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Noisey

Kanye West, la fama y por qué deberíamos callarnos y escuchar

En un año en el que hemos avanzado mucho en nuestra conversación sobre salud mental, volveremos a ir hacia atrás si no aprendemos de nuestros errores del pasado.
Ryan Bassil
London, GB

Foto de Kim Erlandsen, vía Flickr.

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No suelo callarme cada vez que Kanye West hace algo, pero cuando soltó aquello de que "Si hubiera votado, habría votado a Trump" en un concierto en California, mis labios se quedaron sellados. Aparte del hecho de que, como británico, me sentí incómodo metiéndome en un discurso del pasado, presente y futuro de la política de los Estados Unidos, había algo en esa noche que no me acababa de cuadrar. Soy fan de Kanye West y de su franqueza, pero lo que ocurrió aquella noche y la reacción inicial que tuvo me dejó un mal sabor marinándose en el fondo del estómago.

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Desde hace unos cinco años, esos monólogos interiores de West que parecen salir de la nada han ido penetrándose en su carrera, avanzando y dificultando que podamos entender quién es él. Se ha hecho popular por haber hablado sobre el racismo o la mecánica de la industria de la moda, además de por haber arremetido contra la colaboración de Jay Z y Justin Timberlake en "Suit and Tie" tanto como contra sus 21 premios Grammy. En algún momento, estos comentarios fueron un punto tan esencial en las actuaciones en vivo de Kanye West que si no hubiera despotricado durante quince minutos entre los acordes dispersos y amenazantes de "Clique" o "Runaway", habríamos pensado que no habíamos visto una actuación de Kanye West.

No nos extraña que los comentarios de West sobre Donald Trump dejaran a muchos fans flipando y cabreados. Iban en contra de la política radical por la que le conocemos y parecían trivializar la xenofobia, homofobia, racismo, odio y mentiras que alimentaron su camino hacía el poder. Pero luego llegaron sus mensajes para Jay Z ("Jay Z, llámame, hermano. Todavía no me has llamado. Jay Z, llámame"), Beyoncé ("Beyoncé, estaba dolido. Me pasé siete años jodidos por tu culpa"), Mark Zuckerberg ("Dijiste que ayudarías y no lo has hecho. Luego te fuiste a buscar alienígenas"), y la radio ("¡Radio, que te jodan! ¡Radio, que te jodan!"), todos ellos inconexos, llenos de tensión, paranoia y dolor y acabaron con él abandonando el escenario tras haber cantado nada más que cuatro canciones. Hay algo en este comportamiento de la semana pasada que nos parece peculiar y extraño, incluso para él, y nos hacen pensar que estos discursos son una señal de que estaba pasando algo más gordo. No es nada más que una suposición, pero ganó peso cuando West canceló el resto de sus fechas y fue ingresado en el centro médico UCLA para un examen psiquiátrico.

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Llegados a este punto, es importante que hagamos balance. Como fan, lector y escritor, ¿hay alguna experiencia previa que podamos poner en práctica? ¿Hemos aprendido o visto algo que debiera influenciar el modo en que tratemos esta situación? Lo primero que me viene a la cabeza es Amy Winehouse. West y Winehouse son artistas diferentes, con diferentes carreras y diferentes vidas, pero sus historias tienen algo en común: el trato que les ha dado tanto la prensa como el público. Aunque el documental Amy (como bien dice Molly Beauchemin en su excelente artículo para Pitchfork) nos mostró incontables ejemplos de cómo se ha escrito sobre Winehouse, y cómo eso la persiguió en su carrera: "Alguien llamó y la despertó a las 6 de la mañana y se lo dijo", dicen cuando ganó un Grammy, para acabar tildándola de "borracha". "Tuvo la oportunidad de volver a lo grande y ¡la JODIÓ!", dice otro después de que Winehouse luchara por volver a actuar en vivo en un concierto en Serbia.

