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Cultură

¿A qué leches juegan hoy los niños?

Un somero, aunque explicativo, índice demográfico de la población juguetil que atesta los cajones de la habitación de mis hijos en la temporada 2015-2016.

Un somero, aunque explicativo, índice demográfico de la población juguetil que atesta los cajones de la habitación de mis hijos en la temporada 2015-2016. Por Kiko Amat.

Zomlings

Se trata de unos muñecajos no mayores que la falange superior de mi pulgar, hechos de goma semi-maleable, y auténticamente espeluznantes en su cósmica deformidad. La gracia de los Zomlings, supongo, es que apelan a la parte más escatológica y defecatoria de la psique infantil (un 95% del cerebro, vamos; más o menos como el mío). Se parecen lo suyo a los Basurillas de la pasada temporada (hoy extintos; mañana piezas de coleccionista), con alguna sutil diferencia: el schtick de los Basurillas era, como su nombre indica, que representaban pedazos semi-putrefactos de residuo urbano (váteres rebosantes, alimentos descompuestos, cubos de basura…), mientras que los Zomlings… Lo cierto es que nadie sabe qué rayos son los Zomlings. Si yo fuese más malpensado diría que algún lumbreras ha decidido sacar una línea de muñecos inspirados en indigentes, como la línea Derelicte aquella que aparecía en Zoolander. Sí: zombis indigentes, por obsceno que suene. La web del producto es como una página sospechosa de partido criptonazi: esconde sus aviesas intenciones bajo un barullo de cháchara inane. "¡Los Zomlings han llegado y están por todas partes!", no cesa de repetirnos el community manager de turno. Y que lo digas, hijo de ramera: en la habitación de mis hijos están literalmente "por todas partes". ¿Tú sabes lo que cuesta recoger un centenar de monigotes de medio centímetro, bastardo infame? La próxima vez piensa un poco en ello desde tu mesa de diseño, miserable. La única cualidad redentora de estos no-muertos de trapería es que, gracias a su ínfimo tamaño, se pierden a los 3 segundos de haberlos comprado, así que no tendrán que preocuparse demasiado por ellos. Por desgracia, también puede suceder que su hijo menor se incruste uno en un orificio nasal (historia verídica), y entonces que tendrán que preocuparse por ellos, en la sala de urgencias del Hospital de Sant Pau y a las 11 de la noche.

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Bungees

Son algo más recios que los Zomlings, pero solo porque su constitución incluye un sólido imán que se les incrustó vía rectal en la cadena de montaje. Ahí reside, después de todo, su único atractivo: que los niños pueden lanzarlos -contra farolas, barandas o placas de acero craneales de víctimas de accidentes automovilísticos- y esas piltrafas redonditas se quedan pegadas al instante, cual ladillas en la región púbica. Existen 96 de ellos, y cada uno de ellos se parece de forma inquietante a un Pokemon, lo que arroja dudas sobre las leyes de copyright actuales. Otro rasgo cuestionable de los Bungees es el desesperado intento corporativo de aumentar su número a tontas y a locas sin alterar el molde de fábrica del homúnculo en cuestión. No existe diferencia alguna entre "Lakar" y "Lakort", o entre "Ozen" y "Ozin", más allá del distinto color y la modificación de dos risibles letras. Quizás en Jazwares, fabricante del producto, creen que los niños son tontos. Lo cual, por supuesto, es cierto. Los míos ni se han enterado de que tienen 43 Bungees repetidos con una infinitesimal alteración cromática. Son el mercado perfecto, esas cándidas criaturicas.

