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Fui sometido a una sesión de BDSM por entrevistar a un transformista dominatrix

Un trato justo: yo escribí su historia y él me azotó.

Ama Miry Hart,es el alias de un diseñador y asistente dental de sexo masculino. Mide alrededor de un metro noventa y tiene el pelo largo y recogido en una coleta, al estilo de Steven Seagal. Edad: 32 años. Su pasión: coleccionar y ponerse disfraces de mujer. Su favorito: el de dominatrix.

            Estamos en el privado de Sin Taboo, una sexshop ubicada en calle Compañía con Teatinos, en Santiago Centro, Chile, el lugar donde venden los diseños que Miry realiza en su tiempo libre: desde fustas hasta dilatadores anales.

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            Mientras observo los detalles de los aparatos que cuelgan de las paredes me dice que las condiciones para poder acceder a esta entrevista son dos. La primera es que tome poco tiempo porque en cualquier momento pueden llamarlo para realizar una asistencia dental. La segunda: que durante la entrevista tengo que estar amarrado, al estilo sumiso del BDSM (siglas de bondage; disciplina y dominación; sumisión y sadismo), y cuando lo amerite él puede castigarme a punta de latigazos.

            Accedo. No sé cómo. Pero accedo.

            Y Miry, mientras ordena que me ponga de rodillas, dice: —La primera vez que me encajé lencería femenina tenía 24 años. Fueron unas pantis de nylon. Cuando me las puse no pude parar de mirarme al espejo. De este modo empecé a probarme más y más. Después me atreví con las tangas. Recuerdo que iba a tiendas de lencería y miraba largo rato las vitrinas. Si algo me resultaba atractivo, lo pedía y me lo probaba. Pero no tenía para qué comprarlo: sólo el hecho de ponérmelo y mirarme al espejo me excitaba.

            Estoy de rodillas y Miry me exige que cruce los brazos por atrás de la espalda para así esposarme y luego encajarme un arnés. Antes me invita a usar un antifaz.

            —¿Cómo llegas de calzarte tangas a disfrazarte completamente de mujer? —le pregunto—. ¡Ah! Trata de no amarrarme tan fuerte. Es mi primera vez —agrego como si me estuviera reconociendo como sumiso.

            Miry parece excitarse y aprieta con fuerza el collar que me coloca en el cuello. Mientras lo hace me regala una sonrisa. Intento zafarme, por curiosidad, pero resulta imposible: el arnés me conecta el cuello con manos y pies.

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            —Sentí que la lencería ya no me satisfacía y comencé a usar ropa femenina propiamente tal: corset, faldas, vestidos —me responde mientras parece estar eligiendo una fusta de su última colección. —Este fetiche me llevó a los disfraces. Tengo alrededor de treinta disfraces completos. Mi favorito es un atuendo rojo y de cuero. Es de monja dominatrix: recrea fantasías de disciplina.

            —¿En qué contexto lo utilizas?

            —En sesiones de fotos y también con mis sumisos o muchachos que me contactan mediante Facebook, luego de ver mi galería de fotos.

            —Cuéntame más sobre el traje de…

            ¡Chaz!

            Miry me aterriza el primer golpe con el látigo. El azote es rápido e intenso. Cuando lo estoy masticando me otorga otro: ¡Chaz! Y otro: ¡Chaz!

            —¡Miry! Cuéntame más sobre…

            ¡Chaz!

            …¡El traje de monja dominatrix!

            ¡Chaz!

            Miry dice que está castigándome por mi mal comportamiento.

            —¡Basta! —le digo mientras trato de sacarme el collar intentando zafarme.

            —Ese traje se relaciona con aplicar castigo [dominatrix]. Está basado en el tema del pony boy: el sumiso [la persona que es azotada] actúa como un caballo.

            ¡Chaz!

            —¡Basta! —grito arrodillado a su lado.

            —Ok. Voy a parar. Pero la condición es que vas a tener que amarrarte este dildo.

            —¿Qué?

            Miry me saca el arnés y las esposas. Me levanto e, ipso facto, en la cintura me acomoda una suerte de cinturón de cuero donde, al parecer, irá el dildo.

            Accedo. No sé cómo. Pero accedo.

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            —¿En tu familia saben sobre tus prácticas?

            —Para mí esto es un hobby. No lo comparto con nadie. Sólo con personas que quiero y tengo confianza. Esta ocasión es una excepción. Para mí el tema de los disfraces y el uso de ropa interior femenina siempre será un secreto.

            Miry me instala, en medio del cinturón de cuero, un falo blanco, de goma.

            Accedo. No sé cómo diablos lo hace pero, otra vez, accedo.

            Luego me dice que se tiene que ir porque le avisaron por SMS que tiene que realizar una asistencia dental. Me pide que me quede un rato en la tienda. Que quizá me den ganas de comprar algún juguete.

            Le doy las gracias por pasar el rato conmigo y compartirme su testimonio. Nos despedimos y después me paseo por el privado de la sexshop agitando el falo blanco que tengo adjunto en el cinturón. Agarro unas fustas y corto el aire con los chasquidos. ¡Chaz! ¡Chaz! Afuera suenan las bocinas de los carros. ¡Pii piip! ¡Pii piip!

***

La dueña de la sexshop llega al privado y me dice que antes de que me vaya quiere presentarme a Liza, de 31 años, una diseñadora gráfica y coleccionista de juguetes eróticos. Pero que antes quiere, también, darme un par de azotes con las fustas.

            Me miro el falo falso y accedo. No sé cómo. Pero accedo.

            ¡Chaz!

            Liza tiene unos ojos gigantes, como de dibujo hentai, es menuda y dice que viene seguido a la sexshop a buscar nuevos aparatos. Advierte que tiene pareja y agrega que su colección se compone por más de cincuenta juguetes. Entre estos: balas vibradores, dilatadores anales, dildos, fustas, vendas, esposas, mordazas y cuerdas para amarrarse.

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            Aprovecho para despejar dudas sobre la funcionalidad de algunos de estos artefactos. —Este plumero es para hacer cosquillas —me dice Liza mientras lo bate de arriba a abajo. —La idea es que tu pareja no sepa dónde lo vas a poner. Que tenga un factor sorpresa. El dilatador sirve para la previa antes del sexo anal. Prepara tu ano para la penetración y se usa con lubricantes. La bala vibradora tiene distintas velocidades y se pasa por zonas erógenas para hacer la previa. A mí me gusta usarla en mi clítoris.

            ¡Chaz!

            Le pregunto cuál fue su primer juguete. —Un pene rozado de goma. Similar al que tienes puesto pero más pequeño y delicado. Fue un regalo. Mi primera compra personal fue una mini bala. Es similar a un huevito y tiene un cable unido a un control para las intensidades. A veces mi pareja va al balcón y lo activa mientras yo estoy en la cama. Me gusta que juegue conmigo. Que pueda enviarme una descarga a distancia.

            Me despojo del arnés y el antifaz y el falo, y me despido de Liza y la dueña de la sexshop. Cuando voy bajando las escaleras me llega un SMS de Miry preguntando cuándo se publicará este texto. Me paso la mano por la espalda y pienso en los azotes. Me doy cuenta de que todavía porto el collar de sumisión. Me lo dejo y camino por Santiago.