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Música

El Petronio de antaño: Recordando las primeras ediciones

Cinco músicos y una realizadora audiovisual recuerdan aquel Petronio que fue una escuela en la que, de la mano de los maestros, encontraron lo que ni siquiera buscaban.
Fotos por Sol Robayo

Foto por Sol Robayo

Hablar con asiduos lectores es uno de esos placeres que difícilmente puede explicarse. Son charlas largas, extenuantes, con maravillosos viajes comandados por la imaginación. Así era conversar con Germán Patiño Ossa, fundador del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez.

Germán vivió en Río de Janeiro en su adolescencia para después aterrizar en Bogotá donde, como integrante del MOIR (Movimiento Obrero Independiente Revolucionario), participó de aquellos intensos años del movimiento estudiantil de la década del setenta. Sin embargo, su extremo interés en la cultura, y sobretodo en la cultura afro del pacífico colombiano, lo llevó de regreso a su ciudad natal, Cali. Allí trabajó durante más de 30 años, buscando conocer, visibilizar y salvaguardar el acervo cultural escondido en las selvas tropicales colombianas, desentrañando no sólo la música sino también la gastronomía y la tradición oral de las poblaciones del litoral.

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Asumió cargos públicos en diversas instituciones como Telepacífico y la Secretaría de Cultura de Cali, desde donde siempre priorizó la salvaguarda de las prácticas culturales. Para esto emprendió un viaje memorable que transformaría para siempre la percepción de la cultura afro en Colombia. Pero como todo capitán, precisaba un marinero leal y comprometido con dicha empresa. Corrían los años 90 y el país vivía el auge de la salsa caleña. Reconocidas orquestas como Niche o Guayacán ubicaban el interés colectivo muy lejos de las músicas campesinas tradicionales que se escuchaban en los pueblos y en los alejados asentamientos del pacífico colombiano. Aún hoy en día es muy complejo llegar a muchas de estas poblaciones, por lo que para esa época eran raros los músicos o artistas, como Germán, dispuestos a tomar barcos o planchones oxidados durante largas horas, o adentrarse a la selva en largas caminatas, con el fin de romper la idea de que la única gran riqueza en la zona era el oro.

Germán Patiño

Al enterarse que Germán Patiño estaba interesado en las músicas campesinas del litoral, Hugo Candelario González fue uno de esos raros que no dudó en sumarse a la travesía. Hugo era músico de Guapi, Cauca, y había crecido viendo pasar por su casa todo tipo de músicos y, sobretodo, intérpretes de la marimba de chonta, el piano de la selva: un instrumento con raíces africanas muy parecido al balafón senegalés, de sonido acuoso y único, con el que se festeja la vida, la muerte, la alegría o la tristeza. Así creció él, viviendo una tradición que en Cali no se reconocía, menos con la inyección del narcotráfico a la salsa pero que, gracias al ímpetu investigador de Germán Patiño, era posible mapear y conocer.

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Se embarcaron entonces en una travesía que empezó en Esmeraldas, Ecuador y terminó en el Darién, e hicieron un inventario de músicas campesinas y tradicionales del litoral pacífico que superó con creces todas las expectativas de los valientes investigadores. Se encontraron con el ya famoso currulao, con el tamborito, el abozao, el patacoré, el bereju, la juga, el aguabajo, la jota, el bunde. Ritmos y cantos populares libres de vanidad y protagonismo. Músicas sencillas, profundas y vitales para las comunidades. Lo que para algunos es el sonido de la libertad, como dice el mismo Hugo Candelario: "la quinta corchea que se repite en el bombo del currulao es un anhelo de libertad, la libertad que soñaban las comunidades negras esclavizadas y la que hoy sueñan las comunidades afro excluidas".

