horas. Hay guardia urbana vigilando la entrada y salida del centro histórico. Muy poca gente. Un tipo enfurecido les grita a tres personas que caminan, aunque en realidad no le está gritando a nadie en particular –al mundo entero. "Vamos a morir todos esta noche, no sirven para nada ninguno de ustedes. Espanioles de mierda, no sirven para nada y lo aseguro". El tipo grita poseído y la gente lo mira, entre temerosa e indiferente. Los policías también.
Me despido de Camila y Sandra, ellas siguen por su lado.

* * *

Vuelvo a casa. Sobre la calle Paris, uno de los pocos bares que está abierto a esta hora (es la 1:36 de la mañana del viernes) siguen pasando las mismas imágenes que vienen pasando desde hace cinco horas: las ambulancias y sus sirenas a toda marcha, los mossos de escuadra con sus rifles buscando al culpable entre las calles del centro de la ciudad, los cuerpo tendidos con sangre en La Rambla. Y la gente miras las pantallas y se toma sus cervezas en el bar.

* * *

Si quiere seguir al autor de este artículo, aparece por acá.
@CalvodeNarvaez