'Pienso mis películas para los niños: un niño son tres boletas', una charla con Dago García

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'Pienso mis películas para los niños: un niño son tres boletas', una charla con Dago García

Dago García es un ser complejo y brillante. Al mismo tiempo que escribe comedias ligeras que la rompen en taquilla, se declara un fiel admirador (con apoyo económico incluido) del cine de autor colombiano.

Una gran parte de las producciones que han salido de la pluma de Dago García apenas alcanzan las cuatro estrellas en iMDb. Sobre diez. Hay excepciones: una serie, La saga (2004), una telenovela, Pedro el Escamoso (2001), una película, La pena máxima (2001). Pero, por lo demás, 2, 3 y en los mejores casos 5 o 6 estrellas. Al mismo tiempo, Dago es el único cineasta colombiano que se puede dar el lujo de haber participado en cinco de las más o menos 10 películas colombianas que han superado el millón de espectadores en el país.

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Además de escribir y dirigir, el cineasta bogotano se ha dedicado a producir otras historias, salidas de las plumas de otros, con su productora, Dago García Producciones. Una de las producciones en las que se involucró recientemente, por ejemplo, es El abrazo de la serpiente (2015), de Ciro Guerra, una película que, a pesar de haber sido la única producción colombiana en ser nominada a un Oscar, a duras penas superó los 100 mil espectadores en el país. Y mientras los críticos y los puristas del cine lo ven como la mente detrás de la cara más floja del cine colombiano, la de la comedia ligera, sus homólogos —como el mismo Ciro Guerra— lo reconocen como un sujeto complejo e interesante que ha sabido entender y moverse en la industria del cine. Un personaje que, mientras escribe las infaltables comedias de todos los 25 de diciembre, se dedica a producir novelas a la par de películas como Todos tus muertos (2011) o Cazando Luciérnagas (2013).

VICE: Dago, ¿usted es una persona chistosa?
No. En lo absoluto. Tampoco soy un gruñón. Aunque no sé si es por la cara o por las arrugas, pero la gente me percibe como una persona demasiado seria y un poquito gruñona. En mi vida cotidiana no soy una persona para morirse de la risa o que esté haciendo chistes todo el tiempo. Definitivamente no.

¿Cómo una persona tan seria termina dedicándose a hacer comedia?
Es que la comedia es un asunto muy serio. Si uno no se la toma en serio, a nivel de estructura dramatúrgica, y a nivel de producto, no llega a ninguna parte. El timing, la estructura, la construcción de los personajes y de las situaciones exigen un trabajo muy arduo. Yo creo que, paradójicamente, sólo la gente que es muy seria en el trabajo logra pegarle al tema de la comedia. Mi cineasta de comedia favorito es Billy Wilder, un cineasta gringo que hizo comedias muy famosas en los años 50. Él venía del cine negro, del cine de policías, y era un tipo que no tenía fama de ser precisamente una cajita de sonrisas.

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Usted tiene fama de ser una persona muy trabajadora y disciplinada en su trabajo. ¿Qué rol juega esa disciplina en su vida personal?
Todo. Yo no sé si soy disciplinado: soy esquemático y un poquito psicorígido. Yo creo que cada uno busca la manera de adaptarse al mundo, de estar tranquilo y seguro y esa forma, para mí, es la rutina. Yo desayuno, almuerzo y como todos los días a la misma hora. Me acuesto a la misma hora, a la misma hora leo y a la misma hora veo televisión. Soy un tipo absolutamente esquemático.

Vi que afuera, en las instalaciones de Caracol Tv, hay un muro con su nombre, y creo que "Dago García" es algo que se reconoce automáticamente por representar algo muy específico, casi como una marca. ¿Qué cree que esa marca evoca en la gente?
Creo que las comedias ligeras. Yo creo que nosotros [Dago García Producciones] llenamos un vacío que existía en la cinematografía colombiana: el de la comedia blanca. El cine colombiano es muy prolífico en cierto tipo de películas, pero no lo era en otro. Siento que, contrario a lo que sucedía hace unos años, por primera vez las películas colombianas están teniendo algún tipo de trascendencia, y eso tiene que ver con el tipo de temas, tonos y géneros que se han explorado de forma buena e interesante. Tan es así que en los últimos años esas películas se han destacado en festivales importantes. Ese cine está madurando.

Pero durante mucho tiempo se abandonó otra forma de hacer cine que tiene que ver con la comedia de gran público.

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Pero no sé, supongo que si a alguien le mencionan mi nombre dirá "Ah, el de Los Paseos", o el de Pedro el escamoso o Pecados Capitales. Pero supongo que ante todo me asociarían a la comedia. Debe ser por eso que cuando he hecho películas que no son comedia me ha ido como un culo.

