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Despojo y conflicto ambiental: el último corto del director de 'Los Nadie'

VICE habló con el director de 'Tierra Mojada', Juan Sebastián Mesa. Así describe el cortometraje desde su residencia en Cannes, Francia.
Una toma de Tierra Mojada, del director Juan Sebastián Mesa. | Cortesía: Monociclo. 

El agua se derrama sobre la tierra. Una pareja de ancianos indígenas se sepulta en vida. Los mira fijamente y con mudeza un joven de rasgos contundentes, que es su nieto. Intimida el ruido de un árbol al que le coagulan la savia: una motosierra hace el trabajo como cañón de jungla. Un color granate, magenta violeta, consume a su paso la imagen, el sonido, el silencio, la selva. El joven se ha ido sin cómplices. Se anuncia el progreso. Brujería afuera. Alguien huye de la tradición. Así puede ser Tierra Mojada, —ĨUJA ƁEKEA en embera—, el más reciente cortometraje del director de cine Juan Sebastián Mesa, reconocido por su ópera prima Los Nadie.

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Tierra Mojada es la única producción colombiana presente en el Sundance, el festival de cine independiente más importante de Estados Unidos. Ha sido curado para la categoría "Cortometrajes Narrativos Internacionales" junto a producciones de Francia, India, Cuba, Israel, Suecia, Macedonia y otros.

El corto relata la historia de una familia que en silencio teme por el estrepitoso acto de la “prosperidad” mientras parece estar aguardando con estoicismo, con un falso sosiego, con una calma cargada de nigromancia y sabiduría. Su casa ha quedado en medio de un proyecto hidroeléctrico y es el momento preciso para el desalojo. El color va calando todo, hasta la última escena.

Fue escrito hace cerca de tres años y lo alimenta el fenómeno de Hidroituango, el proyecto hidroeléctrico más grande de la historia de Colombia y que comenzó a ser construido en 2010 a pesar de ser una caja abierta desde finales de los 90—como lo indica el portal Verdad Abierta—: “La dirigencia antioqueña inició en 1969, cuando hizo el primer estudio sobre el aprovechamiento del río Cauca. (…) Entre 1996 y 1998 se perpetraron por lo menos 15 masacres en los municipios de influencia de la futura hidroeléctrica. Las primeras tres ocurrieron en 1996; en 1997, se perpetraron cuatro más; y en 1998, se realizaron ocho asesinatos masivos. Los municipios afectados fueron Ituango, Liborina, Sabanalarga, Toledo, Briceño, Olaya, Yarumal y San Andrés de Cuerquia, entre otros. Luego, hasta el año 2002, la constante fue asesinar campesinos de manera selectiva”.

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Sin embargo, el cortometraje no tiene como pretensión retratar este hecho de manera puntual. Se nutre de él. En 2013, de repente, Mesa fue testigo de cómo terminó una marcha pacífica de protesta: los campesinos arribaron a Medellín y ocuparon el coliseo de la Universidad de Antioquia, el lugar de donde egresó. En ese entonces debía ver a las madres bañando a los hijos en los lavamanos de los baños universitarios. Según el diario El Espectador fueron unas 700 personas afectadas por las obras las que vivieron siete meses en la Universidad.

“Es lo que pasa cuando se hace una represa —me cuenta Mesa—: que cortan todos los árboles y que el lugar no vuelve a ser como antes. Hay una transformación por completo del río, el río muere de alguna forma, porque las aguas se estancan, se pudren, y los peces no tienen una forma de reproducirse, ni de hacer el desove y mueren también. Impacta a las comunidades circundantes que son las últimas en beneficiarse de todos estos millones y millones de dólares que generan las hidroeléctricas”.

En el pasado Milano Film Festival, el corto obtuvo el Waterevolution Award, un estímulo otorgado por primera vez a películas sobre temas de sostenibilidad. Al ser una producción del colectivo Monociclo Cine —un trípode entre Mesa, Alexander Arbeláez Osorio y José Manuel Duque—, su realización debía ser poco convencional: se hizo paralelo a la posproducción de Los Nadie. Tomó tres meses de preproducción, un mes para cuadrar locaciones (recorrieron muchos resguardos indígenas, a propósito) y se rodó en cinco días.

