Así se ven la sed y el hambre en la Guajira de los wayuu

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Así se ven la sed y el hambre en la Guajira de los wayuu

En los últimos cinco años más de 4700 niños han muerto por desnutrición en la Guajira. El fotógrafo Nicolò Filippo Rosso viajó al lugar para retratar esta tragedia.

Esta historia hace parte de la edición de diciembre de VICE.

Ranchería Taloulumana, Uribia. Adriana Uriana regresa a casa con un balde lleno de agua impotable.

Durante los últimos años la supervivencia de los wayuu, la comunidad indígena más grande de Colombia, está en entredicho: la contaminación ambiental, la corrupción rampante y el abandono por parte del Estado han puesto su cuota para que la situación se haya degradado hasta ese punto. Sin embargo, son la sed y el hambre las que están matando a los miembros más vulnerables de esta comunidad, de alrededor de 400 000 personas, que viven entre temperaturas de 35 y 42 grados. Sin agua. Sin agricultura. Una catástrofe silenciosa que sólo vio la luz durante los primeros meses de 2015, luego de que los medios nacionales hicieran público un informe de la Defensoría del Pueblo en el que se aseveraba que en la Guajira "se vienen presentando muertes evitables de niños y niñas, en su mayoría indígenas, por desnutrición". Entonces los informes periodísticos hablaron de 4700 niños muertos por desnutrición en el departamento en los últimos cinco años, según la Asociación de Autoridades Tradicionales Indígenas Wayuu Shipía Wayuu.

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El escándalo obligó a revisar la historia de un gran megaproyecto, que ha transformado la forma en la que los habitantes de la Guajira se relacionan con el agua. El 30 de noviembre de 2010, luego de una década entera de planeación y desembolsos millonarios a cargo del Estado, finalizó, según el Instituto Colombiano de Desarrollo Rural (Incoder), la construcción de la represa El Cercado, sobre el río Ranchería, la fuente de agua de los indígenas wayuu. Si bien el proyecto tenía como finalidad suplir dos distritos de riego con impacto en cuatro municipios del centro y sur de la Guajira, así como abastecer con agua a nueve municipios de la península, hoy la represa no le provee agua a ninguno de ellos, según un informe de la Procuraduría General de la Nación. En cambio, grandes proyectos agroindustriales de bananeros y palmeros se han beneficiado de ella.

Tradicionalmente, los wayuu son seminómadas: se mueven cuando los azota la sequía. Pero el drenaje de su río, en conjunto con los tres años seguidos de sequía, han hecho que su estilo de vida cambie de manera drástica. No hay agua fresca de la que puedan beber. La única forma de tomar algo es ir y recolectar agua de unos pozos rudimentarios que quedan a tres o cuatro horas a pie de distancia. Pero eso que toman no es potable: los niños mueren de diarrea al no poder procesarlo.

El 9 de febrero de 2015, Carolina Sáchica Moreno, una abogada que representa a la comunidad indígena, envió a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos una petición para que el caso fuera visible a nivel internacional. La propia CIDH pidió en mayo al Gobierno colombiano que le enunciara las medidas que toma para contrarrestar una situación que, a todas luces, y ya muy arriba en la historia de la humanidad, luce como un crimen. El Gobierno ha respondido enviando cantidades de agua como medida paliativa.

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Esos son los hechos. La muerte de los wayuu es, creo yo, consecuencia de haber profanado sus tierras. ¿Cuándo parará la codicia? ¿Qué nivel debe alcanzar la situación para que le pongamos punto final y la resolvamos?

A mitad de 2015 viajé por la zona, para descubrir que poco había cambiado la situación desde que se hicieran públicas las denuncias. Luego, en noviembre, se conoció que la Fiscalía detuvo a 15 personas por presuntamente captar ilegalmente dinero destinado para la alimentación de los niños guajiros. Más allá de eso, es poco lo que se ha adelantado para resolver una crisis de este calado.

Ojalá las imágenes sean más elocuentes que estos párrafos.

Nicolò Filippo Rosso.

Ranchería Maschalerai, Manaure. Antonia Epieyu con su hijo. Nació sordomuda por problemas de malnutrición. Las mujeres embarazadas no tienen acceso a agua potable o comida saludable. Todos sus hijos han nacido con problemas de salud. El hospital más cercano está a cinco horas de distancia a pie. La ayuda humanitaria es invisible.

Ranchería Taloulumana, Uribia. Adriana Uriana saca agua de un pozo que ella y su familia descubrieron. Dice que un espíritu le reveló dónde estaba. El agua que sale está contaminada.

Un anciano descansa en su hamaca. Viejos y niños son los que más sufren por malnutrición.

Manaure. Dos niños ayudan a una mujer a llevar su ración de agua. Este ritual se repite una vez por semana. La sacan de un lugar al lado del acueducto que no funciona.

Localidad de Santa Rosa, Manaure. El cuerpo de un burro.

Ranchería Taloulumana, Uribia. Adriana Uriana y su hijo Johander, de ocho años. Es mudo. Se cree que nació con una condición genética agravada por la aplicación de una vacuna. Desde entonces, no recibe tratamiento médico.

Mina El Cerrejón, Albania.

Río Ranchería. Las cabras buscan agua.

Ranchería Taloulumana, Uribia. Los tres años de sequía le hacen mella a las condiciones de vida. El agua que pueden beber viene de pozos artesanales y está llena de sal y bacterias.

Ranchería Sisipa, Manaure. Francia Epiayu, de 19 años, pasa por su tercer embarazo. Por la falta de agua y comida se quedó ciega. El hijo que esperaba al momento de sacarle la foto moriría después.