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Música

La vez que Guns N' Roses volvió nada el Tequendama

En 1992 una tormenta de rock impactó Bogotá y cambió la ciudad para siempre.
Ilustración: Sara Pachón | Noisey Colombia

Ilustración por Sara Pachón.

"Guns N' Roses + Colombia= el Infierno" fue la respuesta que una aseguradora inglesa le dio a Julio Correal y a los demás socios que trajeron a Guns N' Roses a Colombia en 1992. Eso cuenta el empresario, manager y productor sentado en la cafetería Maxly, ubicada en la calle 85. Y así fue. La mejor palabra para definir el concierto que dio esta mítica banda en el país es: caos. El paso del grupo por el país fue la representación pura y dura del rockanroll. Un mierdero total que quedó en la historia de la música nacional.

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Últimamente la banda ha vuelto a llamar la atención gracias a que Slash y Duff McKagan volvieron al grupo luego de 23 años, a la presentación que dieron el sábado 16 abril en Coachella y a que Axl Rose remplazará a Brian Johnson en AC/DC. Pero por más que últimamente mucho se hable de ellos, su presencia en el imaginario colectivo ni se acerca a lo que Guns N' Roses era en 1992. En esa época no había nada más grande. Estaban en lo más alto de las listas de Billboard, medio mundo los amaba y hacían lo que se les daba la gana. "Imagínate cómo era la fiesta de la banda número uno del mundo", dice Correal. La farra loca, los excesos y el descontrol eran la firma de la banda que se hospedó en el Tequendama, el hotel más lujoso de ese momento, donde dejaron una habitación tan vuelta mierda, que según Correal, se mantuvo clausurada por varios años.

El desmadre comenzó apenas se juntaron Blu Martínez, Fernando Pava Camelo, Felipe Santos, Chico Rodríguez, Armin Torres y Julio Correal para traer al país al grupo número uno del mundo. Todos tenían experiencia armando espectáculos, pero nada con tanto calibre. Gracias al famoso productor brasileño Phil Rodríguez, Pava Camelo y Torres firmaron el contrato del concierto en Las Vegas. Cada fecha costaba 500 mil dólares y se acordaron dos presentaciones para noviembre del 92.

Los gastos y esfuerzos valían la pena. Todo indicaba que iban a ganar millones con el show. A diario se formaban enormes filas a las afueras de las tiendas Azúcar en donde se conseguían las entradas. Los fanáticos llegaban de todos los rincones del país y se vendieron unas 48 mil boletas. Todo pintaba bien ¿Qué podía salir mal?

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Pues todo.

Desde que Guns N' Roses se acercó al territorio nacional la cosa comenzó a irse al carajo. Para empezar, el 27 de noviembre, día en que tenían planeado llegar a Bogotá para el primer concierto, Hugo Chávez hizo un intento de golpe de estado en Venezuela y la banda tuvo que quedarse en el aeropuerto de Caracas, donde se habían presentado días antes. Correal se despertó a las seis y media de la mañana con esa noticia. "Inmediatamente me tomé entera una botella de whiskey", cuenta. La fecha se aplazó para el sábado y el domingo. No había problema, se montó todo el escenario y la cosa parecía lista. Pero llovió como nunca o mejor dicho como siempre. Los equipos se fueron al piso, todo quedó destruido y tuvieron que hacer una sola fecha el domingo 29 de noviembre.

Pero esos no eran los únicos problemas que los organizadores tuvieron que solucionar. Como buenas estrellas de rock, la banda pidió un montón de cosas excéntricas y sobre todo caras. "Agua Evian, Gatorade, Jagermeister. Puras cosas que aquí no se conseguían. Tuvimos que ir a comprarlas a San Antonio de Táchira en Venezuela. Solo el camerino de Axl Rose nos costó como doce millones de pesos", dice Correal. Además, Guns N' Roses exigió el mismo cuerpo de seguridad que usa la embajada de los Estados Unidos. Gran problema, porque esa gente no tenía ni idea cómo tratar con esos dioses del rock que llegaron al país.

Cuando aterrizaron, una multitud gigantesca los estaba esperando en el aeropuerto. La gente desesperada se abalanzó contra las camionetas en donde iban los músicos y para espantar a la muchedumbre, a uno de los guardaespaldas se le ocurrió la brillante idea de pegar un tiro al aire. Imaginen eso, un loco echando bala mientras Guns N' Roses se abría paso a través de Bogotá. Épico.

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A las afueras del Hotel Tequendama, en pleno centro de la capital, la cosa era similar: decenas de fanáticos locos esperaban a los integrantes de la banda para tocarlos, jalarles el pelo, cogerles el culo, meterles los dedos en la nariz, darles besos y hasta empelotarlos de ser posible.

Según Correal, apenas entraron, los músicos ni se registraron, sino que se fueron directo al famoso Bar Chispas del Tequendama. Ahí comenzó la fiesta. La seguridad se había tomado el hotel y no dejaban subir a nadie a los pisos de la banda. Ni siquiera a los empresarios que tuvieron que suplicarle al manager del grupo para que les dieran pases especiales. Correal cuenta que todo fue muy raro porque Axl Rose estaba sumergido en una depresión profunda, algo muy común en el cantante. Lo único que hacia era quedarse sentado en un sofá tomando cerveza y botando las latas al piso. Los demás, en cambio, hicieron puros desmadres. En una entrevista concedida a la revista Semana, Slash cuenta que llevó una pistola de paintball para no aburrirse en el hotel. Eso significa que las paredes y los cuadros del Tequendama se convirtieron en el blanco del guitarrista.