¿Como La Captura? Usted dijo una vez que esa era la única película en la que había hecho coincidir al público y a la crítica: que no le había gustado ni al público ni a la crítica.
Y hay otra, que se llama Shakespeare. Creo que soy el único que ha logrado el acuerdo entre crítica y público con esas dos películas, Shakespeare y La Captura.

¿Y qué lecciones recibió de esas experiencias?
Ninguna. Yo esas películas las veo como tesis de grado de trabajos que venía haciendo. La Captura fue el resultado final de un estudio que estuvimos haciendo con Ricardo Coral y con Juan Carlos Vásquez sobre el western. Usted no se imagina. Durante un año vimos 115 películas de western y leímos no sé cuántos libros. Estábamos obsesionados. Al final yo escribí un texto y ahí dije, puta, lo que hay que hacer es una película. Lo mismo hice en La saga: negocio de familia, que escribí después de estudiar y leer toda la tragedia griega. Esa fue mi primera tesis de grado: la orestiada vuelta televisión.

La Saga fue un éxito.
Sí, le fue muy bien. De hecho el muro con mi nombre es producto de eso. En ese entonces Pablo Laserna, que era el presidente de Caracol, me dijo que ni por el putas me iba a dejar tirar la plata haciendo tragedia griega en televisión. Yo le seguí insistiendo hasta que un día me dijo: "Mire marica, si usted llega a hacer esa mierda, y le va mal, este edificio no lo vamos a poder construir. Lo que usted se va a gastar ahí es lo que cuesta el edificio". Cuando accedió le dije que si me iba bien me prometiera que le iba a poner al edificio "Dago García". Finalmente a La saga le fue bien y cuando ya le iba a poner mi nombre al edificio yo le dije que no, que ni por el putas. Luego me dijo que me tenía que cumplir entonces le dije que se lo pusiera a un murito.

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¿Así que no hay aprendizajes?
Yo creo que los aprendizajes están antes. Mejor dicho: ya están hechos. La Captura, La Saga, Shakespeare —y otra maravilla que estoy pensando hacer ahorita— son resultados académicos con los que no sé qué va a pasar. Son una forma de descargar información. De resetear el disco duro y no volverse esclavo de la carreta. Usted hubiera visto mi alivio cuando terminé de editar La Captura.

Hay quienes asegurarían que, de cualquier manera, al final el cine siempre es entretenimiento. ¿Usted cree que es así? ¿O cree que hay un cine que es arte puro?
Cuando se habla de entretenimiento, se está hablando del público. Yo creo que debe existir un cine hecho de espaldas al público. Y eso ha ocurrido en todo el arte. Imagínese usted si James Joyce hubiera estado pensando en el público cuando escribió el Ulises. O si en la época de Shakespeare hubiera habido focus group y hubieran preguntado, "A ver, ¿usted cómo quiere que termine Romeo y Julieta?". Probablemente hubieran terminado casados, con las familias reconciliadas y la humanidad se hubiera perdido de la tragedia romántica más importante de la historia. Es lo mismo en el cine. Qué tal Tarkovsky, antes de hacer Andrei Rublev, se hubiera preguntado "Uy, ¿será que esta edición está muy lenta y de pronto no le gusta al público?".

¿Y cuál es el papel ahí del cine que es puramente entretenimiento?
Lo que sucede es que hay que restablecer la relación entre ese cine, el de entretenimiento, y el cine de autor. No pueden ser excluyentes, tienen que ser complementarios y solidarios. El cine de entretenimiento siempre se ha aprovechado de los descubrimientos que hace el cine de autor para renovar sus lenguajes. Hoy en día no hay una película de acción que no use el jump cut (un corte abrupto entre una y otra escena) y eso se lo inventó Goddard, en los años 60, durante la Nueva Ola francesa en una película que se llama Sin Aliento. Al cine de entretenimiento lo único que le garantiza no perder el contacto con los grandes públicos es la renovación que se hace en el cine de autor, que se hace de espaldas al público.

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Yo creo que por esa razón el cine de entretenimiento tiene que subvencionar al cine de autor, porque el cine de autor nunca va a ser rentable. Y no tiene que serlo. El público tiene que estar lejos de estas experiencias, no las puede contaminar, porque si no ese cine pierde la vida. Por eso, respeto lo que se pueda decir, pero creo que sí hay un cine que no debe ser de entretenimiento.

¿Usted cree entonces que La saga, La captura y Shakespeare son las veces en que usted le ha dado la espalda al público?
Claro. Han sido los momentos de delicia absoluta, de pensar solamente en mí.

¿Cuáles son sus cinco cineastas favoritos?
Internacionales, amo a Buñuel, a Fellini, a Billy Wilder, a Tarkovsky y a Truffaut. Y entre los realizadores colombianos, Victor Gaviria, Ciro Guerra, Rubén Mendoza, y de la vieja guardia me gusta Felipe Aljure y algunas cosas que hizo Lisandro Duque.

