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El VIH sigue expandiéndose en Colombia y tú te niegas a usar el cauchito

La cifra de casos reportados continúa creciendo, en parte por los mitos que aún existen sobre el virus, las políticas dirigidas a poblaciones específicas y la confianza extrema hacia las terapias antirretrovirales.

Hace unos días me encontré con las estúpidas y peligrosas afirmaciones que ha venido haciendo Mauricio Rubio en sus columnas de El Espectador, intentando devolverle a los sectores LGBT la responsabilidad sobre la transmisión del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH). Superado el primer sentimiento de indignación que me produjeron las palabras de Rubio, resulté acercándome a un tema que aunque veía lejano, resulta involucrándome a mí y a todos los que conozco, gracias a esa red social madre de todas: el sexo.

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Las mentiras de Rubio caen por su propio peso cuando se las compara con las cifras del Ministerio de Salud, que evidencian que entre 1983 y 2012, el 45% de los casos reportados en el país corresponden a relaciones heterosexuales, seguido por un 17% de las relaciones entre parejas del mismo sexo.

Pero no voy a caer en el mismo juego de Rubio de meterle moral a un asunto profundamente social y de salud que, por argumentos de este tipo, ha estado atravesado por el prejuicio y el evidente desconocimiento que aún en pleno siglo XXI tenemos sobre el virus. Como sociedad no nos hemos dado a la tarea de preguntarnos por nuestro grado de responsabilidad, independientemente de nuestra orientación sexual, en temas de prevención.

Siendo Colombia el tercer país de la región con el mayor número de casos de VIH reportados, justo después de Brasil y México, y considerando que el último boletín epidemiológico del Instituto Nacional de Salud reporta que –a la semana del 27 de septiembre al 3 de octubre de este año– se han notificado 8.246 casos de VIH/Sida (cerca de 30 casos diagnosticados al día) y 513 personas han muerto en lo corrido del año, debería ser un asunto de constante preocupación por parte de cada ciudadano.

Uno de los principales problemas, según me explica Natalia Sáenz, psicóloga de la Red de Apoyo Social de Antioquia (RASA), fundación que vela porque se cumplan las rutas de acceso a la salud, "culturalmente hemos alimentado la vulnerabilidad de ciertas poblaciones con el estigma, la discriminación, las campañas dirigidas sólo a esas poblaciones, cuando las campañas de prevención deberían ir dirigidas a la población general. La penetración anal, por ejemplo, es una de las prácticas de mayor riesgo y no es exclusiva de la población homosexual. Las parejas heterosexuales también practicamos la penetración anal".

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Natalia me explica que estos prejuicios sobre el virus se ven alimentados, en muchas ocasiones, por el machismo imperante en la sociedad, que también ha llevado a un aumento en los casos de mujeres diagnosticadas con el virus. En RASA, por ejemplo, han tenido conocimiento de mujeres que por miedo a ser maltratadas por sus parejas al exigirles el uso del condón resultaron infectadas.

"Es como con el conflicto armado: uno siempre piensa como colombiano que le va a pasar a todo el mundo menos a uno. Siempre decía que el VIH no era conmigo. Y cuando uno tiene una vida medianamente organizada, ese tema nunca pasa por la cabeza. Para mí fue una sorpresa", me dice David*, un chico de 29 años que hace uno se enteró por accidente –mientras donaba sangre– de que era portador del VIH.

Una sorpresa, porque David es el tipo de chico que prefiere mantener relaciones estables, otro gran cliché: "no tenía un cuidado, lo asumía con confianza. Yo soy de la política de que si estoy con mi pareja y tenemos una relación estable no me cuido. Yo lo veía desde ese punto de vista. Pero digamos que no tenía tan presente que cuando estás con alguien también estás con todo su historial. Me podía más el sentimiento".

Según me explica Natalia Sáenz, uno de los malos entendidos respecto al VIH es que le hemos heredado la responsabilidad al otro de informarnos si ha tenido relaciones de riesgo o convive con el virus: mejor dicho, existe una confianza extrema en el ideal monógamo de las relaciones. Por eso, cuando algunas personas se enteran de que portan el virus, la primera pregunta que aparece es: ¿quién me infectó?

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"El discurso de muchos es 'a mí me infectaron', 'a mí me pegaron' el virus. Esa es una posición que resulta problemática porque consideramos que a nadie infectan. Yo adquiero la infección porque tengo prácticas no protegidas", me explica Sáenz, "y más cuando la transmisión ha sido por esa vía (sexual). Caso muy distinto es cuando ha sido por transmisión vertical, que no tienen posibilidades de decidir nada, en casos de abuso sexual por ejemplo. Pero cuando es en lo cotidiano, la responsable soy yo, no ningún otro".

¿Para qué condón si hay medicamentos?

A los 20 años, Andrés* se realizó unos exámenes médicos para analizar unos condilomas (verrugas genitales) que le habían aparecido y resultó enterándose de que era portador del VIH. Eso fue hace diez años, pero aún recuerda el día exacto: 16 de junio. "El punto de riesgo fueron las prácticas sexuales, creo que no es nada del otro mundo, tuve mala suerte, no es más. Porque hay gente que ha tenido muchas prácticas de riesgo y no ha tenido una sola infección".

Para Andrés, uno de los principales problemas que hay que resolver para evitar la expansión del virus, es fortalecer el sistema educativo en temas de salud y prácticas sexuales. "La segregación contra los homosexuales es grandísima, póngase a pensar que los homosexuales no han tenido espacios realmente de contacto. Que la única forma de contacto de nosotros ha sido el sexo, pero nunca nos enseñaron una educación sexual".

