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Al margen

El periodista que no quería justificar un homicidio (pero lo hizo)

A finales de septiembre, organizaciones de Derechos Humanos pidieron que el periodista Alejandro Sánchez González fuera descalificado del premio de periodismo Gabriel García Márquez por haber publicado el reportaje de un feminicidio desde la versión...

El 28 de junio de 2013 en un conjunto residencial de Tlatelolco, un barrio del D.F. en México, un joven de 20 años ahorcó a Sandra Camacho, su novia, la descuartizó y luego escondió las partes del cuerpo en bolsas negras que repartió a lo largo y ancho de la ciudad.

El crimen, escabroso como suena, no hubiera llamado la atención de nadie, además de los diarios sensacionalistas, de no ser porque uno de los periodistas de la prestigiosa revista Emeequis escribió una polémica crónica que causó la ira de feministas y  defensores de Derechos Humanos por igual. El texto, publicado el 23 de septiembre, se tituló: "El joven que tocaba el piano (y descuartizó a su novia)".

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La pieza periodística escrita por Alejandro Sánchez González, un premiado reportero mexicano, contaba el crimen de Sandra desde la perspectiva del asesino: Javier Méndez, un adolescente brillante, campeón de olimpiadas de física en Europa, quarterback de las Águilas Blancas  y como si fuera poco, un buen pianista.

La víctima, por ahí aparecía en la crónica. Como un cuerpo que era estrangulado, como una mujer ordinaria que no pasó el examen de admisión de la universidad y soñaba con ser modelo. La víctima era la piedra en el zapato que arruinaba el futuro brillante del asesino. O, como lo dijo la periodista colombiana Catalina Ruiz Navarro, esta era "la historia de un muchacho que tenía un futuro prometedor hasta que se le atravesó una "naca" que por joderlo y joderlo se buscó que la mataran. ¡Portada!".

Sánchez González, haciendo gala de dones telepáticos o basado en el único testimonio del asesino, describe así el momento del homicidio: "No le quiere pegar, solo defenderse, pero la golpea en la cara. Ha sido un accidente. Pero ella grita más y más fuerte. Javier le dice que se calle, sus gritos son insoportables. Las uñas de Sandra rasgan levemente la piel del joven. Que se calle, por favor. Que se calle ya. Javier no resiste más. La toma del cuello y caen al piso".

Marco Lara Klahr, reportero judicial mexicano desde hace más de 30 años, criticó hace unos días la crónica de Sánchez: "La historia transcurre sin fuentes o, mejor dicho, el autor se erige en fuente al no precisar de dónde obtuvo los datos ni hacer notar que los diálogos, pensamientos, emociones y escenas podrían no ser veraces ni le constan". Y Lara  ironiza: "Él, clase media, instruido, habituado a ganar, no se merece tal destino, cuales sean sus actos. Ella, pobre, ignorante e intolerable, se lo ganó; de hecho, es lo único que al parecer hizo bien en su vida, buscarse su asesinato a golpes."

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El narcisismo está devorando el periodismo

El periodismo narrativo vive un nuevo auge en Latinoamérica. Siguiendo los pasos de periodistas gringos como Gay Talese o Eric Schlosser, surgieron referentes propios como el colombiano Alberto Salcedo o la argentina Leila Guerriero. Estos superperiodistas  dieron un vuelco a la tradición y sus textos, ricos en lírica y en trabajo de reportería, han sido el abono de medios nuevos como Etiqueta Negra, Cosecha Roja, Gatopardo y la misma Emeequis.

Con está nueva ola, aparecen cada día más periodistas de todos los pelambres que de un archivo judicial pueden exprimir una historia bonita. Al fin de cuentas, lo que importa es que se escriba bonito, no apegado a los hechos; importa es la firma propia, no los otros. Alberto Salcedo afirmó en una entrevista "El narcisismo está acabando con el periodismo"

En la crónica "El joven que tocaba el piano (y descuartizó a su novia)", más allá de las observaciones feministas de peso, se evidencia el intento del autor por forzar los hechos y cuadrar un relato rico en adjetivos y pobre en fuentes. Un relato que termina siendo un buen cuento. La periodista Leila Guerriero afirma en Qué es y qué no es el periodismo literario: más allá del adjetivo perfecto: "Si la pregunta es cuál es el límite entre el periodismo y la ficción, la respuesta es simple: no inventar".

