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Al comparar estas ceremonias con una misa católica, no surgen muchas diferencias. En ambas hay meditación, oración, cantos y una persona, generalmente un anciano, que funge de guía, que nos encamina hacia la divinidad, la elevación. La diferencia radica en las sustancias. A un lado están el vino y la ostia (sangre y cuerpo). Al otro, todo un boticario psicotrópico.El cruce de miradas con el papa me dejó completamente pasmado, sin saber si de verdad estaba sintiendo el toque de Dios o si se trataba de una alucinación
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No tengo idea cuánto tiempo pasó entre el fin de la tormenta y el momento en que los parlantes anunciaron que el papa se encontraba en el Simón Bolívar. Antes del anuncio, un delegado del Vaticano bendijo el parque: lo convirtió en un santuario (solo así puede oficiarse una misa). Desde ese momento, la gente ya no podía comer, ni los vendedores tenían entrada. Estábamos en una iglesia, en el templo de Dios. Y era el templo más grande en que había estado. A medida que el delegado bendecía el lugar, sentía cómo se formaba una burbuja a mi alrededor, alejada de todo el mundo, llena de paz. Afuera la ciudad podía estar en llamas, pero ahí estábamos a salvo más de un millón de personas, paradas sobre un pedacito de cielo.
De pronto, alguien gritó: "¡Ahí viene!", y vimos cómo al otro del lago se agitaban las banderas. Ver el papamóvil fue irreal. A lo lejos, mientras atravesaba la 26 junto sus fieles llenos de júbilo, Francisco aparecía como una estatua muy seria, cuya energía y postura eran distintas de lo que había visto por televisión. Proyectaba una solemnidad que nos dejó en silencio por un rato. Quizá esa era la postura que adoptaba cuando iba a oficiar una misa.Cuando pasó frente a nosotros y cruzó miradas con nosotros, vi que todos a mi alrededor tenían la misma cara de espasmo, júbilo e incredulidad, incluso mis compañeros fotógrafos. Nos movimos bajo varios árboles desde donde veíamos dos pantallas. El mundo a mi alrededor brillaba con intensidad, y mi cuerpo temblaba sin control por el frío, la emoción y el ácido.Sentía cómo mis pupilas se dilataban de a poco y cómo los colores del mundo empezaban a saturarse. De pronto todo a mi alrededor era un cuadro hermoso lleno de vida
"Hay densas tinieblas que amenazan y destruyen la vida: las tinieblas de la injusticia y de la inequidad social; las tinieblas corruptoras de los intereses personales o grupales, que consumen de manera egoísta y desaforada lo que está destinado para el bienestar de todos; las tinieblas del irrespeto por la vida humana que siega a diario la existencia de tantos inocentes, cuya sangre clama al cielo; las tinieblas de la sed de venganza y del odio que mancha con sangre humana las manos de quienes se toman la justicia por su cuenta; las tinieblas de quienes se vuelven insensibles ante el dolor de tantas víctimas. A todas esas tinieblas Jesús las disipa y destruye con su mandato".
Llegó la hora de la eucaristía, el momento más sagrado de la misa, cuando se invoca el espíritu de Cristo. Empezamos a caminar entre la gente que oraba en silencio. Detrás mío un joven de barba y bigote miraba las pantallas con el rostro conmovido; al lado una mujer mayor lloraba de rodillas mientras oraba; a ambos los veía brillar, con una luz que emanaba de sus cuerpos. Algunos contemplaban reflexivos el vacío, otros cerraban los ojos y apoyaban la cabeza en las manos cruzadas. Pobres, ricos, viejos, jóvenes, blancos, negros, mestizos, gente de todo el país sumida en oración. El silencio era solemne y pequeñas partículas de luz salían de los devotos. El parque estaba en calma y brillaba con luz propia.Volví a entrar al baño, pero esta vez no era para volverme a drogar. Tres cuartos eran suficientes. Cuando abrí la puerta de la letrina, todo el Simón Bolívar estaba de rodillas.Con el ácido deshaciéndose en mi lengua ya no había vuelta atrás. Solo tenía dos destinos a partir de ese momento: el cielo o el infierno