Personas queer nos hablan de su primera vez en una discoteca gay

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Personas queer nos hablan de su primera vez en una discoteca gay

‘Entonces me di cuenta de que aquello era la libertad’.

Muchas veces, un bar o una discoteca gay son los únicos sitios a los que puedes ir de fiesta sin miedo a que te juzguen o te amenacen simplemente por ser quien eres. Sin embargo, la idea de entrar en un local gay por primera vez puede intimidar bastante a los jóvenes LGBTQ, sobre todo a los que todavía están explorando su sexualidad.

Para averiguar cómo fue la experiencia, pedimos a seis personas queer de distintos países de Europa que nos explicaran cómo fue su primera vez en un club gay.

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Claudia Rubio Sasaki, 26 años, agricultora, Madrid

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Foto cortesía de Claudia

“Fue más o menos en 2009. Hacía poco que había salido del armario y decidí salir con mis mejores amigas por Chueca. Quería pasármelo bien con ellas e ir de bar en bar. No iba con idea de conocer a nadie. Había bares que estaban llenos de tías y otros a rebosar de tíos. Fuimos a uno de estos últimos y nos trataron como a reinas por ser las únicas mujeres. Nunca me imaginé que podría sentirme tan a gusto en un edificio de dos plantas lleno de tíos cachas.

Pero donde mejor me lo pasé es en los otros clubes de lesbianas a los que fuimos. Allí me sentí libre, como si todas las que estábamos allí compartiéramos un secreto que nadie más conocía.

"Era una sensación de seguridad y respeto que nunca había sentido en una discoteca hetero, con el añadido de que no tenía que soportar las miradas lascivas que te echan algunos heteros"

Podía ser yo misma, sin tener que preocuparme de lo que pensaría la gente si besaba a otra chica. Era una sensación de seguridad y respeto que nunca había sentido en una discoteca hetero, con el añadido de que no tenía que soportar las miradas lascivas que te echan algunos heteros.

En Madrid, las cosas están mejorando mucho. Ahora, en la mayoría de sitios, a la gente no le importa si eres gay o no porque todo el mundo está ocupado pasándoselo bien. O quizá ha cambiado su actitud o yo he dejado de prestar atención a los imbéciles que se ofenden”.

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— Según se lo explicó a Laura Muriel

Jérémy Choukroun, 28 años, estudiante, Paris

“Fue en la Nochevieja de 2006. Tenía 17 años y estaba con dos amigos cuando otro colega propuso que fuéramos a Station des Artistes, un bar gay de mi ciudad natal, Pau, en el sur de Francia. Por aquel entonces yo ya había salido del armario y estaba bastante involucrado en la cultura LGBTQ, pero nunca había ido a un local gay, así que me dejé llevar por la curiosidad y acepté ir.

Al principio las cosas no fueron como había planeado. En cuanto entré, me sentí bastante intimidado y avergonzado, casi culpable. No podía parar de pensar, ¿Y si alguien me ve aquí? Me pedí una bebida y me puse a mirar a la gente, buscando a alguien que pareciera tan nervioso como yo, pero la mayoría de los clientes tenían entre 30 y 40 años y parecían sentirse muy cómodos.

"En cuanto entré, me sentí bastante intimidado y avergonzado, casi culpable. No podía parar de pensar, ¿Y si alguien me ve aquí?"

En seguida yo también empecé a sentirme cómodo, y al poco tiempo mi grupo de amigos conoció a otro grupo allí. Uno de ellos se lió con mi mejor amigo y los dos acabaron saliendo tres años.

Aquella noche fue tan especial por lo rápido que cambió mi perspectiva. Entré con la sensación de que estaba haciendo algo malo y acabé pasando una noche genial con amigos”.

— Según se lo explicó a Barthelemy Gaillard

Dana Zorić, 21 años, DJ, Belgrado

Foto cortesía de Dana

La primera vez que fui a un local gay tenía 14 años. Era una discoteca del centro de Belgrado llamada Apartman, y fui con mis amigos. Recuerdo bailar “Let Me Talk to You”, de Justin Timberlake, y pensar lo increíble que era estar en un sitio en el que pinchaban música que me gustaba, no como en la mayoría de bares heteros de la ciudad.

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Me gustó especialmente el ambiente que había en el Apartman: todo el mundo estaba bailando, nadie era maleducado con nadie ni había tíos echando miradas de salidorro. Me acuerdo de que vi a un tipo con una camiseta de redecilla y pensar, Joder, cómo me gustaría tener el valor para llevarla. Para mí fue como un espacio mágico.

