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El número del botadero

¿Terror colombiano en 3D?

Jairo Pinilla quiere ingresar a la tercera dimensión como siempre: sin plata.

Foto por Santiago Mesa.

Este artículo hace parte de la edición de junio de VICE.

Jairo Pinilla lleva más de cuatro décadas haciendo cine de terror sin tener un peso en el bolsillo. Tiene la imaginación de un niño de ocho años y la experiencia de un viejo que lleva toda su vida haciendo películas que mezclan lo genial y lo paupérrimo. Construye monstruos caseros y se ingenia trucos para ponerles efectos especiales a sus películas. Vive en un apartamento lleno de imágenes de la Virgen, pero es recordado por películas como La silla satánica, Área maldita, Funeral siniestro o Pacto con el Diablo. A sus 71 años no se quiere quedar quieto: se prepara para grabar este año la primera película colombiana en 3D con actores de carne y hueso.

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Juan José Toro: ¿Cómo definiría el sello personal que tienen su películas?
Jairo Pinilla: Ahorita el que no hace cine es un bobo. Hacer cine con computadores es muy fácil, pero se pierde la creatividad. Lo que yo más disfruto es inventar. Lo que no sé me lo invento o lo descubro. Mi sello es que no me varo.

¿Cómo se las arregla sin dinero?
Yo sé cómo se hace toda la producción de cine convencional. Escribir el guión, ir a laboratorio, revelar, copiar, hacer control de color, el corte de negativos. También sé cómo es la posproducción en computadores. Todo eso me tocó aprenderlo para no tener que pagarlo. Y lo que hay que pagar, lo pago como sea. Así haya que cantar en los buses.

Ahora lleva varios años trabajando en una película en 3D…
En Latinoamérica nadie ha hecho una película en 3D que no sea animada. Llevo como seis años trabajando en eso, desde que fui a Estados Unidos y vi cómo lo hacían allá. Entonces llegué acá a aprender. Pero ser pionero es difícil. Lo mismo me pasó hace muchos años cuando hice la primera película digital en Colombia. Cuando la terminé, por ejemplo, no había proyectores digitales en las salas.

¿Por qué se metió con el 3D?
Porque no hay competencia para eso. Todos van a entrar a verla porque saben que se les cae el teatro encima, que se les desbaratan los asientos, que la pantalla echa sangre. Pero si uno presenta una película romántica o un drama bien lento la gente se va a emberracar porque ellos pagaron para ver efectos. Eso es lo que me tiene demorado a mí: hacer efectos que hagan brincar a la gente. Si salgo con una vaina aburrida, me rompen el teatro. Aquí tiene que caerse encima el mundo.

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Voy a hacer esta película porque el mundo real, en este momento, está siendo poseído por Satanás.

¿Qué ha sido lo más difícil de este rodaje?
Tuve que inventarme las cosas. Al principio, las gafas: las hice con cartoncito y los lentes azul y rojo, que era como había visto en los teatros. Duré años ensayando con herramientas. A todos los que venían les mostraba las gafas, los trípodes adaptados, los dolly, todos mis inventos. Y ahí fui encontrando lo que servía. Luego fue la cámara. Me traje de Orlando una que graba en 3D, pero haciendo pruebas en teatros me di cuenta de que esa camarita no servía sino para grabar matrimonios. Una cámara, para grabar 3D, necesita dos ojos, como la vista humana, pero lo que hacía esa era dividir la calidad en dos. Entonces yo más bien me inventé la forma de grabar con dos cámaras normales y luego en posproducción hacer el efecto de tercera dimensión.

¿Nos puede adelantar algo de la película?
Es de terror, como todo lo que hago. Se llama El espíritu de la muerte: poder satánico. Voy a hacer esa película porque el mundo real está siendo poseído por Satanás. Basé el argumento en una historia que me contaron unas muchachas. Se metieron a páginas de ritos satánicos, las poseyeron, amanecieron rasguñadas, vueltas miércoles, practicaron vampirismo, se chuparon la sangre. Eso yo no me lo inventé.

El terror ha sido su gran tema. Pero algo que muchos no saben es que detrás de esas películas hay un hombre muy creyente…
Uno puede hacer terror psicológico, pero a partir de eso hay que mostrar quiénes son los malos y quiénes los buenos. Imagínese un perrito enfermo. Hay que darle una pasta pero él no se la va a pasar con agua. Toca esconderle la pasta en un pedazo de carne bien grasosa. Con la humanidad es lo mismo, hay que darle lo que le gusta. Si yo hago una película y le pongo El verdadero amor de la madre, no la va a ver nadie. Pero si le pongo Satanás y el sexo en el siglo XXI va a llenar los teatros. Todas mis películas por dentro llevan un mensaje.

Los efectos de sus películas son bien caseros, ¿usted sí cree que sus películas asustan?
Sí. Mucho. No dejan parpadear a la gente. Me contaba el director del Festival de Cine de Bogotá que cuando recogían las hojas de calificación después de las películas las recibían mojadas de sudor. La gente se come las uñas.

¿Nunca ha pensado en pedir plata al Estado para financiarse?
El Estado nunca me ha ayudado. No importa. Llevo casi 50 años haciendo todo solo.