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De entrada fue un reto. Un golpe en la cara para todos. Surgió como un desafío narrativo, creativo y de pertinencia, porque fue un proyecto exigente que le demostró a Mesa, como dice, lo poco que sabían sobre muchas cosas.

Del indigenismo al cine hecho verbo

Para Mesa hay una forma sutil de demostrar algunas de las problemáticas a las que se enfrentan comunidades enteras, como lo es el aniquilamiento cultural por la globalización. | Cortesía: Monociclo.

“Situar los indígenas —dice el director— es una decisión que acude a lo simbólico: el corto no aborda algo cosmogónico, ni profundiza en hechos específicos, ni tampoco hace un análisis antropológico de una comunidad. No importa a qué etnia pertenecen, pues han sido las comunidades, no solo en Colombia sino a lo largo del mundo, que más han sufrido el exterminio y desplazamiento por parte del sistema económico”.

Fue también un ejercicio experimental. Los indígenas son campesinos, sin embargo, ¿cuál es el detonante en su despojo al pertenecer a una minoría étnica? Mesa contó con el apoyo de Mileidy Domicó, quien hizo la producción ejecutiva; una joven de una comunidad indígena que aportó para lograrlo de una manera respetuosa, sin usurpación, sin contexto erróneo.

Para él hay una forma sutil de demostrar algunas de las problemáticas a las que se enfrentan comunidades enteras, como lo es el aniquilamiento cultural por la globalización; el hecho de que los niños no quieran hablar su idioma, de que estas comunidades de tradición oral sin alfabeto empiecen a ver extinguir cientos de años de conocimiento. Y el corto lo demuestra, pero no es lo único que propone.

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A Mesa le impactó darse cuenta de que necesitaban, al hacer un ejercicio de reconstrucción, un lugar que ya no existía: muchas comunidades venían de ambientes mucho más selváticos, cerca a un río, junto a otras características. Como no encontraron algo semejante, construyeron una casa y el solo alzarla sobre el suelo fue una película en sí.

“La gran cantidad de lugares habían sido colonizados por ganaderos que habían cortado todos los árboles o por agricultores que habían sembrado muchos cultivos, entonces en Antioquia, en particular, en los cañones de los ríos de gran afluente que visitamos, no había algo que se pareciera, era muy difícil, y encontramos este pedacito de selva en una finca: el espacio para reconstruir este monumento de los personajes antes de irse”, cuenta el director.

Sin embargo, el blanco no siempre fue el enemigo. Para los protagonistas del cortometraje era muy extraño entender por qué querían hacer con ellos una película. Monociclo propuso una muestra de cortos en la comunidad, varios trabajos hechos por y con indígenas sobre distintas temáticas, y fue así como el cine se convirtió en la primerísima y clara forma del diálogo. “Este proyecto fue un ejercicio basado en los testimonios y cuenta con más dosis de ficción y con una puesta en escena un poco más teatralizada también. Es un ejercicio de exploración. Surge cargado con un montón de inquietudes personales, inquietudes frente al mundo”.

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Además, por el deseo de Mesa de querer hacer, por primera vez, un corto. El ejercicio de síntesis, de contar una historia en pocos minutos y que pudiera tener un impacto fuerte. Sus cortos, a saber, siempre eran larguísimos, como lo asegura.

Granate sabor despojo

Un color granate, magenta violeta, consume a su paso la imagen, el sonido, el silencio, la selva. | Cortesía: Monociclo.

El color es preponderante. Definitivo. Mesa venía de hacer una película en blanco y negro y le interesaba hacer otra en la que el color tuviera una función narrativa fuerte, no simplemente como elemento estético, sino que tuviera una importancia contundente dentro de la historia. La decisión parte de un referente: el trabajo del fotógrafo documental irlandés Richard Mosse (1980), que le pareció impresionante, particularmente por su serie fotográfica llamada Infra, sobre la guerra en el Congo.


Vea aquí el tráiler de 'Tierra Mojada'


En estas fotografías el magenta predomina de manera eficaz. Mesa decidió, de alguna forma, inspirarse en su proyecto para traducir eso que define como la muerte de un ecosistema por completo. Es un poco paradójico, para él, que en Colombia, el segundo país con más desplazados del mundo, lo sigan siendo por una violencia económica, una violencia disfrazada de progreso. Las hidroeléctricas, insiste, son la causa número uno de desplazamiento en el mundo, más allá de las guerras.

