Este hombre está transformando la lava siciliana en vino
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Este hombre está transformando la lava siciliana en vino

"Cuando empecé, estaba buscando un concepto preciso: quería encontrar la lava dentro de la botella, a la que llamo la roca líquida".

Estamos en un pequeño pueblo en un valle al norte de Etna, Italia, en la costa este de Sicilia. Hay paredes hechas de piedras secas hasta donde se alcanza a ver, rodeadas por completo de roca volcánica y vegetación espontánea en total armonía con el trabajo de un hombre que siempre ha producido y obtenido su sustento de una tierra difícil pero generosa.

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Llegar al Etna no es fácil, teniendo en cuenta que debes escalar los costados de un volcán aún activo: el Munjibello, como lo llaman los italianos, o simplemente una muntagna, que significa Monte Etna. Pero si quieres conocer a Frank Cornelissen y a sus vinos estás en el lugar correcto.

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Cornelissen decidió plantar su bodega aquí a pesar de que no es siciliano, ni siquiera italiano. Antes de él, los vinos locales se vendían en el mejor de los casos de manera casual y no se etiquetaban; nadie estaba consciente del valor de la tierra. Todo ha cambiado desde su llegada: los vinos del Etna ahora son famosos y costosos, y han aumentado los valores del vino en toda la región.

"Vengo del mundo del vino", explica Cornelissen. "He viajado mucho por esto, mi pasión. Pero en cierto momento de mi vida, a los 40 años para ser exactos, sentí la necesidad de cambiar de dirección. Así que me establecí en Sicilia, en el valle al norte del Etna. Vine para escaparme. Hice un mapa mental de las principales regiones vitícolas que producían los vinos más refinados, y Sicilia figuraba en la lista".

Si echamos un vistazo a uno de sus viñedos poder ver que transmite de inmediato la naturaleza de la montaña. Están divididos en pequeñas terrazas por muros de piedra seca, y están diseminadas con algunos acres de vides, de hierba, de vegetación espontánea del terreno y algún árbol frutal.

"Cuando empecé, estaba buscando un concepto preciso: quería encontrar la lava dentro de la botella, a la que llamo la roca líquida".

Antes de empezar a elaborar sus propios vinos, Cornelissen era un intermediario de botellas preciadas. En otras palabras, era un cazador de tesoros. Recorrió el mundo en busca de etiquetas antiguas, abandonadas, olvidadas o simplemente raras para revenderlas en el mercado de coleccionistas. Una de esas botellas vino de aquí, una botella con una etiqueta fotocopiada, de un productor desconocido y sin ningún mercado.

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Creo más en la autogestión de la naturaleza y de las vides. Para mí, es más importante dejar que un árbol frutal crezca en un viñedo que repetir todos los años el mismo día un tratamiento preciso de acuerdo con los patrones astrales.

"Creí que estaba probando un vino piamontés", me dice con franqueza, "y luego descubrí que era de Sicilia, al norte de Etna. Mi curiosidad se despertó y terminé viniendo aquí. Fue en mayo. Todavía había nieve en la cima del volcán, muchas viñas viejas, paredes de piedra seca, y dije: '¡Wow, qué región!' Tienes los microclimas, la fotosíntesis, la geología, ¡todo!"

"No soy enólogo y nunca he seguido las reglas del libro de enología. Si fuera enólogo, ya habría producido la enésima botella de un vino cualquiera, pero me gusta experimentar con un objetivo específico".

En 2001, Cornelissen comenzó su producción con 500 botellas. "Cuando empecé, estaba buscando un concepto preciso: quería encontrar la lava dentro de la botella, a la que llamo la roca líquida. Al no haber tenido ninguna experiencia enológica, al principio llevé todos los conceptos al extremo e hice muy vinos oxidados y extraños, pero siempre con la idea del volcán dentro. Y es imposible pensar que no sea así, porque si aquí todo está en simbiosis con el volcán, ¿por qué no lo estaría el vino? "Me levanto por la mañana mirando la montaña y me dice cosas: observo si se queja o si le está yendo bien. Con la acumulación de nubes alrededor del pico, se puede ver cómo avanza el clima sin tener que buscarlo en internet".

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Una de las cuvée más prestigiosas de Frank se llama "Magma", y obviamente se refiere a la lava.

Este año, Cornelissen alcanzó su decimoséptima cosecha, y sus vinos son apreciados en todo el mundo. Pero no hay marketing o enología detrás de la empresa. "No soy enólogo y nunca he seguido las reglas del libro de enología. Si fuera enólogo, ya habría producido la enésima botella de un vino cualquiera, pero me gusta experimentar con un objetivo específico".

El método de Cornelissen le ha permitido romper todas las restricciones de la enología moderna. "En las primeras siete cosechas, creo que el vino era más mío que del suelo", recuerda. "Aunque hoy creo que refleja muy bien al Etna. Estoy aquí para interpretar al suelo y seguirlo, para no ponerle sello. Poco a poco, te vuelves más sabio en la vida".

Es considerado un héroe del vino natural, pero ninguna de estas etiquetas le interesa.

"No me gusta la definición de vino natural", admite. "Hay vino convencional, vino orgánico, y luego, está el elemento biodinámico que [puede o no] resultar en natural. Aplicamos el elemento biodinámico en la bodega, pero no puedo hacerlo en el campo y no me interesa. Creo más en la autogestión de la naturaleza y de las vides. Para mí, es más importante permitir que un árbol frutal crezca en un viñedo que repetir todos los años el mismo día un tratamiento preciso de acuerdo con los patrones astrales".

"La diversidad es lo que hace que las cosas sean bellas, incluso en la naturaleza", continúa Cornelissen. "Se requiere sentido común. Hago cosas diferentes cada año en diferentes terrenos. Cada parcela de tierra es diferente, y hago todo de acuerdo con la necesidad de la planta y mi intuición. No uso fertilizantes o pesticidas, solo un poco de azufre y alambre de cobre en las vides si es necesario. ¿Eso me convierte en un productor natural? ¿Quién sabe? Mi vino, simplemente lo definiría como vino, es un vino del Etna, resultado de mi técnica y mi filosofía . Llamarlo vino natural sería limitante”.

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Los recipientes de fibra de vidrio donde Cornelissen almacena su vino.

Antes, Cornelissen utilizaba ánforas y obsidiana para almacenar su vino, convencido de que la energía de la roca volcánica podría ayudar a la concentración general del vino. Todavía cree en los beneficios de la obsidiana hoy en día, pero ya no usa las ánforas y almacena su vino en recipientes de fibra de vidrio, como lo hacían en Sicilia hasta finales de los años 60 y 70.

No le gusta el acero y no usa madera, porque contaminaría su idea del vino como la expresión pura de un suelo. Sus vinos son expresiones sinceras y autenticas de una montaña que ahora ha hecho suya.

"Me gustaría probar con el titanio. Por supuesto que un recipiente sería muy cara, pero podría descubrir que el titanio es lo mejor para el vino en absoluto. Utilizo tapones que son una concentración de tecnologías y no están hechos de corcho simple. ¿Eso me hace ser menos orgánico que un enólogo? No me importa".