Abatons

¿Saben esas ideas de mierda que aparecen en Mad Men , cuando en pleno brainstorming se pone en pie uno de los jóvenes talentos de la compañía publicitaria y suelta una parida de frenopático, y el resto de accionistas, en lugar de correrle a boinazos por toda la sala de juntas y llamar a los loqueros, se destrozan las manos aplaudiendo, le promueven a director regional y proceden a lanzar la campaña con máximo lujo inversor? Los Abatons, esos espantajos inmundos, son una de esas ideas. "Es un ser de apariencia humana, aunque no es de este planeta, han estado entre nosotros desde tiempos inmemoriales", nos cuenta la web con semi-incomprensible sintaxis y caprichosos cambios de número gramatical. Tranquilos, que yo les aclaro el galimatías: los Abatons son, presuntamente, la raza que inspiró los tótems mayas, egipcios y polinesios. Y eso, ni más ni menos, es esta inefable figurilla: un tótem. Un tótem sin manos, piernas y casi sin expresión facial. Un tronco, básicamente. ¿A quién se le ocurrió que algo así era una idea sensacional? ¿Por qué no lanzar ya directamente algo aún más aburrido y que imposibilite jugar, como una línea de ladrillos de obra o una serie de guantes usados de proctólogo? La única forma de jugar con Abatons, ya lo habrán sospechado, es apilándolos. Ajá. Uno encima del otro. Ya está. Se ha acabado el juego. Todo el mundo a la cama. "¡Construir, construir, construir!", nos ordena (en participio) el catálogo, una frase que resuena en nuestra mente como el imperativo lema familiar de algún jerarca loco del ladrillo en plena burbuja inmobiliaria. Es difícil crear un juguete peor que los Abatons. Tendría que ser venenoso, y matar infantes por contacto dérmico, o algo así.

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Peonzas / Trompos

Los incrusto aquí en medio para tranquilizar a los padres del mundo y convencerles de que no nos hemos lanzado a la anarquía y el caos; de que nuestros hijos no viven ya en una distopía juguetesca estilo Mad Max . No: los viejos juguetes, los de toda la vida, aún están entre nosotros. La prueba es la peonza, aquí presente. Sí, esto es una peonza, no la miren así; tiene sentimientos. Les juro que es una peonza, vaya, aunque no se parezca en nada a las de nuestra era. Lo cierto es que los trompos 2015 se asemejan tanto a los trompos 70's como una Glock semiautomática con punto de mira y silenciador se asemeja a una cachiporra neandertal. Para empezar, ya no están hechas con tosca madera de pino gallego, como las de nuestra infancia, sino con algún tipo de futurista aleación plástica gestada en Silicon Valley. No hace falta decir que eso las hace más ligeras y funcionales para su propósito secundario, que es oscilar en el suelo, pero las inutiliza para su función histórica principal, que era abrirle la puta cabeza al matón de la clase. Otra novedad es que las de hoy tienen nombre. Antes era LA peonza. Solo existía un modelo, que cada zagal tuneaba a placer siguiendo los dictados estéticos del día (la mía tenía chinchetas + intrincados arabescos galácticos en rotulador fosforito). Hoy en día pueden escoger entre la Neptuno Roller, la Gladiator, la Cobra o, si su hijo es heredero de los Vanderbilt, la "Mercurio Neon edición limitada", que vale 50 euros. Sí, 50 jodidos euros para una inmundicia que ni siquiera sirve para la autodefensa de patio. Dicho esto, a mis rorros les chiflan, lo cual debe probar que las buenas ideas son inmortales, les hagas las perrerías que les hagas.

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Stikeez

Los Stikeez me hacen mucha gracia, porque son el típico artefacto que se lanza de forma suicida para aprovechar los últimos coletazos de una moda, como los recopilatorios Currupipi Mix o el Bolero Mix: Fistro y Pecador . Todas las cosas fascinantes que podía realizar un monicaco de plástico ya estaban pilladas por las grandes compañías, así que los genios de Zing Toys se sacaron de la manga este hilarante concepto: "¡No saltan, no caminan, no corren!", lo que es lo mismo que decir, básicamente, "¡Stikeez: el Stephen Hawking de la juguetería!" o "¡Stikeez: no hacen NADA!". Pero no es del todo así: los Stikeez sí hacen algo: se pegan. Sí, tal que un superhéroe que tuviese el superpoder menos heroico de la historia, como la Superlimpieza de Inodoro o las Superpapilas Gustativas, los Stikeez se quedan enganchados a superficies. "La mejor parte", nos cuenta el acorralado demente que los inventó, "es el ruido que hacen al despegarse". Miente, claro. Por sus palabras uno sospecharía que hacen KABOOOOOOOOOOMBAUUMM, demoliendo el edificio entero donde se habían adherido, pero esas endebles estatuillas de látex solo tienen a bien soltar un prosaico plop, como el ruidín que hace un pene desinflado al abandonar vagina. En un loop de desesperación sobre lecho de desesperación, Zing Toys añade que los Stikeez también pueden ser chupis para adultos: como por ejemplo (cito literalmente) pegándolos a tu bebida en una fiesta, para no confundirte de copa. De puta madre, tíos; con eso sí vamos a conseguir mad pussy .

