El Chucky tuvo una breve pero boyante carrera delictiva. Participó en más de 17 secuestros en los últimos cuatro años de su vida. Creció junto a sus padres y abuela en la delegación Tláhuac, en la Ciudad de México, pero fue en los estados de Hidalgo y Baja California en donde desarrolló sus actividades criminales.Hoy, a sus 19 años, comparte su testimonio de secuestro desde el Centro de Tratamiento para Adolescentes de Baja California ―aunque es mayor de edad, él y ocho internos más que purgan condenas por secuestro, homicidio, asalto a mano armada, violación y narcomenudeo, están separados del resto de la población que sí es menor de edad porque cometieron los delitos siendo menores o cumplieron la mayoría estando confinados― a través del que dibuja los distintos territorios transitados que lo llevaron tras la rejas.
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El tío Jabalí
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Después de puntear fui subiendo de nivel, por decirlo de alguna manera. "Lleva comida a la gente que está en la casa de tal zona", me decía mi tío. Para eso me regaló un auto. En donde estuvieran mis compañeros o los secuestrados, debía llevarles alimento, pero era muy estresante. Con una hora que estuviera en una casa de seguridad me sentía nervioso y ya me quería ir. Es que imagina: estás en una casa con cinco personas secuestradas, esposadas de las manos y con cinchos en los pies; uno está en el baño y los otros cuatro en una habitación. Nunca sabes si un vecino vio algo sospechoso y llamó a la policía, o si la casa ya está ubicada por la policía y solamente están esperando que se reúna el grupo para detenerlos a todos. Y ahí estás tú, con una bolsa de tortas o con platos de pollo con arroz.Sólo una vez sentí remordimiento. Fue con un equivocado en el estado de Hidalgo. Secuestramos a un chavo cuando iba a su entrenamiento de futbol. A ese morro lo había puesto (señalado) su tío. Él nos dijo que el papá de su sobrino tenía dinero y valía la pena secuestrarlo.Me lo llevé al taller de mi padrino. El chamaco tenía 16 años, pero se veía más peludo, con más edad. Yo tenía en ese entonces 17. Le puse unos putazos para que me dijera cómo se llamaba, pero no me decía nada. Le preguntaba el nombre de su papá y seguía sin hablar, sólo me veía. Estaba medio pendejo, como que le faltaba algo en la cabeza. Le seguí pegando hasta que me encabroné y le pedí a mi compañero que me pasara unas pinzas para cortar varilla. Le moché un dedo al chavo. "Al que tú buscas vive unas calles de mi casa", me dijo todo paniqueado (asustado).
"Le moché un dedo pero le pedí disculpas"
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"¡Hijo de tu puta madre! ¿Por qué no me dijiste antes? ¿Por qué esperas que te moche el dedo para hablar? Bueno, discúlpame", le dije y le puse alcohol, le vendé la mano y le di su dedo. Volví a pedirle disculpas y lo fuimos a tirar a la salida de la ciudad, donde están unas fábricas. "Lo secuestran, le cortan el dedo y le piden disculpas", algo así salió al otro día en un blog.Cuando me tocaba cuidar secuestrados y tenía que amanecerme hasta las siete de la mañana, me metía unos tarjetazos de cocaína y me tomaba una caguama. A veces me daban ganas de platicar con los secuestrados, pero trataba de no hacerlo porque te terminan dando lástima. Te quieren hablar de sus hijos, de su esposa, de que no tienen dinero, de que han sufrido un chingo y por eso deben migrar. A mí me llegaron a besar la manos y les decía: "Sáquese a la verga, puto, a chingar a su madre". Yo soy buena gente con quien lo es conmigo, y con quienes no, tengo que portarme con más carácter. Cuando se ponían a rogarme los madreaba para que dejaran de estar llorando. Ahí donde la cagó mi primo, por dar la bacha (hacer un favor) se lo chingaron y lo detuvieron.Algunos de los migrantes que secuestrábamos los enganchábamos en Tijuana y los traíamos a Mexicali con la promesa de cruzarlos, pero nunca lo hacíamos. Los encerrábamos en una casa de seguridad y contactábamos a sus familiares. El dinero que podíamos obtener por cada migrante iba de 10 a 50 mil dólares. "¿Sabe qué señor? Estamos con su pariente en el freeway y ya vamos a pasar el retén de la migra que está en Indio [California], pero necesitamos que nos deposite el dinero para seguir el camino hasta Los Ángeles", le decíamos a los familiares. Muchas veces capeaban de volada (entendían rápidamente), pero cuando no querían depositar, golpeábamos al secuestrado para que le rogara a su familiar. Si el secuestrado no quería pedir el dinero a la familia, le picaba las piernas con un picahielos para que supiera que era de verdad. Luego le tapaba la boca y lo amarraba.Los secuestrados no pueden durar más de cinco días en la casa. Deben irse rápido, en tres o cuatro días. Para liberarlos les dábamos un litro de vino con cerveza y en cinco minutos se ponían babosos. Luego los íbamos a tirar con los ojos tapados y de noche atrás de un banco o un bar.
Secuestro de migrantes
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