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Salud

¿Se puede hacer CrossFit sin ser un imbécil?

Fui a la Batalla de las Bestias, una competencia de CrossFit en Inglaterra, para encontrar la respuesta.

Es difícil ver el CrossFit como algo más que un culto sudoroso integrado por manadas de consentidos del profesor de educación física. Es conocido universalmente como la actividad preferida de la gente imbécil o de la gente que se cree muy musculosa como para tener otros hobbies. Esta percepción puede llevar a una persona a desarrollar una rabia ciega hacia ellos. Puta, ahí están esos fanáticos de la vanidad con sus pesas otra vez, piensas. Maldito CrossFit.

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Aunque, debo admitir que yo, como tú, nunca le he dado al CrossFit una oportunidad. Sabía que lo odiaba, pero no podía explicar por qué. Así que cuando un amigo mío dijo que iba a asistir a una competencia de CrossFit en Europa llamada Battle of the Beasts [la Batalla de las Bestias], decidí darle un chance.

La competencia tuvo lugar en un hangar gigante en Colchester, un pueblo inglés que no visitarías nunca sin un propósito específico. El corredor para entrar al evento estaba lleno de espaldas corpulentas y pantorrillas marcadas. Adentro, miles de fanáticos se movían al ritmo de esa música genérica de gimnasio. Cada hombre, mujer y niño tenían hombros que podrían levantar a otro hombre, mujer o niño.

Era fácil distinguir a los fans de verdad de los wannabes, principalmente porque la mayoría de los auténticos amantes de este deporte usan ropa de gimnasio con un logo que dice "CrossFit" en ella. Pensé que era como si un hincha de fútbol tuviera ropa que dijera: "¡Fútbol! ¡Así, en general!".

El día se divide en cinco tortuosas rutinas de 20 minutos, donde hombres y mujeres compiten para sacar la mayor cantidad de ejercicio de sus cuerpos como sea inhumanamente posible. Cada rutina consiste en una selección de ejercicios diseñados para encontrar una debilidad en su estado físico general. Los enfermos que llegan a la semifinal, y después a la final, tienen que hacer, además, dos rutinas adicionales.

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Mientras esperaba a que todo empezara, tomé la única bebida alcohólica que encontré en el lugar. A diferencia de la mayoría de eventos deportivos, este no tiene un área de kioscos para comprar cerveza o perros calientes para disfrutar desde las gradas. Allí, la gente estaba interesada en llegar a la cumbre del estado físico humano, un objetivo que se ve obstruido cuando tomas cerveza tras cerveza. Yo saboreaba la mía en silencio.

Todas las sillas apuntaban a un aparato de gimnasio vieja escuela, que fácilmente podía confundirse con un horcas medievales. Algunos de los competidores de CrossFit entraban sin camiseta a la arena, mostrando los abdominales que habían, a su vez, sacado de cada uno de sus abdominales. Aquí vamos, pensé, tragándome las ganas de burlarme.

Después comenzaron, y el deseo de burla desapareció. Cada ejercicio parecía una tortura: tanto si estaban cargando una cantidad desgarradora de metal sobre sus cabezas, como alzando su propio peso. Lograr una "repetición" —es decir, una unidad de sufrimiento— nos tomaría a ti o a mí años y años de esfuerzo. Y el solo intento podría dejarnos una grave lesión por esfuerzo repetitivo. Estos dementes se levantan a sí mismos miles de veces a través de las pesas.

Siguieron y siguieron, balanceando sus extremidades con peso a través de los mismos movimientos. Saltaban de arriba abajo y sobre otras cosas de la manera menos conveniente. Alzaban su peso corporal una y otra vez, hasta que la agonía les cubría toda la cara, hasta que presionar el planeta hacia abajo parecía más práctico. En poco tiempo, sus músculos vibraban juntos en una petición polifónica por un descanso.

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En la vida real, las consecuencias de ese esfuerzo autoinfligido que succiona su fuerza vital era difícil de ridiculizar. Eso no se ve en una foto o en un video promocional. Solo verlos era desgastante. No teníamos la capacidad pulmonar para celebrar y gritar durante toda la rutina, ni suficiente masa muscular en las manos para mantener los aplausos de celebración. A la mitad, tuve que dejar de apoyarlos y comencé a rogarles mentalmente que pararan.

Después de 20 largos minutos, sonó una bocina y los crossfitters se tiraron al piso. Permanecieron tumbados y sin endorfinas, casi vomitando sonrisas hacia el techo. Habían llevado sus organismos sobrealimentados demasiado lejos, más allá del límite de lo que parece ser saludable o beneficioso.

Y eso que era apenas la primera competencia del día (una de siete competencias potenciales). El CrossFit es una suerte de campamento militar despojado de aspiraciones. No es una carrera. Ni siquiera es una maratón. Es una carrera de una maratón hacia una hazaña de resistencia humana que, como el parto, es físicamente incomprensible para quienes no lo han hecho.

Viendo a los competidores, parecía que todo el asunto no era tanto para presumir sino para llegar a un nuevo nivel del estado físico humano. Los crossfitters no son una raza de súper deportistas. Sí, pueden caminar parados de manos con mayor habilidad de lo que la mayoría podemos caminar sobre nuestros pies o escalar por cuerdas a una velocidad anormal. Eso no los hace malas personas. De hecho, la manera como todos los competidores celebran a sus oponentes a punto de desfallecer es bastante admirable. Los crossfitters solo son personas amables y normales que quieren ejercitarse hasta la muerte, si sus cuerpos lo permiten.

Eso sí, son bastante fanáticos —pero hay peores cosas para adorar que hacer ejercicio—. De pronto fui un poco adoctrinado. De pronto los movimientos de los competidores me hipnotizaron. O de pronto es posible que a uno le guste el CrossFit sin ser un imbécil. Créanme: fui buscando una razón decente para odiarlos, y no pude.

Cuando sales de un evento de CrossFit, solo puedes pensar en el potencial físico de tu propio cuerpo. Incluso me inspiró a mí, una morsa dedicada, a considerar entrar a un gimnasio en las próximas semanas.

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