¿Cuál es el Jaime Garzón que está difundiendo la telenovela de RCN?
Fotograma de "Garzón vive" | Still vía YouTube

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Television

¿Cuál es el Jaime Garzón que está difundiendo la telenovela de RCN?

Tras el estreno de la telenovela 'Garzón Vive', se desató un debate sobre los usos y las batallas por la memoria en un caso que sigue tocando las fibras más íntimas de los colombianos.

Garzón Vive no es, como asumo que soñaban algunos actores y miembros del equipo de producción, un “adiós de carnaval” para Jaime Garzón. Está lejos de serlo, por más de que hayan elegido Canela de César Mora —la canción que cantó Garzón en el programa "Yo, José Gabriel", días antes de que lo mataran— como el motivo central del programa.

No creo que sea tampoco “enlodar su memoria”, como dijo Marisol Garzón, su hermana, apenas se anunció que el canal estaba planeando una telenovela sobre su vida. No es ni lo primero ni, aunque se ericen los exasperados enemigos de RCN, lo segundo. Es otra cosa. No una memorable serie de piezas audiovisuales, no, pero sí algo que merece una mirada más atenta. Una mirada que parte de la incontable cantidad de preguntas, escozores y silencios que los debates sobre su salida al aire nos han hecho trepidar en la cara: los usos y batallas por la memoria, la transacción porosa entre las vidas ejemplares y los modos como son representadas, las disputas simbólicas por la verdad y sus reconstrucciones.

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Lo primero que uno se pregunta es por qué. Lo primero y, quizá, lo más importante. Por qué decidió RCN emprender la atlántica tarea de dramatizar la vida de Jaime Garzón, un héroe de este país. Más aún: por qué, conociendo la reputación —de presunto sesgo ideológico, de filiación política— que precede al canal en la arena pública, decidió financiar y lanzar una ficción biográfica de uno de los más complejos y disputados personajes de nuestra historia reciente. Por qué, se pregunta uno. Por qué en este momento “el canal del establecimiento”, como se lo percibe en el vox populi, quiso enganchar televidentes con Garzón, el humorista mordaz, el irreverente, el de las pullas a las clases dirigentes, el del crimen que todavía no se ha esclarecido por completo. Por qué meterse en el bollo de rellenar arbitrariamente los huecos de un caso que lleva casi veinte años impune, sin verdad, sin certezas, sin justicia.


Promo de RCN para Garzón Vive


Uno podría pensar que fue cosa de rating. Que, con la sonada crisis en el canal, lo mejor era recurrir a una fórmula que había probado ser exitosa en Colombia: la bionovela. A pesar de que a Caracol ese formato le había funcionado como ninguno (por ejemplo, con Escobar: El Patrón del Mal o, ahora, con Tarde lo conocí, sobre la vida de Patricia Teherán), las experiencias recientes de RCN habían sido desastrosas. Todo es prestao, sobre la vida de Galy Galiano, apenas les duró tres meses por falta de audiencia y El Comandante, la serie sobre Hugo Chávez protagonizada por Andrés Parra, también terminó mochada y sepultada en la franja de la medianoche. Quizá, a diferencia de las demás, la figura mítica de Garzón prometía ser un éxito indudable para la cadena y prometía, además, convocar a una audiencia nueva —una que, si no fuera por alguien como Garzón, nunca sintonizaría el canal—.

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Seguro sí. Bueno, quizás no tan seguro.

El primer campanazo fue la serie sobre Chávez, en la que la cadena también apostó por representar a un personaje radicalmente opuesto a los valores que ella misma se ha encargado de atribuirse. Como se vio en ese momento, modelar estratégicamente a figuras que tradicionalmente se asocian al grueso segmento que se opone a su línea editorial le ha ganado a RCN muchos enemigos. Muchos de ellos, se sabe, son quienes más profesan su admiración por Garzón y quienes exigen de forma más radical cosas como verdad o justicia en su caso. Para el canal, ¿era remotamente posible pensar que ese conjunto de espectadores iban a sintonizarlos? Uno pensaría que, como efectivamente ocurrió, no iba a ser así. Que la desconfianza de un grueso de espectadores hacia los modos como son llevados a la pantalla personajes como Garzón iba a pasarle cuenta de cobro al canal.