Al regreso de ese viaje era evidente que se necesitaba un festival que hiciera una muestra de esas músicas, de ese anhelo de libertad y de esa cultura nuestra que habitaba en la selva. Entonces, como homenaje al gran Petronio Álvarez, “El Cuco”, compositor bonaverense de bambucos, merengues, huapangos, sones, abozaos, jugas y del famoso tema “mi Buenaventura”, se realizó en el año 1997, el primer Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez.

Un pequeño festival que incluía entre sus categorías todas las músicas campesinas y tradicionales mapeadas en la travesía de Germán Patiño y Hugo Candelario, y que permitió, por primera vez, que los jóvenes urbanos de Cali presenciaran, en el auditorio al aire libre Los Cristales, una muestra única e incomparable de cómo suena el litoral pacífico colombiano. No pasó mucho tiempo antes que los estudiantes de música en Cali empezaran a asistir al festival con la intención de conocer más sobre la tradición musical del litoral, y que en medio de los conciertos y ensayos empezara un intercambio cultural nutrido y sumamente interesante.

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Paralelamente, al final de la década de los 90, cuando en las ciudades capitales de Colombia era muy difícil encontrar una escuela musical fuera de los conservatorios de música occidental, la educación musical que ofrecía la isla de Cuba, donde se aprendía a partir de la música tradicional cubana proveniente de África, se convirtió en una excelente opción para los estudiantes colombianos con intereses diferentes a la música clásica, contemporánea, o el jazz. En Cuba estudió mi hermano Pedro, en su casa de Miramar en calle 19 entre 30 y 32 se hicieron incontables ensayos y jam sessions que sonaban a esa única mezcla de colombianos y cubanos en la búsqueda de su propia música y de su libertad.

Aquella escuela de música popular en La Habana, a bajo costo, permitió que un grupo de ávidos estudiantes de música se formaran en músicas populares, regresaran a Colombia a buscar su propia música popular y se encontraran con una escuela espontánea no académica llamada Festival Petronio Álvarez. Un encuentro de maestros de músicas ancestrales con jóvenes ávidos de su conocimiento, un momento de intercambio cultural que sólo se daba, una vez al año, allí en Los Cristales.

Era tal la importancia del Petronio como escuela, que alquilábamos un bus entre varios, los que cupiéramos, y nos íbamos con la ilusión de encontrar respuestas. Ese Petronio escuela fue creciendo. Cada vez más gente, más grupos, más medios, fueron llegando hasta convertirse en lo que es hoy: un evento multitudinario, mediático y de gran repercusión nacional; una gran plataforma para conocer la música del pacífico. Sin embargo, el encuentro de maestros, el intercambio cultural, la música en vivo en la calle, los remates y demás conexiones que se daban en el Petronio de antaño se perdieron en medio de la multitud.

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Para recordar esos emblemáticos viajes hablé con aquellos aprendices para quienes, como para mi, el festival fue una inyección de contenidos, de sabores, de ritmos y de vida, directa al alma.

Entonces en una atropellada charla por skype, contando con el valioso tiempo de Pedro Ojeda (Los Pirañas, Romperayo), Urián Sarmiento (Curupira, Sonidos Enraizados), Jacobo Velez (La Mambanegra), Juan David Castaño (La Revuelta) y Javier Morales (investigador de músicas populares, Jipiyam y Raspacanilla), quienes andan todos de gira en diversos festivales de música en Europa. Recordamos el Petronio escuela musical de antaño y analizamos el Petronio masivo y mediático de ahora, esto fue lo que ocurrió.

***

Urian: El primer Petronio al que asistí fue en el año 2001, año en el cual toqué con la Bámbara Urbana, que nació después de la Mojarra Eléctrica, invitado por Jacobo Vélez. Recuerdo que ganamos el tercer lugar en modalidad libre.

Jacobo: Sí, claro. Yo había ido el año anterior recién desempacadito de La Habana.

Juan David: Yo también fui al del 2001, pero con La Revuelta.