"Después de aquella noche, las discotecas gais se convirtieron en mi segundo hogar"

Esa noche no conocí a nadie especial, pero estuve tonteando con una chica en una de las salas. Nos fuimos del local a las seis de la mañana. Me quedé a dormir en casa de mi amiga y al día siguiente nos saltamos las clases. La experiencia en general fue mucho mejor de lo que había imaginado. Después de aquella noche, las discotecas gais se convirtieron en mi segundo hogar”.

— Según se lo explicó a Ana Jakšić

Bo Hanna, 23 años, periodista, Amsterdam

Foto por Ewout Lowie

“La primera vez que fui a un bar gay fue en Venlo, una pequeña ciudad del sureste de los Países Bajos. Tenía 16 años y acababa de salir del armario, y fui con una amiga lesbiana que quería conocer el sitio. Yo estaba supernervioso antes, y cuando por fin llegamos, fue un poco una pesadilla.

Primero, la gente me bombardeó con comentarios y preguntas sobre mi origen étnico, lo que me hizo sentirme como una especie de fetiche. Además, ninguno de los dos sabíamos que era una noche temática de Britney Spears, y recuerdo que alguien vino a preguntarme por qué no llevaba una camiseta de la cantante. Unos minutos después, un viejo me agarró el culo. Obviamente, fue una experiencia bastante violenta, por lo que me marché a los diez minutos prometiéndome que nunca volvería a pisar un local gay.

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"Mi padre, que es cristiano ortodoxo, siempre ha condenado mi homosexualidad, lo que me ha provocado mucha inseguridad, pero en Berghain me sentí empoderado"

Pero a los 19 años me volvió a entrar la curiosidad. Había oído hablar del mítico Berghain, así que un buen día hice autoestop para ir a Berlín. Cuando entré en la discoteca, al principio me sentí incómodo. No estaba acostumbrado a ver tanta ropa fetichista y gente desnuda caminando por ahí como si nada. Pero la gente pasaba de todo y en ese momento supe que aquello era la libertad. No importaba que no fuera realmente una discoteca exclusivamente gay. Mi padre, que es cristiano ortodoxo, siempre ha condenado mi homosexualidad, lo que me ha provocado mucha inseguridad, pero en Berghain me sentí empoderado. Me di cuenta de que era genial ser distinto a todos esos chavales que se metían conmigo de más joven.

Estuve dando vueltas por la discoteca solo durante horas y bailé hasta que se hizo de día. Aquello me cambió por completo la perspectiva. Ahora, allá donde vaya, veo a los locales gais como una especie de embajadas personales en las que me siento seguro”.

— Texto por Bo Hanna

Robert, 36 años, Bucarest

Foto cortesía de Robert

“El primer local gay que pisé fue el Queens, uno muy famoso del centro de Bucarest. Ya había intentado ir a otros bares gais antes, pero esa fue la primera noche en que tuve el valor de entrar en uno. Ir a un bar gay en Rumanía en 2002 no era moco de pavo. Habían pasado muy pocos años desde que se despenalizara la homosexualidad oficialmente en el país.

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Esa noche habría, como mucho, unas 15 personas en la pista de baile. Todavía recuerdo las resbaladizas baldosas de mármol gris, los taburetes de vinilo negro, los bancos alrededor de la pista y la estrecha escalera que bajaba al sótano de la discoteca, que por aquel entonces era una metáfora de salir del armario en Rumanía.

"Allí se respira una libertad que he llegado a apreciar mucho"

Antes de esa noche había ido de marcha a muchos locales heteros de Bucarest sin importarme lo que pensara la gente. Solo quería pasármelo bien, igual que hacen mis amigos heteros ahora cuando salen conmigo de fiesta a locales gais. Se han dado cuenta de lo tolerantes y liberales que son estos sitios. Allí se respira una libertad que he llegado a apreciar mucho”.

— Según se lo explicó a Vlad Viski

Tucké Royale, 33 años, actor, Berlin

Foto cortesía de Grey Hutton

La primera vez fue cuando tenía 18 años y acababa de mudarme a Berlín. Solo llevaba unos pocos días en la gran ciudad, y me lancé. Me puse un smoking, un sombrero elegante y me fui al mítico SchwuZ.

Al principio estaba solo con mi birra, bastante incómodo. Pero al cabo de un rato, un par de drag queens se acercaron y empezaron a charlar conmigo mientras bebían sus copas de champán. Supongo que se dieron cuenta de lo nervioso que estaba y me ayudaron a calmarme un poco antes de que se me saliera el corazón por la boca.

A las siete de la mañana estaba tan a gusto que me había fumado dos paquetes de tabaco y fui el último en abandonar la discoteca”.

— Según se lo explicó a Thomas Vorreyer

Este artículo se publicó originalmente en VICE UK.