Cromos de Dragon Ball

¿Ustedes han vuelto a visionar Bola de Dragón , ya de mayores y con el intelecto perfectamente formado? Si son padres asumo que no habrán tenido más remedio. Esa ponzoña no tiene ningún sentido, ¿verdad? Como proyecto de buen padre en construcción trato de concentrarme de forma fuerte en las insensateces que me cuentan mis hijos, pero les confieso que cuando empiezan a soltarme algo de Dragonball mi mente divaga y flota por el éter, plácida y priápica, hasta los verdes parajes de Kikoland, poblados únicamente por discos raros, tetas gordas y cebada en fermentación. Sí: detesto Bola de Drac , y asumo que a ustedes –si son hombres sensatos con aficiones adultas- les sucederá lo mismo. Para torturarme por mis malos actos en vida, en todo caso, las compañías jugueteras lanzan cada año nuevas modalidades de cromos basados en la maldita serie, y estos cromos tienen en la mente de mi camada el mismo efecto que una roca de cocaína base en la puerta de una crackhouse. Enloquecen por ellos. Matan por ellos, y luego me torturan durante toda la tarde hablando sin cesar de la genial fusión de Son Goku y Vegeta. ¿Vegeta, de Restaurante Vegetariano? ¿Fusión? ¿Fusión no era un abazofiado subgénero del jazz, rollo Gato Barbieri? No importa, no os molestéis en explicármelo, hijitos de mi alma; ya no estoy escuchando, de todos modos. Ahí vuelven los cromos de Bola de Drac, modelo 2016, ahora cuadrados y fabricados a base de plástico, desperdigados por todo el cubil como extremidades de víctimas de una mina de fragmentación y esperando que una mano amiga los recoja y ordene. Lo tienen claro.

Invizimals

Lo de Invizimals, una especie de sobredimensionada insignificancia japonesa que mezcla dioses antiguos con un viejo tebeo de Superlópez y el Comando G de tripi, obedece a la compulsión capitalista de explotar toda posibilidad comercial de un producto hasta la postrera mueca de repugnancia del público. Los Invizimals fueron un videojuego que se tradujo en cartas de juego que se convirtieron en figurillas articuladas que desembocaron en serie de dibujos animados que acabó en los kioscos como cómic-book que… Ya pillan la idea. ¿Qué carajo va a ser lo siguiente? ¿Fórceps Invizimal? ¿Invizi-acordeones? Asumo que Panini está a punto de lanzar el Invizi-MDMA y el Invizimal-porn, para así saturar todos y cada uno de los mercados que quedan vírgenes. Pero veo por sus grotescos rictus de incomprensión que siguen preguntando lo que es un Invizimal, lo que sin duda indica que no han pillado de qué iba este artículo. No importa lo que es un Invizimal. No tiene el menor interés. Incluso si se lo explicase con todo lujo de detalles, y les pormenorizara los avances bélicos del Überjackal o el Metalmutt, seguirían sin comprenderlo. ¿Y saben por qué? Porque nuestra mente ya no está diseñada para esos propósitos. Porque somos hombres maduros que frecuentan bares, piropean fuit-fuiuu a jovencitas en vaporosos vestidos de Bershka y se emborrachan de forma atroz al final de la jornada laboral, y suficientemente complicados son los ritos y hábitos y obligaciones de nuestra masculinidad para de repente tener que aprendernos toda la chinchorrería semi-mística que cimienta la industria juguetera actual. Así que ya pueden proceder a olvidar todo lo que les he contado en esta pieza. Lo cierto es que daba lo mismo, y que (insisto) no planeo recoger ninguno de esos juguetes, ni ahora ni nunca, aunque siga punzándome la planta del pie de forma horrible cada vez que entro allí a besuquearles las buenas noches a mis hijos. Mis locos alaridos de dolor insostenible les enseñarán a ese par de malcriados panochas quién manda aquí, y qué sucede cuando no ordenan sus cosas, carajo.