FYI.

This story is over 5 years old.

Música

Los malos DJs hacen que nos droguemos más en la fiesta

Opinión // ¿Acaso el poco o inexistente talento de algunos artistas hace que aumente nuestro consumo de sustancias en la pista de baile?

A todos nos ha pasado.

Te tocó ir de fiesta obligado. Sea cual sea la razón, la cosa se reduce a dos razones: o te convencieron, o no te dieron a elegir. Llegaste al club casi que a rastras, sin saber quién putas tocaba y con un aliciente por si las dudas, una ayudita que compraste previamente porque el trajín de la semana de seguro no te va dejar llegar hasta el final de la noche.

Una vez adentro del lugar, las imágenes se vuelven fogonazos que incendian el conducto entre tus ojos y tu cerebro, el cual está teniendo cortocircuitos pequeños porque ya te comiste la mitad de tu ayudita y ni siquiera recuerdas bien en qué momento o por qué. Solo sabes que llevas apenas media hora en ese lugar, aunque sientas que ha pasado la mitad de la eternidad del mundo desde que entraste a ese averno lleno de parlantes retumbantes. El DJ parece ser uno de esos "talentos locales" que en realidad solo le atina a la segunda palabra, a pesar de tener un nombre artístico en inglés. Pero el tipo se supo meter muy bien a la compacta rosca de esta ciudad, y cada fin de semana toca con la misma camiseta negra cuello en V en un lugar diferente. Y lo llena.

Publicidad

La sucesión de eventos previa a tu entrada al club es una línea genérica en el espacio y el tiempo, sin nada interesante por contar. Muchas veces las fiestas consisten simplemente en un capítulo repetido: como cuando alguien saca de la videocasetera una cinta, le sopla el polvo, mete los deditos en los huequitos para rebobinarla y la mete de nuevo. La sucesión de imágenes vuelve a pasar frente a tus ojos casi de manera idéntica: esa parada de Transmilenio, ese andén donde te sientas a tomarte esa botella de aguardiente con esos amigos, ese chico o chica en la fila que siempre te hace ojos mientras esperas para entrar al club, ese señor de esa chaza de cigarrillos que te intenta armar conversación cada vez que le pagas un Marlboro rojo y un chicle con un billete de 20 mil, y luego ese tipo tatuado de la entrada, que te mira de arriba a abajo con el mismo desdén y la misma repulsión, pero que a la final te deja pasar, siempre te deja pasar.

Ya vas para más de una hora al lado del booth, ya se te bajó el pedacito que te habías comido y el DJ lleva patinando en medio de un set de tech house traque taraque taque macabro que cada vez se pone peor, pero que tus amigos parecen estar disfrutando al borde del frenesí. Es como si estuvieran bailando al lado tuyo pero desde otra dimensión, una muy lejana a la tuya. De repente te sientes como un borrón gris entre toda esa multitud enajenada.

Volteas al lado izquierdo para ir al baño a tomar agua de la llave y quemar tiempo, pero una marea de gente sudorosa ni siquiera te deja divisar dónde queda, mucho menos dónde queda la puerta de salida. No hay escapatoria, estás atrapado. Te metes las manos en los bolsillos y ahí está: el resto de tu ayuda, lo que habías comprado en caso de tener que activar la alarma, en caso de coger el martillo de emergencia y romper la ventana, algo como el que estabas viviendo en ese preciso momento.

Publicidad

El DJ estaba repitiendo una puta canción en el set: era momento de actuar. Apuras el pedazo que te quedaba con tu propia saliva, y se te queda atorado en la mitad de la garganta. No importa, la desesperación te lleva a derretirlo con tus propias amígdalas. Si ya entra diluido quizá actúe más rápido; necesitas que actúe más rápido.

¿Acaso el poco o inexistente talento de algunos artistas hace que aumente nuestro consumo de sustancias en la pista de baile?

¿Y por qué? Básicamente, lo que esperas que suceda cuando ese pedazo haga su efecto es dejar de sentir. Dejar de sentir el cansancio en tus pies, los codazos de la gente apeñuscada contra tu cuerpo, el sonido de la pareja que se está chupeteando al lado tuyo, ese dolor de cuello que tienes desde ayer, pero sobre todo, sobre todo, quieres dejar de lamentarte y quejarte sobre lo malo que es el DJ que tienes en frente, la persona que más te está haciendo sentir que tiraste tu noche completa a la mierda. Por eso, sin ninguna escapatoria, fuerzas la noche: o se pone buena, o se pone buena.

Y haces lo que haces porque ya la experiencia te lo ha dictado así en veces anteriores. Aquella vez que el dizque warm up de ese DJ alemán que te morías por ver la cagó tanto en hora y media, que hasta te tocó volver a comprarle al dealer que andaba rondando esa noche, porque ni doblando la dosis mejoraba el panorama. O aquella otra vez que por ir a apoyar a un amigo que ahora era promotor y traía a los peores DJs posibles, terminaste drogado hasta las cachas y ni siquiera te acuerdas de cómo llegaste a tu casa esa noche.

Publicidad

Drogarse de más cuando el DJ está malo es un alto costo, pero es la salida fácil. Por un lado, la serotonina empieza a invadir tu cuerpo y todo lo que te pasa parece estar bien. La pelada que lleva frotándose contra ti por más de 15 minutos, el olor a peo, el tipo que está más loco que tú y te está empezando a manosear por detrás, al que le dio por fumar y te quemó un hombro, todos ellos empiezas a hacer parte de un paisaje perfecto dentro de tu cabeza cuando estás bajo los efectos de algo. Pero al mismo, aumentar la dosis porque te tocó es una derrota: el aburrimiento de la noche, el hacinamiento, la presión social y hasta el DJ que se ganó la residencia del club en un concurso de "piedra papel o tijera" te doblegaron, y no tuviste más opción que obedecer. Era eso, o soportar "I Wanna Go Bang" o "Domino" de Oxia en un set una vez más. No podrías soportarlo.

Por eso cuando alguien más te dice después de un fin de semana que "la fiesta estaba una mierda pero entonces me comí la otra media pill", lo entiendes completamente, no lo juzgas para nada. A ti te ha pasado, y ese amigo o amiga también fue víctima de la mediocridad que abunda en los clubes de la ciudad y del país. A esa persona le tocó doblegarse como a ti, y en un acto desesperado por no irse a la casa a chupar techo, aplicó el dicho de "untada la mano untado todo el brazo", mandándose todo lo que llevaba encima esa noche, y hasta más.

Probablemente ni tú ni tu amigo vaya a recordar esa noche, pero ninguno tendrá el horrible recuerdo de haber gastado 40 mil pesos de cover más taxis, trago y drogas para ir a ver un DJ de mierda en un sitio de mierda. En vez de eso, les habrá quedado una leve sensación de haber cerrado los ojos la mayoría de la noche, y tener una ligera sensación de que la pasaron bien.

***

¿Se les ha ido la mano cuando el DJ se pone malo? Cuéntenle a Nathalia por acá.

*Esta es una columna de opinión. Por tanto, no representa la postura editorial de THUMP.