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Para Andrés, su generación convivía perpetuamente con el miedo al VIH. Pero con la llegada de las terapias antirretrovirales (TAR) hubo un giro hacia la confianza extrema, una generación que desconoce asuntos como la reinfección –las personas que conviven con el virus también deben protegerse así tengan sexo entre sí, porque pueden adquirir una cepa de VIH mucho más dañina– y deja de lado su preocupación frente a otras infecciones de transmisión sexual (ITS).

La verdad es que, lejos de ser un asunto de orientaciones sexuales, grupos de riesgo o parejas múltiples, el VIH tiene que ver con una conciencia sobre las prácticas de autocuidado. Hablé con el infectólogo Otto Sussmann, miembro del comité de VIH de la Asociación Colombiana de Infectología (ACIN), quien me explicó que la única condición suficiente y necesaria para adquirir una Infección de Transmisión Sexual (ITS) es tener una simple relación no protegida: "No hay grupos de riesgo, yo te diría que lo que hay son comportamientos de riesgo".

El infectólogo me advierte que no hay que confiar demasiado en las cifras, por el nivel de subregistro y porque en el país todavía no se ha logrado una conciencia sobre la necesidad de realizarse las pruebas de detección por fuera de los grupos de riesgo. "Estamos viendo casos nuevos en todas las edades, estratos y todas las profesiones. La percepción de riesgos se está perdiendo, porque como hay un tratamiento que es efectivo, entonces la gente dice que no hay problema".

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Sussmann ayudó a la elaboración de la Guía para el manejo de VIH/Sida del Ministerio de Salud que fue lanzada el año pasado. En esta, se hace evidente que no se trata de un tema de orientaciones sexuales, sino de prácticas de protección: a mayor número de contactos sexuales sin protección y a mayor número de parejas sexuales (con sexo no protegido), mayor será el riesgo de transmisión del VIH.

Las profilaxis: pre y pos

Los tratamientos de los que habla Sussmann son las profilaxis pre-exposición y pos-exposición. La primera, que no está cubierta por el POS ni aprobada por el Invima, consiste en tomar antirretrovirales antes de tener una relación de riesgo, que según me explica el infectólogo su efectividad no es tan alta: está alrededor del 66%. El problema con esta terapia, además de los múltiples efectos secundarios de los antirretrovirales, es que en caso de adquirir VIH podría generarse un virus más resistente a los medicamentos.

La segunda, la profilaxis posexposición, está cubierta por el POS y es utilizada en casos de accidentes laborales por parte del personal médico, casos de acceso carnal violento o, incluso, cuando hay un contacto con fluidos debido a la ruptura de un preservativo en casos de parejas serodiscordantes (en donde un miembro de la pareja convive con el virus).

Sin embargo, para Sussmann estas terapias no pueden convertirse en excusa para dejar de lado la prevención de riesgos. "¿Será que el sistema de salud es infinito y tiene que cubrir esas responsabilidades nuestras? El tema no es que te lo cubra o no el POS, el tema es de que tú tengas las conductas adecuadas de protección que debes tener. El tema no es que te vayas de rumba y tienes una relación de riesgo entonces que te lo cubra el sistema de salud porque asumiste ser irresponsable".

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¿Diagnóstico sin permiso?

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha trazado la meta 90-90-90 en América Latina y el Caribe para 2020: que el 90% de las personas con VIH conozcan su diagnóstico, que el 90% estén bajo un tratamiento antirretroviral y que el 90% tenga una carga viral indetectable.

Según Sussmann, esta es una meta alcanzable en países donde "los estados se meten la mano al bolsillo para hacer las cosas, como el modelo canadiense donde decidieron hacer una búsqueda más activa de las personas infectadas y que esas personas recibieran tratamiento. Porque personas tratadas tienen menor probabilidad de transmitir la infección". Para Sussmann, lo ideal sería eliminar los paradigmas de que es una infección de personas gay y al tiempo eliminar el consentimiento informado de la prueba para detectar el VIH.

Sin embago, Natalia Saenz es escéptica a esta propuesta, porque va en contravía al derecho a la privacidad de las personas que conviven con el virus: "La prueba de VIH requiere un consentimiento informado precisamente por la necesidad de una asesoría previa y posterior al realizar la prueba. Es un tema de la privacidad, de tu intimidad, de la vida privada".

Con todo, parece que si queremos detener realmente la epidemia hay que luchar no sólo desde el flanco de la salud pública, sino también desde lo social para acabar con los imaginarios que existen sobre las personas que conviven con el VIH y que constantemente sufren el rechazo de los que se dicen "sanos". En el caso de David, me cuenta que hace poco intentó salir con un chico y cuando le contó que convivía con el virus dejó de contactarlo, a pesar de que su carga viral es indetectable y el riesgo de transmitir el virus es casi nulo. Para Andrés, la cosa ha sido más fácil, según él, porque ha dado con gente que entiende y lee sobre el tema, aunque no siente la responsabilidad de contarle a cada persona que convive con el virus.

"Pienso que la forma más fácil es conocer gente que vive con el virus. Uno puede hacer la lista de recomendaciones que quieras, pero si tú no tienes cercanía a eso, no vas a entender cuál es la lógica", me dice finalmente Andrés, "es algo conjunto, uno no le puede exigir el condón al otro. Yo no tengo que cuidarme exclusivamente, usted también debe hacerlo. La responsabilidad no es solamente mía".

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*Nombres cambiados a petición de las fuentes