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Drogas

Mi vida como traficante de cocaína

A los veintitantos años, Pieter “el Pijo” Tritton ganaba unos 33.000 euros al mes, pero pronto todo empezó a desmoronarse.
Max Daly
London, GB
MA
traducido por Mario Abad

El año pasado, me topé con Pieter Tritton varios meses después de que hubiera sido puesto en libertad tras cumplir una condena de 12 años de prisión por ser el cerebro de una red de importación en el Reino Unido de cocaína procedente de Suramérica. Discreto y tranquilo, aunque con cierto espíritu aventurero, Pete el Pijo —como lo conocían en el mundo del crimen organizado— no era el clásico traficante de cocaína.

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Creció cerca de la localidad de Stroud, una zona de clase media de Gloucestershire, y estudió Arqueología en la Universidad de Cardiff. En 2005, fue arrestado por la Interpol en una habitación de hotel en Quito, en posesión de una tienda de campaña impregnada con 7,8 kg del polvo blanco.

Recientemente se ha publicado su libro, El infierno, en el que relata cómo sobrevivió una década entre rejas en Ecuador. Sin embargo, yo estaba más interesado en la historia de cómo un chaval de buenos modales y de familia acomodada acabó convirtiéndose en un traficante de drogas internacional, así que decidí reunirme con él para que me lo contara.


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VICE: Hola, Pieter. ¿Empezaste muy joven en esto de la droga?
Pieter Tritton: Me metí en este mundo de muy joven a raíz de todas las raves que se celebraban en la zona rural de Gloucestershire durante la década de 1990. A los 14 había probado la maría y las anfetaminas, y empecé a tomar éxtasis a los 15. Cuando tanta gente a tu alrededor toma drogas, te parece algo normal. Como veía que se vendía tan abiertamente, empecé a vender yo también para costearme las juergas.

¿Cuál fue tu primera compra-venta?
Treinta gramos de "Durban Poison" [un tipo de marihuana], a los 14 años. Luego empecé a vender pastillas de éxtasis, también.

¿No tenías miedo de que te pillaran?
De hecho, me pillaron vendiendo hierba y LSD cuando iba a la universidad. Mis padres se preocuparon mucho, así que lo dejé, aunque no por mucho tiempo. En la universidad nadie sabía dónde conseguir droga. Cardiff está a tiro de piedra de Stroud, por lo que me fui a casa, hice un par de llamadas y empecé a vender cocaína, maría y éxtasis para complementar mi precaria beca estudiantil. Vendía más o menos un kilo de coca a la semana. Finalmente dejé la universidad y decidí ir a por todas vendiendo en fiestas gratuitas y a estudiantes.

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Siempre he tenido la suerte de que me han ido presentando a personas que estaban un paso más arriba en la cadena de venta

¿Cómo evolucionó la cosa, desde ese momento?
Me mudé a Bristol y empecé a vender coca, pastillas y maría. Siempre he tenido la suerte de que me han ido presentando a personas que estaban un paso más arriba en la cadena de venta, no sé por qué. Conocí a peces muy gordos del mundillo en el sur de Gales a través de la gente a la que proveía.

Aplicaba un poco de ingeniería inversa. Les decía a mis clientes, "Puedo conseguir más de esto a un precio mejor; ¿por qué no hablas con la gente que te la distribuye y miramos si podemos vendérselo a ellos?". Me presentaron a sus proveedores, que resultaron ser los tipos que llevan la seguridad de todos los locales nocturnos. Tenía un pie dentro de una enorme red de suministro.

A esas alturas, movía del orden de entre 500 y 1.000 kilos de hachís, 30.000 pastillas de éxtasis y cinco kilos de cocaína al mes. Era un negocio muy lucrativo

¿Qué lugar ocupabas tú en esa red?
Yo era un comerciante independiente. Tenía mis puntos de venta, por así decirlo, distribuidores de fiar en Cardiff, Gloucestershire y Bristol. Pero quería más, así que cogí un mapa y vi que Escocia también sería un buen sitio para ampliar el negocio. Allí los precios estaban por las nubes. Llamé a unos cuantos viejos amigos y les pregunté si sabían de alguien por allí dispuesto a recibir importantes cantidades de droga para venderla. Al final también vendía en Dumfries, Galloway y Edimburgo. A esas alturas, movía del orden de entre 500 y 1.000 kilos de hachís, 30.000 pastillas de éxtasis y cinco kilos de cocaína al mes. Era un negocio muy lucrativo.

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Pero también empezaba a afectarme a los nervios. Sabía que si me pillaban me caerían muchos años. Cuando empiezas a traficar a ese nivel, te codeas con los grandes de Londres y Bristol, muchos de los cuales se dedicaban a cometer robos a mano armada antes de vender droga. Ahí es cuando empiezas a ver pistolas en la mesa.

