Así es un fiestón (ilegal) en el metro de Barcelona

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Así es un fiestón (ilegal) en el metro de Barcelona

Trap, graffiti y trambolikeo en la Subway Party 2016 que se celebró el finde pasado.

El plan era ir a una fiesta en el metro, y no teníamos mucha más información. Mi colega se pensaba que Estrella Damm pondría barra libre en los vagones, pero yo es que también se lo expliqué muy mal. El plan era juntar alcohol, lo que no es alcohol, mucha gente, mucho graffiti, un altavoz portátil-carrito y montar una fiesta (de cumpleaños, al parecer) en el metro. Y se consiguió.

Todo comienza en Barcelona, cerca de una parada de metro. Ahí nos congregamos en la pequeña plaza en frente de una cafetería, y comenzamos un distendido botellón. Entre el gentío empiezas a ver que todo el mundo tiene conocidos y amigos varios, tejiendo una extensa red de contactos y de "Eh, tío, cuánto tiempo, a ver si nos vemos". Todos somos jóvenes enmarcados dentro de la subcultura del hip hop, pero estamos en 2016 y me doy cuenta de que muchos han dejado la estética a un lado, de manera que estéticas de moderneo, hipsterismo, cani, hippismo o Cecilio G. forman el conglomerado de apariencias de los asistentes. De forma que ya no hay una estética hip-hopera. Los tiempos aportan pluralismo a los movimientos y la madurez echa a la ortodoxia a un lado.

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Bebemos entonces como en un botellón de toda la vida, solo que con gente firmando compulsivamente por los alrededores, y un tío blande una lata de spray tamaño escopeta (marca "Molotov", para los que los conozcáis) como diciendo "¿Quién manda aquí?". Incluso parecía que en este delirio de firmas unos intentaban pintar en un árbol, aunque tras una inspección más en profundidad vemos que en realidad están machacando una bolsita de coca en el tronco. Pasamos el rato ahí, apaciblemente, hasta que los cabecillas (los del carrito-altavoz) toman la iniciativa y nos ponemos en marcha.

Lo primero que me sorprende es que no nos dirijamos a la parada de metro más cercana, pero me dejo llevar por la riada de gente. Es entonces cuando al entrar en movimiento, subirnos el alcohol y vernos parte de una muchedumbre tan omnipotente, comenzamos a sentirnos todos eufóricos. Y entonces comienzan los cánticos como de manifestación, desfilando por las calles gritando, firmando, como creando un movimiento. La gente empieza a animarse, algunos comienzan a grabar vídeos; imaginad si el espectáculo era asombroso que la gente lo juzgó digno de inmortalizar con el móvil, estilo video-selfie.

Somos la Marcha Verde, actos vandálicos gratuitos, el 15 M, ultras de fútbol con palos y bufandas, el mayo del 68, o altercados sin ninguna trascendencia ideológica, ¿quién sabe? Creo que en las manifestaciones y revoluciones hay un gran componente de este "unirse a la ola" que es una masa enfurecida, como tan bien retratan siempre en Los Simpson. Y lo cierto es que estas manifestaciones de clamor popular te suben la adrenalina cosa mala, y te unes, sin pensar muy bien en el fin o las consecuencias, y uno entiende entonces los linchamientos y los pogromos de judíos en (cualquier sitio), y las celebraciones de cuando ganamos el Mundial.

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Porque mola perder la cabeza con una multitud de amigos espontáneos que quieren perder la cabeza igual que tú y formar parte de cualquier cosa. Recuerdo ver cómo alguien derribaba una valla a patadas y la reacción espontánea fue vitorearle "¡Sí se puede, sí se puede!". Callejeando de esta manera, siendo una marea humana de excitación, alcohol y tinta, la gente de fiesta mainstream nos mira con curiosidad y como dudando de si unirse o no. Vamos dejando tags a nuestro paso con total impunidad (impunidad es una palabra que caracterizará esta noche) hasta que llegamos a la estación del metro, y es entonces cuando entiendo este desfile: ahí es mucho más fácil colarse. Así que entramos en estampida y llenamos el andén, dando comienzo oficial a la Fiesta en el Metro.

El ambiente ya está caldeado, y abarrotado el andén, los asistentes comienzan a llenar de firmas el mobiliario público patrocinado por el Ayuntamiento de Barcelona. El culmen del frenesí fue cuando llega el metro, y entonces todo son gritos, celebraciones y jolgorio.

Irrumpimos dentro del tren, donde algún turista asiático cree que será víctima de un atentado terrorista, a juzgar por su cara de terror desmedido, y donde la gente nos recibe con sonrisas y ganas de unirse a la fiesta o con miradas frías de desprecio y repugnancia (los que menos). Da comienzo la música con un estruendoso "You gotta fight for your right (to party)" de los Beastie Boys coreado con voz de gorilas por todos nosotros, y a partir de ahí todo serán canciones, botes, gritos y aporreamientos multitudinarios del techo del vagón.