Y ocurrió exactamente eso: esta semana de estreno, Garzón Vive no solo empezó con un rating inferior al de la alocución presidencial del lunes, sino que ya va por debajo de La rosa de Guadalupe. La curva del desplome fue exponencial: lunes, 6,8; martes, 6,1; miércoles, 5,6

Entonces, podría pensar uno preguntándose por qué, que si no era cosa de rating era cuestión de reivindicación histórica o de justicia simbólica por parte del canal. Esto mucho menos probable, teniendo en cuenta la resistencia de personas como Marisol Garzón, la hermana de Jaime, o la polémica que señaló a Las2Orillas Antonio Morales, viejo amigo y compañero de Garzón en Quac, por un presunto “cambio de rumbo” de la producción cuando el canal eligió a Juan Carlos Pérez como libretista. La desconfianza generalizada en la representación que de Garzón pudiera hacer la cadena de los Ardila Lülle, el grupo empresarial que, además, muchos sectores de izquierda y grupos estudiantiles han elegido como el blanco de sus luchas por ser “la cara visible del monopolio del poder en Colombia”, llevó incluso a que hashtags como #GarzónVivePeroNoEnRCN se popularizaran la víspera de su estreno.

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Ahí estaban las señales, palpitando, previendo que, independientemente de cómo fuera a salir el programa, los espectadores no iban a perdonar a RCN. La consecuencia fue que, desde mucho antes de ser transmitida, ya en internet había voces de indignación que veían en Garzón Vive un potencial escenario de “tergiversación” de un personaje mítico. Mucho más después del único precedente visible: la representación de Garzón en Los Tres Caínes, la bionovela sobre los hermanos Castaño. “La forma como lo mostraron a él en Los Tres Caínes, como un drogadicto, son detalles que para mí significan que quieren enlodar el nombre de Jaime, quieren desdibujar quién era Jaime Garzón”, le dijo Marisol a El Espectador el año pasado. “Pues yo no me meto a juzgar que es lo que sea o no, pero yo sí creo que ahí hay una intención muy clara. En muchos momentos en los que yo he dado declaraciones, RCN no ha estado”.

Lo que ha ocurrido en torno a Garzón Vive, entonces, más que un debate sobre una producción audiovisual, es un juego de espejos que nos devuelven la imagen viva de los pulsos políticos y las batallas por la memoria en las que se inscribe cualquier ficción histórica en Colombia. Mucho más cuando es sobre una historia que no se ha terminado de contar, de una herida que sigue abierta. Hoy, una semana después del estreno y habiendo visto los primeros cuatro capítulos, esa discusión adquiere nuevos grosores. Uno ya no se pregunta solo por qué sino de qué manera. De qué manera está representado Jaime Garzón y para qué efectos, de qué manera han inscrito los hechos de su vida en una estructura narrativa, de qué manera resuelven los vacíos que aún quedan en una época tan convulsa como el fin de siglo colombiano o cómo distribuyen las responsabilidades en esa historia de violencias.

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Lo que ha ocurrido en torno a Garzón Vive es un juego de espejos que nos devuelven la imagen viva de los pulsos políticos y las batallas por la memoria en las que se inscribe la ficción histórica en Colombia

Más allá de las coincidencias o distancias con “lo real” (el pasado y los relatos sobre él, más en el plano de la representación televisiva, están siempre en disputa), lo interesante es desentrañar cuál es el Jaime Garzón que quiere construir RCN y, con él, cuál es el pasado que quieren cristalizar desde esa ficción. Estos primeros cuatro capítulos dan un esbozo claro de una respuesta.

