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Cultură

Cuidado con los hijos del iPad, los bebés crack de hoy

Las noches sin dormir de Gavin Haynes.

Ilustración por Marta Parszeniew.

Desde que Steve Jobs se nos peló al Foxconn del cielo, se ha vuelto mucho más difícil decirle cuánto lo odiamos, y ahora sólo nos queda ir a patear su tumba en Alta Mesa. Así que, cuando por ejemplo, nos enteramos de que una niña de cuatro años es internada en una clínica para recibir tratamiento por su obsesión con el iPad, nuestra gama de reacciones se limita generalmente a: a) romper con nuestros puños las pantallas de LCD de Apple hasta dejarlas como carne molida o, b) llorar. Ninguna de éstas parece particularmente apropiada o efectiva. El Dr. Richard Graham, de la Clínica Capio Nightingale en Londres, es el psiquiatra encargado de tratar a una pequeña niña enamorada de un iPad que tiene desde los tres años. Actualmente ella se conecta al dispositivo varias horas al día y hace todo tipo de berrinches cuando la separan de él. Nada de esto es bueno. Así que, naturalmente, en vez de enviarla a cama y decirle "no" en una firme pero hermosa voz, sus padres han decidido que su hija es una adicta. Ya tienen una cita para un tratamiento en Capio Nightingale, donde al parecer cobran cuatro mil libras (unos 74,600 pesos) a la semana por tratar a adultos que sufren de adicción a internet. (Al momento de escribir este artículo nadie parecía muy seguro de saber cuál era el descuento para niños). El Dr. Graham ha elogiado a los papás de la niña, diciendo que, de no haber notado los signos de forma temprana ni hecho nada, su hija hubiera terminado como una completa adicta a la edad de 11 años. Muy pronto, en un foro, otros padres estuvieron posteando experiencias similares: “Mi hijo más pequeño tiene tres años y es adicto a los iPhones y iPads al igual que la niña” dijo Rak en Milton Keynes. “¡Ah! Mi hijo de 15 meses ama mi celular”, dijo Fran en North Wales. “¡No puedo quitárselo! Él prefiere jugar con mi celular antes que con sus juguetes” agregó un tanto dolida. “Me encantaría que pasara más tiempo jugando con sus juguetes que con mi teléfono. He notado que muchos bebés y niños lo prefieren también”.

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Ahora es obvio que los bebés adictos a internet son los bebés del crack de nuestra era. Nacieron dopados hasta las tetas de vida digital y la abstinencia para ellos es una tortura con otro nombre. Sólo que éstos no son producto de madres adolescentes de los centros urbanos. Ellos son los productos de los hogares de clase media con dinero y poco tiempo. Estos niños no tendrán nunca la oportunidad de tener una vida normal, pero está bien, porque muy pronto las “vidas normales” no existirán en el nuevo mundo que nuestra crianza laxa y nuestra tecnología hiperaccesible están construyendo. Por décadas, expertos en computación han tratado de crear máquinas que se asemejen a los cerebros humanos. Nuestros niños serán la primera generación en construir cerebros humanos que se asemejen a las computadoras. Llegará el año en que su esponjoso cerebelo será moldeado en un nuevo sistema operativo al que nunca nos podremos actualizar. Podemos filosofar todo lo que queramos sobre la diferencia entre el mundo real y el virtual: pero simplemente no van a entender la pregunta. Podríamos hablar de la cognición distribuida o de periodos de micro atención. Simplemente seguirían revoloteando entre 19 conversaciones de mensajes instantáneos, mientras descargan una pizza en su impresora 3D.

En vez de una vida en una escuela para niños con necesidades especiales, seguida de una expulsión y una estancia en prisión, estos adictos serán la vanguardia de una sociedad futura. Una sociedad futura en la que todos aquellos que hayan tenido una educación digital quedarán aleteando como piqueros de patas azules, incapaces de seguirle el paso a la tecnología y de absorber toda la información necesaria para mantener un trabajo de cuello blanco de baja categoría. Entonces los mirarán a ellos como si acabaran de inventar el fuego. Vamos a necesitarlos a la entrada de nuestros formularios de impuestos. Para reiniciar nuestras máquinas suicidas. Imagina de nuevo a tu madre tratando de instalar una impresora en el 2005. Ahora imagina una sociedad construida por tus hijos, en la que todo lo que puedas necesitar sea una impresora del año 2005.

Por supuesto, habrá una reacción. Habrá aquellas madres insistentes que afirmen que el pequeño Graham está limitado estrictamente a 90 minutos online al día, de los cuales 30 estarán dedicados a Encarta en línea. Pero en general, la marea sólo va en una dirección. La época para tener un alma y un cuerpo que te arrastrara lejos del internet terminó oficialmente alrededor de 2008. Lo que tenemos ahora no es tanto una brecha generacional como una Fosa de las Marianas generacional. Al mirar a un bebé jugar con un iPad me identifico con todos esos trabajadores de los supermercados encargados de la dotación de las máquinas de autoservicio que eventualmente serán remplazados. Sé que ese bebé algún día me despedirá usando una tablet hecha de grafín. Y me gustaría matarlo ahora, antes de que tenga la oportunidad de despedirme. Pero, lamentablemente, yo sé que hay millones de personas como él. Así que incluso si lo hiciera, no tendría un bit de diferencia.

Sin embargo, todavía hay esperanza. Incluso ahora, si tuviéramos que despertar a la amenaza, hay tiempo para que el mundo se ponga de acuerdo para exterminar a todos los niños menores de ocho años. Entonces podríamos empezar de nuevo. Tal vez hacer las cosas bien esta vez. Imponer controles estrictos. Romper algunas de nuestras cosas más tentadoras para los niños. Puede parecer triste para empezar: una masacre de Herodes en cada esquina. Pero sería una lucha por la supervivencia de la especie: si se piensa en ello en términos de la siguiente era, pronto se convertirá en algo completamente insignificante. Nuestros descendientes no llorarán más que por la extinción del cinco por ciento de la población mundial durante la rebelión de Lushan del 755. En el contexto más amplio de la capacidad de la humanidad para perseguir las cosas que la hacen feliz (trepar a los árboles, ver puestas de sol, coger, bailar y toda esa mierda), alcanzar un acuerdo sobre este tema sería mucho más estimulante que cualquier tipo de tratado sobre el calentamiento global o plática sobre la limitación estratégica de armas. Lo mejor de todo, acabaría con el lucrativo negocio del Dr. Richard Graham, y lo llevaría de nuevo a las jaulas con adictos grasosos, grises y golpeados, que vomitan mermeladas de metadona en sus zapatos, tratando de robar su estetoscopio.

Sigue a Gavin y Marta en Twitter: @hurtgavinhaynes / @MartaParszeniew