El hotel se convirtió en el patio de juegos del grupo y su cuerpo técnico. La banda casi ni salió, solo se la pasaron bebiendo y comiendo. "No recuerdo que me pidieran drogas, supongo que las consiguieron por otro lado", afirma Correal. Pero lo que sí recuerda con gracia es que al otro día lo llamó el gerente del Tequendama por la mañana. En el lobby estaban paradas una 20 prostitutas reclamando que nadie les quería pagar. Él describe al espectáculo como una escena dantesca. Todas esas damas de la noche alegre venían del "club de caballeros" Porkys que quedaba en la 74 con 15. "Por suerte conocíamos al dueño del lugar, que también se llamaba Julio, y le dimos un cheque como por tres millones", dice. Pero lo que más le llamó la atención es que las prostitutas le dijeron que no les hicieron nada. Solo las pusieron a caminar por ahí y de vez en cuando les daban una nalgada o un beso.

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Tal vez por el aburrimiento del encierro, por la altura o simplemente por que son unos desgraciados, el grupo destruyó uno de los cuartos. Arrancaron el papel tapiz, dañaron los cuadros, rompieron el televisor y hasta botaron los muebles por la ventana. Incluso antes del concierto ensayaron en el famoso Salón Rojo del hotel, que es conocido por ser lugar de reuniones para los millonarios del país y porque más de un candidato presidencial ha recibido los resultados electorales en ese lugar. Mejor dicho, solo les faltó cagarse por los pasillos.

Cuando los organizadores del concierto vieron el desastre dijeron: "nosotros no vamos a pagar por esto". Según Correal nadie asumió los gastos y por eso el cuarto quedó cerrado con una cadena por varios años, ya que el reguero servía como evidencia en caso de juicio. Al final nadie pagó por los daños y terminaron arreglándolo después de una remodelación.

Sin embargo, ese fue el menor de los problemas. La energía destructora de la banda se esparció por la ciudad. A las afueras del estadio, los que se quedaron con la boleta comprada armaron un motín tan fuerte, que al capitán de la Policía asignado para la seguridad le dio un infarto dentro de una tanqueta. Correal recuerda asomarse a la calle y ver una moto en llamas. Pero el despelote de la calle no se comparaba con la bronca que se vivió en los camerinos.

Como se canceló una fecha, los socios le pidieron una devolución del dinero a los managers de la banda, quienes solo les dieron 45 mil dólares. En el vestuario dos bufetes de abogados discutían mientras la banda se preparaba para salir. Cuando escuchó los primeros acordes, un frustrado y agotado Correal se paró y dijo: "no pienso quedarme aquí hablando mierda mientras Guns N' Roses está tocando" y se fue a ver el grupo.

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Todos sabemos lo que pasó después. Al final del concierto, mientras sonaba "November Rain" comenzó a llover. La banda tuvo que ausentarse un rato, porque había riesgo de que se electrocutaran y al final volvieron para tocar un par de canciones más y cerrar con "Paradise City". Lo que la gente no sabe es que la banda no pensaba volver. El grupo estaba cansado del caos que envolvió al concierto. Correal cuenta que él incluso intentó pegarle al manager de la banda porque no cumplió con su parte del trato. Al final la gente se quedó con las ganas de escuchar "Sweet Child O Mine".

En venganza, los organizadores se llevaron todo lo que pudieron de los camerinos y llamaron al aeropuerto para que jodieran a la banda. Cuando el avión estaba cargado y esperando autorización para despegar, la gente del aeropuerto los hizo bajar. Después les hicieron requisas, preguntas y los retrasaron todo lo que pudieron, antes de su partida para Chile.

"Al final de la noche no hubo fiesta, pero nos sentamos a beber para olvidar", recuerda Correal. Todos los socios quedaron en la quiebra. Armin Torres, quien era el inversor principal, decidió irse del país con su familia. Para comunicárselo al resto de los socios, escribió un mensaje en una servilleta que mandó con uno de sus empleados de confianza. Cuando intenté conversar con este empleado, me dijo que no quería hablar porque el recuerdo de esos días era algo muy doloroso para él ¿Cómo no? Se perdió casi un millón de dólares.

"Yo creo que funcionaron las maldiciones de las brujas que durante cuatro días estuvieron dando vueltas alrededor del Campín", recuerda Julio Correal. Así es, cuatro brujas maldijeron el concierto por considerarlo inapropiado. Pero el malefició no fue tan malo. Se perdió mucho, pero se ganó experiencia. Además, gracias a los equipos destruidos que la banda dejó botados en el estadio, las empresas de espectáculos aprendieron cómo armar estructuras y cogieron los retazos para reensamblarlos.

El Hotel Tequendama nunca volvió a ver una explosión de rock tan poderosa. Incluso la ciudad nunca la ha vuelto a ver. La destrucción, el caos y el descontrol marcaron una primíparada histórica que cambió la industria del entretenimiento. Para Guns N' Roses, desbaratar ese cuarto fue una rutina. Estaban en Colombia, no hay consecuencias, qué importa, nosotros hacemos lo que queremos y nadie nos puede decir nada. Pero para el resto, marcó el inicio de una era de conciertos cada vez más grandes, más ambiciosos y mejor organizados. De forma irónica, Guns N' Roses abrió la puerta a todos los grandes para que Bogotá fuera una parada obligada en toda gira sudamericana.

Gracias muchachos, y no olviden que todavía le deben un cuarto al Tequendama.