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Pero para no dejar de sorprendernos por el dinamismo de este evento, bajamos a las pocas paradas en otra estación para hacer trasbordo. De camino a la otra línea, paramos en las escaleras y rellano para un breve concierto de hip hop, para a continuación ir a otro andén. Ahí uno de los momentos culmen de la noche tuvo lugar cuando fuimos obsequiados con el fantástico remix de Pimp Flaco, "Lo siento", que hizo a la peña enloquecer y darlo todo.

En estos momentos algunos de nosotros ya no aguantan más y dan rienda suelta a sus vejigas en las vías, bajo la atenta mirada de desaprobación de un padre de familia con su hija de seis años (aunque mirándolo bien, puesto que mantenía a su hija despierta a las 2 de la madrugada un sábado, quizá su conducta era la reprochable, porque ya sabes a lo que te expones). Volvemos a asaltar otro tren, volvemos a festejar en el vagón, y como un relámpago que va dejando firmas y excesos a su paso, volvemos a marcharnos, dejando esta vez a unas guiris que se lo habían pasado de puta madre vociferando "Don't go! The party is here!". Antes de que el tren arrancara de nuevo, alguien lanzó pacíficamente una lata de cerveza al cristal como gesto de despedida.

A todo esto salimos a la superficie. La noche, en general, fue un no parar de tren en tren, estación tras estación, y salir a la calle para volver a entrar al metro tras desfilar de un punto de la ciudad a otro, toreando a los coches y firmando lo que se pillaba. Una vez de vuelta en otra estación, dos chavales estaban echando una meada en las vías cuando una pareja de seguratas quiso venir a oprimir al pueblo. Sin embargo, no contó con que todos en bloque comenzaríamos a abuchear de manera un poco amenazadora, como una manada de chimpancés en éxtasis pre-asesino, de manera que nuestros héroes pudieron zafarse de sus acechadores y salir airosos de aquel trance.

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Un ejemplo más de cómo con la voluntad férrea del pueblo en rebeldía, el Estado no tiene medios para oprimirnos. Es pura ventaja numérica.

Salimos, ya sí, definitivamente, y ahí vandalizamos unas paredes más con firmas, ante la incredulidad de algunos transeúntes. El carrito-altavoz vuelve a cobrar un especial protagonismo, y la gente ya está muy a tono, por lo que se suceden los bailes frenéticos y las ganas de darlo todo, con guiris cuarentones borrachos incluidos. De ahí nos desplazamos hasta una plaza dispuestos a montar una rave urbana, no sin antes ponernos en alerta ante la presencia de dos coches de secretas. Sin embargo, unos lateros pakistaníes nos comentan que no es por nosotros, que hay algún follón con un coche que han parado desde hace rato, lo que me hace pensar en la red de inteligencia que tejen los lateros en la calle, bastante currada. Al rato aparece un coche de policía que va directo adonde el pakistaní nos dijo que estaba el conflicto, dándole la razón. Comienza la rave urbana despreocupadamente. Y entonces llega la apoteosis final, con la gente bailando desenfrenadamente al ritmo de clásicos del rap, junto con Kinder Malo, Cecilio G o D. Gómez cuando vacilaba por Madrid. El altavoz pasa a ser llevado en volandas por los asistentes, haciéndole crowdsurfing, y todos bailamos como si fuéramos negros del Bronx. Esta escena de la fiesta final me recordó, salvando las distancias kilométricas, al funeral de Notorious B.I.G. en Brooklyn, para los que hayáis visto las imágenes.

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En mitad de esta fiesta trap, vemos a personajes característicos como un chaval con la mano ensangrentada, o un pintoresco jambo que utiliza como conversación de ligoteo frases de "Que yo salgo en Vice, que yo soy trending topic", a lo que su amigo y compinche responde para corroborarle cantando "Lo que pasó, pasó, entre tú y yo". Y, cómo no, al final llegó, la guinda, lo que no podía faltar para poder irnos tranquilos a dormir a casa: Pxxr Gvng, La Mafia del Amor, para enloquecer a las masas y hacer de colofón a una fiesta que lo había tenido todo, desde Cecilio G. en persona hasta Kinder Malo y Grandmaster Flash, meadas en el metro, graffiti, confrontación con seguratas, atmósfera de buen rollo y bailes desenfadados. Y por supuesto, al final alguien exaltado quiso pelea con otro, claro; eso tampoco podía faltar.

Marché a casa con la sensación de haber visto uno de los más hermosos espectáculos de la naturaleza urbana.