Javier: Mi primero fue en el año 2003

Pedro: erre, ese fue el primero que yo fui. Me acuerdo que usted también fue a ese, no Silvi? Uno iba a parchar con los músicos de la Mojarra Eléctrica, Tumbacatre, con amigos como Mario Galeano, Javier Morales. Con todo el combo de músicos bogotanos. Alquilábamos un bus que salía desde Bogotá pal Petronio.

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Silvie: Sí, el Festival se hacía en Los Cristales en ese tiempo. Era muy diferente al que se hace hoy en día, ¿no creen?

Juan David: Si claro, el público era 95% afro y era un festival un poco, digamos, “underground”.

Urián: No era tan masivo ni tan mediático. Se sentía más como un encuentro de músicos de toda la región pacifico de Colombia y un poquito de Ecuador.

Pedro: Sobretodo porque no era solamente ir a Los Cristales, donde estaba la tarima, sino que se iba también a la Loma de la Cruz y allá siempre había música en vivo. Luego se remataba en el Hotel Los Reyes, en donde había música 24 horas al día. En cada habitación había un grupo tocando y uno iba de habitación en habitación viendo y aprendiendo de diferentes músicas: en una había de marimba, en otra de porro chocoano, en otra de violines caucanos. También afuera, en la calle, siempre había música en vivo, fiesta. En cada tiendita y en toda la cuadra del hotel Los Reyes todo siempre estaba prendido.

Silvie: Eso era lo mejor del Festival, lo que pasaba en el Hotel Los Reyes y alrededores. También llegar cantando todos los corrillos que uno había escuchado en Los Cristales: Tú no tienes carné, tú no tienes carné, tú no tienes carné, ni siquiera del SISBEN. Creo que ese todavía se canta por ahí…

Javier: Se podía entrar al Hotel Los Reyes, pernoctar informalmente, e invadir la calle del pecado. En el hotel había música las 24 horas del día. Ya en ese Petronio había remates en la Loma de la Cruz, porque los vecinos se habían quejado por “la bulla", y no se podía tocar en Los Cristales más tarde de las 9:00 de la noche.

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Silvie: A mi me parece que es una lástima que eso ya no pase. O sea, ni el hotel, ni la calle del pecado, ni la Loma de la Cruz…

Urián: Obvio, del Petronio se perdió el encuentro que espontáneamente se daba entre semejante cantidad de músicos de toda la región. El hecho de que los ubicaran a casi todos en el mismo hotel (Los Reyes) hacía inevitable que la música no dejara de sonar y sucedieran maravillosos diálogos entre regiones y formatos. Realmente había un especial ambiente de compañerismo musical ¡Eso se perdió!

Pedro: Para nosotros que íbamos de Bogotá era como una clase magistral constante. Uno estaba absorbiendo a toda hora. Esa interacción entre los músicos era única y ya no se da más.

Jacobo: Se perdió la posibilidad de comunicarse con los viejos, que es lo que más extraño. No es fácil de lograr y allí se daba espontáneamente.

Juan David: Si, es una cagada porque esa parte era un encuentro estructural. Porque el Petronio es un festival de encuentro de cultores y ahora se sacrifica eso en función del espectáculo, de la transmisión por televisión y de la tarima que, realmente, es casi secundaria. La competencia es secundaria, lo importante es el encuentro y cómo se compartía el conocimiento. El Petronio fue una escuela, una universidad a la cual asistí nueve años seguidos en los que participé con distintos grupos, donde fui a aprender chirimía, música de marimba y de toda la música del pacífico.

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Jacobo: Si, total. El Petronio fue una inyección muy brava para mi corazón y para mi alma. Fue como encontrar un lugar que no estaba buscando, pero que tenía todo lo que inconscientemente estaba buscando. Fue una inspiración y fue un detonante creativo ni el verraco. Una vaina muy trascendental en mi vida.

Javier: Es tan bárbaro que yo creo que es imposible definir los alcances totales de ese festival en todos nosotros.