¿Se metía la gente contigo por ser de clase media? ¿Cómo te movías por ese mundo sin salir mal parado?
Tenía un apodo: Pete el pijo. Siempre me he sabido colar donde he querido. Lo mismo puedo pasar una tarde con aristócratas y multimillonarios en mansiones que reunirme con criminales en los barrios más peligrosos de Cardiff y Bristol. Siempre he sido capaz de salir ileso de cualquier situación. Yo trato a todo el mundo por igual, al margen de quienes sean o de dónde vengan.

Por aquel entonces vendía unos diez kilos de coca a la semana y ganaba cerca de 33.000 euros al mes. Vivía a lo grande, de alquiler en el ala de una mansión de Slad Valley, y tenía un Mercedes Compressor, un Saab y un Volvo. Obviamente, me hacían preguntas

¿Alguien ha intentado matarte?
Sí. Empecé a salir con una chica de Bristol cuyo exnovio era Yardie. El tipo me robó dos kilos de coca y luego se fue de fiesta. No me costó mucho localizarlo y convoqué una reunión urgente en unas escaleras al lado de Browns, un restaurante cerca de Clifton. La verdad es que no contaba precisamente con mucho músculo a mi favor: mi apoyo eran dos tipos psicóticos y muy peligrosos. Habíamos aparcado enfrente de las escaleras y vimos un coche dando vueltas, con una ventanilla bajada y un tipo en la parte de atrás con un arma en la mano, listo para dispararme. Yo estaba sentado. El sitio estaba a tope.

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El hombre se acercó a mí envalentonado, amenazando con matarme, con la 9 mm metida en los pantalones. Me levanté —en el restaurante se había hecho un silencio sepulcral— y dije, "¿Qué vas a hacer, dispararme delante de toda esta gente? ¿Tan idiota eres?". El tipo se largó y al final me devolvieron casi todo el dinero.

¿Tus familiares y amigos sabían a lo que te dedicabas?
Por aquel entonces vendía unos diez kilos de coca a la semana y ganaba cerca de 33.000 euros al mes. Vivía a lo grande, de alquiler en el ala de una mansión de Slad Valley, y tenía un Mercedes Compressor, un Saab y un Volvo. Obviamente, me hacían preguntas, como a qué me dedicaba o qué estaba pasando. Me inventé la coartada de que era anticuario, algo a lo que me dediqué durante un tiempo también.


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¿Cómo pasaste al contrabando internacional?
La verdad es que ya había pasado drogas de contrabando a Gran Bretaña mientras estudiaba en la Universidad de Cardiff. Me hice amigo de un estudiante mayor que yo que tenía contactos de gente que fabricaba pastillas en Ámsterdam y con quien monté un negocio de importación. Al final creo que fueron 2.000 pastillas de éxtasis. Alquilé un coche y fui para allá.

Los proveedores eran unos tipos bien raros, un poco como los de la Iglesia de la Cienciología. Supuestamente, tendrían que haber entregado las pastillas envasadas al vacío y ocultas en el forro de una chaqueta bomber, pero estaban sueltas por la chaqueta. Cuando volví a Calais en el ferri, un perro de los de seguridad empezó a olisquear mi coche, donde había dejado la chaqueta. Al final me puse la chaqueta y ellos no llegaron a registrarme con el perro, por lo que me libré.

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¿Cómo empezaste a cubrir el mercado de Suramérica?
En 2002 la policía encontró 5.00 pastillas y un fardo de cannabis, cocaína, anfetamina y heroína en mi casa de Gloucestershire. Tuve que pasar cinco años en prisión. Al principio de estar en la cárcel, pensaba, Si voy a continuar con esto cuando salga, tengo que planteármelo de otra forma. Todo el mundo me conoce en Gran Bretaña, así que me voy a dedicar al contrabando de pequeñas cantidades de cocaína de muy alta calidad. Pero con los atentados del 11-S sabía que aumentarían las medidas de seguridad en todas partes y la cosa se complicaría mucho. Un día estaba leyendo un artículo del The Sunday Times sobre un tipo que había pasado un alijo de coca impregnando con ella unos muebles de jardín de plástico. Me pareció una absoluta genialidad y la solución que necesitaba.

Viajé a Ecuador y me encontré con el tío de Cali, que me dio la tienda con entre 3 y 5 kg de cocaína impregnada en la lona

¿Cómo llevaste a la práctica tus planes?
Cuando me pusieron en libertad, dos años y medio después, fui a Londres para encontrarme con un colombiano y un chileno que se dedicaban a meter coca en Gran Bretaña impregnándola en lonas de tiendas de campaña. El colombiano tenía un contacto en Cali, un exmilitar que se encargaba de proveer la coca, ocultarla en la lona, empaquetarla y enviarla a Ecuador, desde donde viajaba al Reino Unido. El tipo era monitor de gimnasio, un hombre tranquilo y amable. Sin embargo, yo sabía perfectamente que, si fuera necesario, no dudaría un segundo en matarme.