Entonces, cita un ejemplo: “En China se desplazan cientos de miles de personas, pueblos, casi que ciudades enteras por hacer hidroeléctricas, pero en muchos países ya han empezado a desmantelar, porque se han dado cuenta de que hay formas de hacer energía de una forma más sutil y más amigable con el medio ambiente”. Es interesante para él ver cómo detrás de ese progreso hay un montón de grupos económicos que ven en esto una gran oportunidad de generar ingresos pero que nunca se ponen a pensar a costa de qué. Ni el magenta se les cruza por la mente. “Nos venden un sistema exitoso, basado en la explotación, en la compra y en la no reposición de recursos no renovables”.

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El color es preponderante. Definitivo. Mesa venía de hacer una película en blanco y negro y le interesaba hacer otra en la que el color tuviera una función narrativa fuerte, no simplemente como elemento estético

Como el cine siempre ha tenido una libertad y ha estado atado a las inquietudes personales de cada uno de los directores, como reza con pleno convencimiento este, es inevitable que no esté permeado: “Si uno hace un análisis a largo plazo, mirando hacia atrás de cómo se ha visto afectado el cine por los contextos socioeconómicos del momento, uno se puede dar cuenta de que no es una mentira: el cine de posguerra —después de la Segunda Guerra Mundial—, toda esta nueva ola del cine, el Neorrealismo Italiano, la Nueva Ola Francesa; todas esas inquietudes que socialmente están ahí presentes como algo político, que no es más que lo que los directores están viviendo y lo que los inquieta, hace parte de querer narrar esas historias con unas preguntas específicas”.

Luego de demostrarlo con Los Nadie, no siente que el cine esté convocado a algo en particular porque no necesariamente surge de lo panfletario a la hora de realizarse; es más personal, sujeto a algo más íntimo. Las películas, para este director, terminan siendo un reflejo de los miedos, los dolores y de todo cuanto afecte directamente.

Hablar del trópico desde París, en invierno

Juan Sebastián está en una residencia artística de Cinéfondation del Festival de Cannes. Desde su habitación asiente con que el irse o el quedarse siempre han sido preguntas recurrentes, aunque antes no era tan consciente de esto. Los Nadie, al fin y al cabo, es un péndulo entre ambos deseos.

Él nació en un pueblo, luego se mudó a la ciudad, luego se fue del país. Regresó al país, a la ciudad y ahora, al pueblo. Hace y deshace sus pasos. Sus preguntas recurrentes son: qué hubiera pasado si me hubiera quedado, qué hubiera pasado si no me hubiera ido. Siempre es con el quedarse, aunque se vaya.

Ahora, desde Francia, cuenta sobre su segundo largometraje: La Roya, nombre del hongo enemigo de las plantaciones de café. Hasta que no conozca el rostro de los personajes, la historia seguirá siendo un esqueleto. Tiene, como dice, la difícil tarea de escribir con tanta libertad. Ya empezó a trabajar con un coproductor francés y busca reuniones con distribuidores y productores —posiblemente europeos– en lo que resta de 2018. Espera avanzar con el cronograma de la producción y rodar en 2019.

Reconoce lo difícil que es depender de fondos, aunque, lastimosamente, funcione así el cine en Colombia, al que para él, todavía, le queda un poco de paternalista al hacer que dependan en una buena medida de los fondos nacionales para que una película exista. La Roya, no obstante, saldrá con o sin dinero.

Este, su segundo largo, promete poner el óxido a flor de piel y planta. Será también un foco al ambiente y en lo humano. A lo mejor crítico. Mesa rechaza el analfabetismo político y la negligencia al no querer acercarse para ver qué es lo que está pasando y por qué las decisiones quedan en las peores manos. Él consiente el simple hecho de hacer cine como un acto político, porque un acto político da cuenta de una postura frente al mundo muy clara sobre quién eres y cómo habitas el lugar que ocupas. “Encuadrar una cosa y otra no, el hecho de omitir algo, de entrada refleja una postura muy clara que da muestra de quién sos vos. El cine es dónde te detienes y a qué distancia de lo que querés retratar”.

* Tierra Mojada se estrenó en el Festival Internacional de Cine de Venecia en 2017.

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