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Cultură

Lo que no se habló en el escándalo sexual de un colegio bogotano

Opinión// A propósito del texto que escribió una estudiante menor de edad sobre sus encuentros sexuales y que circuló por WhatsApp. ¿Qué nos faltó por decir más allá del morbo?
Ilustración por Eleanor Doughty.

A principios de septiembre circuló por varios grupos de WhatsApp un texto que, al parecer, había sido publicado en un blog que ya no existía. El texto, que toma más o menos una hora en leer, era el recuento que una estudiante de un colegio bogotano hacía de los varios encuentros sexuales que había tenido con sus compañeros. La autora cambia nombres y, hasta cierto punto, mantiene el anonimato. Reveló que era menor de edad.

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El erotismo con el que habla de sus encuentros y ––en cierta medida–– la habilidad narrativa con la que describe los personajes y los detalles, a pesar de su edad, sacaron el texto de los círculos de niños de colegio e hicieron que la historia se conociera entre personas que hace mucho dejaron atrás esa época. "El sexo vende" es el nombre que ella le pone al primer capítulo de su relato. Una frase, por demás, muy lúcida, que parecería constatar que la autora sabía lo que estaba haciendo. Ella escribe, abierta y explícitamente, que todo lo que hizo, todo lo que cuenta, tenía la clara intención de que la gente de su colegio supiera quién era ella. Una forma de volverse popular. Una popularidad, además, que desbordó los muros de su círculo.

Apenas me enteré de la historia, y me describieron el escrito, pensé en él como un ejemplo interesante, e incluso loable, de una especie de empoderamiento sexual. Por encima parecía ser el testimonio de una adolescente que había decidido vivir con libertad e independencia su vida sexual. Que, además, había sido víctima de bullying y que había logrado hacer un ejercicio en el que lograba desinscribirse de su papel de víctima contando la historia en su propia voz. Y que incluso se reapropiaba de palabras como "perra" o "cualquiera", reconociéndose en ellas, como quien sabe o reconoce los principios básicos de la teoría queer. Pero este, como podía suponerse, no era el caso. No totalmente, al menos.

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Cuando empecé a leer el texto me di cuenta de que estaba hilando fino y que la cosa probaba ser mucho más compleja. En medio de las escenas eróticas que ella describía, era evidente la presencia de abusos que sufrió por parte de las personas con las que se había involucrado. Hablaba de malos tratos, violaciones de su privacidad, chantajes sexuales y encuentros sexuales en los que no había querido involucrarse pero a los que había accedido porque, de una u otra forma, se sentía obligada a hacerlo. En la mayoría de los casos eran agresiones que la autora veía como sacrificios por los que debía pasar para lograr su meta.

Claramente unas eran agresiones a las que prácticamente todas las mujeres están expuestas, y que son producto de una sociedad que piensa a la mujer como un receptáculo sexual, pero otras eran agresiones que, hasta cierto punto, eran producto de un discurso sexual en formación, que fallaba en reconocer la violencia, la noción de consenso.

"La mayoría de las mujeres somos víctimas de agresión sexual y nos cuesta mucho trabajo reconocerla. Nos cuesta mucho trabajo no culpabilizarnos, no justificar al agresor. No estoy diciendo que eso sea lo que le haya pasado a esta niña, pero es muy posible que sí", me dijo Alejandra Cárdenas, directora Legal Regional de Women's Link.

A ojo de la abogada, que se tomó la molestia de leer el documento, es posible que la menor de edad haya tenido unos encuentros consensuados y otros no: el consentimiento pudo haber sido retirado, o estar viciado por la coacción y el chantaje.

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En efecto, hay momentos en el texto en que la autora reconoce que hubo ocasiones en las que se puso en condiciones de vulnerabilidad, que la llevaron a vivir maltratos y abusos. Es decir, reconoce la violencia. Pero aún así, hay otros en los que lo que parece ser un discurso incipiente de liberación sexual termina justificando maltratos y relaciones no consensuadas en la búsqueda de tener más encuentros, tener más experiencia y conocer más gente. Y aunque, como asegura Cárdenas, esa situación le sucede a muchas mujeres de edades distintas, el hecho de que ella, la autora del texto, sea menor de edad, sí vuelve la situación más compleja.

En Colombia, el Código Penal establece que es a partir de los 14 años que una persona puede dar su consentimiento para involucrarse en actos sexuales. Es decir: cualquier relación sexual con un menor de 14 se considera, automáticamente, una violación. Sin embargo, en este caso, la cosa parecía ser entre mayores de 14, por lo que la situación se vuelve más compleja y los límites más difusos: los menores, de todas formas, son sujetos de especial protección.

Casos como este, además, no son nuevos. Una revisión rápida de la prensa deja ver de forma clara cómo, en algunos colegios de Colombia, la liberación sexual toma tintes extraños. En 2013, por ejemplo, hubo un escándalo en colegios de Medellín por un juego sexual en el que los jóvenes buscaban tener el mayor número de encuentros sexuales posible, sin condón, y en el que competían por tardar la mayor cantidad de tiempo sin eyacular. Ante la situación, que además terminó en una serie de embarazos no deseados, la discusión se concentró en la falta de educación sexual, y la negación de los colegios a reconocer que había una serie de prácticas sexuales nuevas que no había que negarse a ver, y en donde había que concentrarse en la responsabilidad y no en la prohibición.

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Casos como este pueden encontrarse por montones. Google los provee.