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El primer viaje lo quise hacer yo personalmente. No quería empezar a enviar a gente a hacer un trabajo que yo mismo no había hecho nunca; quería saber cómo funcionaba. Viajé a Ecuador y me encontré con el tío de Cali, que me dio la tienda con entre 3 y 5 kg de cocaína impregnada en la lona. En el aeropuerto compré un montón de recuerdos para disimular y, después de un pequeño susto en el control de aduanas en Holanda, conseguí llegar a casa con la tienda. Extraje la coca de la tienda como me habían enseñado los sudamericanos, la volvimos a prensar y a cortar y nos sacamos unas 100.000 libras (117.000 euros) de la venta.

¿Qué te atraía de todo aquello?
Lo curioso es que, en cuanto terminamos el trabajo, el dinero dejó de interesarme. Soy un poco adicto a la adrenalina. Me motivaba el reto que suponía. Metí el dinero en un armario y pensé, ¿Cuál es la siguiente aventura? Continué entrando cocaína en tiendas de campaña, esta vez usando pasajeros sin antecedentes criminales. Hicimos unos ocho viajes más antes de que la policía nos pillara.

En cuanto terminamos el trabajo, el dinero dejó de interesarme. Soy un poco adicto a la adrenalina. Me motivaba el reto que suponía

¿Cuándo te diste cuenta de que se había acabado el negocio?
Estuvieron vigilándonos dos años, y yo me enteré más tarde. Muy al principio, la policía hizo una redada en uno de mis laboratorios de Cali. Arrestaron a mi contacto colombiano, que pasó a ser su informante. A partir de ese momento, me fui metiendo en un callejón sin salida. Sabía que me estaban vigilando.

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Teníamos a alguien en Londres que recibía chivatazos de la policía y que me dijo que estaba siendo el protagonista de una gran operación policial. Unos turcos me ayudaron a huir de Gran Bretaña y estuve desaparecido un tiempo en una casa en Francia. Cometí la estupidez de hacer otro viaje a Ecuador, y allí fue cuando me pillaron en una habitación de hotel, con toda la coca.

Pieter en el Tribunal de Magistrados de Cheltenham en 2002, después de que fuera sorprendido en posesión de 5.000 pastillas de éxtasis y otras drogas

¿Cómo sobreviviste la condena en prisión allí?
Porque tenía contactos en Europa que podían distribuir el producto que las bandas de la cárcel querían vender: cocaína. Me presenté como un posible intermediario. A cambio, me dejaron en paz, estaba protegido y me trataron como uno de los suyos. Acabé vendiendo coca para ellos.

¿Qué te llevó a pasar de tu vida acomodada en Cotswolds a vender droga a bandas colombianas en una prisión ecuatoriana?
Estaba ávido de dinero y quería solucionarle la vida a mi familia. Eso fue lo que me impulsó. Al final, mi madre no quiso que la ayudara y murió cuando yo estaba en Ecuador.

¿Te sientes culpable por formar parte de un negocio tan poco ético?
Sí, me he sentido culpable. Varios amigos míos han muerto de sobredosis, aunque no directamente por mi culpa, ya que en la mayoría de los casos fue por sobredosis de heroína. Me sentía muy mal cuando veía a la gente echar a perder su vida, aunque en esos casos me negaba a venderles nada y muchas veces los ayudaba. No me gusta ver a nadie caer víctima de una adicción. Mi madre era alcohólica y sé lo difícil que es, tanto para quien la sufre como para los de su entorno.

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¿Estás a favor de la legalización?
Si vas al origen del tráfico de coca, verás que se trata de un puñado de tíos que la cultivan en la jungla, porque no es posible mucho más. La parte criminal llega cuando subes unos peldaños más, con los cárteles. Ha de haber otra forma de hacer las cosas, de parar esta hipócrita guerra contra la droga; no es más que otra forma de conseguir enriquecerse, como la industria de las armas. Creo que la única manera de resolver todos los problemas en torno a la droga es legalizándola, permitiendo su cultivo y controlando y gravándola, como el alcohol o el tabaco. Eso haría desaparecer el elemento criminal.

¿Qué planes tienes ahora?
Estoy intentando montar un negocio de importación-exportación en Sudamérica.

Eh…
No de ese tipo. De piñas o bananas. Sería una tontería no aprovechar los contactos que tengo allí. Los productos legales son la solución.

Gracias, Pieter

Esta entrevista ha sido editada por motivos de extensión.

El Infierno, de Pieter Tritton, está publicado por Ebury.

@Narcomania