Guerrero cuenta sobre el peligro de ficcionar en el periodismo por  vanidad: "lo que no deberían tener (los periodistas) son alucinaciones: escuchar lo que la gente no dice, ver niños hambrientos allí donde no los hay, imaginar que son atacados por un comando en plena selva cuando están flotando con un bloody mary en la piscina del hotel". Y concluye: "Si uno es periodista no acomoda los hechos según le convenga, no le inventa piezas al mecano porque las que tiene no encajan y no escribe las cosas tal como le hubiera gustado que sucedan".

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Hace un tiempo, un periodista británico afirmó en un taller de crónica en Bogotá: "El periodismo se ha vuelto demasiado sobre periodistas". Y ese es quizás el error de Sánchez González en este texto,  olvidar que el periodismo no se trata solo de escribir bonito para que todos aplaudan lo listo que soy. Se trata de investigar, de hablar desde los que sufren, no desde el poder que causa el sufrimiento. Y, sobre todo, se trata de jamás, jamás hacer alarde de dones telepáticos para leer la mente criminal.

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Javier Ovalle, el asesino, enfrenta una condena por 60 años. Y luego del revuelo de la historia, trascendió el hecho de que nunca se encontraron los brazos de Sandra. Un dato, de varios sobre la víctima, que se omite en la perspectiva del reportero de Emeequis. Sánchez González fue nominado al premio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) como finalista en la categoría de Cobertura en el Premio Gabriel García Márquez 2014, por una serie de trabajos, esta sí de una altisima calidad periodistica: "Yo, autodefensa".

El revuelo causado por el texto llevó a que organizaciones de DD.HH. hicieran la petición autoritaria a la FNPI de que descartaran la nominación del periodista, hecho que afortunadamente no sucedió. Sin embargo, el periodista escribió en su Facebook un texto breve de disculpas a la familia de Sandra Camacho:

"Yo no soy juez ni Ministerio Público, solo soy un reportero que, en este caso, cometió un error: lo que escribí es lo que piensa él y cómo él recuerda (el asesino) los hechos. Las expresiones acerca de Sandra no son mías ni tampoco una interpretación. Es lo que el homicida contó a los investigadores y declaró en el expediente judicial y a los especialistas que hicieron su perfil sicológico. No son mis palabras ni las avalo. No justifico ni juzgo a Javier. Reconozco mi error".

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Es cierto que no eran sus palabras, pero es el periodista el que elige los hechos que armaran el esqueleto de su relato, es él quien decide a qué testimonio le da relevancia y a cuál no. Es el periodista el que toma el riesgo de mal contar la historia desde el punto de vista del asesino o contarla desde la víctima.

En el portal "La Critica" la tuitera @DahliaBat hace el ejercicio de reescribir desde otra perspectiva los momentos finales de Sandra en el mortal encuentro con Javier:

"Javier cuenta que tuvieron relaciones sexuales, los peritos dicen que fue violación. Javier dice que al concluir el encuentro sexual hablaron sobre sus vidas. El joven que sabía tocar el piano intentó impresionarla, le presumió que se iría a vivir a Alemania y que era un genio de la física, pero a Sandra no le interesaban esas cosas, ella valoraba las pláticas divertidas, los buenos momentos, y no los méritos académicos ¿Eso qué? ¿A poco un bronce en física te hace mejor persona?"

Tomás Eloy Martínez decía: "El periodismo no es un circo para exhibirse sino un instrumento para pensar, para crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta".  Quizás sea hora de parar el circo egolátrico de esos nuevos periodistas y retomar los principios de los viejos  reporteros de  a pie.

David es docente universitario, director del blog de periodismo independiente La Otra Orilla y ex asesor de la Fundación Para la Libertad de Prensa (FLIP).

Síguelo en Twitter: @davo_gonzalez