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Música

Calaveras disco y melancolía pop: Conoce a Marley Muerto, un talento emergente de Ecuador

Marley Muerto no es un cadáver, es un avatar con cara de calavera.

Este artículo pertenece a la columna de Radio COCOA, el medio independiente que más sabe la escena musical ecuatoriana. Cada 15 días este parche se toma Noisey para hablar los sonidos hacen vibrar al Ecuador.

Marley Muerto es un espasmo que resucita sin desaparecer. Y así como de su rareza emana un humo de música nueva, también emana el olor de quien va harto tiempo en el mundo de los bemoles y los experimentos musicales. Detrás del usuario @marleymuerto que asomó en Twitter en 2010 —cuyo avatar siempre ha sido un Bob Marley fumándose un porro— está el músico, el productor, el profanador, llamado Daniel ‘Pichu’ Pasquel.

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Este músico quiteño nació el 11 de mayo de 1981. El día en que Robert Nesta Marley le puso stop a su vida. Bajo el descubrimiento de esa coincidencia, Daniel amasó su alterego, uno que al momento ser creado aún no tenía nada que ver con la música. Era más bien parte de un juego de identidad camuflada, tras la que desfogaba su empatía con el mundo y expulsaba posibles líricas de nuevas canciones.

Pero su naturaleza de músico cuestionó la idea de darle más forma a ese personaje. Un día, con las canciones en el papel contra su pecho, engendró al Marley Muerto de carne y hueso. Para darle una identidad se incrustó una calavera de espejos en la cabeza —algo parecido a la calavera diamantes de Damian Hirst— y decidió sacar un disco ecléctico, saturado de colaboraciones y experimentos sonoros, el cual bautizó Pararmar (2012).

En ese momento dejó sentado que Marley Muerto no es un cadáver que hace reggae desde Jamaica, sino un ser vivo del que brota un pop electrónico entreverado con el folclor latinoamericano, a ratos con rock, a ratos con pop.

Debajo del casco de MM, Daniel respira sentimientos oscuros, solapados por la melodía llena de sintes y vocoders generada por sus máquinas. En su único disco, produjo con sigilo casi todos los temas y les dio el tono que quería. Por ejemplo, en “Tren”, una de sus canciones emblemáticas, el viaje al pasado se une a la idea de un regreso tormentoso, para volver a tomar rumbo.

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Marley Muerto aparece rara vez para dar conciertos. En 2012 lo vimos cara a cara bajo una luz azul envuelta en oscuridad. El lanzamiento de su disco pareció un reencuentro, una mixtura de voces de distintas generaciones multigenéricas, donde tocaron personajes de la movida independiente ecuatoriana como: Hugo Idrovo, Swing Original Monks, Mariela Condo, Cristina Echeverría y Los Chigualeros. Junto a todos ellos, estaba esa calavera que remplaza su cabeza humana. Una bola disco vuelta cráneo y rostro, que dirigía todo e invitaba a sentir la incógnita de su personaje y alimentar su mito. Con ese misterio auspiciado por su voz envuelta en filtros, encontró el ligamento para atar su carne melódica a la osamenta de sus nuevos fans. Logró que lo siguieran. Logró desaparecer y que lo extrañaran.

“Siempre fui un pésimo cantante. Nunca fue mi fuerte”, piensa Daniel en voz alta. Las ganas de hacer un proyecto en solitario, con el que tuviera la libertad de probar con sus juguetes electrónicos y la variedad, fue estímulo suficiente para crear el personaje y ponerse el disfraz. Un atuendo que también enmascara su voz, a la que cambió con codificadores: “Sabía que no podía depender totalmente de mi voz así cruda, pero quería hacer mi proyecto”. Y lo hizo. Para ese momento, ya todos sabían quién era. Sobre todo porque había sido el guitarrista, tecladista y co-productor de Can Can, una formación quiteña de pop alternativo que además de darle experiencia, rebasó la línea de ser un simple juego y se convirtió en una banda emblema del país.

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En Can Can evadió con acierto el exceso de presencia escénica. Su personalidad reservada no va con mostrarse en la mitad de un tablón él sólo. “Por eso tal vez me gustaron siempre los teclados”. Pero desde esa postura, se convirtió en el autor de himnos generacionales locales como “Uio”, “la canción que ayudó a que los quiteños memoricen su código aeroportuario de una forma más directa”, como él mismo diría, con ese humor raro que lo caracteriza. En los más de diez años que ha estado en la escena, ha deshuesado la ciencia de hacer discos a partir de producir sus propios álbumes y los de su banda. Por eso, el carnicero sin rostro, en un momento se sintió listo para construir su propia tercena: el estudio de grabación La Increíble Sociedad.

Desde el 2009, ha grabado discos en La Increíble y ha tomado con gusto ese puesto “del que está al otro lado”, para “darle realce a que la obra final tenga un color y una personalidad”. Así, con decenas de discos propios y ajenos. Desde ahí, una vez más, evita correr el riesgo de llevarse todo el crédito. “Ellos [las bandas] son los que ponen la carne al asador y uno es quien ayuda a cocinar todo eso”, reflexiona Daniel cuando menciona el hito de su estudio y lo que significó para Quito mientras duró.

La empiria hace al hombre músico fuera de su casco, el que trama las decisiones, dirige, machaca, cercena y crea. Lo hizo con el Caos de Can Can, lo hizo con Pararmar y luego, después de corregir sus formas, de armar cada vez mejor su estudio y trabajar duro, revolvió la escena grabando para proyectos musicales de todo Ecuador. Pero su exploración lo obliga a ratos a desaparecer y él, obediente, lo hace cuando lo sabe propicio.

Desde hace un poco más de un año que Marley Muerto y Daniel Pasquel no viven en Ecuador. Nueva York los recibió en su guiso caótico y nada nuevo ha salido de ellos al público. Nada, hasta hace una semana. “Kin Blu” es la prueba de que después de la muerte, puede haber otra muerte y otra vida. “Empecé a extrañar la composición y luego de regresar de un viaje a Ecuador mi vida cambió un poco y ese fue el detonante para retomar el proyecto. Marley Muerto es como una válvula de escape”. Esta canción acaba de salir hace unos días y releva la posibilidad de la resurrección a partir del dolor y el deseo carnal. Grasa y miel, pronuncia la voz de MM. Placer.

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