Pedro: Puedo decir que el Petronio jugó un rol importantísimo y primordial en mi formación musical, porque en las estructuras ritmo-melódicas que se manejan en la música del pacífico están muchas de las claves de conexión en la triangulación indígena-afro-caribe. Entender estos códigos y lenguajes ayuda mucho a entender el mestizaje de toda América.

Silvie: Pero además la fiesta que se armaba era una fiesta muy nutrida de anécdotas, de aprendizajes, de articulaciones entre grupos y músicos; pero también de tradiciones, de aprender a bailar currulao, agitar el pañuelo, hacer coreografía, tomar biche, tomaseca, tumbacatre, curao… bailar apretaito y pegaito sin tapujos pendejos. Había también un intercambio cultural muy valioso. Javier que monopolizaba el sofá del lobby del hotel durante todo el festival…

Pedro: Me acuerdo del Negro Cecilio, un gran bombardinero. De los amigos del grupo La Contundencia. De Micdonio Rivas que se inventó un instrumento que se llama el Jazzpalo que es como una batería, o set de multipercusión. Él me enseñó mucho. Todos los maestros del currulao como Dioselino Rodríguez, los hermanos Torres, Gualajo, Pacho y Genaro, los músicos de la Chirimía del Río Napi, también el maestro Wilson Viveros fueron claves. Muchos de los maestros para nosotros eran jóvenes de nuestra edad en ese momento. Me acuerdo mucho de los hermanos Cae y Cole de Quibdó, de los músicos de Rancho Aparte, de amigos como La Wey Segura, Victor Hugo, Calvin, de todos ellos.

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Juan David: Yo me acuerdo mucho de Caniquí fue como un curso libre de chailanes y platos de chirimía. Caniquí era el platillero de El Negro y su élite. Yo me le acerqué, en el año 2002, cuando él estaba tocando en un remate a las tres de la mañana en el hotel Los Reyes. Apenas me vio me pasó los platos y yo no pude tocarlos. Luego él los cogió otra vez y siguió tocando un tamborito, y volvió y me pasó los platos. Y así siguió. El siguiente año volví a encontrármelo y apenas me vio me pasó los platos y ahí sí pude tocar la tarea que me había dejado. Toqué ese tamborito. Entonces me mostró el abozao y yo no pude tocarlo y la tarea me quedó para el año siguiente. Me encontré con él seis años seguidos sin hablar nunca ni una sola palabra. Un día llegué a un remate donde ellos habían acabado de tocar, estaban celebrando el triunfo, me pasó los platos y toqué una chirimía, un porro, luego un abozao y entonces ellos, para sacar al blanco de la rueda, se tocaron un pasillo barresala. Yo me lo había estudiado por mi cuenta y cuando empecé a tocar, Caniquí empezó a gritar: ¡ese es mi alumno, ese es mi alumno!

Javier: Yo me acuerdo que en el 2008 cuando tocamos con Jipiyam y Raspacanilla, en la reunión de directores nos habían dicho que no se podía tocar ni hacer desorden en la calle 9 (o del pecado), que se lo notificáramos a nuestros grupos. Como yo era tan sensato director, omití el comunicado y ¿qué pasó? pues que al haber sido nosotros de los primeros grupos en tocar, llegamos al hotel y un peculiarísimo integrante de mi grupo, iniciado y cargado por la performancia en escena (él había cantado un número de su autoría) viene a decirme "¿qué, vamos pa’ la calle, o qué?", a lo que, recordando lo pactado en la reunión, respondí sencillamente: "vamos". A la media hora, la calle ya hervía de gente como siempre, la policía no podía pasar y simplemente nos tomaba fotos desde donde la multitud los dejaba llegar. Nosotros, además, andábamos en la calle con nuestros uniformes de campaña, fácil fue entonces señalarnos como los iniciadores de la revuelta. Al otro día me pregunta el recepcionista del hotel por la mañana que si yo soy el director del grupo nosequetales y nosequetales, a lo cual respondí: sí señor, el mismo soy. Entonces me dice el tipo que andábamos en problemas porque ya se sabía que la farra del día anterior la habíamos armado nosotros y que la fuerza pública caleña estaría muy complacida en hablar conmigo a eso de las 20:00 de ese día. Bueno, yo me senté en el lobby del hotel Los Reyes a esperar la delegación policial, pero siendo las 8:30 de la noche ya el rebulú se había armado otra vez en la calle y la policía no llegaba. Y nunca llegó. Siendo aproximadamente las 8:45 pm desistí de seguir esperando y me uní al foforro. Un festival más. ¡La sociedad civil había ganado la pelea!