Lo primero es lo más obvio: Garzón Vive ha puesto en el centro a un Jaime Garzón movido insaciablemente por el deseo erótico. La escena de apertura nos entrega a un Garzón vestido de Heriberto de la Calle piropeando a una mujer en un carro, luego coquetéandole a una entrevistada con frases como “Lástima que no haya traído el chingue para nadar por el mar de tus ojos” o “Si el zapato está caliente, cómo estaré yo”, cayéndole a una mujer que lo busca para que lo ayude a que liberen a su hijo secuestrado o teniendo dos citas al mismo tiempo en su restaurante favorito. Más adelante, en el gran flashback a su infancia, la telenovela intenta proyectar que la raíz de ello es su papá, a quien Garzón ve en sus infidelidades.

Este Garzón coqueto convive con otro: un Garzón temerario y ‘mamagallista’ que, en la versión de la novela, le hace chistes incluso a Carlos Castaño cuando logra hablar con él por teléfono. Ese Castaño, por otro lado, es problemático: no solo es interpretado de forma bufonesca sino que en su conversación telefónica con Garzón hay un aire de exculpación, una que viene de cómo se ficciona la retractación de la orden de asesinato. En ese primer segmento de esta semana, el Garzón televisivo no solo parece no temerle ni un poquito a la muerte a pesar de las amenazas, sino que, con la insistencia sobre el humor y la burla, parece restarle gravedad al tenso ambiente de violencia del que eventualmente será víctima.

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A pesar de la excelente interpretación de Santiago Alarcón —elogiada incluso por quienes conocieron al Garzón original, como Eduardo Arias, y nada fácil considerando la envergadura del personaje y su multiplicación teatral en decenas de otros personajes—, el Garzón de la novela parece más un personaje tipo que una persona texturada y compleja. Es como si los libretistas hubieran calcado un personaje al que se le han atribuido históricamente algunos rasgos (de cómico, de político, de ciudadano sensible, de temerario, de coqueto) y, más que hacerlos vivir, como lo hacía el mismo Garzón, los hubieran ensamblado como legos en una superficie. Y ese es el tono general: el de una telenovela plana, que no toma riesgos, con la estructura narrativa genérica de los melodramas latinoamericanos, en la que insertan, casi por default, la historia de vida de Jaime Garzón.

Esta telenovela no siembra la imagen “despolitizada” de Jaime Garzón que imaginaban los detractores del canal, pero tampoco le hace justicia al convulso fondo sobre el cual vivió y que le costó la vida. Como pieza de entretenimiento tampoco se esmera mucho: la música incidental es pobre, las demás actuaciones no son sobresalientes y no hay una apuesta interesante que motive a seguirle el rastro a esa vida en los noventa capítulos que la componen.

Esta telenovela no siembra la imagen “despolitizada” de Jaime Garzón que imaginaban los detractores del canal, pero tampoco le hace justicia al convulso fondo sobre el cual vivió y que le costó la vida

Lo que sí nos deja Garzón Vive es la irresoluble colisión entre la historia “real”, sus versiones y la inestabilidad del pasado que implica una ficción montada sobre alguien “de carne y hueso” . Más cuando no ha cicatrizado la herida y el país exige que le cuenten lo que de verdad pasó, no como quizá pudo haber sido. Además, con los efectos simbólicos que inevitablemente conllevan las licencias narrativas que se toman producciones como esta. Porque, en palabras de la columnista Laura Martínez Duque, “en el relato de la vida y muerte de Jaime Garzón cualquier tergiversación u omisión es infame”. Y queda su pregunta abierta: “¿Cómo se honra la verdad en un crimen que continúa impune?”.

Sin duda no así, pero ese ya no es el caso.

Lo importante es que Garzón Vive ha vuelto a ponerlo en el centro y nos ha dejado ver, como una señal importante, que los espectadores no son pasivos, que hay una poderosa agencia de ellos sobre lo que consumen. Ojalá con ello venga lo que el país sigue esperando: no relatos pobres o peleas por rating sino verdadera justicia y reparación.