Yo creo que el propósito como cineasta de, por ejemplo, Víctor Gaviria es retratar la marginalidad. O de Luis Ospina es hablar de personajes reales y explorar los límites del documental. ¿Cuál cree usted que es su propósito como cineasta?
Yo creo que los cineastas, todos, trátese del tipo de cine que se trate, tienen inicialmente un objetivo y es contar algo que necesitan contar. Si uno no tiene necesidad de contar algo pues no hace películas. Y creo que mi objetivo es el mismo. Trato de no pensar mucho en lo que hago porque ese es el camino directo a pegarse la enredada más verraca y volverse un esclavo de uno mismo, pero a veces pienso que debo haber tenido una vida familiar muy intensa porque casi todas las películas que hago, aunque no son autobiográficas, surgen de un recuerdo de mi infancia. Por ejemplo, del recuerdo de cuando llegó el primer carro a mi casa salió El Carro. Los Paseos salieron de los paseos que hacíamos con mi papá, mis hermanos y mi mamá. El Control es toda la relación que tuve con la televisión cuando era chiquito. El Coco tiene que ver con la historia que me asustaba cuando era niño. Pienso que todo cineasta tiene obsesiones que de una u otra forma convierte en películas.

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Yo creo que yo siempre hago la misma película. Mejor dicho, yo creo que he hecho una película en diferentes versiones. Y creo que ahí es donde pesa mi verdadero origen: yo no soy un cineasta. Realmente mi formación, mi experiencia y mi gran pasión es la televisión. Creo que lo que he hecho es un seriado de televisión en cine.

¿Y usted cree que esas películas están orientadas a una clase social específica?
Es bien complejo. Empecemos por decir que yo sí hago un cine de entretenimiento y en ese cine hay un problema de economía porque en Colombia no tenemos posibilidad de tener nichos de audiencia. Uno no puede ponerse a pensar que va a hacer una película para mayores de 35 años porque se quiebra. Entonces, me gusta que mis películas tengan clasificación 'todos', porque necesito a todo el público. Necesito a la familia. Pero todo es nada, porque qué tiene que ver una ancianita con un niño chiquito. En ese momento, el referente se vuelve uno mismo. O sea, si a uno le gusta lo que está haciendo probablemente le guste a mucha gente. Entonces creo que el primer público objetivo de una película mía soy yo. Si a mí me gusta la película, si me río y me conmuevo, creo que voy por buen camino. Lo que sí hago es procurar que las películas les gusten a los niños, porque un niño con ganas de ir a cine son tres boletas. Y así es. El éxito de El Coco, por ejemplo, ha sido gracias a los niños.

¿Y por qué cree que la comedia es el género que logra jalar a todo el mundo?
En el mundo la comedia es el género del gran público. La comedia, el horror y la acción. El gran público siempre es convocado por las emociones y los sentimientos primarios. Es la misma razón por la que el fútbol convoca tanto. La comedia ligera explora la dimensión emocional pura del individuo, no contaminada con razonamiento. No es un cine para pensar. Creo que hay momentos para pensar, reflexionar y criticar, pero el individuo siempre necesita momentos de emoción pura, sin razón. Es como cuando usted va a rumbear, ¿usted a qué va cuando va a rumbear? ¿A ver fútbol a qué va? Es un ejercicio emocional inherente al ser humano. Entonces claro, los tres géneros que apelan a esa emoción primaria son las que convocan al gran público. Y eso es así en todo el mundo, no es un fenómeno nacional.

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Hay una idea general de una cierta jerarquía entre el cine y la televisión, donde la televisión termina siendo un producto menos complejo y sofisticado que el cine. Asumo entonces que usted no cree en esa jerarquía.
Son medios que exigen diferentes formas de trabajo, que tienen diferentes posibilidades. El problema es que históricamente la poesía siempre ha sido considerada una forma más cercana al arte que, por ejemplo, la narrativa de folletín. Una de las categorías clásicas de las poéticas es la condensación: decir mucho en poco tiempo. Es lo mismo con la pintura. Un buen cuadro resume una visión del mundo en un rectángulo pequeño. En contraposición, los ejercicios de dilación han tenido mala reputación y han estado desacreditados. En ese sentido, el cine, que rápidamente cayó en manos de dramaturgos y personas con perfil artístico, terminó siendo un ejercicio de condensación; y la televisión, que surgió como derivación de la radio comercial, terminó siendo uno de dilación. Pero yo creo que es otro tipo de ejercicio estético.