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Juan David: En el 2007 quedamos de segundos, tocamos en Los Cristales y recuerdo que uno de los temas pegó mucho en el público y la gente se quedó cantándolo. Fue la de “El cangrejo alacho”. Eso fue muy emotivo y fue el verdadero reconocimiento, más que el premio o cualquier cosa de esas.

Jacobo: Sí, es que la competencia y la tarima no sirven para nada si se pierde la conexión con los maestros. Se ha perdido el romanticismo. No es una crítica, es una observación personal, los primeros festivales tenían más chonta.

Javier: Es que un festival cuando crece puede caer en formalizaciones estandarizadas, pero es parte del proceso. Lo que hay es que estar mosca para no dejar que esas fuerzas alienantes ganen sobre los espíritus alegres del festival. Sobre eso, la organización no debería aislar a los participantes entre sí, ni de su público a la hora de compartir la música. El baile y la fiesta fuera de tarima, como ha venido ocurriendo progresivamente desde hace años en aras de las buenas costumbres y del orden urbano.

Pedro: Es que yo creo que la finalidad de todos los festivales no es volverse masivos y súper multitudinarios, si bien es positivo que vaya creciendo también hubiera sido posible mantener el escenario Los Cristales y consolidar otros espacios en barrios y así habitar otros espacios caleños. Igual lo de la Loma de la Cruz y lo del hotel Los Reyes, no haberlo acabado porque eso terminó con la escuela que fue para nosotros el festival. Más bien potenciar estos espacios. A mi me parecía perfecto como estaba en esos años. Nunca me han gustado los concursos ni lo del ganador, que se diga cuál es mejor. Que sea un festival donde vayan las bandas a tocar y ya. Y ojalá que le quiten el tiempo máximo de las canciones (3 minutos), porque son músicas que abajo del escenario, en las fiestas de pueblo y en las casas, duran mucho más tiempo. Entonces es importante que desde el festival se le dé tiempo a la música pa’ que se cocine y que los músicos puedan hacer las músicas como quieran y no limitarla a formatos comerciales. Así se empieza a sacrificar contenido musical y no se llega a los puntos de sofisticación de la música como realmente es.

Silvie: es que lo que pasaba en la calle corría ese límite de festival a carnaval, y creo que esa carnavaleada es importante para fortalecer las prácticas culturales. Allí se dan las fusiones y ocurre lo inesperado. Eso no debería nunca censurarse, es la verdadera escuela de artes.

Durante un par de horas seguimos contando anécdotas y al colgar, entendí por qué la intención de ir no es la misma. Aun cuando el actual festival es una gran plataforma para la difusión y divulgación de la música del pacífico, existimos los nostálgicos que extrañamos la escuela viva y el carnaval callejero, quienes queremos exhortar a los organizadores para que se abran de nuevo estos espacios que nutrieron estructuralmente la música colombiana que hoy gira por todos los festivales del mundo.

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*Silvie Ojeda es fotógrafa, realizadora audiovisual, editora y fundadora de la emisora online Radio Mixticius. Durante más de 10 años se ha dedicado a diversos proyectos culturales con comunidades rurales de Colombia.