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La pesadilla de Hobbes

Señores comandantes de las Farc: firmar la paz y pasar por la cárcel es apenas un acto de coherencia. No solo nos beneficia a todos sino que es una oportunidad para consagrar sus demandas.

Los comandantes de las Farc tienen que pagar cárcel. Exigir lo contrario es una bofetada a la democracia. De un lado, rompería con el principio de igualdad. De otro lado, aceptaría que hay proyectos que merecen la vida de otros. Incluso, es contradictorio con su propia lucha. En caso de que el gobierno accediera a la petición, seguiría siendo el Estado que ellos critican y contra el que luchan. Sería, pues, un "estado burgués" que juzga a las personas por quiénes son y no de acuerdo a lo que han hecho, según la definición guerrillera.

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Por la cárcel ya pasaron quienes, como las Farc, se equivocaron al pensar que el fin justifica los medios. Tras barrotes desfilaron paramilitares, políticos y militares. Si bien faltan muchos por rendir cuentas, principalmente representantes de la paraeconomía y otros por ser excluidos de los beneficios transicionales, caso de los narcos puros, nos compete presionar a la justicia para que esos hechos no queden impunes y sean bien juzgados, no obviarlos.

Son igualmente victimarios porque el costo de sus fines también fue las vidas de otros. Su posición de víctimas de la estructura desigual y de la pobreza es cuestionable. Si realmente las condiciones materiales explicaran la decisión de armarse, su ejército estaría engrosado por la totalidad de pobres de este país y no habría un solo "acomodado" en el mismo. Caso, por ejemplo, de Ricardo Palmera, alias "Simón Trinidad", exbanquero cesarense que se unió a sus filas a finales de los 80.

Si bien durante la guerra se disputaron muchos mundos posibles, unos más incluyentes que otros, -a la democracia gracias- el criterio de cuál es el mejor proyecto no está en ningunas manos, grupos o persona. Los cimientos de nuestra sociedad deseada la plasmamos todos ya en la constitución del 91 así como los mecanismos para replantearla. En ese proyecto, todos tenemos los mismos derechos, sobre todas las cosas pero sobre todo por encima de cualquier proyecto. Por lo tanto, ninguna vida vale una utopía colectiva por muy deseable que esta sea. Ninguna. Este es el pilar que debemos defender porque no excluye a nadie.

Aceptar que los comandantes de las Farc no paguen pena alguna es un atentado a la esencia del Estado como tercero neutral, porque ya muchos han sido juzgados; un irrespeto a la sociedad civil que cumple las normas pese a la pobreza o incluso frente a la guerra misma -caso, por ejemplo, de las resistencias pacíficas o de los desplazados-; implica arriesgarnos a detonar otra guerra de todos contra todos, en la que se puede hacer justicia por mano propia porque no hay un ente sin partido en el cual confiar, -se me pasa por la cabeza un escenario en que paramilitares se repoliticen bajo este hito-: otra pesadilla hobbesiana; significa seguir viviendo bajo un injusto Estado parcial por el que se armaron y perpetuar una de las causas que los llevó a las armas.

Señores comandantes de las Farc: firmar la paz y pasar por la cárcel es apenas un acto de coherencia. No solo nos beneficia a todos sino que es una oportunidad para consagrar sus demandas. Acto que demostraría el carácter ideológico de su lucha. Tienen de frente una oportunidad histórica para comenzar a resolver, entre otros, el problema de la tierra. Pactar con el gobierno acerca a los campesinos a una fórmula que los reivindica y definitivamente transforma sus condiciones desiguales. El costo de la realización de estos puntos vale su paso por la cárcel, no sus vidas, ni la de nadie más.

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Este artículo hace parte de ¡Pacifista! Una plataforma para la generación de paz: un proyecto de VICE enfocado en contenidos sobre la terminación del conflicto armado y la construcción de paz en Colombia.