Sin embargo, hay una cosa que está ocurriendo hace relativamente poco, gracias a la televisión por cable realmente, y que es un punto intermedio entre el cine y la televisión. En los últimos 15 o 20 años, cierto tipo de televisión ha ido cayendo en manos de gente más cercana al arte. Series como House of cards, Six Feet Under o The Wire, son ejercicios con un altísimo contenido artístico que están empezando a decir cosas que difícilmente una película puede decir. Entonces, creo que esa vieja dicotomía entre cine y televisión está entrando en crisis.

¿Cómo ve usted el momento que atraviesa el cine nacional?
Creo que por primera vez el cine colombiano tiene productores: está Diana Bustamante, Cristina Gallego, está…. Eeh, puta, es que se me olvidan los nombres porque como los productores no son famosos. Pero por primera vez hay productores de verdad y cineastas de verdad, con el mayor respeto por los pioneros. Los valores cinematográficos de películas como las de Ciro, Rubén, los hermanos Orozco, Roberto Flores, Andi Baiz o Felipe Cano, son películas donde uno ve cinematografía, además de narración. Y es gracias a toda esa generación joven que está haciendo películas hace 10 años, o un poco más. Creo que estamos en un buen momento.

Usted participa en casi todos los pasos del proceso de creación de una película: escribe, dirige, produce y edita. ¿Cuál es el momento que le gusta más?
Editar. Debe ser porque es la instancia más cercana al contacto con el interlocutor. En la edición se descubre la verdad. Cuando trabajo con directores siempre les dejo claro que el corte es mío. Saben que su trabajo termina cuando filma el último plano. Algunos dicen: pero déjeme hacer un corte, y yo los dejo pero les digo que probablemente no va a ser ese. Con ellos me pongo de acuerdo en el tono, pero siempre tengo la última palabra en dos cosas: en el casting y en la posproducción: edición y musicalización.

Entonces toda película tiene que tener la aprobación de Dago García.
Sí. El corte que sale al público es el que hago yo con Carolina Silva, mi editora. Y en televisión también. O sea NADA sale al aire sin que yo lo haya visto e intervenido, en caso de que toque intervenir.

Woody Allen afirma que él le apuesta a la teoría de la cantidad: hacer el mayor número posible de películas y así, eventualmente, alguna terminará siendo un clásico. ¿Usted le apuesta a esa misma teoría?
Totalmente. Aunque no lo veo en términos de lograr un clásico. Yo hago las películas porque me gusta hacerlas, porque tengo algo que decir y quiero decirlo en una película. Pero en términos empresariales, es muy complicado para una casa productora depender de un sólo producto en el ejercicio del año. Hacer depender el funcionamiento de una productora de una sola película, imagínese el riesgo. Porque los éxitos siempre son accidentes. El éxito solamente es posible con una altísima dosis de suerte. Hay una cantidad de circunstancias alrededor de los éxitos que no dependen de la película. Entonces, si uno puede organizar su producción para poner varias películas en pantalla y pueda asegurarse de que puede estar bien con que una o dos funcionen, mejor. Poner varias películas en pantalla es mucho mejor que poner una donde se juega toda la vida. Es como repartir el riesgo en varias opciones.

Se podría decir que usted se ha especializado en retratar al colombiano promedio. ¿Cuál es, para usted, la esencia de un colombiano?
Un colombiano es un cúmulo de contradicciones. Yo creo que la mejor descripción de la colombianidad la hace Estanislao Zuleta en El elogio de la dificultad. En ese libro explica que el colombiano tiene dos dimensiones para todo que, además, son antagónicas. Él dice que, por ejemplo, cuando los colombianos vamos a criticar el producto del otro evaluamos el resultado, entonces decimos "esa película es una mierda y una estupidez; pero cuando evaluamos lo propio, no evaluamos el resultado sino las intenciones. "Es que lo que yo quería hacer era esto y esto". Esa es la colombianidad, una contradicción permanente. Votamos al plebiscito 'no', y al otro día estamos haciendo unas marchas multitudinarias. Siempre celebramos el segundo lugar y le damos duro a los que ganan. Sacamos el carro de bomberos si somos segundos en la Fórmula Uno, en la Copa América, o en Miss Universo, pero castigamos a los ganadores. Es una síntesis de contradicciones.

Y por último, Dago, ¿qué cree que le hace falta al cine colombiano?
Tomarse en serio el mercadeo de las películas. Hay que resolver el problema de la exhibición y la distribución. Creo que hay excelentes películas colombianas que han tenido tristes destinos por falta de una estrategia de publicidad y mercadeo, por no saber cómo venderlas y convencer al público de que vaya a verlas. Este es un país de cineastas y no de empresas cinematográficas, y creo que hay que abrirle paso a los mercadotecnistas. Cuando la película ya está hecha, no hay forma de traicionarse. La película ya está. Y creo que el cine, en cierta etapa, tiene que salir de las manos de los cineastas y entregarse a otros especialistas. A los que saben cómo convencer al público de que la vaya a ver.