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Fast Food Week

Me gusta la pizza hawaiana, me encanta, la defiendo a muerte: ¿y qué?

OPINIÓN | Hago parte de ese incomprendido grupo de personas que ama la mezcla de piña, jamón, queso y pan caliente.
Collage por Mateo Rueda | Vice Colombia

Cada vez que pido una pizza hawaiana en el chuzo de la esquina, cada vez que la sugiero para que sea una opción en el domicilio, no se hace esperar el amigo malmirado que se cree superior a mí por pedir la de carnes (o cábano, para ser exactos).

"¿Qué le pasa?", me dicen con ínfulas de catadores italianos: "la piña en la pizza es asquerosa".

"Asqueroso usted", les suelo responder.

La pido y arranco a comerme el elixir de sal y dulce más polémico de todos. Me como los bocados con un gusto que solo unos cuantos (la mitad de seres humanos en el mundo, probablemente) entienden. Procuro no dejar caer ninguno de los brillantes cubos amarillos. Esquivo las miradas incrédulas de mis acompañantes.

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No entiendo ese odio —que parece más una moda— en contra de la inofensiva pizza hawaiana. A todos nos gustaba cuando éramos unos párvulos o, en su defecto, nos daba lo mismo comerla o no. Pero ahora el universo se dividió en dos: los comensales que la aman o la detestan.

"Eso es comida de niño chiquito", esgrimen los detractores.

Pues no, la comida no es fea solo porque sea de niños. ¿A cuántos no les gusta el helado de chicle, el 'ring pop', el Alpinito o hasta la compota? (A mí me gusta todo eso). Cada mordisco me trae recuerdos alegres de mi infancia: piñatas, sorpresas al final de las piñatas, una vida escueta y rodaderos de colores en Jeno's Pizza. Y como pocos olores y sabores, los de esta pizza tienen la capacidad de remontarme a días pasados directamente.

Además, yo soy de esas personas que disfrutan la incómoda combinación de todos los tipos de sabores. El 'umami', como le dicen los asiáticos, ese quinto sabor generado por el sabroso revoltijo de lo dulce, salado, amargo y ácido. Siempre he disfrutado degustar esa variedad y, en la pizza hawaiana, encuentro una ventana hacia ese controversial placer.


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Por otro lado, la piña le da un fresquito tropical al sabor tradicional de este triángulo de las bermudas. Es como una brisa que acaricia tu cara luego de caminar en un clima infernal. Le da un respiro a unas papilas gustativas atiborradas de jamón, queso y pan caliente. Como bien nos enseñó el creador de la pizza hawaiana, Sam Panopoulos, la fruta la vuelve más entretenida. Por eso, siempre reacomodo los pequeños trozos de piña que están a lo largo y ancho del pedazo, para que cada mordo se regocije con un poco de esa incomprendida acidez.

No es por nada que, tanto los perros calientes, los tacos o las empanadas, también le den parejo a la salsa de piña. Esto no es algo que solo se use en esta presentación, señores: la comida rápida entiende claramente que en la variedad está el placer.

Igual, no me malinterpreten, disfruto muchos otros sabores de pizza, por no decir que todos. Pero la hawaiana tiene un sabor difícil de conseguir en otro lado.

Entiendo que la pizza hawaiana le sepa a mierda. Entiendo que esa combinación no cuaje dentro de algunos paladares chapados a la antigua. Pero no entiendo ese repudio innecesario que le tienen. A usted le sabe asqueroso, a mí me sabe a gloria: hagámonos pasito y no se la monte al amigo hawaiano que tiene las agallas de pedir ese sabor al frente de todo el mundo sin miedo a aceptar que él hace parte de ese gremio tan odiado.