Incluso un ligero vistazo en internet nos demuestra que la reacción ante West no pasó por mirar por debajo de la superficie para descubrir lo que podría estar pasando en realidad, y poder entenderlo con empatía, como ser humano más que como un tótem de algo más grande que la vida. Surgieron comentarios de forma frenética y Twitter se llenó de palabras como "chiflado" y "tarado", con sus fans sugiriendo que había llegado el momento de darle la espalda Kanye West y celebrando que se hubiera cancelado su gira. Los artículos de opinión sugerían también que había llegado el momento de darlo por perdido y se publicaron fotos de gente regalando sus Yeezys. Snoop Dogg llamó a West "chalado". Pero quizás lo que resulta todavía más peligroso es la narrativa más amplia; las reacciones aparentemente inocentes y llenas de confusión ante el comportamiento de West, como si fuera imposible que nos entre en la cabeza que hay gente, incluso famosos, que luchan por seguir viviendo.

Porque Kanye West es Kanye West, se espera que todo lo que haga se critique a un milímetro de su vida. En algunos casos, eso es justo, pues después de todo es un artista –y puede que uno de los más importantes de nuestros tiempos–, pero también tiene que haber un momento en el que de forma colectiva nos paremos a ver las cosas en su contexto y a pensar: "¿Estamos dando un paso atrás y cayendo en los mismos errores con una historia diferente?", "¿Estoy pillando todo lo que pasa aquí antes de escribir este titular/tuit?", "¿Podría haber algo más pululando por detrás de la escena?" "¿Qué estoy añadiendo a la conversación acusando a alguien de loco?"

El 2016 ha sido un buen año para el cambio de nuestra actitud hacia la salud mental. Hemos reflexionado sobre el papel que pueden tener los medios en las vidas tanto de las estrellas como de la gente corriente según el tratamiento que le den a la salud mental. Se han lanzado enormes campañas para concienciar a la gente de los problemas derivados de la salud mental, sobre todo en la industria de la música. Es algo sobre lo que la mayoría de nosotros tuiteamos, hablamos o pensamos a diario. Algunos de nosotros al utilizar las redes sociales estamos de algún modo formando parte de esos medios, y debemos ser responsables de lo que hacemos con nuestras plataformas. Como sociedad, hemos dado un gran paso desde los días en que demonizábamos a Britney Spears o humillábamos a Amy Winehouse. Así que no poner estas lecciones en práctica parece ser un gran paso hacia atrás.

Desde que West ingresara en un hospital, un emotivo vídeo de una entrevista con Dave Chapelle ha estado pululando por las redes. Habla básicamente del tratamiento que la prensa y publico dan a las celebrities, y cómo ambos grupos se niegan a abrir los ojos y mostrar algo de empatía o comprensión ante la realidad de lo que significa ser un ser humano que está pasando por algo realmente jodido. West habla de su amistad con el actor Martin Lawrence, que hace unos años estuvo hospitalizado tras haberlo pillado con una pistola gritando: "Intentan matarme". Chapelle concluye: "Lo peor que puedes llamarle algo es loco, es despectivo… Esa gente no está loca. Es gente fuerte. Pero quizás su entorno está un poco jodido".

En el caso de Kanye West, este entorno al menos puede resumirse en que es el tipo del mundo del rap con más paparazzis pegados a sus talones, a su mujer le robaron a punta de pistola a principios de este año, ha estado de gira desde agosto, y su trabajo más reciente era una referencia a la ansiedad, trastornos de pánico y el antidepresivo Lexapro. La próxima vez que nos vamos con la necesidad de escribir un artículo, titular o tuit para hablar sobre Kanye West, Kid Cudi, Justin Bieber o cualquier otro que parezca estar pasando por algo más gordo de lo que somos capaces de ver desde fuera, quizás es importante que recordemos este vídeo. No para que hagamos un autodiagnóstico, ni sacar hipótesis o lanzar mensajes alarmistas, sino para que entendamos que hay que ver las cosas con perspectiva. Al igual que nosotros, las celebrities no tienen vía libre para actuar como ellos quieren evitando las críticas. Pero, también como nosotros, se merecen que les tratemos con un nivel humano de respeto y comprensión. Así que si hay alguien que tiene que callarse la boca, no es Kanye West, sino nosotros.