De hecho, esta semana, una encuesta realizada por el Dane en varios colegios del país, desató una polémica cuando varios directivos y padres se opusieron al tipo de lenguaje sexual que usaba el formulario. Según la vicerrectora de un colegio que habló el pasado lunes en RCN Radio la encuesta hacía preguntas explícitas que, afirmaba ella, no eran adecuadas para niños de 11 años. Sin embargo, Mauricio Perfetti, director del Dane, aseguró en una entrevista con el mismo medio que la encuesta era fundamental para identificar la magnitud de situaciones de abuso sexual y pornografía infantil. Y aunque es evidente el miedo que rodea, y que dificulta la discusión sobre sexo hacia adolescentes y niños, tampoco es fácil saber en qué términos, de qué manera, y con qué nivel de detalle se debe hablar de sexo, y a qué edad.

Pero, ¿cómo se aborda la discusión? ¿Cuándo y cómo se empieza a hablar de sexo? ¿Cómo se protege a un menor de edad cuando los abusos son por parte de otro menor de edad? ¿O cuando se falla en reconocer los abusos? ¿Hay que entrar a protegerlo? ¿Hay que decirle cómo vivir su sexualidad y especificar las circunstancias en que tiene que tener sexo? ¿Establecer un número específico de edades y de parejas sexuales? ¿Está en capacidad un menor de edad para establecer los límites de su propia vida sexual? ¿O un adulto tiene que decirle cuáles son?

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"Hay un concepto que se acuñó en el derecho internacional de los derechos de los niños, que es muy valioso: el de las capacidades evolutivas. Eso quiere decir que los niños van adquiriendo elementos de juicio y de madurez a medida que crecen. Dependiendo del contexto, del nivel de información, pero también del nivel de educación que van recibiendo, esas capacidades evolucionan mucho más rápido y de manera más profunda en unos niños y niñas que en otros", me aseguró Cárdenas.

En ese sentido, la discusión deja de ser sobre un caso en el que una niña, menor de edad, de un colegio x, decidió acostarse con varios niños de su colegio y dejar un testimonio sobre su experiencia, y se vuelve un tema de cómo los adolescentes se están relacionando con el sexo, quién les está enseñando —o quien les debería enseñar—, cómo poner los límites en su vida sexual, cómo reconocer las violencias a las que pueden estar expuestos, y cómo se están reproduciendo los estereotipos de la "santurrona" y la "puta" que siguen ejerciendo violencia y presión sobre la vida sexual de las adolescentes.

Según me contó Cristina Vélez, Secretaria Distrital de la Mujer, los problemas que están teniendo los adolescentes en relación con su sexualidad, en Bogotá, demandan un tipo de discurso diferente, que no puede pretender que los adolescentes no tengan sexo, o que restrinjan sus interacciones sexuales a un cierto número de parejas. "¿Tú cómo le dices a un adolescente, que tiene las hormonas al cielo, que no tenga sexo? Eso es absurdo. Tú lo que le tienes que decir es que tenga sexo responsable, libre, sano y seguro", me aseguró. Eso significa, según me explicó, combatir el embarazo adolescente, promover el uso de métodos anticonceptivos y prevenir el contagio de enfermedades.

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Según la Encuesta Distrital de Demografía y Salud de 2011, realizada por Profamilia, la edad mediana a la que las mujeres en Bogotá tienen su primera relación sexual está entre los 18.3 y 18.4 años. No obstante, en las localidades de Usme, Ciudad Bolívar y Sumapaz se inicia la vida sexual a edades más tempranas; mientras que Barrios Unidos, Teusaquillo y Usaquén son las localidades en que se inicia más tardíamente. El estudio asegura que, entre mayor sea el nivel educativo y los índices de riqueza, es mayor la edad en que se tienen las primeras relaciones sexuales.

Sin embargo, el sexo "sano y seguro", me explicó Vélez, no tiene que ver sólo con evitar enfermedades y bebés. Según ella, la formación que deben recibir los adolescentes también debe estar enfocada hacia el autocuidado, no sólo en un nivel físico. Según ella, eso implica entender la educación sexual como una tarea que no sólo enseña cómo ponerse un condón, sino como una tarea de empoderamiento y de manejo emocional, en el que se enseñe a poner límites y a entender el consenso.

Y aunque podría entenderse que esa tarea, la de la educación sexual, es una cosa del colegio, las ideas y los estereotipos que rodean al sexo, sobre todo en las mujeres, es la herencia de unas ideas que se reproducen culturalmente y que, según lo que ha identificado la Secretaría de la Mujer, es mejor contrarrestar al interior de las familias. El plan que la Secretaría tiene, según me contó ella, no es meterse en los colegios a decir cómo deberían ser sus clases de orientación sexual —que además, según ella, sería una tarea larga y desgastante— sino empezar por educar a las mujeres mayores, en un esfuerzo por romper una cadena de 'taras' sexuales que terminan heredándose y que determinan la forma en que las adolescentes terminan relacionándose con el sexo.

En resumen, no es el problema de una niña, de un colegio —como algunos medios han querido mostrarlo—, de una familia o de un sector de la sociedad. El problema es de cómo, y en qué términos, se ha dado la discusión sobre sexo entre y hacia los adolescentes. Un tema que además, según me contó Vélez, empezó a discutirse en políticas públicas hace menos de siete años. El pudor y el miedo que han dominado la discusión han impedido un diálogo responsable y seguro que garantice el bienestar de los adolescentes.

*Este artículo fue modificado el 20 de septiembre para incluir la noticia de la encuesta sobre sexo realizada por el Dane.